miércoles, 23 de mayo de 2012

BUEN USO DEL TIEMPO

Conservamos como horrendos avaros, una serie de cosas que para muy poco nos sirven, y casi siempre nos perjudican: comida en abundancia, objetos de lujo que nunca empleamos, decenas de cosas que guardamos por si algún día llegaran a hacernos falta, etc.

Pero el “tiempo”, que es la esencia de la vida, la tela de que está hecho el vestuario de nuestra existencia, lo malbaratamos, lo despreciamos de tal modo, que cuando no sabemos qué hacer con él, nos llenamos de hastío. Cuando pasamos por un mal momento o por circunstancias adversas, nos decimos: ¡Ya, que pase ésta mala racha, ojalá ya se termine el año!

Si la avaricia, que es una enfermedad del alma, quisiera encontrar su buena excepción que confirme la regla, sería que adquiriera un destello de esplendida belleza, al ser codiciosa con el “tiempo”.

La verdad es que si medimos la duración de nuestra existencia, cualquiera que ella fuere, en relación a la eternidad, todos nosotros, niños, adultos y ancianos, seríamos iguales. Nada es nuestro tiempo en relación con la eternidad. ¿Ésta reflexión nos sirve para desvalorizar el tiempo, o para valorarlo en alto grado? Si toda nuestra existencia va a caber en una palpitación del universo, ¿no habrá mayor locura que tirar el tiempo, al igual que un pescador tira al mar un objeto inservible que ha atrapado su red?

“Breve e irreparable es para todos el tiempo de la vida”, escribió Virgilio.

Todo aquello que llamamos riquezas, como casas lujosas, joyas, costosas vestimentas, depósitos bancarios, nos pertenecen sólo en calidad de cosas prestadas, y ni prestadas nos son, si no obtenemos de ellas provecho o deleite alguno. Pero todas esas precarias posesiones no son parte de nosotros. En cambio, el tiempo si es nuestro, pues sin él no podríamos ser niños, jóvenes, y ni siquiera existir. La naturaleza quiso que el tiempo fuera lo más nuestro, la posesión más útil de todas. Sólo que el tiempo, nuestro tiempo, encierra una sagrada y trágica paradoja: con nuestro tiempo podemos crearnos un cielo en la tierra: asombrarnos ante las bellezas y misterios de la naturaleza; pero también, ese hilo de oro cualquiera puede cortarlo y retirarnos de la vida. El tiempo es como la delicadísima mariposa. Exuberantemente bella, pintada de los más bellos colores, capaz de surcar los espacios, pero tan delicada, que puede morir si ejercemos una leve presión teniéndola entre nuestros dedos.

Los humanos somos con el tiempo tan insensatos, que permitimos que cualquier persona nos haga esperar horas, días o años, a fin de lograr un objetivo; somos capaces de emplear días y años en tareas absurdas e inútiles, y de envejecer haciendo lo que siempre detestamos hacer. Malgastamos el tiempo como si se tratara de algo que no existe. Somos capaces de disponer del tiempo de otros, como si fuera nuestro tiempo, y al retirarnos, no tenemos la menor conciencia de que no podremos devolverle al que nos lo ofreció, ni un segundo de él.

Todos creemos tener derecho a pedirle a otro minutos o más de su “valioso tiempo”, no siendo esto más que una frase hueca, pues en la realidad, no valoramos el tiempo que nos regalan, ni valoramos el que regalamos. El tiempo no es convertible en dinero, de ahí la corrompida frase: “time is money” (el tiempo es dinero). No podría haber una mayor distorsión que equiparar el tiempo al dinero. ¿Por cuánto dinero nos comprometeríamos para jamás ver ni tomar en nuestros brazos a nuestros hijos? ¿Cambiaríamos la posibilidad de admirar las bellezas de la naturaleza, de pasar nuestro tiempo ejerciendo nuestra vocación, por todo el oro que guardan las entrañas de la tierra?

“Coge, oh doncella, las rosas mientras están en flor y tú en tu adolescencia, acuérdate de que al igual que ellos, tus horas pasan velozmente”, escribió el romano Ausonio.

También nosotros debemos coger las rosas de la vida mientras están en flor. ¿Podremos coger las rosas de las miradas de nuestros hijos si no lo hicimos en su tiempo?, ¿o de quien estamos enamorados?

Una de las tragedias que más nos suceden en nuestras vidas, consisten en no tomar plena conciencia de las cuestiones más importantes. ¿No es tiempo ya, de hacer con nuestro tiempo, todo aquello que más nos importa?: mirar con mayor detenimiento las bellezas de la naturaleza, conversar con nuestros amigos, escuchar la música que más nos agrada, cumplir con nuestra vocación, disfrutar el ocio sin el menor sentimiento de culpa, y así, apagar el fuego ardiente de nuestra adicción al trabajo y a los falsos objetivos.

Pensemos, que tiempo suficiente tenemos para amar, crear, exprimirle a la vida todo su jugo divino. El inmenso Cicerón de la Roma Antigua, que introdujo en el imperio romano la filosofía y literatura de los inmortales pensadores de la Grecia Clásica, escribió: “Para vivir como es debido, el breve tiempo de la vida es bastante largo”.

La afirmación de Cicerón, contemporáneo y amigo del mejor gobernante que ha dado el mundo, Julio César, la reiteró el gran pensador Séneca, para quien teníamos el tiempo necesario para lograr una buena vida, y que el tiempo se nos hacía poco, porque poco valioso es lo que hacíamos con el tiempo que la vida ponía a nuestra disposición.

El inmenso genio de Shakespeare, en su obra “Enrique IV, segunda parte,” nos muestra la profunda conciencia que tenía del tiempo, cuando el personaje de ésta obra, el príncipe Enrique, en uno de sus parlamentos dice: “Perdemos el tiempo como estúpidos, y los espíritus de los sabios se burlan de nosotros sentados en las nubes”.

¡Darnos plenamente cuenta del infinito valor del tiempo, constituiría un enorme tesoro para nuestra existencia!

¡Hagamos con el óptimo empleo de nuestro tiempo, el supremo arte de nuestra vida!

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