miércoles, 23 de mayo de 2012

EL DOLOR

Ante los devastadores golpes de la ciega fortuna, la resignación y la aceptación constituyen dos instrumentos poderosos del noble corazón humano. La resignación es la sumisión o entrega voluntaria que una persona hace de sí poniéndose en las manos de otro, generalmente, de Dios. Y la aceptación entendida no en el sentido que le da el diccionario, sino en el significado popular, es una especie de conformidad ante lo que no puede modificarse.
“Los Dioses lo quisieron de otra manera”, escribió el poeta Virgilio, haciendo alusión en su obra “La Eneida”, a la resignación que a veces debe afrontarse. Y para la aceptación, Shakespeare nos aconsejó: “Lo que no es posible evitar, tenemos que aceptarlo”; por su parte, el poeta romano Horacio nos consuela al escribir: “La paciencia hace más llevadero aquello que no tiene enmienda”.
Para el que no está sufriendo intensamente, es muy fácil hablar de resignación y de aceptación, pero cuando la desgracia lo hiere en lo profundo de su alma, resulta muy difícil o a veces imposible para ciertas personas, el poder resignarse y aceptar. ¡Qué fácil hablar de resignación y de aceptación cuando los largos y afilados colmillos no se han clavado en nuestro corazón!
¿Entonces, no es posible en cierta forma, lograr algún grado de resignación y de aceptación para un corazón lleno de sufrimiento? No lo sé; lo que sí resulta fácil suponer, es que hay pérdidas para las que no hay consuelo: aquella madre que perdió a su hijo o el de la esposa enamorada que pierde a su marido. En estos casos, por ejemplo, el consuelo no existe.
Séneca pensó en este problema y así escribió: “Si los gemidos no resucitan a los muertos; si el destino es inmutable y sus juicios son irrevocables, no enterneciéndose por las estadísticas del infortunio; si nunca la muerte abandona a su presa, pongamos término a un dolor vano, sepamos regular su curso y no nos dejemos nunca arrebatar por su violencia”.
Swetchine entendió de una manera mística y sublime los sentimientos de la resignación al haber escrito en su obra “Pensamientos”: “¿Qué significa resignarse? Poner a Dios entre el dolor y uno mismo”.
Tanto dolor que hay en el mundo pudiera tener algún sentido o probablemente no lo tenga. Lo que sí, es que quien sufre de esta aguda manera, llega a gozar de un alma sublime.
Para los que no hemos sufrido de esta forma, tenemos el ejemplo de quienes sí han padecido tristezas tan devastadoras. Su ejemplo de dignidad nos hace más fuertes. Y en el mundo del espíritu, estamos seguros que en algún lugar o momento, los corazones que han sufrido con tanta intensidad, algún consuelo seguramente encontrarán.
Desgraciadamente no podemos elegir la vida que más deseamos, o al menos no la pueden elegir quienes mucho han sufrido.

El hambre, las guerras, enfermedades, crímenes, accidentes, enlutan los hogares de miles de personas cada día en todo el mundo. Hay para quienes el sufrimiento ha sido su constante compañero. Esto no es entendible a la luz de nuestra inteligencia, ni jamás podrá serlo, pues las cuestiones del dolor no son comprensibles, sino solamente cuestiones aceptadas por corazones resignados y sublimes.
De alguna manera debemos decirle un sí incondicional a la vida, y crear para los seres queridos que hemos perdido, el lugar más especial en nuestra memoria y en nuestro espíritu. Probablemente, el que mucho ha sufrido, puede perderle amor a la vida, pero paradójicamente, mantendrá íntegro el amor a los seres que perdió, incrementando enormemente su sensibilidad para comprender y ayudar a otros, pues ellos, sabios en el sufrimiento, serán los mejores maestros para nosotros.
Decía un poeta griego que no había un espectáculo más sublime que ver a un hombre enfrentándose con valor a las duras adversidades.
De la misma manera, cuando vemos comportarse con toda dignidad a personas que han sufrido mucho, quedamos admirados y sorprendidos: ¡no nos es posible entender, ni mucho menos comprender, que existan seres humanos con almas tan excepcionales!
En las novelas de Dostoievski son muy comunes los personajes que han soportado enormes dosis de sufrimiento, igual se trate de pobres o ricos, empleados o altos funcionarios del Estado.
Si leemos detenidamente a Dostoievski y tratamos de entender cómo es posible que un ser humano pueda soportar tanto dolor, encontraremos dos factores indispensables: son personas a las que el dolor les creó la virtud de la “mansedumbre”, entendida como “apacibilidad y benignidad en su condición”.
Y el segundo factor es que saben, están conscientes estas personas, que no encontrarán ningún consuelo, sino que sólo contarán con sus propias fuerzas, y esto les da un sentido de “dignidad en el infortunio” que les otorga una grandeza espiritual de la que carecían.

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