miércoles, 23 de mayo de 2012

Carlos Fuentes al final del siglo

“El gato está fuera del saco y va errabundo por un mundo de comunicaciones instantáneas, información disponible y vocabulario visual. La nueva gramática política convierte los muros en aire, y las cortinas de acero en ventanas de ironía”.

Con esas palabras inicia un ensayo de Carlos Fuentes, “El Camino Federalista”, con el que contribuyó a una obra colectiva coordinada por Nathan P. Gardels que se intitula “At Century´s End” (ALTI Publishig, La Joya, California, 1995).

En ese ensayo, el recientemente fallecido escritor, mejor conocido por su veta novelística, se muestra también como un ensayista intuitivo, culto, informado, y por lo tanto capaz de percibir bien el a veces difuso –y también confuso- panorama que ofrece el mundo en estos días, en los que lo único claro parece ser el hecho de que se ha iniciado una metamorfosis que abarca todos los campos de la vida humana.

Dejo que Fuentes se exprese: “La trilogía de interdependencia económica, progreso tecnológico, y comunicación instantánea puede, fácilmente, conducirnos a todos –de Moscú a Madrid, a la Ciudad de México- a un mejor orden mundial de abundancia compartida. Pero apenas ha sido abierta esta puerta, cuando en gran parte del mundo los problemas de la cultura han irrumpido, violentamente, para hacer pedazos el festejo”.

Es correcto, en buena medida, el diagnóstico de Fuentes, aunque no deja de incurrir en la entronización de lo económico como factor principal, cuando que existen otros elementos del sistema que demandan igual o mayor atención que ese. Él plantea la cuestión central de la globalidad cuando pregunta: “La paradoja es esta: si la racionalidad económica nos dice que el próximo siglo será la edad de la integración global de las economías nacionales, la ‘irracionalidad’ cultural se hace presente para informarnos que también será el siglo de las demandas étnicas y los nacionalismos renacidos”.

Con tino dice también: “Aquí es donde la imaginación política y cultural deben reunirse para preguntar: ¿Podemos reconciliar las demandas económicas globales con la resurrección de estos reclamos nacionalistas?”.

Frente a esa cuestión, apremiante por cierto, Carlos Fuentes acude a su acervo cultural y a su sentido práctico cuando, ante tal aparente dilema, afirma con naturalidad y elegancia: “Ambas, la razón y la imaginación, nos dicen que el nombre de la solución, ese punto donde se pueden equilibrar las demandas de integración y aquellas de las nacionalidades, es ‘federalismo’. Mi esperanza es que podamos atestiguar una revisión del tema del federalismo como un compromiso entre tres igualmente reales vectores: la región y el mundo, pasando por la nación”.

Sin haber sido un especialista en el tema, pero teniendo en mente no sólo su equipaje cultural, que desde niño guarda referencias del sistema federal estadounidense y al proceso de sus orígenes, sino también a su información sobre las cosas del mundo de hoy, inteligentemente procesada, llegó a la percepción de un mapa de ruta compuesto por un complejo rompecabezas que, si no se profundiza con imaginación y se refuerza su estudio con una razón informada, causará confusión irremisiblemente y, sin duda, agitará aun más las aguas, en beneficio de los ya de suyo favorecidos pescadores, dueños de las finanzas y la economía del mundo.

El nombre de la solución, dice Carlos Fuentes, es “federalismo”. Un federalismo adecuado a las necesidades y características de hoy, contemplado como instrumento apto para crear, como lo hace el artista –si se me permite el exceso- una fórmula que permita armonizar esas tendencias contradictorias, “unir sin unificar” –como dijera don Manuel Herrera y Lasso en su tiempo- los diferentes intereses y demandas de la realidad contemporánea, tan global y tan local al mismo tiempo.

Tiene razón Carlos Fuentes, que proponiéndoselo o no, rinde también tributo al viejo Kant, que ya había propuesto –en “La Paz Perpetua”- una solución similar. Descanse en paz Carlos Fuentes. Sirva este sencillo recuerdo de un ensayo suyo poco difundido para rendir homenaje a sus méritos humanistas y literarios.

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