sábado, 28 de agosto de 2010

MURO DE HONOR - HEROINAS

Muro de honor
Por: Lic. Hortensia Flores G.


Tratando de encontrar las palabras precisas para expresar mi admiración y respeto por todas aquellas mujeres que participaron directa o indirectamente en la lucha de Independencia de México, descubrí que alguien ya lo había hecho de una manera magistral, y no tan solo resaltando las virtudes o las hazañas de esas mujeres, sino con un propósito más allá de una simple mención o reconocimiento.

El 31 de diciembre de 1946, el Diputado Nabor A. Ojeda, presentó una iniciativa de decreto a la H. Cámara de Diputados, cuyo propósito fue solicitar “la inscripción con LETRAS DE ORO en el Salón de Plenos de la H. Cámara de Diputados”, del nombre de 4 heroínas. Esta iniciativa es un documento que vale la pena conocer en su totalidad, pero dada su extensión, en esta ocasión solo transcribimos algunos párrafos, sin dejar de recomendarte, que en la primera oportunidad, lo leas en su totalidad.
Fuente: Diario de los Debates, Legislatura XL, 31 de diciembre de 1946, p. 22-23

"A los CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados.
"Con fundamento en la fracción II del artículo 71 de la Constitución Política del país, vengo a suplicar a ustedes se dignen dar cuenta a la H. Cámara de Diputados con la iniciativa de decreto siguiente: "Todos hemos estado de acuerdo en recordar a nuestros héroes y principalmente a todos aquellos que nos dieron patria; de ahí que año con año, tanto ancianos, como jóvenes y niños, guardemos en esos días históricos culto a nuestros héroes y los veneremos con cariño; así es como vemos sus estatuas en nuestras plazas públicas y jardines y sus nombres en las columnas de honor de nuestra Cámara de Diputados, así como esas fechas históricas.
"No se ha procedido de la misma manera cuando se ha tratado de nuestras heroínas ilustres, de quienes dijo el historiador Luis González Obregón: "Durante la Guerra de Insurrección, las mujeres mexicanas recorrieron nuestras ciudades y campos de batalla, como diosas protectoras, ya anunciando el génesis de nuestra Independencia, ya avivando su amor un amor más grande y santo; ora sorprendiendo con hazañas que rayaron en lo fabuloso, ora, en fin, derramando su propia sangre no contentas con haber ofrecido la de sus hijos".
"Este olvido involuntario que todos los hijos de México hemos hecho de nuestras ilustres heroínas, debemos repararlo cuanto antes, escribiendo con letras de oro los nombres de las heroínas siguientes: Josefa Ortiz de Domínguez. Leona Vicario, Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín y Antonia Nava, esta última esposa de don Nicolás Catalán, por estimarlas las más representativas de nuestra historia, por su abnegación, su valentía y servicios en grado heroico prestados a la patria.
Como parte del documento el Diputado Nabor A. Ojeda, presentó una breve semblanza de la hazaña de cada una de las 4 heroínas:
"Doña Josefa Ortiz de Domínguez, conocida vulgarmente por nuestro pueblo por la Corregidora, fue de las primeras, en unión del cura Hidalgo, Allende y otros insurgentes, que concibieron y llevaron a la ejecución nuestra Independencia, pues avisó al cura Hidalgo haberse descubierto la Conspiración de Querétaro… "Así fue, en efecto, pues encarcelada y perseguida, pero su sacrificio no fue inútil, México obtuvo su Independencia.
"Doña Leona Vicario, esposa del ilustre patriota Quintana Roo, cuyo nombre vemos en esta Cámara, no así el de su ilustre esposa … a la edad de 19 años, huérfana, en medio de un ambiente hostil, improvisa correos, alimenta a los tímidos, remite recursos a los independientes, protesta morir antes de denunciar a los conspiradores, sufre resignada una prisión, de la cual logra evadirse para lanzarse en pos de la guerra, llevando consigo una imprenta que reproduce los pensamientos y aspiraciones de los insurgentes patriotas. ..., vendió sus joyas y sus bienes para fundir cañones en Tlalpujahua el año de 1821 y cayó prisionera con su hija después de tantas desventuras en la sierra de Tlataya, en un rancho llamado Tlacocuspa, del Estado de México.
"Doña Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín,... "En la casa de Lazarín, un lunes santo de 1811, reunidos en amena tertulia se hallaban muchas personas,… De repente, después de las ocho y media de la noche, un repique a vuelo de las campanas de Catedral y una salva de artillería pusieron en alarma a los contertulios de Lazarín.… El Gobierno virreinal, regocijado por la prisión de Hidalgo y de sus ilustres compañeros, anunciaba tan fausto acontecimiento para los realistas y tan lamentable para los insurgentes. En la casa de Lazarín la noticia cayo como un rayo. El pánico enfrió las venas de los tímidos; pero entonces una mujer tan varonil como su patriotismo se levantó en medio de todos, diciéndoles: "¿Qué es esto, señores? ¿Qué ya no hay hombres en América?" Los cobardes confusos, aunque reanimados, preguntaron "¿Pues qué hacer? ¿Libertar a los prisioneros? ¿Pero cómo?" "Apoderarse del Virrey en el Paseo y ahorcarlo". Esa noche nació la conjuración conocida en nuestra historia por Conspiración del año 11; al fracasar Mariana Rodríguez sufrió, en cambio, las más crueles persecuciones, y prisionera en unión de su esposo, no se vio libre hasta el año de 1820".
"Por lo que respecta a doña Antonia Nava, la Generala, esposa de don Nicolás Catalán,…“En un pueblito perdido en las escabrosidades de la sierra de Xaliaca o Tlacotepec, en el Sur, el general don Nicolás Bravo sufría tremendo sitio de los realistas… la situación era tan crítica, que la rendición se hacía esperar de un momento a otro,… hacía algunos días que las provisiones se habían acabado y el desaliento había invadido a los insurgentes, … El general Bravo hizo un esfuerzo: mandó diezmar sus soldados para que comiesen los demás. La orden iba a cumplirse y entonces doña Antonia Nava se presentó al general Bravo con otras personas y con actitud varonil le dijo: "Venimos porque hemos hallado la manera de ser útiles a nuestra patria. No podemos pelear, pero podemos servir de alimento. He aquí nuestros cuerpos para que puedan repartirse como nación a los soldados". El desaliento huyó como los fantasmas con la luz de la mañana. Las mujeres se armaron de machetes y garrotes y salieron a pelear con el enemigo.
"A estas cuatro heroínas las escogemos para que sus nombres se graben en las paredes de está Cámara de Diputados, como el prototipo de la mujer mexicana, defendiendo y creando una patria que hoy disfrutamos. Esto no quiere decir que no haya más heroínas y con mérito para que también fueran grabados sus nombres con letras de oro; no señores diputados… ¿qué podemos hacer por ellas, que ofrendaron sus vidas e intereses y que lo dieron todo por la patria? Hay un Panteón de Hombres Ilustres; hay un Monumento de la Revolución, señores diputados, también a esas heroínas de nuestras luchas heroicas unas veces, dándonos patria y libertades al pueblo y dándonos la Constitución, debemos esculpirlas en estatuas y poner sus nombre a jardines y escuelas; y que los libros de texto hablen de ellas a la niñez y que sus nombres se vean también en el Monumento de la Revolución y que haya un Panteón de Mujeres Ilustres para que no se olviden sus históricos hechos heroicos, para ejemplo de la juventud futura
Por unanimidad de noventa y un votos fue aprobado el decreto para que se inscribieran con letras de oro, en los muros del Congreso de la Unión, los nombres de las heroínas a que se refería la proposición del diputado Ojeda, el Decreto fue expedido el 4 de octubre de 1948, y publicado en el Diario Oficial el 27 de octubre de 1948.

NACIMIENTO DE MIGUEL HIDALGO-INDEP-BICENTENARIO

Nacimiento de Miguel Hidalgo
Dispersos en la extensa llanura del plan de Pénjamo (Estado de Guanajuato) hacia la ribera oriental del río Turbio, y no muy distantes de Cuitzeo, álzanse varios blancos caseríos, entre los cuales se distingue el del rancho de San Vicente. Entre las tierras de labor de éste y circundado de un espeso mezquital, á cuya sombra se guarecen hoy los pastores de las cercanías, se levanta un montecillo de escombros conocido en toda la comarca con el nombre de rancho viejo, porque allí, en efecto, se alzaba el de San Vicente antes de 1790, año en que las crecientes del Turbio lo destruyeron obligando á sus moradores á trasladarlo al sitio que hoy ocupa. En ese lugar, cubierto de ruinas, y adonde se ha erigido desde hace veinte años un sencillo monumento, vio la luz primera el Padre de la Independencia mexicana.

En el recinto del rancho viejo de San Vicente, lugar ahora de ruinas de la casa Gallaga y cuna verdadera del extraordinario hombre, está levantado, gracias al civismo de los penjamenses, un monumento que á la vista tenemos: columna toscana que ilustra estos campos como una presea de gloria, y cuyo pedestal lleva la inscripción siguiente:

MIGUEL HIDALGO
NACIÓ AQUÍ
EL 8 DE MAYO DE 1753
A mediados del siglo pasado, don Cristóbal Hidalgo y Costilla , venido de México, administraba la hacienda de Corralejo. En la sacristía de la capilla de la hacienda se lee aún :
"Siendo administrador don Cristóbal Hidalgo y Costilla, de esta hacienda de San Diego Corralejo, se comenzó esta capilla el día dos de marzo de setecientos cincuenta y nueve, y se acabó con colateral y pintura el día once de diciembre de mil setecientos sesenta y un años."

Don Cristóbal deseaba casarse y pasó á vistas á un rancho de la finca que administraba, llamado San Vicente. Este rancho estaba situado al sur del casco de Corralejo, entre la margen oriental del río Turbio y la hacienda de Cuitzeo de los Naranjos. Todavía hoy lleva el mismo nombre de San Vicente un caserío que está á muy corta distancia del sitio en que existió el antiguo rancho. Era por aquel tiempo arrendatario de Corralejo y cabeza de rancho en San Vicente, un don Antonio Gallega, que tenia en su familia dos bonitas hijos y una sobrina huérfana.
Estimulado por el interés de conocer á las muchachas, hijas de don Antonio, de las que habla recibido informes muy favorables, don Cristóbal Hidalgo visitó un día la casa de Gallaga, en la que fue recibido con todo el aprecio y consideración debidos al que de seguro era administrador y amo de Corralejo, y podía tal vez llegar á ser pariente muy allegado; pues el objeto de semejantes visites, á más de ir por lo regular semidescubierto, es de suyo muy adivinable.
Llegada la hora de comer, rodearon la mesa don Cristóbal con las personas que le acompañaban y don Antonio con las personas de su familia, entre las que se hacían notar, por el esmero del peinado y estudio del vestido, las dos hijas, que en el silencio de su pudor ambicionaban cautivar el pecho de un huésped tan honorable.
De zagalejo y con el cabello suelto servia las viandas la muchacha sobrina, virgen esbelta, de color rosado, fisonomía simpática, regulares facciones, frente despejada y de una índole tan bella y suave como el clima de su tierra. Los torneados brazos de la rancherita, visibles al servir ella los platillos; la sencillez del traje que permitía adivinar la voluptuosidad de las formas, y las miradas de fuego que arrojaban sus ojos pudibundos, desviaron la pretensión y don Cristóbal se apasionó súbitamente de Ana María Gallaga, que tal era el nombre de la muchacha que servia la mesa.
El amor se va adonde él quiere, y no donde lo envían, dícese comúnmente.
Poco rato después de la comida, don Cristóbal trató de retirarse para Corralejo, comenzando por despedirse de cada una de las personas de la familia Gallaga en particular. A cierta distancia del grupo de familia, humilde, medrosa y compungida estaba Ana María, atándose la profusa cabellera y mirando al soslayo á don Cristóbal.
El instinto del amor habríale revelado acaso su futuro enlace, y no podía ver al huésped de Corralejo sin suspirar y sin estremecerse... Muchacha tierna y sencilla, no podía explicarse de manera alguna aquel repentino trastorno de su sensibilidad, pues amaba por primera vez y su corazón tenía el vigor de la pubertad...
Don Cristóbal anduvo hacia Ana hasta acercársele, y estrechándole la mano en ceremonia de despedida, le dejó en ella una onza de oro: ¡terrible suceso para un corazón ya conmovido!
Marcháronse por fin los señores de Corralejo, y mientras que se alejaban de la casa, acompañados de don Antonio Gallaga que, montado á caballo iba á encaminarlos, según acostumbran á hacer con sus huéspedes los rancheros de buena crianza, la sobrina, poniendo de manifiesto la onza, dijo á la familia con la sublime sencillez de una inocente aldeana:
- El señor que me dio la mano al despedirse me dejó esta medalla sin ojo.
Tales fueron sus palabras.
- Guárdala y espera las resultas - le respondió con maliciosa sonrisa lo familia; y á los pocos días llegó la carta de pedimento.
¡Amores rústicos y sencillos fueron estos! Amores afortunados que no conocieron ni la angustia de la incertidumbre, ni la tristeza mortal del desdén, ni el furor rabioso de los celos. El corazón de un hombre y el corazón de una mujer se unieron así por misterioso impulso, sin excitar tempestades, ni encontrar aquel abismo con que el ocaso suele separar para siempre a los corazones que se aman.
Casáronse don Cristóbal Hidalgo y Ana María Gallaga y vivieron en Corralejo. A su primer embarazo Ana María vino á salir de su cuidado á la casa de los tíos que la criaron sirviéndole de padres, en el rancho de San Vicente, conforme á la prudente costumbre (en aquel entonces más generalmente seguida) de que las esposas lleguen á ser por primera vez madres al abrigo tutelar del techo paterno.
El parto acaeció el ocho de mayo de mil setecientos cincuenta y tres, día de la Aparición de San Miguel Arcángel; y ocho días después, el diez y seis de mayo, el infante nacido fue bautizado y llamado Miguel, en la capilla de la inmediata hacienda de Cuitzeo de los Naranjos.

Fe de bautismo del ilustre Hidalgo:











Parroquia de Dolores «Yo, el ciudadano Teodoro Degollado, teniente encargado del curato y juzgado eclesiástico de este pueblo de Pénjamo y su partido, con asistencia del presente notario nombrado, doy fe que en un libro de bautismos de esta iglesia, forrado en pergamino, que registré, en el año de 1753, fojas 16, se halla una partida que es del tenor siguiente:
«En la capilla de Cuitzeo de los Naranjos, á los 16 de mayo de 1753; el Br. Don Agustín Salazar, teniente de cura, solemnemente bautizó, puso óleo y crisma y por nombre Miguel, Gregorio, Antonio, Ignacio, á un infante de ocho días, hijo de Don Cristóbal Hidalgo y Costilla y de Doña Ana María Gallaga, españoles cónyuges, vecinos de Corralejo; fueron padrinos Don Francisco y Doña María Cisneros á quienes se amonestó el parentesco de obligación, y lo firmó con el actual cura.- Bernardo de Alcocer.»- Concuerda con la original de dicho libro á que me remito: va cierta, fiel y verdadera, corregida y concertada, y para que conste donde convenga la saqué hoy 17 de enero de 1825.- Teodoro Degollado.- Felipe de Jesús Cisneros, notario nombrado.»


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Tomado de: México a Través de los Siglos

VIVIR SIN ARREPENTIMIENTOS

VIVIR SIN ARREPENTIMIENTOS
DE ARNAUD MAITLAND, GRUPO EDITORAIL NORMA
El autor propone “cinco enseñanzas que son el corazón de la práctica budista cotidiana: estas verdades siempre son válidas y cualquiera, joven o viejo, puede entenderlas”.

Amigos, un precioso cuerpo humano,/ por ser una ocasión única y la conjunción correcta,/ es muy difícil de hallar dentro de las seis formas de vida./ Tan encantado como un ciego/ que se topa accidentalmente con un tesoro escondido,/ usen este cuerpo para alcanzar prosperidad y bienaventuranza. (Longchempa, sabio budista del siglo XIV.)

¿Cómo podemos sacarle el máximo provecho a nuestra vida? Para un budista tibetano, la respuesta a esta pregunta siempre comienza contemplando nuestra enorme suerte por tener una existencia humana. Una imagen tradicional dice: “Tiene mayor probabilidad una tortuga de mar ciega de pasar su cabeza por el agujero de un yugo arrojado al océano, que nosotros de adquirir un cuerpo humano”. Entendiendo que la vida humana es un regalo precioso que debemos apreciar, un budista tradicional suele comenzar el día recitando un texto o una frase para invocar la apreciación del cuerpo, de la mente y de los sentidos, los medios de que disponemos para aprovechar al máximo nuestra vida.

Cinco verdades o enseñanzas dharma nos proveen la estructura que orienta hacia una vida plena de sentido. Estas verdades siempre son válidas, independientemente del tiempo y del espacio. En su simplicidad, cualquiera, joven o viejo, puede entenderlas. Estas cinco verdades centrales –apreciación, impermanencia, karma, inutilidad del sufrimiento innecesario y libertad– son el corazón de la práctica budista cotidiana.

Si no logramos integrar estas verdades de vida a las experiencias del día a día, sentimos una suerte de vacío. Algo indefinible nos está faltando. Nuestras metas permanecen inalcanzables, nos sentimos incomprendidos. Las frustraciones, las emociones, las lágrimas, las resistencias internas y la esperanza infundada de que algún día todo esto mejorará espontáneamente, todo ello es indicio de la falta de conocimiento.

Encarnando estas cinco verdades a través de la meditación y la ejercitación, podremos acceder a la profundidad que tanto anhelamos. Nuestra vida adquirirá dimensión espiritual. A medida que estas verdades formen parte de lo que pensamos, decimos y hacemos, viviremos más armoniosamente con las cosas como son, sin arrepentimiento ni tiempo malgastado. Si estas verdades están presentes en nuestra mente, estaremos preparados para cuando la muerte nos alcance. Ellas forman un marco referencial en el que la mente se despliega hacia su intrínseca perfección. En las páginas siguientes expondré mis propias reflexiones acerca de su importancia, y para ello me basaré en mis estudios y en mi experiencia a través de estos años, cuando me propuse comprender el significado de estas enseñanzas básicas, pero profundas.


Apreciación

El camino espiritual comienza al darnos cuenta de que nuestra vida y la de todos los seres sintientes tienen valor y merece respeto. Cada ser humano tiene cuerpo, mente y la energía vital para usarlos de manera provechosa. Se puede ser feliz y ser útil a los demás de muchas maneras diferentes. El poder apreciar estas oportunidades es la clave de una existencia plena de sentido.

Nuestro cerebro y los circuitos neuroquímicos prosperan en la apreciación. La investigación científica muestra que, así como la adquisición de nuevas destrezas estimula la producción de neuronas, generar sentimientos de apreciación también incrementa la cantidad de neuronas en el cerebro. La gratitud y la apreciación fortalecen el sistema inmunológico, además de otros sistemas en el organismo. Mejora la circulación y hace que la mirada adquiera brillo. Según las enseñanzas budistas, esta vivacidad y vitalidad son nuestro patrimonio.

Como toda actitud mental, de-sarrollar la apreciación es cuestión de costumbre. Cuando estamos entrampados en pautas negativas, parece que no hay nada que apreciar: toda nuestra energía parece centrarse en los problemas. El negativismo tiene su propia lógica apremiante. Sin embargo, aun cuando no nos sintamos particularmente agradecidos, podemos aprender a despertarnos a los aspectos positivos de cualquier experiencia del momento.

Así como adquirimos pautas negativas por la repetición constante de pensamientos y sentimientos negativos, podemos desarrollar la apreciación cultivando pensamientos y sentimientos de gratitud. Todo sentimiento de apreciación, hasta el más pequeño, estimula nuestra energía y nuestro entusiasmo, y nos impulsa a avanzar. Pronto la mente se acostumbra a la energía vital de los sentimientos y los pensamientos positivos, se pone en marcha una transformación interior y nuestra inteligencia y energía asumen nuevas formas.

Podemos comenzar apreciando todo lo que aprendimos y realizamos hasta este momento. Luego, podemos apreciar las posibilidades latentes en nuestras circunstancias actuales. ¿Cuánta más sabiduría y amor somos capaces de vivenciar antes de morir? En momentos de crisis, la apreciación puede ser un potente remedio. Podemos preguntarnos: “A pesar de todos mis problemas, ¿qué hay de bueno detrás de esta situación y en mi vida?”; “¿De qué cosas estoy seguro entre tanto cambio e incertidumbre?”. Plantearse estas preguntas genera apreciación.

Buscamos soluciones al preguntarnos cosas del tipo: “¿Cómo puedo mejorar esta situación?” y escuchando la respuesta. La gratitud por la orientación que recibimos nos ayuda a entender que ninguna condición es definitiva, ningún sufrimiento es desesperanzado. Cada situación nos brinda la oportunidad de abrirnos a un conocimiento más amplio. Al profundizar la apreciación, nacen el amor y la sabiduría.


Impermanencia

Entender la impermanencia enciende nuestra pasión por explorar aun más nuestro potencial. Se considera que el hombre vive en promedio unas cuatro mil semanas. Es como si viviéramos un tiempo prestado y un reloj de arena invisible midiera los días dejando caer los granitos. ¿Cuántos días nos quedan? Cada vez nos queda menos tiempo. Estamos seguros de que vamos a morir; lo que no sabemos es cuándo ni cómo. Nuestra respiración nos une a la vida. Un día, después de haber inhalado varias veces, exhalaremos por última vez y ése será el fin de esta vida. Toda vida tiene un plazo. Todo momento –sobre todo éste– cuenta.

La impermanencia quizá sea la principal característica de la existencia humana. En nuestra vida diaria, los buenos y los malos momentos vienen y van. Los niños crecen y los adultos envejecen. La vida se perpetúa en infinitos ciclos. Todo tiene un comienzo, un centro y un final, cada comienzo contiene su propio fin y cada fin encierra la promesa de un nuevo comienzo. Nada permanece tal como es ahora: el presente no vuelve. Parte del arte de vivir es poder comenzar bien cada momento, centrar la atención, soltarse gentilmente y, luego, despedirse dándole a cada instante sus propias cualidades.

Un día que no concluyó adecuadamente proyectará los elementos no procesados al día siguiente. Quizá sea algo que descuidamos o pasamos por alto, o un sentimiento que no hemos podido sentir; cualquiera sea su forma, los elementos del día no resueltos nos acompañan como un equipaje molesto. La frustración de hoy obedece a causas que ocurrieron en el pasado; si tampoco cuestionamos nuestro desengaño, éste se convierte en otro resto de experiencia antigua que va apilándose como basura en una esquina.

Si experimentamos la transición de un día al otro con conciencia, podemos ingresar en el futuro con una mente más liviana y abierta. Al finalizar el día o una fase, podemos pasar revista a todo: recuerdos intensos, logros, arrepentimiento y remordimiento. Aceptamos lo ocurrido y, luego, lo dejamos ir. Así, la transición al día siguiente es más fácil. Ya no cargamos con el peso de relaciones tirantes o penosos recuerdos de nuestras acciones desconsideradas. Nada pesa sobre nuestra conciencia; los pensamientos culposos o la pena de sí no nos consumen. Hasta la muerte se convierte en algo para celebrar, como un nacimiento, una vida valiosa que concluye y el comienzo de algo nuevo.

Impermanencia no es un simple concepto, sino una experiencia vital. Con la práctica, mente y corazón se familiarizan con la impermanencia, y nos movemos con el cambio en lugar de resistirlo. Hay un método para ser conscientes del paso del tiempo: se trata de focalizar la conciencia en el ciclo de la respiración, centrándonos en cada inspiración y exhalación de manera neutra. A medida que nos acoplamos al ritmo de la respiración, la cualidad siempre cambiante del tiempo se vuelve inseparable de la conciencia. La apreciación por el flujo constante del tiempo pasa a ser algo natural en nuestra vida cotidiana. Consustanciados con el flujo, nos sentimos cómodos con el cambio. La impermanencia ya no es más un obstáculo o una amenaza, sino la puerta hacia el cambio positivo.


Karma

En el budismo, la conexión causa-efecto se conoce como ley del karma. Todo lo que pensamos, decimos y hacemos –o dejamos de hacer– tiene sus consecuencias. Hasta el pensamiento más fugaz, la palabra más simple, el más pequeño gesto, todo tiene sus efectos. Nuestra conducta anterior nos ha conducido a las actuales circunstancias. La tensión corporal expresa la verdad del karma, así como nuestro cuerpo guarda el registro de nuestro pasado. Si nos falta alguna cualidad en nuestra vida es porque no la introdujimos previamente; sin una causa en particular no podemos esperar el resultado correspondiente. De la misma manera, nuestras acciones en el presente determinan nuestra felicidad futura. Aunque quisiera intentarlo, nadie puede arreglarnos la vida. La gracia no nos llega de afuera, sino de nuestro interior.

Es fácil confundir karma con destino. Y decimos “Oh, ése es mi karma”, mientras suspiramos con resignación. Esta respuesta tiende a eximirnos de nuestra responsabilidad, como si dijéramos “en realidad no es mi culpa”. La raíz de la palabra karma es “kr”, que significa “hacer”, “realizar” o “llevar a cabo”. Karma se refiere a acción o motivación, y también a resultado. Si la motivación de los pensamientos es impura, será imposible lograr un resultado plenamente positivo. Una intención negativa socava el valor del ser humano y causa sufrimiento innecesario a todos; no puede producir un resultado constructivo. Sólo una actitud positiva puede, eventualmente, generar un resultado positivo.

Dado que nuestra conducta tiende a ser una mezcla de intenciones positivas y negativas, puede resultar difícil distinguir los efectos de nuestros actos. Sin embargo, si aprendemos a seguir nuestras motivaciones en sus desvíos y logramos enderezarlas una y otra vez, con el tiempo obtendremos los resultados deseados. Los actos madurarán según cómo fueron realizados. Sus resultados revelan nuestra intención. Si las cualidades del cuidado y la atención focalizada son parte de un proyecto, seguramente se manifestarán en los resultados. Nuestro buen karma se multiplicará geométricamente en la medida en que otros se beneficien de nuestra obra y que los resultados perduren. Karma positivo significa sabiduría en acción.


Sufrimiento innecesario

En un sentido la mente es neutral, tan capaz de producir felicidad como dolor. No tiene preferencias por una expresión alegre sobre una enojada, o viceversa. No obstante, es cierto que la manera en que funciona la mente –a gran escala o limitada– determina nuestra forma de vida. Si la mente genera felicidad, nuestra experiencia será positiva; si, en cambio, funciona para generar sufrimiento, nuestra experiencia será negativa. Dado que la naturaleza de la mente es neutral, es posible reducir las causas del sufrimiento y fortalecer las de la felicidad.

Un trozo de tela mojado en aceite se empapará de aceite; de la misma manera, los seres humanos asumen las características del ambiente que los rodea. Algunos aprenden desde niños a desconfiar de sus propios sentimientos y pensamientos, lo cual desemboca en alienación respecto de sí mismos y de los demás. Una vez consolidada semejante pauta de desconfianza de sí mismo, ésta tiende a moldear todas las experiencias siguientes. A cualquier edad podemos buscar validación adhiriendo a las normas y valores de otras personas, tomando las expectativas del mundo que nos rodea como la vara que usaremos para medirnos. Al no reconocer nuestro propio valor, somos incapaces de reconocer y apreciar cualidades especiales en los demás.

Los atletas luchan para sobreponerse a pautas personales que socavan su performance proponiéndose aprender de los obstáculos y aprovechar al máximo su talento. También nosotros podemos proponernos abordar los obstáculos en nuestro camino como maestros, es decir, en tanto oportunidades para fortalecer nuestros recursos mentales y de energía. Seremos más sabios reconociendo nuestros errores y aprendiendo de ellos. Nuestras frustraciones, el desamparo y la resistencia a la vida pueden convertirse en importantes fuentes de conocimiento. Observando lo que se esconde detrás de estas experiencias, podemos aprender a descifrar sus mensajes ocultos. Entonces, los contratiempos ya no lograrán desviarnos de nuestro camino porque sabemos que son una fuente invalorable de autocomprensión.

El sufrimiento ocurre en el cuerpo y en la mente, por lo tanto debemos buscar las soluciones en ambas instancias. A través de la pena y el dolor, la vida nos informa de aspectos de nuestro ser que permanecen poco desarrollados. Aunque no siempre podamos descifrar el mensaje o seamos inconscientes de gran parte del conocimiento que yace velado en nuestro interior, aun así podemos reunir la confianza necesaria para profundizar, recordando que somos responsables de nuestras propias desilusiones. En lugar de buscar un culpable afuera, podemos optar por el camino más sensato, el de examinar las causas de nuestro sufrimiento y la dinámica que lo sostiene. Una base sólida de autoconocimiento puede reemplazar gradualmente la base inestable del yo que sufre sin saber por qué. Porque nos ayuda a descubrir las condiciones que conducen a la felicidad, el sufrimiento nos muestra el camino a la libertad.


Libertad

El budismo tibetano sugiere que existen cuatro puertas que conducen a la libertad. La primera puerta tiene un cartel que dice: “Olvida el pasado”. No te aferres a aquello que te ocurrió anteriormente porque podrías perderte todo lo que la vida tiene para ofrecerte. Considera el pasado como una ciudad que has dejado atrás y atraviesa la primera puerta sin arrepentimiento. El cartel en la segunda puerta dice: “Participa en todo lo que ocurre en este momento, no te retengas”. La llave que encaja en la cerradura de esta puerta es la participación plena. Cada vez que te entregues con el alma y el corazón se abrirá la segunda puerta. Cuando no estés obsesionado con el pasado y te halles totalmente inmerso en el presente –en tu trabajo y en tu amor por la vida y por otros seres– naturalmente llegas a la tercera puerta, cuyo cartel dice: “Abandona todo sentido del yo”. En lugar de detenerte en preocupaciones egoístas centrándote en todo lo bueno que pueden procurarte tus actos –como lograr fama y fortuna–, te centras en ser y en hacer con pasión: en experiencia y vida desligada del yo. Ahora, de la manera menos pensada, te hallas frente a la cuarta y última puerta: “Despójate de toda idea de futuro”. Cuando tu mente deje de divagar por el futuro, por aquello que serás o harás más adelante, te quedarás con el ahora, y la última puerta se abrirá de par en par. Sin pasado, totalmente comprometido, liberado del yo y sin expectativas, serás libre.

Nos han condicionado a creer que los seres humanos se encuentran imposibilitados de cambiar sustancialmente. Es el conocido “Yo soy así”. Si bien a veces nos sentimos contentos, libres y seguros de nosotros mismos, no tenemos control sobre esos estados de ánimo y no podemos sostenerlos. A la larga nos sentimos frustrados al comprobar nuestra impotencia y nuestra incapacidad para manejar nuestra vida. Si no trabajamos con esa frustración, podremos terminar en un camino sin salida, confiando nuestra sed de libertad interior a un diario íntimo, o encerrándola en algún rincón privado de nuestra mente.

Hay otra manera. Cuando logramos prestar atención a nuestras emociones negativas sin la compulsión de actuarlas, la conciencia se expande y descubrimos que somos libres de elegir la cualidad de nuestras actitudes y respuestas. La conducta compulsiva cede, y los pensamientos constructivos y los actos positivos surgen con mayor facilidad y naturalidad. Ya dejamos de correr detrás de aquello que nos hace felices o de evitar lo que nos ofende. Erigimos nuestro hogar en el espacio y en el poder de la mente abierta, antes que en los límites del yo mismo. La vida es lo que hacemos de ella, y el tiempo nos ofrece oportunidades de cambiar y crecer.

La reflexión sobre estas cinco verdades –apreciación, impermanencia, karma, sufrimiento innecesario y libertad– puede encender una transformación interior que ponga fin a la punzada de la impotencia. Nos damos cuenta de que no saber cómo darles un giro positivo a nuestras emociones también es conocimiento. Sabemos que no sabemos, todavía no tenemos el conocimiento que necesitamos. Pero las respuestas no se producen a través del intelecto. Las enseñanzas budistas ofrecen el insight así como también un camino de acción para fortalecer nuestra capacidad de conocer. A nosotros nos corresponde elegirlo, y esta libertad de elección es la libertad de ser.

En el budismo, todos somos estudiantes de por vida. El proceso de desarrollar la conciencia es como tallar un diamante: la paciencia y la pericia harán aparecer las cualidades más exquisitas de la piedra. El proceso de despertar la conciencia tiene múltiples facetas, que cobran sentido y belleza con tiempo y trabajo. A medida que empezamos a entender y encarnar las cinco verdades, esperanza y temor se convierten en certeza y confianza.

Los textos clásicos del budismo se refieren a este viaje como el Camino de los Héroes. El sobreponerse a las pautas personales y culturales requiere coraje heroico y resolución. Como reza un antiguo dicho tibetano, “deberá crecer un hueso en nuestro corazón”.

* Fragmento de Vivir sin arrepentimiento. La experiencia humana a la luz del budismo tibetano (ed. Norma).

CONCLUSIONES- los hombres necesitan un Dios terrible

Los hombres necesitan un dios terrible
Para nosotros los mandamientos son hoy la representación de algo que existió y debe haber en todas las culturas: una lista de necesarias frustraciones de los deseos de los ciudadanos. Esto es imprescindible porque el deseo es infinito, polivalente, y no tiene límites. Por lo tanto, los mandamientos permiten, de alguna manera, frustrar parcialmente ese deseo y encauzarlo de tal forma que pueda ser soportable y armónico para la sociedad. En todas las culturas, los tabúes, las prohibiciones y también las prescripciones —en definitiva las normas— lo que hacen es implantar frustraciones socialmente aceptables.
Los diez mandamientos fueron en su momento una lista de frustraciones personales, desde el punto de vista cultural. En la actualidad algunos de ellos siguen vigentes. «No matarás» o «No mentirás» son preceptos con los que cualquiera puede estar de acuerdo. Hay otros mandamientos, en cambio, que han perdido vigencia, que no son vistos como instrumentos para frenar el deseo. Lo que debemos asumir no es la vigencia de uno u otro mandamiento, sino la idea de que vivir en la civilización implica aceptar un conjunto determinado de mandamientos que regulen de alguna forma la vida en sociedad.
Las leyes de Moisés son la respuesta a distintas acciones posibles de los hombres. Es por esta razón por lo que en nuestros días podríamos estar en presencia de nuevas reglas si tenemos en cuenta la existencia de situaciones antes desconocidas. Por ejemplo, la genética y los experimentos de fecundación artificial abren un campo a nuevas perspectivas de las que nacen posibilidades que no existían. Aristóteles nunca se preguntó ni se preocupó por estos temas porque no sabía que podían existir. En cambio, hoy tenemos que plantearnos la posibilidad de que un hijo nazca sin padre, sin madre y sin una línea de filiación. Es algo que hay que aceptar, más allá de lo que se pueda hacer desde la ciencia, más allá de lo puramente científico, porque —como ya dijimos— que dicha persona nazca sin una filiación definida supone una injusticia desde el punto de vista moral. Todo esto obliga a reflexionar sobre situaciones que hasta hace poco no se podían concebir. No estamos en presencia de una nueva moral, sino de nuevos campos de aplicación de principios que se han mantenido a través de los siglos.
Los mandamientos se difundieron por todo el mundo, pero en todas las culturas siempre existieron distintos tipos de tabúes similares. Ninguna de las leyes de Dios es arbitraria pues entre ellas sé encuentran conceptos morales universales. No se da el caso de culturas que prefieran la mentira a la verdad, la cobardía al valor, etcétera. Existen parámetros bastante homogéneos que en ciertos contextos se formulan de una manera, y en otros de otra, según los pueblos y los tiempos.
Más allá de las críticas, incluso desde el punto de vista de quienes no somos creyentes, la idea de un dios terrible, cruel y vengativo no está mal pensada, porque en definitiva todos los tabúes se basan en algo terrible. ¿Qué pasaría si no cumpliésemos? ¿Qué pasaría si todos los hombres decidiéramos matarnos unos a otros? ¿Si decidiéramos renunciar a la verdad o robáramos la propiedad de los demás o violáramos a todas las mujeres que se cruzaran en nuestro camino? Un mundo así sería horrendo. Ese dios terrible es el que representaría el rostro del mundo sin dios. La divinidad que castiga es, en el fondo, lo que los hombres serían sin las limitaciones impuestas por el dios. Es cierto que ese Yahvé puede resultar espantoso, pero los hombres sin tabúes pueden resultar peores. Ese rostro temible del dios nos recuerda lo fatal que sería carecer de autoridad, de restricciones al capricho y a la fuerza. Todos apostamos por la imagen que Cristo introdujo en el mundo, la de un dios martirizado, humano y cercano. No cabe duda que es una imagen poética de un ser infinitamente superior. Pero desde el punto de vista de la legalidad, el dios vengativo y cruel es mucho más eficaz, porque el amable dice: «Amaos los unos a los otros y no necesitaréis leyes»... y es verdad, pero por desgracia no nos amamos los unos a los otros. Así es como volvemos a otro precepto más contundente: «Temeos los unos a los otros y aceptad las leyes».

X NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS

X
No codiciarás los bienes ajenos
El escritor y Yahvé analizan las dificultades para hacer cumplir este mandamiento
Qué difícil debe de ser cumplir con este precepto cuando la codicia parece que funciona en todo el mundo de una manera abrumadora. Vemos que una serie de personajes, incluso los más celebrados, son codiciosos, y en ocasiones de un modo insaciable. Por mucho que hayan alcanzado, acumulado o robado, nunca es suficiente. Los mayores fraudes no los cometen quienes quieren hacerse ricos, sino quienes quieren hacerse más ricos. Y esto ocurre —tú lo sabes bien— en un mundo donde millones y millones de personas viven con menos de un dólar diario. El espectáculo de la codicia desenfrenada asusta y repugna a la vez.
De cualquier manera, te reconozco que la envidia —el motor de la codicia— no siempre es negativa. Me refiero a la entendida como deseo de emulación, de competencia, de hacer las cosas mejor que el otro o de conseguirlas sin quitárselas a nadie. No sólo hablamos de los objetos materiales, sino también de las virtudes de las personas: la valentía, la sinceridad o el conocimiento, también son envidiables, porque pueden producir un estímulo positivo.
Pero los hombres somos así: cuando se trata de cosas tangibles, la envidia del dinero, del prestigio, de representación ante los demás se convierte en un elemento embrutecedor. Vemos que muchas personas, en su deseo de sobresalir, empiezan a adquirir un rostro de avidez que provoca miedo.
Yo no he visto a los condenados de tu infierno. No te preocupes... si tú lo permites no tengo ningún interés en verlos de cerca, pero imagino que deben de tener esa cara de avidez insaciable y eterna que tienen quienes son codiciosos, cuando quieren poseer lo que todavía no tienen. Y qué decir de aquellos que en la historia envidiaron y codiciaron tu nombre y tu poder, de esos hombres que se consideraron a sí mismos dioses y trataron a los demás con tu estilo caprichoso y vengativo. Creo que estamos de acuerdo en que cuando se trata de cuidar las formas nunca has sido muy atento.

ENVIDIA Y CODICIA
Este mandamiento, tal como lo conocemos, parece desprenderse del noveno, lo cual demuestra la enorme importancia que tienen los conceptos de la envidia y el deseo.
La envidia es el más sociable de los vicios. Proviene de nuestro carácter de animales gregarios. Envidiamos porque nos parecemos unos a otros y, como ya dijimos, la mayoría de las cosas que nos resultan apetecibles son las que vemos desear a otros. Por ejemplo, cuando se hacen regalos a un grupo de niños pequeños, cada uno de ellos está más pendiente de lo que le han dado a los demás que del suyo.
En este terreno, las semejanzas nos pueden enfrentar cuando queremos lo mismo que los otros, sobre todo cuando vemos que se trata de algo que no puede tenerlo más que una sola persona. De ahí surge la competencia y la envidia que tienen su origen en nuestra sociabilidad, pero que también se convierten en una amenaza para la misma.
Para el rabino Isaac Sacca, «este mandamiento en cierta medida desencadena los anteriores. El que envidia roba, el que envidia levanta falso testimonio, el que envidia mata, el que envidia comete adulterio. La envidia es la raíz de los grandes males de la sociedad. Dios no nos convoca a apartarnos del mundo, pero nos advierte: cuidado con el descontrol de la codicia, de la envidia y de la ambición, porque eso destruye al hombre y lo lleva a matar, robar, cometer adulterio y mentir, que son los grandes males de la sociedad».

La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
FRANCISCO DE QUEVEDO

En todas las épocas ha existido esa envidia flaca y amarilla, pero a lo largo de los siglos estuvo distribuida en grupos, estamentos o castas. En las sociedades jerarquizadas, los inferiores no se envidiaban más que entre sí. No lo hacían con sus superiores. Por ejemplo, un paria de la India, considerado el estamento social más bajo, no envidia al brahmán, pero quizá sí a otros parias. Son tipos de sociedades donde la movilidad es horizontal.
Otro ejemplo se aprecia en el teatro clásico, donde los problemas están divididos por grupos humanos. Los nobles y los aristócratas tienen su propio conjunto de rivalidades y ambiciones, mientras que los criados y las personas de clases inferiores tienen sus envidias particulares. Pero son sentimientos que no interfieren unos con otros. Lo característico de una sociedad de iguales, que comienza a vislumbrarse a fines del siglo XIII es que la envidia se democratiza.

TODOS SE ENVIDIAN
Puesto que todos somos iguales, todos podemos envidiar a todos. A la persona de clase más baja le gustaría ser el gran financiero, o la gran actriz de cine o el ganador de un concurso de televisión. Ninguno de nosotros se considera excluido de nada. No creemos que haya clases determinadas, sino que «cualquier cosa que tenga el otro yo también lo puedo poseer». De ahí que en la sociedad capitalista, con la envidia democratizada, lo que se genera es el deseo de ascender y de acumular, puesto que todos podemos llegar a lo más alto. En el mundo moderno tenemos la sensación de que la envidia ya no está dividida en grupos, sino que es algo más abierto y generalizado.
Hoy en día ser envidiado es un valor, una forma de prestigio, porque, en definitiva, quien nos envidia nos ofrece un relativo homenaje. Uno se siente halagado pues se siente elevado a una posición superior al que lo envidia. Por lo tanto, y aunque parezca un juego de palabras, no sólo envidiamos una serie de cosas, sino también la condición de envidiados.
Otro de los ingredientes que forman parte de estos temas es la ostentación. En otras épocas más puritanas a los ricos no les gustaba ostentar. Los poderosos de finales del siglo XIX y principios del XX vestían y vivían de manera muy sobria. Pero todo se transformó y hoy parece que para disfrutar de lo que se tiene hay que ponerlo en evidencia, de manera que se pueda ser envidiado. Nadie renuncia a aparecer en esas revistas que muestran las casas de los famosos con sus cuadros, joyas, muebles, etcétera. Las fiestas son exhibiciones públicas donde se va a ser mirado, para mostrar automóviles de lujo, mujeres hermosas y hombres guapos. En definitiva, la mayoría de las cosas destinadas a ser disfrutadas exigen que haya otras personas que no las tengan, que sean exclusivas de quien las disfruta.
Pero esto no es patrimonio exclusivo dentro de los grupos de poder. También hay envidia dentro de la miseria, entre quienes tienen muy poco. Existe en los campos de concentración, donde puede generarla un par de zapatos o un cuenco para beber agua que otro posee. La envidia no nace sólo en cuestiones superfluas, sino también en los momentos de mayor angustia ante una necesidad más urgente. Se trata, en estos casos, de uno de los sentimientos más patéticos y angustiosos que tiene que ver con el instinto de supervivencia.

LA DEMOCRACIA Y LA ENVIDIA
La democracia también fomenta la envidia y la extiende. La envidia también codicia ese bien que es el poder, el mando que se tiene sobre la comunidad. En este caso se convierte en un valor positivo. Por ejemplo, dentro del régimen democrático, es positiva la vigilancia que ejercemos sobre nuestros dirigentes porque somos envidiosos. No estamos dispuestos a consentir que quienes detentan nuestra representación en la sociedad posean privilegios indebidos. Aunque les otorgamos una serie de ventajas, no queremos que se aprovechen del espacio que les concedimos con nuestro voto. La propia envidia democrática los señala cuando cometen actos incorrectos y les dice: «Eso no puede ser». A un rey absoluto, a cualquiera de los grandes monarcas de la antigüedad, nadie le reprochaba sus depredaciones, su lujuria, ni ningún otro tipo de abusos, pero a nuestros dirigentes sí, porque consideramos que son como nosotros y, como también quisiéramos tener esas ventajas, no estamos dispuestos a regalárselas si son indebidas. Así pues, en la democracia a veces la envidia funciona como un mecanismo de vigilancia política que abarca a los funcionarios, a los grandes empresarios y a los grupos de poder. En este sentido, la envidia cumple una función purificadora porque gracias a ella no pasamos por alto cierto tipo de corrupciones.

Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda.
MARTÍN LUTERO

Según Martín Caparrós, «se supone que uno debe codiciar los bienes ajenos para poder progresar. Se supone que la forma de progresar consiste en conseguir una serie de bienes, y si uno los tiene que ir a conseguir es porque no son suyos. Entonces, si se tomara al pie de la letra este mandamiento, tendríamos que volver a una especie de comunidad primitiva, en la que nada es de nadie y todos los bienes están ahí. La aplicación estricta de este mandamiento acabaría en treinta segundos y cuatro décimas con el capitalismo, y con todos sus productos. No sería mala idea mandarle un par de e-mails al Papa para ver si no quiere insistir en que se cumpla este rarísimo mandamiento».

LA ENVIDIA HALAGADORA
En el mundo de la publicidad el juego de la envidia es muy curioso. Por una parte, quiere vender productos a la mayor cantidad de gente posible. Pero el publicitario también tiene que hacer que quien vaya a comprar su producto se sienta único. Tiene que vender un tipo de ropa, un alimento o un viaje que haga pensar al comprador que lo va a transformar en un ser único, pero al mismo tiempo deben vendérselo a la mayor cantidad de gente posible. ¿Cómo se logra convencer a alguien de que debe adquirir un producto para distinguirse de los demás, y hacerlo de tal manera que todo el mundo pique y busque diferenciarse del mismo modo? Si la publicidad es efectiva no se tratará de una distinción, sino será un reconocimiento entre muchos. Se producirá una masificación del producto y la persona.
Donde exista una comunidad de bienes no puede haber codicia, puesto que ningún bien es ajeno. Codiciar las cosas del otro es característico de las sociedades donde existe la propiedad privada. En tales sociedades, las personas que no tienen, envidian y desean lo que otro posee. Por supuesto que la propiedad nunca es completamente privada. Toda riqueza es social. Nadie se hace rico en la soledad o por su propio genio, porque su talento se ejerce socialmente y ésa es la clave de su éxito. Pero como todas las riquezas son sociales, también tienen como límite la misma sociedad, gracias a lo cual se puede tratar de igualar a los integrantes de las comunidades.
Cuando se produce una hipertrofia hacia un extremo y se pierde el equilibrio dentro de un cuerpo social, las cosas se pueden solucionar con la expropiación de los bienes para extender los beneficios de los que gozan unos pocos. Grandes revoluciones a lo largo de los siglos fueron el resultado de la acumulación excesiva de propiedades por parte de los poderosos, desposeyendo a los demás. Por lo tanto, la solución que encontraron los revolucionarios fue tomar esos bienes y distribuirlos. Por supuesto que éstos son temas sumamente complejos donde se mezcla no sólo lo político, sino también lo moral.
Según el padre Busso, «la propiedad privada para el cristianismo es un concepto primario, pero subordinado, no absoluto. Los bienes de la creación han sido otorgados a todos. Por ejemplo, la expropiación para el bien común es algo permitido en la vida y la moral cristianas. Si la propiedad privada hiere o realiza algún acto injusto contra lo ajeno, es evidente que el bien común prima sobre el privado. El problema de la indigencia no tiene su origen en la cantidad de comensales del mundo, sino en la distribución de la comida en la mesa».
La ambición por tener poder y dinero muchas veces sirve de tapadera de carencias que no pueden adquirirse como los bienes materiales. Quizá uno de los ejemplos más contundentes en este sentido lo haya mostrado Orson Welles en su obra maestra, Ciudadano Kane. El protagonista acumula objetos de todo tipo en su mansión de Xanadú, incluso compra cuerpos y conciencias con su fortuna. Kane había conseguido todo lo que otros afirmaban que hacía felices a las personas. Pero al final de su vida cayó en la cuenta, más allá de lo que dijeran, de que no tenía lo imprescindible: afecto y respeto real, y no ficticio o comprado.

Nadie es realmente digno de envidia.
ARTHUR SCHOPENHAUER

No tengo nada contra aquellos que desean cosas bellas y útiles. No me caen bien aquellas personas que aseguran no tener interés por el dinero, y que no necesitan nada. No me haría ninguna gracia que me robaran las cosas de mi casa. Pero tampoco me parece muy sano desear tener cada día más abultada la cuenta bancaria y querer más y más objetos. No hay que olvidar que aquello que tenemos también nos posee a nosotros.
Marcos Aguinis define con precisión la codicia: «Es una condena para el que la sufre —afirma—, porque lo convierte en un ser mitológico que termina por morirse de hambre, debido a que todo lo que toca es oro. Es decir, es un individuo que jamás puede satisfacerse, que jamás llega a estar feliz, porque todo lo que consigue lo lleva a desear conseguir más. Entonces es una carrera loca, es una rueda que gira en el espacio que nunca llega a ninguna parte».
El rabino Sacca dice que «el Talmud explica que el que más tiene más codicia, el que más tiene más le falta. Si uno tiene cien quiere doscientos, si desea doscientos quiere cuatrocientos. La codicia no es una prohibición dirigida sólo a los que carecen de bienes, sino a la totalidad de los seres humanos. Éste es el último mandato de Dios, si surge el sentimiento de codicia y no lo controla, vuelve a transgredir los nueve anteriores. Se genera un círculo de transgresión permanente».
El precepto «no codiciarás los bienes ajenos» cubre un espectro muy amplio de sugerencias y de temas. La envidia es fundamental en nuestra propia condición, y sobre todo en las sociedades democráticas en las que vivimos. No siempre es negativa, puede servir de control democrático, y un elemento que incluso se transforme en admiración hacia personalidades destacadas.
En este mandamiento también tiene una importancia primordial el análisis de lo ajeno: ¿qué es la propiedad privada? ¿Qué es lo público? ¿Hasta qué punto alguien puede poseer algo en privado? ¿Hasta qué punto todas las riquezas humanas no tienen una dimensión social y colectiva?
Y como siempre, y tal como lo analizamos en el noveno mandamiento, la idea de que nuestro deseo está siempre despertándose al ver desear a otros determinadas cosas. Se trata en definitiva de una cuestión que se sigue enriqueciendo y reciclando y que no tiene una lectura simple. En definitiva, el análisis de la codicia nos abre a una reflexión que llega al fondo de nuestra sociedad, sobre nuestros bienes, sobre cómo los repartimos, los compartimos y convivimos.

IX NO DESEARAS A LA MUJER DEL PROJIMO

IX
No desearás a la mujer del prójimo
El autor dice que no desear a la mujer del prójimo es una antigüedad, y Yahvé se disgusta
En este caso, y como en casi todos los demás mandamientos, te mostrarás en desacuerdo conmigo, pero no me preocupa. Creo que tú sí deberías preocuparte, porque la realidad en estos días no tiene mucho que ver con tus ideas. Por ejemplo: no desearás a la mujer de tu prójimo suena un poquito anticuado. En primer lugar, eso de que sea del prójimo, como si fuera un objeto o una propiedad, no sintoniza con los tiempos liberales y feministas que vivimos.
Por otra parte, te diré que prohibir desear a la mujer es algo incompleto. A riesgo de escandalizarte, te diré que la mujer tiene el mismo derecho de desear al hombre de la prójima. También hay quienes no desean a la mujer del prójimo porque desean al prójimo.
Las cosas, Yahvé, son distintas a como lo eran en los tiempos de Moisés. Las relaciones de pareja ya no son las mismas. Ninguna mujer acepta ser de nadie. Tal vez lo único que hay que agradecerle a tu mandamiento es que a lo largo de los siglos, nada ha hecho tan deseable a las mujeres como que se supusiera que eran de alguien. Es igual que la hierba del campo vecino que creemos más verde: la mujer del prójimo siempre parece especialmente encantadora, porque es inaccesible o se nos niega.
De todas formas, la incidencia del sida modificó las costumbres de alguna gente, que optó por la monogamia más estricta. Pero, por otro lado, hay quienes practican el sexo en grupo o los cambios de pareja.
Además, deberás perdonar que, aunque tratemos de profundizar en el tema para darle mayor seriedad, siempre se nos escape alguna sonrisa.

CODICIAR A LA MUJER DEL PRÓJIMO EN LA BIBLIA
En el Antiguo Testamento encontramos varios episodios relacionados con este tema, pero que no son tratados como una ofensa a Dios. Ya hablamos de Sara, la esposa de Abraham, a quien convenció de que tuviera relaciones sexuales con una concubina para asegurar la descendencia porque ella era muy mayor para poder engendrar un hijo. Pero Abraham participó de otros episodios escandalosos para la moral que, con cierta inocencia, la mayoría de la gente cree que contiene la Biblia. Dice el libro sagrado: «En aquel tiempo hubo una gran hambre en el país, y entonces Abraham se fue a vivir a Egipto, porque la escasez de alimentos era muy grande en la región. Y cuando ya estaba llegando a Egipto, le dijo a su esposa Sara: "Mira, yo sé que eres una mujer hermosa, y que cuando te vean los egipcios van a decir: 'Esta mujer es su esposa', y me matarán a mí, y a ti te dejarán con vida para quedarse contigo. Por eso, diles por favor que eres mi hermana. Así, me irá bien a mí por causa tuya, y me dejarán con vida gracias a ti"». Así ocurrió, el faraón se encandiló ante la belleza de Sara, quien se presentó como la hermana de Abraham y pronto pasó a ser una de las mujeres del monarca egipcio, quien colmó al profeta judío de regalos de todo tipo: animales, esclavos, esclavas. Lo que nunca se podrá entender es por qué Yahvé castigó al faraón de los egipcios con plagas de todo tipo por lo que le había hecho a Sara. Mientras tanto Abraham miraba para otro lado como si no fuera con él. El final de la historia no pudo ser más triste para el faraón. Mandó llamar a Abraham y le dijo: «¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no me avisaste que era tu mujer? Me dijiste que era tu hermana, y por eso yo la hice mi esposa. Ahora, ahí la tienes. Tómala y vete». Entonces el faraón ordenó a unos cuantos hombres que hicieran salir a Abraham de Egipto, junto a su esposa y todo lo que tenía. Se podría decir que parece una historia digna de Almodóvar, pero algunos miles de años atrás y sin cine de por medio.
Lo cierto es que el enunciado de este mandamiento revela que la cuestión está ligada a una forma de posesión y garantía de propiedad muy lejana a las actuales relaciones libres y abiertas que hoy intentamos mantener.
Una feminista diría que la mujer nunca es del prójimo. Una cosa es que en un momento esté en pareja y otra muy distinta que le pertenezca al otro. Es decir, ella es de sí misma y por lo tanto puede aceptar o rechazar otras relaciones porque no pertenece en el sentido posesivo a otra persona.
Éste es un mandamiento que demuestra con claridad el lugar que tenía reservado para el sexo femenino en la época de Moisés. Prohibía codiciar a la mujer del prójimo y sus posesiones materiales: el siervo, la esclava, el asno, la casa. Con el paso de los años el mandamiento se desdobló, se prohibió desear a la mujer, y se puso el resto de las propiedades del prójimo en otra ley.
Se trata de un precepto que tiene que ver también con la envidia. Hay veces en las que algunos hombres se gratifican exhibiendo a su mujer; quieren que otros la miren, pero luego se ponen celosísimos de ver que los demás la desean. Lo cierto es que si estuvieran rodeados de perfecta indiferencia y nadie mirara a la señora se sentirían muy frustrados, pero cuando ocurre lo que quieren empiezan a sentir una tremenda desazón. El celoso lo está del deseo del otro que es imposible de aprehender. Se puede poseer un objeto o una persona, pero no su deseo o los de otros sobre ellos. Casi siempre los celos se relacionan con la envidia. Pero la diferencia básica es que se siente envidia de lo que uno no tiene y celos de lo que uno tiene.
José María Blázquez dice que éste es un mandamiento que se refiere en lo fundamental al derecho de propiedad, «ya que está atado en su origen al resto de las pertenencias personales que tenía el jefe de la familia. No es tanto un pecado sexual, sino contra la propiedad. Hoy a nadie se le puede ocurrir decir que la mujer es propiedad del marido como puede ser el coche que está a su nombre. Al contrario, el coche es de los dos, y más de los hijos que lo usan como si fueran los verdaderos dueños. Se presenta como una redundancia frente al sexto mandamiento, pero porque tenía un carácter social y de posesión».

LA MATÉ PORQUE ERA MÍA
Este mundo de lo posesivo en el terreno amoroso ha propiciado muchas barbaridades. Los crímenes pasionales están basados en que uno de los implicados considera que le van a quitar algo que le pertenece. Entonces se cree con el derecho a actuar como si estuviera defendiendo la casa contra un asaltante, incluso a castigar a la mujer con la muerte porque, después de todo, es una posesión del hombre y con qué derecho se va a ir con otro. Hasta la sofisticada narrativa de Jorge Luis Borges habla del tema. En su cuento «La intrusa» ilustra cómo dos hermanos que se enamoran de la misma mujer resuelven el conflicto entre ambos asesinando a la muchacha.
Todavía se escucha y se repite esa terrible expresión: «La maté porque era mía» como argumento para justificar los hechos más atroces, y el tango presenta, sin duda, un muestrario de estas cuestiones. Un ejemplo son los versos lunfardos de «Dicen que dicen», escrito por el poeta Alberto Ballesteros:

Pero una noche que pa' un laburo
el taura manso se había ausentao,
prendida de otros amores perros
la mina aquella se le había alzao...
Dicen que dicen que desde entonces,
ardiendo de odio su corazón,
el taura manso buscó a la paica
por cielo y tierra, como hice yo…
Y cuando quiso, justo el destino
que la encontrara, como ahora a vos,
trenzó sus manos en el cogote
de aquella perra... como hago yo...

Sin recurrir al tango, está claro que en España existe el grave problema de maltrato a las mujeres. La mayoría de los maltratadores, aparte de ser unos brutos por sus acciones y por otras razones, en algunos casos llegan a matar a la mujer que los quiere abandonar. Un tipo suele maltratar a su compañera cuando llega borracho a su casa. Si ella después de años de aguantar, se harta y quiere irse, o hacer los trámites para el divorcio, el marido, que la considera de su propiedad, cree que al matarla evita que le roben algo que es suyo.
Es curioso cómo en los países latinos los crímenes pasionales han gozado de tolerancia. Incluso la intención de la víctima de rebelarse era considerada como un atenuante, porque el hombre había sido traicionado. Aún persiste la idea de que cuando ella se va con otro, este último es el primer culpable porque la robó, y luego la responsabilidad recae en la mujer, que debe ser castigada por traicionar a su dueño. Por lo tanto, a pesar de que la sociedad ha evolucionado, la idea permanece sobre todo en el inconsciente popular.
En realidad, entre el mal manejo de las pasiones y la cultura que impuso al hombre por encima de la mujer, la violencia doméstica es un mal universal. Un ejemplo es el de la actriz Marie Trintignant, quien murió por los golpes que recibió de Bertrand Cantat, su pareja, en la habitación de un hotel en Lituania; La actriz, madre de cuatro chicos, planeaba irse de vacaciones con el padre de sus hijos menores. Por celos, Cantat la mató a golpes.
«Se lo ha buscado, ¿no?», es esa frase que mezcla lo posesivo y lo pasional y que nada tiene que ver con el verdadero cariño, porque si alguien ama a otro, lo que busca y desea es su felicidad, y si eso pasa por que se vaya con otra persona uno debería aprobar la situación y decir: «Qué feliz me siento de que vaya a ser ahora más feliz con otro». Sabemos que esto no ocurre comúnmente. En todos los afectos hay un elemento posesivo y de amor propio. Decía muy bien el moralista francés Francois La Rochefoucauld que todas las penas de amor son penas de amor propio, y que muchas veces, cuando estamos clamando por nuestro amor perdido, lo que estamos es protestando por nuestro amor propio ultrajado.

Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, mientras no la ame.
ÓSCAR WILDE

Para Luis de Sebastián, «en la casa nadie manda, ni el hombre ni la mujer. En la pareja no debe haber relaciones amo-criado, señor-súbdito, orden-cumplimiento. En la vida en pareja, en el matrimonio, nadie es propiedad de nadie. Cada persona mantiene su individualidad y así debe continuar siempre, si la intención es tener una relación feliz y duradera. Las uniones tienen que ser entre dos personas responsables y libres. De cualquier manera, la fórmula con la que se consagran los matrimonios es de por sí ambigua. Cuando se afirma "Te doy por esposa..." parece indicarse la entrega de una persona a otra. Sin embargo, el peligro para la estabilidad de las parejas no es externo, o que. alguno de los dos se enamore de otro. Puede llegar a suceder, pero previamente se ha roto el encanto de la vida en pareja. Los riesgos son los internos, la lealtad y la fidelidad de la relación día a día y en todas las circunstancias por las que pasa».

SEDUCCIÓN Y CONQUISTA
El tema de la seducción es muy complicado. Muchas veces los seres humanos deseamos una cosa porque vemos que otro la desea. ¿Hasta qué punto el deseo de uno es el que motiva que otro a su vez desee lo mismo? Esto es muy frecuente en el juego amoroso. Por eso se dice que cuando un hombre tiene fama de gran conquistador, es porque esa idea que tiene la gente de él le ayuda a conquistar.
En definitiva, los seres humanos deseamos lo que vemos desear a otros. Si todo el mundo desea a esta mujer, algo tendrá para ser tan deseada. Si todo el mundo corre detrás de este hombre, será porque tiene algo extraordinario. Por lo tanto, hay un elemento de triangulación del deseo.
Pero la seducción es un sí, pero no; un quiero, pero no quiero; un abrir una puerta, para cerrarla a continuación. Y si la persona que percibe estos estímulos no es muy sutil, da lugar a situaciones algo incómodas. Hay quienes cometen abusos sexuales y se excusan diciendo: «Bueno... ella me provocó porque me dijo, o porque yo creía que me decía o porque me insinuó». Esto sucede cuando alguien malinterpreta y confunde con entrega, lo que es un juego en el cual hay que mantener siempre la libertad.
Uno de los paradigmas que se ha barajado durante mucho tiempo como ideal de pareja es el de la perfecta unión en la que cada uno de sus integrantes pierde completamente su autonomía y ambos pasan a ser una sola persona. Se dice que son dos en una carne. Solemos escuchar: «No tenemos secretos el uno para el otro, pensamos y opinamos siempre igual». Estamos, en el fondo, frente al sueño de la posesión perfecta. La manera de poseer algo es hacerse uno con ello de manera definitiva. Pero en lugar de ser una ampliación del amor se trata de una disminución ya que lo bonito y lo meritorio es que se amen dos personas distintas, no que se conviertan en una. Eso deja de ser amor y se convierte en egoísmo ya que uno se está amando a sí mismo. Lo difícil es prodigar el amor a otro, respetando su integridad y su carácter. Por eso hay que tener en cuenta el poema de Mario Benedetti cuando dice que tú y yo somos mucho más que dos. Está bien ser más que dos, pero no menos, siempre hay que mantenerse como dos.

VIDAS SEPARADAS DE HOMBRES Y MUJERES EN LA ANTIGÜEDAD
En la antigüedad imperaba la idea de que los hombres y las mujeres hicieran su vida por separado salvo cuando se encontraban en el hogar. Esto discriminaba a la mujer. La esposa estaba sujeta al hombre pero, como ya hemos dicho, el hombre tenía poco control sobre sí mismo cuando estaba cerca de mujeres deseables, por lo tanto se consideraba más prudente que los hombres estuvieran junto a los hombres, sobre todo cuando se trataba de jóvenes, mientras que las mujeres debían estar juntas, pero alejadas de ellos, que eran víctimas de tentaciones fuertes. Hoy los hombres y las mujeres se educan, trabajan y viven juntos. En la actualidad, la mujer tampoco tiene que ir cubierta y recatada, puede vestir como quiera, en ocasiones con ropas insinuantes e incluso provocativas. Todo esto exige la conversión del hombre en alguien mucho más capaz de controlarse. La idea del autocontrol masculino es reciente. Durante siglos no existió. En la actualidad el hombre tiene que aprender a convivir dejando de lado todo lo que tiene que ver con las insinuaciones y el atractivo sexual. Creo que esta reconversión mental tiene que ver con la evolución de la civilización, que hace más natural, complementario y democrático el juego entre los hombres y las mujeres. El problema en algunos países latinos como los nuestros es que muchos varones continúan teniendo la misma mentalidad que hace dos siglos, y reaccionan como neandertales.
Una de las cosas que no puedo entender es qué tiene de malo poder deleitarse ante una persona hermosa, sea del sexo que sea. Es obvio que en esa contemplación hay una vinculación con nuestra propia sexualidad. No podríamos considerar hermosa a una persona, hombre o mujer, si no tuviéramos de algún modo conciencia de nuestro propio cuerpo y de nuestro carácter sexual. Luchar contra el deseo que nos produce otro es como hacerlo contra la ley de gravedad. Pero de ahí a intentar algún tipo de acto impropio con el otro, hay un abismo.
Este precepto nos ha llevado por un camino más que sugestivo. Las preguntas son: ¿hasta qué punto un ser humano puede pertenecer a otro? y ¿cómo dos personas pueden formar una pareja preservando cada una su individualidad? En estas cuestiones entran en juego la fidelidad y la consideración de si se trata de una virtud o de una exigencia puritana heredada de aquellos años en que todavía imperaba el concepto posesivo de la mujer. También nos lleva a reflexionar sobre la seducción y el deseo y en qué difieren al respecto los hombres y las mujeres. Todas estas cuestiones están relacionadas y nos vienen a la mente al reflexionar sobre «no desearás a la mujer de tu prójimo».

VI NO COMETERAS ADULTERIO

VI
No cometerás adulterio
Yahvé y Savater tienen una charla sobre sexo
Ya sé lo que vas a contestarme, pero igualmente tengo que preguntártelo: ¿no crees que esto de «no cometerás adulterio» está un poquito anticuado? Hombre... estoy seguro de que era razonable en las épocas en que el jefe de la familia debía estar seguro de que transmitía su herencia a sus hijos legítimos, cuando el hombre era dueño de la mujer. Hoy las costumbres se han hecho más abiertas y el tema del sexo no es ya un asunto exclusivo de hombres y mujeres; todo ha cambiado y se admiten relaciones prematrimoniales, posmatrimoniales, entre gente que no se ha casado nunca, homosexuales...
El sexo es complejo... y por supuesto que me dirás que el sexo con amor es mucho mejor que todo lo demás. Está bien... te lo admito... pero hay una observación que hace Woody Allen que te interesará: «El sexo con amor es lo mejor de todo, pero el sexo sin amor es lo segundo mejor inmediatamente después de eso». Y la mayoría de la gente piensa así. Es decir, el sexo con amor es estupendo, pero mientras llega ese momento uno puede practicar el sexo sin amor. Tal vez esto te escandalice, pero es una idea bastante extendida y es un tema de discusión que tiene innumerables aristas. Por eso creo que te vendría bien leer este capítulo, que te servirá para ponerte al día en estas cuestiones, que son muy sugestivas.

ADULTERIO Y TRANSMISIÓN DE LA PROPIEDAD
En los orígenes la prohibición de desear o apoderarse de la mujer del prójimo tenía mucho que ver con la herencia y. la transmisión de la propiedad. No creo que los adulterios hayan sido muy perseguidos, ni que tuvieran importancia entre los pobres que no tenían nada que dejar a sus hijos. Distinto era entre los ricos, entre personas pudientes, que necesitaban mantener clara la línea de descendencia para poder transmitir sus bienes.

Hay maridos tan injustos que exigen de sus mujeres una fidelidad que ellos mismos violan, se parecen a generales que huyen cobardemente del enemigo, quienes sin embargo quieren que sus soldados sostengan el puesto con valor.
PLUTARCO

Aquel que tenía tierras, castillos y posesiones en general, quería asegurarse de que todo quedaría para su hijo mayor y no para uno adulterino. Por eso el gran esfuerzo por mantener a la mujer resguardada, para que el hombre pudiese decir «de este vaso sólo bebo yo, porque de aquí tiene que salir el vástago que se quedará con mis propiedades». Esto no era recíproco, porque el hombre se satisfacía con todas las mujeres que quería fuera del matrimonio.
La monogamia no ha sido, desde luego, la única forma de estructura familiar. Entre los antiguos hebreos y otros pueblos nómadas era normal que el jefe de la tribu tuviera varias mujeres, que fuera una especie de patriarca. Con el tiempo y con el mayor equilibrio en la cantidad de hombres y mujeres se tendió hacia la monogamia.
La moralidad sexual estaba ligada a esa estructura de familia y de la propiedad, hasta tal punto que entre los romanos, por ejemplo, los únicos que tenían estrictos tabúes sexuales eran los pater familias o las matronas, aquellos que poseían cosas, mientras que. los esclavos no tenían moralidad sexual, es decir, nadie les hacía reproches por ser promiscuos o incestuosos.
Cuando algunos de los esclavos eran liberados por sus señores, pasaban a llamarse libertos. Sus dueños los manumitían, es decir, les daban la libertad. Al entrar en el mundo de las personas libres, conservaban las costumbres de la esclavitud, conductas más abiertas y menos escrupulosas que las de aquellos con familias establecidas. De allí viene la expresión libertinaje, que era el comportamiento que tenían estos libertos, que ya no eran esclavos y que, aunque su conducta podía ser censurable, no tenían todavía los hábitos de disciplina y contención de la otra parte de la sociedad. Por lo tanto, este mandamiento de no fornicar tiene por una parte una profunda base económica, y en segundo término puede relacionarse con el deseo, con lo romántico o lo erótico. De este modo, se trataban de evitar conflictos y enfrentamientos entre herederos.
Según el rabino Sacca éste fue un mandamiento muy difícil de aceptar por el pueblo. «No existía ninguna legislación respecto de con quién convivir. Maimónides cuenta que en la antigüedad los hombres tornaban a las mujeres por la fuerza, tenían hijos con ellas, y luego las dejaban en la calle con sus descendientes. No había regulaciones sobre la familia y la relación matrimonial. Las mujeres estaban totalmente desamparadas y los más fuertes manejaban la sociedad. Por otro lado, existía un gran libertinaje sexual, que incluso practicaba el pueblo hebreo, corno todos los de la época. Si hoy decimos que vivimos en un ámbito de libertad sexual, esto no es nada comparado con lo que eran los egipcios de acuerdo a lo que relatan los textos de aquella época. Los judíos formaban parte de esa sociedad, aunque fuera como esclavos, por lo que fue muy difícil incorporar este mandamiento e imponerlo, ya que implicaba limitarse en el ámbito carnal y ceder los derechos que venían exclusivamente del uso de la fuerza. Esta legislación fue revolucionaria para la época, ya que contenía todas las regulaciones sobre la pareja, el matrimonio, los derechos del "hombre, la mujer, los hijos y las responsabilidades que uno debía asumir.»
En nuestra época —al menos en los países desarrollados— se han igualado estas conductas y no se tienen dos medidas diferentes para el hombre y la mujer. La pareja puede pactar una especie de celebración de la infidelidad, de consentimiento mutuo. Ejemplo de ello es el intercambio de parejas o swingers, algo que hasta hace algunos años podía ser considerado como una tremenda aberración y que hoy es una variedad más de las prácticas sexuales de nuestra sociedad.
Para Daniel Bracamonte, presidente de la Asociación de swingers de Argentina, «todas las religiones son castradoras, han impuesto el alejamiento del sexo carnal, han llevado a la idea de que el sexo se disfruta plenamente cuando existe una causa de amor romántico. Y éstas son todas cosas que están en contra de nuestra naturaleza, porque el hombre tiende biológicamente a la diversidad sexual. No está adaptado ni fisiológica ni conscientemente para la monogamia.
»Creo que estamos en los umbrales de un cambio profundo en el concepto de familia, vamos hacia la diversidad. Las nuevas parejas no van a estar conformadas por el género, sino por el afecto. Hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer. El swinger defiende la institución familiar, la pareja hombre-mujer, pero renunciamos al concepto monógamo: "Vos y yo toda la vida"».
El sexo siempre da lugar a un tono más picaresco, y lleno de sobreentendidos. En esto coincide el escritor Daniel Samper Pisano: «Si uno repasa el Antiguo Testamento y ve las ocasiones donde aparece la tentación, hay veces que uno no puede menos que reírse, y decir que ha sido escrito con un sentido del humor impresionante, porque de otro modo no se entendería. También se puede entender en clave irónica y decir: "El mensaje que me están mandando me lo envían dé rebote, esto va a dos bandas y no es directo". Uno debe entender que la ironía sólo cabe cuando hay humor, y el humor sólo cabe cuando se está enviando un mensaje con una determinada sintonía de inteligencia».

EL DESEO SEXUAL Y EL NO FORNICAR
El deseo sexual, por su fuerza y capacidad de arrastre, ha despertado siempre restricciones y miedos. Si no se hubiese limitado, no habría respetado los tiempos del trabajo, ni las relaciones sociales. Es una energía muy fuerte, que hay que encauzarla para poder manejarla. Las diferentes culturas han tratado de inhibirlo para que no termine devorando todas las posibilidades de la vida organizada.
Fornicar quiere decir entregarse al deseo sexual fuera de los cauces y de las normas que la sociedad ha establecido. Es hacer lo mismo pero fuera del momento, la persona, el lugar y el orden que la sociedad ha impuesto para realizar ese acto.
Para mí fornicar siempre será una expresión curiosa y evocadora. Recuerdo uno de los seminarios del famoso psicoanalista francés Jacques Lacan, que se llamaba precisamente «ornicar», lo cual son tres partículas francesas unidas en una sola palabra, pero que inevitablemente suena a fornicar, y supongo que ese juego no era precisamente ajeno a las intenciones de Lacan.
El padre Busso recuerda que «cuando enseñábamos catecismo los chicos no sabían mucho que era lo de "no fornicar" y había que explicarlo con todo el embarazo que suponía para el sacerdote que predicaba. Fornicar viene del griego fomeia, que significa prostitución. Lo que se legislaba como prohibido era la relación amorosa del hombre con la mujer en venta en el sentido literal. Jesucristo amplía el tema cuando dice que se puede ser adúltero también con el corazón y por lo tanto también se involucra el pensamiento, el orden interno, el deseo».
Todos los preceptos que prohiben —en particular el sexto mandamiento— potencian el deseo de transgredirlos. Desde ese punto de vista podría considerarse hasta qué punto el propio Yahvé con sus tabúes no fue el inventor de la pornografía, porque de no haber existido prohibiciones no hubiese existido lo pornográfico.
Samper Pisano dice: «No hay ningún mandamiento que diga "no plancharás la camisa de tu prójimo". Si existiera esa prohibición tendríamos la tentación de planchar de forma permanente. Pero hay que entender por qué Dios inventó estos juegos. Supongo que habrá gozado mucho haciéndolos en su momento».
Siempre pienso en las prohibiciones que había en el Jardín del Edén. Yahvé prohibió comer la manzana y entonces la serpiente se aprovechó. Si Dios hubiera prohibido comer la serpiente, esa misma noche Adán se la hubiera cenado y la especie humana se habría salvado de la tentación permanente del demonio. Está claro que si Dios hubiera querido salvarnos de la tentación, nos habría prohibido el ofidio. Dijo que no a la manzana para dar juego a la serpiente y que continuara siempre presente.

RESPONSABILIDAD EN EL ADULTERIO
Los diversos niveles de responsabilidad en relación con la fornicación y los actos impuros han variado muchísimo a lo largo de los siglos. Durante buena parte de la historia antigua del judaísmo, el único adulterio reprensible era el que realizaban dos personas casadas que se encontraban al margen de sus respectivos matrimonios. Los solteros, en cambio, no incurrían en una responsabilidad tan grande.
Después, con la irrupción del catolicismo, y en especial a partir del Concilio de Trento se modificó y amplió el tema de las responsabilidades. Por ejemplo, hoy en día, ¿cuál es el nivel de responsabilidad de una prostituta y su cliente? La mujer cumple con su función —por razones de necesidad económica o por motivos culturales— pero no es lo mismo que aquel que va hacia ella por capricho o por vicio.
En la actualidad todas las prácticas entre adultos conscientes que eligen voluntariamente lo que les apetece no tienen responsabilidad ni penal ni ética, y el daño empieza cuando se le impone algo a otra persona por la fuerza. En este sentido, las normas se volvieron más permisivas. Cuando yo era joven, el adulterio era un delito penal qué te podía llevar a la cárcel. Hoy nos escandalizamos de esa situación, pero hay países en que se pena con la lapidación.
En la actualidad hay maneras distintas de ver el adulterio. Daniel Bracamonte dice que para un swinger «mi mujer cometería un acto de infidelidad si tuviese una relación sexual con otro hombre a mis espaldas. Se trataría de una mentira dentro del matrimonio, cuando en realidad no hay ninguna razón para mentir. Con la libertad sexual que tenemos los swingers, si ella me ocultara su relación, debo entender que se trata de algo que tiene que ver con el amor romántico y no solamente con el sexo».
Para el judaísmo, según el rabino Sacca, «lo que despierta su pasión carnal en el hombre es la visión. En la mujer es el tacto. Por esa razón a una mujer no le está prohibido observar a un hombre y halagar su belleza física. En cambio cuando el hombre mira a una mujer le genera pasiones carnales, que lo pueden llevar a cometer adulterio».
Respecto de la Biblia y la violación del sexto mandamiento, Samper Pisano considera que «se trataba de una zarzuela, sólo le faltaba que le pusieran música. En la Biblia el adulterio lo cometen personajes de una enorme delicadeza e importancia simbólica. Por ejemplo, el caso de la familia de Abraham, prócer donde los haya, gran patriarca y guía del pueblo. Abraham estaba casado con Sara, quien consideraba que estaba muy mayor para darle un hijo a su marido, entonces le dijo: "Hombre, yo tengo una esclava que a ti te gusta... yo he visto que la miras... por qué no entras en ella". Abraham lo hizo y nació Ismael y todos tan tranquilos».
Una de las cosas de los cristianos que más escandalizaban a los romanos era que, a su juicio, atacaban la idea de la familia tradicional. Los primeros cristianos no valoraban el matrimonio y los hijos. Su premisa era que todos los hombres eran hermanos. Promovían la idea de abandonar la familia: «Deja a tus padres y a tus hermanos y vente conmigo», dice Cristo en una ocasión. Predicaban lo que parecía una vida errante, bohemia, sin ataduras familiares, lazos, hijos o responsabilidades. Los primeros cristianos vivían incluso en cierta comunidad de bienes, no tenían la familia como la célula individual de la sociedad. Todo esto a los romanos les pareció escandaloso.
Los cristianos tenían una visión enfrentada a los cánones de la época respecto de las obligaciones del cuerpo y a la creación de un orden familiar, lo que llevó a los romanos a considerarlos como seres corruptores.

No quiso la lengua que de casado a cansado hubiese más que una letra de diferencia.
LOPE DE VEGA

San Pablo dice en la primera carta a los Corintios: «En cuanto a la virginidad, no tengo ningún precepto del Señor, pero les doy un consejo, lo mejor para el hombre es no casarse. Si tienes mujer no la abandones, si no tienes mujer, no la busques. Si te casas, no pecas, pero los que lo hagan sufrirán grandes problemas que yo quisiera evitarles».También dijo: «Quiero qué sepan que Cristo es la cabeza del hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer, así como la cabeza de Cristo es Dios»... por tal motivo «la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra al que es su cabeza. Es como si se hubiera rapado. Si una mujer no se cubre la cabeza con el velo, entonces que se la rape. El hombre no debe cubrirse la cabeza porque él es imagen y reflejo de Dios, mientras que la mujer es reflejo del hombre. En efecto, no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre».
Era una idea que iba más allá de la transgresión en el adulterio, ya que consideraba que era innecesario el matrimonio y que había que renunciar al cuerpo. O sea mucho más criticable que fornicar con la mujer ajena es no querer hacerlo con ninguna, ni siquiera con la propia. Hubo muchos padres de la Iglesia que llegaron a castrarse para renunciar de manera absoluta a los deseos sexuales.
Había un mundo de enfrentamiento a las obligaciones del cuerpo y a la creación de un orden familiar que espantaba a los romanos, quienes por estas razones consideraban a los cristianos como seres corruptores.

MONOGAMIA Y POLIGAMIA
La poligamia y la monogamia han estado repartiéndose los favores sociales a lo largo de los siglos. Yo creo que la poligamia es lo más natural, porque de alguna manera coincide con la propia fisiología de la reproducción, ya que el hombre puede fecundar a varias mujeres.
En determinadas épocas en que se necesitaba que la población aumentase cuanto antes, el patriarca —el macho en su plenitud— lo que hacía era fecundar el mayor número de mujeres posibles para asegurar la descendencia del grupo. Más adelante, cuando se equilibró el número de hombres y mujeres, comenzó a imponerse la monogamia para no multiplicar los conflictos entre los distintos grupos. Pero esto no quiere decir que la poligamia se debe identificar con la infidelidad, ya que se trata de otra forma de fidelidad distinta. La monogamia es fidelidad a un individuo, mientras que la poligamia es hacia un número mayor de personas. También está el caso de la poliandria, en la que varios hombres comparten a la misma mujer, aunque es más raro, porque incluso va en contra de la fisiología normal.
Para Emilio Corbiere, «la cuestión del sexo en el judeocristianismo y en el mahometanismo es una muestra de estupidez humana. El verdadero sexo era el de los griegos, de los presocráticos, que era libre. Esta concepción judeocristiana que lo considera pecado está en contra de la historia y del desarrollo humanista».
Todas estas normas están relacionadas con la época en la que el erotismo estaba fiscalizado de manera exclusiva para la reproducción. Pero, a partir del siglo XVIII, el erotismo se dedica tanto a la reproducción como a la satisfacción de la persona.
En la modernidad ha existido con mayor frecuencia lo que podríamos llamar la monogamia sucesiva. Las personas que van pasando por fases monógamas. Casi nadie es monógamo con una sola persona toda la vida, sino que lo es varias veces, una a continuación de la otra. Pero sobre este tema existen todo tipo de combinaciones que tienen que ver con el reparto de los papeles sociales. La irrupción de la mujer en el mundo del trabajo ha cambiado de forma extraordinaria este campo.
Al hombre siempre se le ha consentido más, se le ha permitido una conducta más libre en materia sexual, mientras que con la mujer se ha sido más exigente.
Sin embargo, lo curioso es que la mujer es la que a lo largo de la mitología popular ha tenido fama de lasciva, de persona con deseo insaciable, de traidora, etcétera. El hombre, en cambio, que sí se ha comportado así a lo largo de los siglos, tiene fama de ingenuo, de noble, del que es engañado.
En realidad, el engaño es intentar establecer evaluaciones diferentes para el comportamiento de la mujer y el hombre. Si estamos de acuerdo en aceptar como relativamente natural que el hombre puede tener prácticas sexuales con otras personas que no sean su mujer, habrá que considerar que la mujer tiene el mismo derecho.
Hay distintas razones por las que dos individuos pueden permanecer juntos: económicas, por mantener una estructura familiar, para criar y cuidar a los hijos. Pero el afecto y el cariño deben ser los motivos más importantes para que dos personas vivan juntas en esta época individualista y hedonista.
Ese afecto y ese cariño no tienen por qué ser agotadoramente sexuales. Uno puede tener mucho cariño por alguien y desear compartir su vida, y sin embargo querer hacer el amor con otra, por la que siente sólo curiosidad, o por el atractivo, pero con quien no tendría el más mínimo interés en vivir.
Por lo tanto, puede existir una disociación entre el afecto a largo plazo —el que ayuda a convivir, a compartir trabajos, preocupaciones, intereses y a cuidar de una familia— con el puntual interés sexual que es algo mucho más lúdico, relacionado con la satisfacción de los sentidos y que no tiene por qué tener mayor trascendencia. Es decir, hay personas con las que queremos vivir y hay otras con las que deseamos hacer el amor, y hay veces en las que queremos hacer el amor con aquellas personas con las que también nos gusta vivir.
Esta disociación se ve cada vez con mayor claridad, y quizá dentro de poco no será motivo de ruptura del afecto, ni de separación entre aquellos que quieren vivir juntos, el hecho de que ocasionalmente hagan el amor con otras/otros, fuera de la pareja estable.

EL AMOR LIBRE Y EL SIDA
Los años sesenta, quizá algo mitificados, se consideran como los de mayor libertad en las costumbres. Años de explosión lúdica y erótica, de los anticonceptivos y el amor libre. Algo puedo hablar del asunto porque en aquella época tenía veintiún años y estaba en plena efervescencia hormonal. Hubo una ruptura con una serie de pautas anteriores, pero todos solemos contar el pasado de una manera embellecida en exceso.
Creíamos que se había dado paso a una era más desinhibida, sin represiones, más tolerante, en la cual las relaciones humanas habían entrado en juegos más abiertos. Sin embargo, a mediados de los años ochenta apareció la maldición del sida, que primero se centró en el amor homosexual, pero que luego se extendió al heterosexual y hoy alcanza a todas aquellas personas que no toman determinadas precauciones a la hora de hacer el amor.
Los puritanos, o sea los supersticiosos, intentaron en su momento convertir el sida en una especie de maldición divina, en una nueva plaga. En realidad se transformó en algo que atacó las libertades y la flexibilidad de costumbres, e introdujo una serie de controles obligatorios, no por razones morales, sino por meras cuestiones higiénicas. Considero que el noventa por ciento de las restricciones sensatas —no supersticiosas— que están relacionadas con el sexo son mucho más deudoras de la higiene que de la moral, que en realidad se ocupa poco de cintura para abajo de las personas.
La fidelidad quizá sea una virtud, aunque me parece que en general es planteada como una virtud triste. En primer lugar, porque se la reduce al plano casi fisiológico. En este sentido hay que recordar la definición del matrimonio que hacía Kant cuando decía que era un contrato de usufructo, en exclusiva, para el mutuo uso de los órganos sexuales de dos personas. Ya ven ustedes qué romántico y bonito suena. No es raro que con esa idea Kant no se casara nunca en su vida.
Creo que en ese sentido la fidelidad es, en cierto modo, una idea kantiana. Si hemos decidido alquilar nuestros órganos sexuales, el hecho de que más de una persona disfrute de ellos es como si uno realquilase un piso dos veces sin informar al propietario.
La fidelidad es tener fe, ser fiel a alguien, pero en un sentido más amplio: tener fidelidad a su afecto, a sus gustos, hacer las cosas por cariño, por interés de verla vivir mejor, pero no exclusivamente en el terreno sexual. Es por ello por lo que la visión de la fidelidad en el sentido del usufructo de los órganos sexuales que plantea Kant a mí me parece o una virtud triste o una regla burguesa demasiado poco estimable.

El encanto del matrimonio es que provoca el desencanto necesario de las dos partes.
ÓSCAR WILDE

Esta opinión más o menos cínica de Wilde, se puede completar con otra frase del mismo escritor, quien durante su visita a Estados Unidos, al ver las cataratas del Niágara —destino habitual de los viajes de luna de miel— dijo: «Esta es la segunda gran decepción de los recién casados norteamericanos». Es cierto, y sobre todo en otras épocas, que las parejas llegaban con poca experiencia erótica al matrimonio. Había mitos y fantasmas alrededor de esos placeres que hacían que el matrimonio pudiera decepcionar, porque la carne, antes o después, se sacia demasiado pronto.
Lo que debe entusiasmar de una convivencia es un tipo de compenetración, de conocimiento mutuo, de complementariedad y de apoyo, algo a lo que no se llega en unos días ni en unos meses, sino en años. Y es así, con el tiempo, como se llegan a entender los encantos de la verdadera pareja que se quiere, y no en los primeros días de arrobo meramente físico.
San Pablo —el auténtico inventor del cristianismo— fue uno de los primeros en hablar del deseo. Para él había tres deseos desordenados, tres libidos, tres anhelos afanosos y excesivos que poseían al hombre a lo largo de su vida: la libido cognoscendi, es decir, el deseo desordenado de conocer; la libido dominando, el deseo desordenado de mandar, de ordenar de poseer, y la libido sentiendi, el deseo desordenado de los sentidos, de los placeres.
Estos tres marcos, en los que el deseo se desborda, forman las pasiones esenciales que arrastran a los hombres y contra las que hay que luchar de forma permanente. De las tres, la más ligada a nuestra naturaleza animal, y sensorial es la libido sentiendi, la de los afanes sensuales, la del deseo de gratificación inmediata. Las otras dos son anhelos que se pueden aplazar. Aplazamos nuestro deseo de buscar conocimiento o de alcanzar el poder, pero los sentidos quieren el aquí y ahora. La libido sentiendi es la que busca el goce inmediato, aunque sea momentáneo e instantáneo.
De cualquier forma, la práctica del sexo siempre ha estado en el punto de mira para recibir algún tipo de castigo. Ha habido países ilustres como Estados Unidos donde hasta los años sesenta se penaba con la cárcel practicar el coito anal con la propia mujer. Claro que se requería de un vecino, auténticamente malicioso, que estuviese vigilando en todo momento, y que lograra aparecer con el alguacil en el preciso instante en que estabas violando la ley.
El sexto mandamiento es probablemente el que produzca una leve sonrisa a quien lo escuche. Una sonrisa pícara. Es el mandamiento que trata del adulterio, de la fornicación —palabra asombrosa—, de los actos impuros, de todo el mundo del deseo. Abarca los aspectos más variados de las relaciones familiares, los temas estrictamente sexuales, la fidelidad, el matrimonio, dentro de parámetros religiosos, morales, con matices sociales, higiénicos y hasta médicos.

V NO MATARAS

V
No matarás
Yahvé escucha en silencio las acusaciones del señor Savater
Éste es el mandamiento que menos vamos a discutir. Nadie, ni los más escépticos y menos entusiasmados por las prohibiciones, rechaza este impedimento: no matarás. Es imprescindible y necesario, pero reconoce que estamos frente a una gran contradicción. En la historia se ha matado más en tu nombre que en el de los demás dioses...
Perdón... perdón... no te enfades, ya sabemos que no hay más dioses que tú, y que los demás son falsos. Lo que sí debes reconocer es que utilizándote como excusa se han declarado terribles guerras, cometido saqueos, se ha asesinado a millones de hombres, mujeres y niños.
¿Recuerdas la guerra de los albigenses? Seguro que sí. En una ciudad habían decidido pasar a cuchillo a, los pobres albigenses. Le preguntaron al obispo cómo había que hacer para reconocer quiénes eran herejes y quiénes no antes de ejecutarlos, entonces tu representante en la tierra recomendó matarlos a todos, ya que Dios reconocería a los suyos.
Debes aceptar que no te honran este tipo de planteamientos que se han repetido a lo largo de la historia.
Pero además hay otros problemas. Tú dices: «No matarás», pero tú nos matas a todos. No cabe duda de que eres el gran asesino universal. Claro, dirás que el quinto mandamiento sólo cabe para los humanos y no para ti, que estás por encima de ellos. Bueno... aceptémoslo así, pero de todas formas quedan una serie de dudas y temores, porque ya ves cómo está el mundo. No es un lugar donde reine el «no matarás» que tú nos ordenaste, sino todo lo contrario.

NO MATARÁS, PERO SIN EXAGERAR
El precepto sólo dice «no matarás», y a simple vista es una norma más que razonable. Sin embargo, dentro de la propia Biblia existen numerosos reos que merecen la muerte. Hay castigo mortal para los sodomitas, los adúlteros o los enemigos del pueblo elegido. Hay otros ejemplos que añaden confusión. Todos los ejércitos llevan su capellán castrense que bendice sus tropas, los condenados a muerte tienen a su lado a un sacerdote que los acompaña hasta el patíbulo.
En su libro ¿Qué sabemos de la Biblia?, el padre Ariel Álvarez Valdez enumera los pecados mortales que se definen en el Deuteronomio:
—«Si aparece alguien entre ustedes diciendo vamos a servir a otros dioses, distintos de Yahvé, ese hombre debe morir».
—«Si un hombre o una mujer va a servir a otros dioses y se postra ante ellos o ante el sol, la luna o las estrellas, los apedrearás hasta que mueran.»
—«Si alguno no obedece lo que se le mandó en un juicio en el que se comprometió jurando por el nombre de Yahvé en vano, ese hombre debe morir.»
—«Si un hombre tiene un hijo rebelde que no obedece a sus padres lo apedrearás hasta que muera.»
—«Si un hombre mata a otro, el homicida debe morir.»
—«Si una joven se casa con un hombre y resulta que no es virgen, la apedrearás hasta que muera.»
—«Si un hombre rapta a otro, el ladrón debe morir.»
—«Si un testigo injusto se presenta ante otro y da testimonio falso, lo harás morir.»
—«Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos.»
En la Inglaterra del siglo XIX se intentó suprimir la condena a la horca para el robo, que incluía delitos por quince o veinte libras. Entre las fuerzas que se opusieron estaban los tres arzobispos que tenían representación en el Parlamento inglés.
Con estos ejemplos quiero mostrar cómo este «no matarás» que nos parece tan sublime ha sido desmentido no sólo por los laicos, sino también por los propios eclesiásticos.
Pero la lista es innumerable; por ejemplo, los conductores irresponsables que cogen un coche habiendo bebido unas copas y causan un accidente, también matan; matan las personas que consienten políticas que llevan al hambre o al abandono de millones de personas.
Luis de Sebastián habla de muerte directa e indirecta: «Todos los días más de diez mil niños mueren en el mundo de causas relacionadas con la desnutrición. A esos niños los mata el hambre, dirán algunos. Pero ¿quién es el responsable de esas muertes? Miles de personas cada año quedan mutiladas a causa de las minas antipersonas que se sembraron en distintos escenarios de guerras. ¿Quién es el responsable de esas muertes? También deberíamos fijarnos en los millones de muertes que se producen anualmente por la mala organización de la economía, por la discriminación en el reparto de los bienes materiales contra los que no tienen dinero y por falta de solidaridad». Hay una serie de conductas insensatas que tienen que ver con este mandamiento, como por ejemplo las de los médicos y científicos que durante el nazismo hicieron terribles experimentos utilizando a seres humanos como cobayas con la excusa del progreso de la ciencia.
Este precepto no se puede entender simplemente como «tú no emplearás la violencia de muerte contra otro», ya que habría que tomarlo de una manera más amplia como «no causarás por acción u omisión la muerte de otros».
La verdad es que el precepto «no matarás» se aplica a los de la propia tribu. Nadie admite el asesinato entre congéneres. Ni siquiera ocurre esto entre una banda de gángsters. La cuestión es si se puede asesinar a los otros. El precepto se vuelve sublime cuando se aplica a toda la humanidad y no solamente a los de la propia facción.
Ningún grupo humano podría sustentarse ante el peligro de ser asesinado por los más próximos. El enemigo es exterior, ajeno, el que es distinto, el que no es como yo. Esos no están protegidos por el «no matarás».
El rabino Sacca amplía el tema: «La traducción exacta del mandamiento es "no asesinarás". Obviamente el matar no está prohibido en la Biblia de una forma total. Uno puede defenderse cuando lo atacan, reaccionar y matar a su opositor antes que éste lo mate a uno. La Biblia también contempla la pena de muerte en algunos casos, por ejemplo al que asesina. Cuando se cumplen los requisitos se enjuicia al culpable y puede ser ejecutado, debe ser ejecutado.
»Lo que está prohibido es el asesinato, y cualquier forma de quitarle la vida a otro individuo, cuando la propia Tora no lo contempla. Aquí también entra en juego la honorabilidad de los seres humanos. ¿En qué medida considero que una persona me viene a matar?, ¿cómo sé que el que pasa por mi vereda es una amenaza para mí y para mi familia? Aquí debo dar muestras de sentido común y raciocinio para evaluar qué grado de peligro tiene mi supuesto enemigo».

LOS QUE MATAN Y SUS CÓMPLICES
Los grandes asesinatos masivos no habrían podido llevarse a cabo si los inspiradores no hubiesen tenido cómplices y voluntarios emprendedores que los ayudaran a cometer sus delitos. En muchas ocasiones dichas personas no se sienten culpables y dicen que cumplían órdenes. La famosa y siniestra obediencia debida que tantas veces hemos escuchado mencionar.
Ellos son el final de una escala, el responsable es la cabeza, el que organiza y decide. Los cómplices creen que no hacen nada. En un libro espléndido de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, se comenta el proceso a Adolf Eichmann. Arendt explica que se trataba de un burócrata que se consideraba a sí mismo totalmente inocente, que todo lo que hizo fue poner la firma en un papel y que no cometió ningún delito. Sin embargo, ya no queda ninguna duda de que él fue parte imprescindible para cometer esos terribles crímenes y asesinatos.
La verdad es que nunca le faltan razones a quien desea matar; desde las justificaciones que busca Raskolnikov para asesinar a la vieja usurera en la novela Crimen y castigo de Dostoievski, que se elimina a un ser superfluo y dañino, hasta las grandes justificaciones heroicas, la salvación de la patria, la revolución, el triunfo del proletariado.
En cualquier caso, nunca han faltado argumentos para justificar muertes y crímenes. Frente a estas circunstancias se alza esta súplica, esta exigencia de «nunca más». Quizá sea mucho pedir que «nunca más» se cometan crímenes y violaciones. Pero no que «nunca más» se intente justificar, legitimar, convertir en decentes asesinatos y abusos. «Nunca más» se incurrirá en la legitimación de la muerte.

¿CUÁNDO COMIENZA LA MUERTE?
¿Qué es la muerte? ¿Cuándo se está muerto? El límite que distingue entre la vida y la muerte se desplazó poco a poco a lo largo de los siglos. Hoy se recuperan personas que hace cien o doscientos años estaban clínicamente desahuciados. Los avances tecnológicos nos permiten sorprendentes posibilidades de reactivación del corazón, del cerebro y, en definitiva, de la vida.
El punto donde se establece la muerte irreversible es cada vez más tenue. Se trata no sólo de la prolongación de la vida vegetativa, sino de la posibilidad de la existencia personal y consciente. Con toda seguridad, los años que están por venir nos permitirán tener más posibilidades de recuperar personas del seno de las tinieblas irreversibles.
Existe una justificación religiosa del no matarás a partir de la orden divina. Pero recordemos a otro personaje de Dostoievski, aquel de Los hermanos Karamázov que decía: «Si Dios no existe, todo está permitido». Los que no somos religiosos pensamos de otra manera: «Pese a que Dios no existe, hay muchas cosas que no pueden estar permitidas».
Entonces, ¿cuál es la justificación racional del quinto mandamiento? Matar significa introducir un principio antisocial por excelencia dentro de la comunidad. La sociedad se basa en la confianza mutua de quienes la componen. Los que están en ella deben ser socios, cómplices en la vida, y no deben transformarse en los enemigos que la amenazan y la destruyen. El hombre que está rodeado de asesinos vive peor que en la selva, porque sus propios semejantes pueden representar el crimen.
De modo que hay una visión religiosa: «No matemos porque Dios no quiere que matemos», a pesar de que él —insisto— nos mata a todos, algo que no debemos olvidar. Pero, por otra parte, está el principio racional: no matemos porque eso destruye la sociedad y termina con la confianza imprescindible para que los seres humanos podamos reposar y descansar unos al lado de otros, sabiendo que nos guardamos las espaldas y no estamos amenazados por los que están cerca de nosotros.

El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

El quinto mandamiento convierte el matar en un acto escandaloso por excelencia, la muerte en algo antinatural. Sin embargo, todos sabemos que la muerte es lo más natural que existe, lo menos escandaloso y lo más absolutamente trivial. El mismo dios que prohibe que los hombres se asesinen unos a otros es el que ha establecido que la muerte es el precepto universal que prolonga la vida: morimos para que los demás puedan vivir.
Entonces la muerte es el gran instrumento, el mecanismo por el cual se prolonga la existencia en la naturaleza, en la divinidad, en la creación o en lo que ustedes quieran. ¿Cómo puede ser que ese precepto sea el más divino y el más natural? En el fondo los seres humanos hemos luchado contra la muerte y el asesinato, en contra de la naturaleza y la propia divinidad, que nos mata a todos por igual.

LA GUERRA, LA GRAN EXCUSA PARA MATAR
No hay nada que diga que un territorio es o no imprescindible para la subsistencia de un determinado grupo humano. Hitler consideraba que el espacio vital de su país exigía la conquista de Polonia, Austria y de Europa entera. Y así hemos visto en la modernidad muchos otros casos en los que distintas naciones vieron como necesaria la posesión de territorios limítrofes.
Desde el siglo XVI los estudiosos del derecho natural han hablado de la existencia de guerras justas e injustas. Y entre las primeras, se encuentran aquellas que se producen en defensa de la vida humana, aunque destruyan otras vidas.
Creo que no hay que entender el proceso biológico como un absoluto, como un criterio zoológico. Hay que tomarlo como referencia a la vida humana, que exige libertad, autonomía, capacidad de intervención y decisión en los asuntos que nos afectan. En esa instancia, en la defensa de esos valores, entonces sí creo que se debe recurrir a la violencia, cuando todo está amenazado por la tiranía y la invasión destructora.
Me parece muy bueno no verter sangre humana, pero hay un momento en que el tirano se convierte en una causa de sufrimientos, crímenes y muerte, por lo que el respeto a la vida exige el enfrentamiento en un terreno en el que también pueden perderse vidas biológicas.
León Tolstoi se preguntaba y contestaba en Guerra y paz: «¿Qué es la guerra? ¿Qué se necesita para tener éxito en las operaciones militares? ¿Cuáles son las costumbres de la sociedad militar? La finalidad de la guerra es el homicidio; sus instrumentos, el espionaje, la traición, la ruina de los habitantes, el saqueo y el robo para aprovisionar al ejército, el engaño y la mentira, llamadas astucias militares; las costumbres de la clase militar son la disciplina, el ocio, la ignorancia, la crueldad, el libertinaje y la borrachera, es decir, la falta de libertad. A pesar de esto, esa clase superior es respetada por todos. Todos los reyes, excepto el de China, llevan el uniforme militar, y se conceden las mayores recompensas al que ha matado más gente... Los soldados se reúnen, como por ejemplo sucederá mañana, para matarse unos a otros. Se matarán y mutilarán decenas de miles de hombres, y después se celebrarán misas de acción de gracias porque se ha exterminado a mucha gente (cuyo número se suele exagerar) y se proclamará la victoria creyendo que cuantos más hombres se ha matado mayor es el mérito».

Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción.
ISAAC ASIMOV

Para Baltasar Garzón existe una alternativa a la violencia y la muerte: «La Corte Penal Internacional. Ni siquiera el Tribunal de Nüremberg tuvo tanta importancia. Sin embargo, llama la atención que países que son paladines de los derechos humanos no solamente desprecian, sino que incluso manifiestan su intención de combatir esta iniciativa, que no es para perseguir a quienes desarrollan misiones humanitarias o de paz, sino para protegerlos de quienes quebrantan el orden internacional fijado. Precisamente esta corte y el estatuto vienen a ejercer el principio de igualdad. Es decir, no se van a tomar en cuenta ni inmunidades, ni impunidades, ni principios de obediencias debidas, que tan malvadas consecuencias han tenido en otros países, como por ejemplo la Argentina».

LA PENA DE MUERTE
Una de las aberraciones mayores de nuestra época es el mantenimiento de la pena de muerte, incluso por parte de países tan importantes y distinguidos como democráticos. Ninguna legislación internacional sanciona la pena de muerte. Ni siquiera el genocidio está penado así. Sí existen condenas muy duras, reclusiones de por vida, pero no la muerte.
Entonces la pregunta que se plantea es: ¿cómo puede ser que países que firman convenciones internacionales en las que se descarta la pena capital, la empleen dentro de su territorio por delitos menores al genocidio?
Pero también resulta absurdo lo que se considera delito según los países. Por ejemplo, la homosexualidad, que en Occidente es un derecho libremente aceptado, en otras culturas está castigado con la muerte. Hoy en día, en algunos lugares del mundo se convierten en delitos capitales cosas que ni siquiera son sancionadas en otros.
El juez Baltasar Garzón considera que «la visión que se ha tenido de la privación legal de la vida ha sido netamente utilitarista y muy sectaria, desde la Iglesia católica hasta cualquiera de los tiranos que hayan estado o estén pululando por el mundo. En definitiva, la pena de muerte ha sido planteada con un alcance económico, estratégico, político y religioso, que según ha convenido se ha suprimido o se ha aplicado. Por lo tanto, si se hiciera un análisis de cada una de estos elementos, se llegaría a la convicción ineludible de que el respeto a la vida conlleva la abolición de todo tipo de pena de muerte».
Además el mantenimiento irracional de la pena de muerte tiene que ver con el deseo de venganza y de mantener un fondo de atrocidad colectiva que no creo que mejore ni eduque a ninguno de los habitantes de los países donde todavía pervive esta aberración.

Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo.
MARIO BENEDETTI

NO TORTURARÁS A MENOS QUE SEA NECESARIO
Otra realidad atroz a lo largo de los siglos es la tortura, el empleo del dolor físico para obtener información, humillar o destruir a los contendientes y adversarios políticos.
Lo curioso es que uno de los elementos básicos de la justicia divina son las torturas del infierno y los castigos de los que tantas veces nos han hablado.
Hoy nadie justificaría la tortura, pero sin embargo hay algunos que dicen: «Bueno... hay que tener en cuenta la tortura si es un medio para conseguir información vital». Si, por ejemplo, como suelen plantear los profesores de ética, alguien ha puesto una bomba en uno de los cuarenta colegios de la ciudad y sólo quedan tres cuartos de hora para la explosión, y el que ha puesto el artefacto se niega a declarar, ¿es lícito o no torturar a esa persona para que confiese y se evite la muerte de esos inocentes?
Este tipo de suposiciones arbitrarias, confusas y complejas son las que llevan a decir: «Una vez que uno puede torturar para obtener información, todo lo que obtenga termina siendo interesante, si uno decide que quiere obtenerla y por lo tanto lo que quiere es torturar a partir de ello».
Yo admito que una persona, sea un padre o un policía, en un caso como el hipotético de los cuarenta colegios y la bomba, coja al criminal y le retuerza las orejas hasta que confiese dónde estallará el artefacto. Pero después de haber salvado a los niños debe aceptar recibir el castigo que sea por haberse comportado así. Lo que no admito es que se cree una norma según la cual unos individuos decidan cuándo una información es interesante, para a continuación obtenerla mediante el sufrimiento físico del potencial informante.
En la tortura, el ser humano queda en las manos de otro, convertido en un guiñapo que puede ser estrujado y destruido. Es el punto máximo de abominación, de la destrucción de la dignidad, y esto no se puede legislar. Si en algún momento hay que torturar a alguien para sacarle datos, que quien lo haga se atenga a las consecuencias, pero que no pida una ley para que justifique esa acción.
«La tortura es una especie de muerte —dice Garzón—, de matanza autorizada, y lo llamo así porque estoy pensando en los crímenes de torturas y desaparición forzada de personas. En definitiva, el trato degradante es llevar a la persona humana hasta un límite mismo que roce la muerte. A tal punto que, en la mayoría de los casos de personas torturadas y a los que yo he tenido ocasión de recibirles declaración en los procesos de investigación de crímenes contra la humanidad, deseaban la muerte en algún momento de su cautiverio o prácticamente día a día. Y si aguantaban, era por las ganas de vivir, pero de hecho la muerte por parte del victimario se había producido. Es decir, la degradación que la tortura supone de la persona y de su dignidad es tal, que sin lugar a dudas es equivalente a morir.»
Hay casos impresionantes de individuos destacados que han pasado por campos de concentración, por ejemplo en la época nazi o soviética. Muchos de ellos, años después de ser liberados se quitaron la vida. Creo que llegaron a la conclusión de que ya habían muerto, de que en verdad no habían logrado sobrevivir al campo porque su vida quedó allí.
Un ejemplo es el del psicólogo Bruno Bettelheim, quien en su libro Sobrevivir: el holocausto de una generación después afirma: «Ser uno de los pocos que se salvaron cuando perecían millones de personas como tú parece entrañar una obligación especial de justificar tu buena suerte, tu misma existencia, ya que se permitió que ésta continuara cuando ocurría lo contrario con otras exactamente iguales a ella.
»El haber sobrevivido también parece entrañar una responsabilidad imprecisa, pero muy especial. Ello se debe a que lo que debería haber sido tu derecho de nacimiento: vivir tu vida en relativa paz y seguridad —no ser asesinado caprichosamente por el Estado, que debería tener la obligación de protegerte la vida— se experimenta en realidad como un golpe de suerte inmerecida e inexplicable. Fue un milagro que el superviviente se salvase cuando perecían millones de seres como él, por lo tanto, parece que ello sucediera con algún propósito insondable.
»Una voz, la de la razón, trata de responder a la pregunta "¿Por qué me salvé?" con las palabras "Fue pura suerte, simple casualidad; no hay otra respuesta a la pregunta", mientras la voz de la conciencia replica: "Cierto, pero la razón por la que tuviste oportunidad de sobrevivir fue que algún otro prisionero murió en tu lugar". Y detrás de esta respuesta, como un susurro, cabría oír una acusación aún más severa, más crítica: "Algunos de ellos murieron porque tú los expulsaste de un puesto de trabajo más fácil, otros porque no les prestaste un poco de ayuda, comida, por ejemplo, de la que posiblemente hubieses podido prescindir". Y existe siempre la acusación última para la que no hay respuesta aceptable: "Te alegraste de que hubiera muerto otro en vez de ti"».

ABORTO, SUICIDIO Y EUTANASIA
Es obvio que el quinto mandamiento se refiere a no matar personas. Entonces la cuestión es si un feto es una persona o un conjunto de células, cuyo desarrollo puede llegar a constituirse en un ser humano. A las dos o tres semanas de producida la concepción, ¿puede pasar a vivir en forma independiente de la madre? Es cierto que un conjunto de células que pueden llegar a formar un ser humano no lo son, de la misma manera que una castaña no es un castaño, aunque puede llegar a serlo. La cuestión es: ¿dónde se establece esa distinción? ¿Cuándo se produce el paso del embrión al ser ya realizado? Se trata de un tema que ha provocado muchas discusiones y que ha cambiado a lo largo de los años. Pensemos que en el pasado había menos abortos porque existía más infanticidio. A las niñas no deseadas se las ejecutaba, al igual que a los niños que nacían con taras.
Hoy por fortuna no existe el infanticidio, pero sí la polémica sobre el aborto. Por supuesto que abortar no es algo irrelevante. Creo que ninguna mujer lo hace por gusto ni por capricho. Se trata de un problema no sólo legal, sino también moral, y hay que planteárselo. Hay visiones diferentes, las laicas y las religiosas, pero dentro de estas últimas hay también divergencias en el tratamiento del tema.
En el caso del judaísmo está prohibido como concepto general, pero existe la posibilidad de realizar el aborto terapéutico cuando corre peligro el embarazo y la vida de la madre. «Consideramos que la vida de la madre se antepone a la vida del feto —dice el rabino Sacca—, porque no se lo considera un ser vivo total sino relativo. De acuerdo a la ley, el que asesina a una persona tiene una condena, pero el que practica un aborto, aunque está prohibido, no tiene condena. Porque no mató a un ser humano, sino a algo que está en un proceso de vida. Hasta que la persona no nace no es considerada totalmente viva como ser humano, pero sí está en proceso de vida y está prohibido asesinarlo, salvo que otro ser vivo total corra peligro por causa de él, esto es aborto terapéutico.»
El catolicismo condena de forma específica el aborto y lo castiga con la excomunión ipso facto. El padre Busso explica la posición de la Iglesia: «La persona que realiza un aborto y los que le ayudan y colaboran caen en este castigo, siempre que el aborto se realice efectivamente y el individuo conozca la existencia del mismo, porque se trata de una de las formas de matar más graves. Para nosotros hay vida desde la concepción y hasta la muerte natural. La concepción está dada desde el momento en que se unen las dos células: la masculina y la femenina. No siempre fue considerado así, porque antes se pensaba que el alma era infundida al tercer mes de vida, por lo tanto recién a partir de ese mes se consideraba que el aborto producía una muerte. Muchas legislaciones civiles conservan la expresión "personas por nacer" al referirse al no nacido».
Cuando se habla de no matar parece que uno se refiere a no matar al otro. Pero ¿qué pasa con los suicidas, los que se matan a sí mismos? Allí existe una complicidad entre el delincuente y la víctima. Es decir, son la misma persona. Podríamos decir que es el único crimen realmente perfecto; el asesino —el suicida— nunca puede ser castigado. Escapa en definitivamente de la justicia, al menos de la terrena.
Si consideramos que la vida humana está en manos de Dios, que es una propiedad divina, que sólo somos usufructuarios o que vivimos de alquiler, entonces no tenemos derecho a quitárnosla. Otra cosa es si pensamos que la vida es un bien al que le debemos dar una jerarquía: alta, baja o sin ningún tipo de interés.
El suicida lo único que hace es renunciar a algo que ha sido un bien, y que ha dejado de serlo. Tal vez uno pueda suicidarse incluso por amor a la vida. Uno ha amado tanto la vida y las cosas buenas que ella tiene, que no se resigna a aceptarla cuando carece de lo que la hacía apreciable.
Para los judíos es tan condenable el suicidio como el asesinato. Según el rabino Sacca, «cuando una persona se deprime y se debilita, debe encontrar fuerzas para sobrellevar ese problema y no atentar contra su vida, porque si Dios nos está exhortando a no hacerlo es porque tenemos fuerza para lograrlo».
Existieron grandes maestros de moral como Séneca, por ejemplo, que defendieron la licitud del suicidio. Otros lo han considerado como una agresión a los derechos de la divinidad, y hasta ha llegado a ser un delito en algunas legislaciones.
Pero se trata de un tema de reflexión relacionado también con cuestiones como la eutanasia, que es la muerte que se da a enfermos terminales que no desean seguir viviendo; un fenómeno complejo que se plantea ante la decisión moral y jurídica en relación con este mandamiento. ¿Cuándo tiene un paciente derecho a pedir que sus sufrimientos se acaben, que no le prolonguen la vida de manera artificial? En síntesis, cuando un médico no sabe cómo curar a una persona y ni siquiera puede paliar de forma suficiente los sufrimientos del enfermo, ¿qué derecho tiene a mantenerlo vivo? Hay consenso en la sociedad: evitar el encarnizamiento terapéutico. Es decir, que no se hagan esfuerzos desmesurados, incluso inhumanos, por mantener a toda costa una vida, aunque sea vegetativa, en contra de toda voluntad y esperanza.
Garzón considera que «entran en conflicto el principio de respeto a la vida como bien inalienable y los espacios de libertad y autonomía. En todo caso, si fundimos unos con otros, creo que no tiene sentido mantener la vida cuando ésta en realidad no existe. En estos casos deben primar la libertad y la autonomía de la persona. De lo contrario, lo único que se consigue no es alabar a Dios o justificar un componente ético mínimo, sino una forma de tortura legal».
Pero una cosa es prolongar la vida activamente y otra muy distinta es terminar con ella de manera también activa. No es lo mismo mantener enchufado a un enfermo que necesita determinado instrumento para seguir viviendo, que poner una inyección o hacer algún tipo de práctica que acabe con la existencia.
«El dejar morir, la eutanasia negativa, es lo que hacemos las personas —dice el padre Busso—, porque llega un momento en que las fuerzas naturales y el conocimiento de la ciencia en ese momento indican que deben bajar los brazos ante la realidad de la naturaleza... Una persona puede decidir sobre su propia vida en ciertos casos, lo que no puede hacer es matarse, pero puede pedir en un momento dado "déjenme morir", que es algo totalmente lícito. Por otro lado, el médico no tiene la obligación de mantenerlo con vida indefinidamente; tiene la obligación de curarlo y en un momento dado tendrá que resignarse y reconocer que "no se puede hacer más", porque cuando no existen más posibilidades cualquier acción terapéutica ordinaria puede transformarse en un acto de crueldad. Un valor al que se subordina el valor primario, pero no absoluto, de la vida propia es el motivo de caridad, como en el caso del martirio o de la ayuda a otro. La misma ley que permite disponer de la vida propia en ese sentido le prohibe disponer de la ajena por cualquier motivo.»
Se trata de un límite difícil, porque la omisión de un tratamiento también es causa de muerte. Por esa razón me parece lícito que exista lo que se llama un testamento vital. Es decir, un documento que firman los individuos cuando están en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, y en el que expresan su deseo de no ser mantenidos con vida en caso de que sus posibilidades de supervivencia sean sólo de carácter artificial. Pero todas estas cuestiones relacionadas con la vida y la muerte no se pueden solucionar y sancionar con un decreto, necesitan y exigen un profundo debate.
Para la religión judía también hay una clara diferenciación entre la eutanasia activa y la pasiva. «Cuando vemos que una persona está enferma —dice el rabino Sacca—, está sufriendo y pide que le quitemos la vida, no podemos hacerlo. La eutanasia activa está prohibida dentro del judaísmo, se la considera un asesinato. La eutanasia pasiva es la abstención de tratamiento al paciente, para que deje de existir por causas naturales. Hay una prohibición de alargar la vida por medios médicos a aquellas personas que inevitablemente van a morir y pasan por un gran sufrimiento. No podemos prolongarle el dolor. Tenemos prohibido por un lado acortarle la vida en forma activa y por el otro producir dolor innecesario.»
Los regímenes totalitarios y el terrorismo son en la actualidad los que ignoran de forma sistemática el quinto mandamiento. Estela de Carlotto dice que «en la Argentina se ha violado en forma terrible por la dictadura militar. Estamos hablando de treinta mil desaparecidos. Utilizamos esta palabra porque no han aparecido, pero después de tantos años, del no regreso de ellos y por propia confesión de los asesinos, estamos hablando de la muerte. Estos cristianos falsos que se persignan y comulgan todos los días han hecho uso de las armas, programado un plan de exterminio ideológico y concreto. Parece mentira que seres humanos hayan hecho esto y que se nieguen a pedir perdón por lo que hicieron».
Respecto del terrorismo, Garzón dice que «pese a que puede haber diferencias entre organizaciones, todas se plantean la muerte como un elemento más de su estrategia, pero no el único. La muerte es un instrumento más y a veces ni siquiera el más importante, aunque lo más importante sea la pérdida de la vida. Pero respecto al terrorismo hay mucha connivencia, pasividad. Hay incluso planteamientos que apoyan este tipo de soluciones violentas, que de alguna forma infringen el quinto mandamiento, más en el sentido ético que jurídico».
El quinto mandamiento —no matarás— es una ley de extremos, porque cubre las puntas, los cabos de la vida. Por una parte, ¿dónde empieza la muerte, qué la produce? ¿Cuándo podemos dar por irreversible el fin de una persona? En el otro extremo: ¿cuándo empieza la vida, cuándo se da el nacimiento y un conjunto de células, un embrión, se convierte realmente en una persona?
Es el mandamiento más nuclear, que pone en cuestión permanente lo esencial de nuestra propia condición humana.
El «no matarás» ¿afecta a la eliminación de un ser que es viable como persona al comienzo de la vida; o permite de alguna manera hacerlo al final? El «no matarás», como la propia muerte, pesa y está presente de forma permanente a lo largo de nuestra vida. Nos hace preguntarnos por nuestro origen y por nuestro fin, por nuestras obligaciones respecto de nosotros mismos, por nuestra existencia y por el mantenimiento de nuestra vida.