miércoles, 23 de mayo de 2012

Diálogo entre la Culpa y la Comprensión

La Culpa penaba por las calles, se estiraba los cabellos, su cara mostraba una rara mezcla de tristeza, miedo y desesperanza. La Comprensión, que era tan benévola y tolerante, se le acercó y le rogó que por favor le contara la causa de su pena y de su tormento.

Sí te contaré –le dijo la culpa–, pero antes quiero decirte que mi tormento me viene porque mi conciencia me acusa de algo que es cierto, y es tanto mi pesar, que detesto mi mala acción, y a tal grado es así, que si tú no me hubieras pedido que te contará la causa de mi pesar, como demente confesaría mi culpa a cualquiera, pues siento que se me pudre en el pecho.

Tengo mucha vergüenza de contarte los detalles de mi mala acción. ¡Mira, le dijo la Comprensión, no es necesario que te avergüences y sufras más al recordar tu mal comportamiento! Y como mi naturaleza no es proclive a la morbosidad ni a una curiosidad malsana, mejor te escucharé de todo corazón, todo aquello que tú libremente quieras contarme.

Yo sé, dijo la Culpa, que mis actos atentaron contra valores morales y contra la dignidad mía y la dignidad de la persona a que dañé. Es cierto, lo que expresas –afirmó la comprensión-, pero debes saber, que tus sentimientos de culpa no son, sin embargo, ningún deshonor, ni se deben a ninguna degeneración de tu alma, pues si así fuera, no te dolería tú culpa; sino al contrario, estas expresando un arrepentimiento, y debes saber, que solamente se arrepienten los que gozan de una inviolable dignidad de su propia persona, y de que gozan también, de una conciencia moral muy fina y elevada.

Te veo tan apesadumbrada, que creo que tu arrepentimiento es muy intenso y agudo, y cuando esto es así, no hay culpa tan grande que no venza por completo el arrepentimiento. Arrepentirse de todo corazón, es la mejor de todas las medicinas para las enfermedades del alma.

Fíjate muy bien, siguió hablando la Comprensión: despreciamos algo que consideramos útil, valioso o moral, o todo junto, y al haber actuado con desprecio a ello, nos damos cuenta que actuamos equivocadamente, o francamente de manera inmoral; después de ello, empezamos a reprocharnos nuestra conducta u omisión, a lo que luego le sigue un sentimiento de arrepentimiento, que en algunos casos, y de no curarse, puede llevar a la locura o a la privación de la propia vida.

Además, continuó hablando la Comprensión: al tormento y tristeza, se pueden añadir otros sentimientos, como es el miedo o el pánico, al temerse las consecuencias que puedan traer nuestros malos actos. Sí, dijo la culpa, éste miedo ya lo estoy sintiendo, por lo que ya no sé qué hacer con tantos pesares y angustias.

Lo mejor que podrías hacer, le dijo la Comprensión, es no darle una y mil vueltas a tu arrepentimiento, pues estas cavilaciones te traen a la memoria nuevas culpas, y éstas, a la vez, dan nacimiento a nuevos arrepentimientos. Darle muchas vueltas al arrepentimiento, es la prueba de no haberse arrepentido profundamente. Arrepiéntete fuertemente, y si eres creyente en Dios, pídele perdón por tus faltas, y si se puede, trata de remediar lo más que puedas, el daño que a otros causaste.

Recuerda, siguió hablando la Comprensión, que para arrepentirse, se requiere de valentía y de humildad. ¿O acaso, te sentías perfecto como Dios, o creías que eras inmune a las faltas graves, como si fueras un Ángel? ¡Claro que no! Tú, yo, y todos, somos susceptibles de cometer lo peor. ¡Ahora, a ti te tocó! Así, que si aceptas la vida, no puedes dejar de aceptar el arrepentimiento. El arrepentimiento es un sentimiento muy doloroso, pero es de los actos más sublimes, pues es la prueba irrefutable de que nos reconocemos con todas nuestras miserias, debilidades y flaquezas. Es imposible, que nos arrepintamos de todo corazón, sin que antes no hayamos destruido nuestros enfermizos sentimientos de grandiosidad y de soberbia.

La Culpa tenía los ojos anegados de lágrimas y por vez primera, sintió que sus tormentos comenzaban a desaparecer, y sintió también, que la vida de nuevo lo metía en su torbellino, y que la existencia le ofrecía nuevas oportunidades.

Mira, le dijo la Comprensión: el único remedio definitivo para aminorar la culpabilidad, es reconocerla, si en realidad se es culpable. En muchas ocasiones, la culpabilidad no guarda una estricta relación con la realidad. La Culpa engrandece y magnifica sus cometidos y se tortura de una manera infundada.

Por esto, le dijo la Comprensión a la Culpa, pide la opinión de varias personas sobre lo que tanto te atormenta. La opinión de otros podrá ser más objetiva y certera. En ocasiones nos lacera la culpabilidad sin fundamento alguno; otras veces, las personas agrandan desmesuradamente su culpabilidad.

De la manera que sea, le siguió diciendo la Comprensión a la Culpa: date cuenta que no ha habido una sola persona a través de la humanidad, que no haya sido capaz (bajo ciertas circunstancias) de haber podido cometer los peores actos.

Podemos aprender mucho de éste dialogo. Debemos comprender que si no curamos nuestras culpas viviremos siempre como presidiarios del tormento, de la tristeza, y de la angustia. Creo firmemente, después de éste dialogo, que sí es posible curar la Culpa que engangrena el alma.

¡Si el hombre goza de un solo rasgo que es divino, ese es, el del arrepentimiento, nacido de las profundidades del corazón!

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