sábado, 28 de agosto de 2010

NACIMIENTO DE MIGUEL HIDALGO-INDEP-BICENTENARIO

Nacimiento de Miguel Hidalgo
Dispersos en la extensa llanura del plan de Pénjamo (Estado de Guanajuato) hacia la ribera oriental del río Turbio, y no muy distantes de Cuitzeo, álzanse varios blancos caseríos, entre los cuales se distingue el del rancho de San Vicente. Entre las tierras de labor de éste y circundado de un espeso mezquital, á cuya sombra se guarecen hoy los pastores de las cercanías, se levanta un montecillo de escombros conocido en toda la comarca con el nombre de rancho viejo, porque allí, en efecto, se alzaba el de San Vicente antes de 1790, año en que las crecientes del Turbio lo destruyeron obligando á sus moradores á trasladarlo al sitio que hoy ocupa. En ese lugar, cubierto de ruinas, y adonde se ha erigido desde hace veinte años un sencillo monumento, vio la luz primera el Padre de la Independencia mexicana.

En el recinto del rancho viejo de San Vicente, lugar ahora de ruinas de la casa Gallaga y cuna verdadera del extraordinario hombre, está levantado, gracias al civismo de los penjamenses, un monumento que á la vista tenemos: columna toscana que ilustra estos campos como una presea de gloria, y cuyo pedestal lleva la inscripción siguiente:

MIGUEL HIDALGO
NACIÓ AQUÍ
EL 8 DE MAYO DE 1753
A mediados del siglo pasado, don Cristóbal Hidalgo y Costilla , venido de México, administraba la hacienda de Corralejo. En la sacristía de la capilla de la hacienda se lee aún :
"Siendo administrador don Cristóbal Hidalgo y Costilla, de esta hacienda de San Diego Corralejo, se comenzó esta capilla el día dos de marzo de setecientos cincuenta y nueve, y se acabó con colateral y pintura el día once de diciembre de mil setecientos sesenta y un años."

Don Cristóbal deseaba casarse y pasó á vistas á un rancho de la finca que administraba, llamado San Vicente. Este rancho estaba situado al sur del casco de Corralejo, entre la margen oriental del río Turbio y la hacienda de Cuitzeo de los Naranjos. Todavía hoy lleva el mismo nombre de San Vicente un caserío que está á muy corta distancia del sitio en que existió el antiguo rancho. Era por aquel tiempo arrendatario de Corralejo y cabeza de rancho en San Vicente, un don Antonio Gallega, que tenia en su familia dos bonitas hijos y una sobrina huérfana.
Estimulado por el interés de conocer á las muchachas, hijas de don Antonio, de las que habla recibido informes muy favorables, don Cristóbal Hidalgo visitó un día la casa de Gallaga, en la que fue recibido con todo el aprecio y consideración debidos al que de seguro era administrador y amo de Corralejo, y podía tal vez llegar á ser pariente muy allegado; pues el objeto de semejantes visites, á más de ir por lo regular semidescubierto, es de suyo muy adivinable.
Llegada la hora de comer, rodearon la mesa don Cristóbal con las personas que le acompañaban y don Antonio con las personas de su familia, entre las que se hacían notar, por el esmero del peinado y estudio del vestido, las dos hijas, que en el silencio de su pudor ambicionaban cautivar el pecho de un huésped tan honorable.
De zagalejo y con el cabello suelto servia las viandas la muchacha sobrina, virgen esbelta, de color rosado, fisonomía simpática, regulares facciones, frente despejada y de una índole tan bella y suave como el clima de su tierra. Los torneados brazos de la rancherita, visibles al servir ella los platillos; la sencillez del traje que permitía adivinar la voluptuosidad de las formas, y las miradas de fuego que arrojaban sus ojos pudibundos, desviaron la pretensión y don Cristóbal se apasionó súbitamente de Ana María Gallaga, que tal era el nombre de la muchacha que servia la mesa.
El amor se va adonde él quiere, y no donde lo envían, dícese comúnmente.
Poco rato después de la comida, don Cristóbal trató de retirarse para Corralejo, comenzando por despedirse de cada una de las personas de la familia Gallaga en particular. A cierta distancia del grupo de familia, humilde, medrosa y compungida estaba Ana María, atándose la profusa cabellera y mirando al soslayo á don Cristóbal.
El instinto del amor habríale revelado acaso su futuro enlace, y no podía ver al huésped de Corralejo sin suspirar y sin estremecerse... Muchacha tierna y sencilla, no podía explicarse de manera alguna aquel repentino trastorno de su sensibilidad, pues amaba por primera vez y su corazón tenía el vigor de la pubertad...
Don Cristóbal anduvo hacia Ana hasta acercársele, y estrechándole la mano en ceremonia de despedida, le dejó en ella una onza de oro: ¡terrible suceso para un corazón ya conmovido!
Marcháronse por fin los señores de Corralejo, y mientras que se alejaban de la casa, acompañados de don Antonio Gallaga que, montado á caballo iba á encaminarlos, según acostumbran á hacer con sus huéspedes los rancheros de buena crianza, la sobrina, poniendo de manifiesto la onza, dijo á la familia con la sublime sencillez de una inocente aldeana:
- El señor que me dio la mano al despedirse me dejó esta medalla sin ojo.
Tales fueron sus palabras.
- Guárdala y espera las resultas - le respondió con maliciosa sonrisa lo familia; y á los pocos días llegó la carta de pedimento.
¡Amores rústicos y sencillos fueron estos! Amores afortunados que no conocieron ni la angustia de la incertidumbre, ni la tristeza mortal del desdén, ni el furor rabioso de los celos. El corazón de un hombre y el corazón de una mujer se unieron así por misterioso impulso, sin excitar tempestades, ni encontrar aquel abismo con que el ocaso suele separar para siempre a los corazones que se aman.
Casáronse don Cristóbal Hidalgo y Ana María Gallaga y vivieron en Corralejo. A su primer embarazo Ana María vino á salir de su cuidado á la casa de los tíos que la criaron sirviéndole de padres, en el rancho de San Vicente, conforme á la prudente costumbre (en aquel entonces más generalmente seguida) de que las esposas lleguen á ser por primera vez madres al abrigo tutelar del techo paterno.
El parto acaeció el ocho de mayo de mil setecientos cincuenta y tres, día de la Aparición de San Miguel Arcángel; y ocho días después, el diez y seis de mayo, el infante nacido fue bautizado y llamado Miguel, en la capilla de la inmediata hacienda de Cuitzeo de los Naranjos.

Fe de bautismo del ilustre Hidalgo:











Parroquia de Dolores «Yo, el ciudadano Teodoro Degollado, teniente encargado del curato y juzgado eclesiástico de este pueblo de Pénjamo y su partido, con asistencia del presente notario nombrado, doy fe que en un libro de bautismos de esta iglesia, forrado en pergamino, que registré, en el año de 1753, fojas 16, se halla una partida que es del tenor siguiente:
«En la capilla de Cuitzeo de los Naranjos, á los 16 de mayo de 1753; el Br. Don Agustín Salazar, teniente de cura, solemnemente bautizó, puso óleo y crisma y por nombre Miguel, Gregorio, Antonio, Ignacio, á un infante de ocho días, hijo de Don Cristóbal Hidalgo y Costilla y de Doña Ana María Gallaga, españoles cónyuges, vecinos de Corralejo; fueron padrinos Don Francisco y Doña María Cisneros á quienes se amonestó el parentesco de obligación, y lo firmó con el actual cura.- Bernardo de Alcocer.»- Concuerda con la original de dicho libro á que me remito: va cierta, fiel y verdadera, corregida y concertada, y para que conste donde convenga la saqué hoy 17 de enero de 1825.- Teodoro Degollado.- Felipe de Jesús Cisneros, notario nombrado.»


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Tomado de: México a Través de los Siglos

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