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¡Soy la Ambición! Despierto en los seres humanos un deseo ardiente de alcanzar fama, poder o riqueza. Produzco el delirio y la perturbación de la razón. Soy la causante de que un hombre abandone a su familia, causo atroces crímenes, creo odios de hijos contra sus padres, soy el motor de la deslealtad y la traición. Enloquezco y pierdo a los hombres.

Aun así, muchísimos me desean, y están dispuestos a manchar su dignidad y honra, dispuestos a robar y a matar. Mi nombre de pila es “Ambición”; pero si se dirigen a mí, también entendería por los nombres de codicia, avaricia, arribista, trepador, y otros nombres más.

“¡Maldita sed de riquezas!”, expresó el poeta Virgilio. Y por supuesto que esta sed es maldita, pues nunca la Ambición de riquezas y de poder ha respetado las vidas humanas.

El ambicioso se cree grande, y está ciego de su servidumbre ante cualquier persona que le pueda ser útil a sus propósitos. Como Ambición, produzco abundante sal, y a los que me prueban les nace una intensísima sed que jamás les apaga el fuego de su codicia, sino al contrario, les incrementa enormemente la sed de más fama, riqueza o poder.

Nací maldecida y con la finalidad de destruir a los seres humanos. ¡Pobres ignorantes y desgraciados como yo! No saben que si se retiraran de mí, habrían conquistado uno de los mejores caminos para su dicha. Yo no les digo este secreto, pues mi naturaleza tiende a clavarles mi aguijón y pasarles mi ponzoña. Una vez emponzoñados, en pos de mí, la Ambición, estará dispuesta a realizar los trabajos más viles y degradantes. Los ambiciosos se arrastrarán ante otros como viles serpientes, treparan aplastando al que les estorbe, se humillarán ante sus benefactores y se encogerán de miedo como repugnantes gusanos, cuando vean el seño fruncido o escuchen la voz altanera del que quieran medrar.

Me causa desprecio la brutal ignorancia de los que ardientemente me han adoptado –dice la Ambición. ¡No aceptan que la inmensa mayoría de los ambiciosos carecen de las capacidades necesarias para lograr sus locuras de fama, poder o riqueza! Esa inmensa mayoría, serán devorados por otros ambiciosos más capaces y rapaces. Y los que sí conquistan sus objetivos, vivirán en la cumbre de su fantasía odiados por muchos, envidiados, y en una terrible soledad.

Soy la Ambición frustrada y entristecida, pues en muchas fibras de mi ser, encontrarán desilusiones en el amor, fracasos en mis intentos de hacer amigos, dolores profundos causados por haber sido una traidora de mi genuina vocación. ¡Por esto soy la Ambición!: porque no acerté a entender la vida, porque cambié oro por espejitos, porque fracasé en mis grandes afectos. ¡Y ahora tú, distraído y perdido ambicioso, pregúntate si tu ambición no es el refugio de fracasos afectivos que te han dejado en la más desesperante soledad!

¡Si ya probaste de mi ponzoña –dice la Ambición-, ya no llames padre a tú padre, ni amigo a tú amigo, ni hermano a tu hermano! Los sagrados lazos de la sangre y los divinos vínculos del afecto ya murieron para ti, y nunca más podrán albergarse en tu alma.

No saben los ambiciosos –siguió hablando la Ambición–, que el amor es la potencia más poderosa del espíritu. Y tampoco saben, que una vez que la Ambición penetró en el corazón de los hombres, el amor como poderosa potencia del espíritu, es derrotado por su enemigo más fuerte: la Ambición. Dicen que el amor es una forma de locura, y si lo fuera, siempre sería una locura divina. En cambio, la Ambición siempre será una locura perversa.

Nunca hay un ambicioso que ambicione en pequeño. Eso no sería Ambición. Los hombres ambiciosos pretenden con desmesura, jamás se contentan con lo suficiente, se creen merecedores de lo grande y de lo sublime. Todo ambicioso se cree grandioso y especial. Se siente un humano diferente, perteneciente a una clase especial. Su grandiosidad es enfermiza, antinatural y descentrada.

Seguramente algunos afirmarán que algo de bueno ha de tener la Ambición. ¡No, no la tiene! Es como si afirmáramos que algo de bueno ha de tener una enfermedad, como el cáncer o la malaria. ¡Claro, que nada de bueno tiene una enfermedad!

Comúnmente se piensa que si una persona carece de Ambición, es porque le falta confianza en sí mismo, coraje y aspiración. Lo que sucede, es que se confunde la Ambición, que siempre está apoyada en la codicia y en la desmesura, con el anhelo de un desarrollo personal adecuado. Esto último es normal y muy conveniente, mientras que la Ambición siempre responde a una personalidad descentrada y enferma.

La Ambición seca el alma para nobles empeños, pues bien lo escribió Colley Ciber en su obra, “César en Egipto”: “La ambición es la única potencia que mata el amor”.

Terminemos con una sabia reflexión de Fenelon, de su obra “Aventuras de Telemaco”: “El verdadero origen de los males suele ser la ambición y la avaricia, y, así los que todo lo quieren y el ansia con que lo desean todo, aun lo superfluo, necesariamente les acarrea la infelicidad”.