lunes, 31 de octubre de 2011

Nuestra voz interior, la mejor amiga

Amar y expresarle nuestro amor a quien amamos, constituye un acto de gran valentía. Develar nuestro amor ante alguien, es desnudar nuestro ser con el riesgo de ser rechazados, por ello, algunas personas prefieren quedarse solas.

No es cierto que un adulto que le expresa su amor a una persona y es rechazada, destruye su identidad. El rechazo puede constituir uno de los sufrimientos más intensos que pueda sufrir una persona, pero aún siendo rechazada, esa persona siempre se tendrá a sí misma.

Personas que se han divorciado o separado de su pareja, o que ya no están con la persona amada por haber fallecido, se encuentran en una situación muy dolorosa, pero todos conocemos a personas viudas o ya solas, que no están pendientes de ser constantemente atendidas por sus hijos o seres queridos; no están esperando que las colmen de atenciones y de muestras de amor. Se trata de personas que llevan su soledad no solamente con un gran decoro, sino que en realidad nos asombran porque han encontrado muchas maneras de deleitarse a sí mismas. En sus caras jamás aparece el letrero: “por favor, quiéranme, ocúpense de mí.” Al contrario, su rostro nos revela: “estoy ocupada, estoy siempre haciendo algo que me deleita, y por favor, no estén tan pendientes de mí”.

Nathaniel Cotton escribió: “El mundo no tiene nada que dar; de nuestro yo, deben fluir nuestras alegrías”. Y el moralista francés Chamfort en su obra, “Máximas y Pensamientos”, escribió esta reflexión: “La naturaleza no me ha dicho: ‘No seas pobre’. Y menos aún: ‘Sé rico’. Pero me grita: ‘Sé independiente’”.

Deleitarnos a nosotros mismos no es algo fácil, sino por lo contrario, difícil. Pero si queremos gozar de un buen grado de independencia y de autonomía, debemos esforzarnos en enseñarnos a encontrar maneras para deleitarnos. Una de las maneras más sabias, y que además está absolutamente probada por la experiencia humana, consiste en saber escuchar a nuestra voz interior.

En nuestra niñez, sabíamos con absoluta precisión cuáles eran nuestras necesidades del momento, y percibíamos con una asombrosa nitidez las emociones que nos embargaban. Sabíamos cuándo teníamos hambre; acudíamos a los brazos de nuestros padres cuando sentíamos que necesitábamos su cariño; nos deteníamos calmadamente en nuestros pensamientos y sueños. Pero a medida que íbamos creciendo, los gritos de nuestros padres y las órdenes de nuestros profesores se imponían y apagaban nuestras “voces interiores”.

Habernos rebelado contra las órdenes de nuestros padres, hubiera sido muy peligroso y hubiéramos puesto en serio riesgo nuestra propia sobrevivencia. De alguna manera, nuestros padres sabían mejor que nosotros, cómo debíamos alimentarnos adecuadamente, cómo debíamos cruzar las calles transitadas para no sufrir un accidente, y qué medicina debíamos tomar para salir de un malestar. De niños fue indispensable dejarnos guiar por nuestros padres, apagar por momentos nuestras “voces interiores” y no hacer caso de nuestros caprichos.

Ahora ya somos adultos, y para sobrevivir no necesitamos del cuidado y de las órdenes de nuestros padres. Ahora es cuando no debemos desconectar el cable que nos permite escuchar nuestras “voces interiores”.

Una de las prácticas más enriquecedoras para nuestra alma y más alumbradora para nuestra existencia, consiste en retomar lo que de niños hacíamos: “escuchar nuestras voces interiores”. ¡Claro que es una tarea difícil! Por mucho tiempo hemos tenido amordazadas esas “voces interiores”, y lo que es peor, muchos las han silenciado.

No estamos hablando de las voces interiores que escuchan personas que padecen de una enfermedad mental. Estas vocecitas son pensamientos como si estuvieran escritos en taquigrafía, de sentimientos que nos impulsan a pensar de cierta forma, e incluso, de imágenes que nos invitan a obrar de determinada manera.

Las personas sanas pasan mucho tiempo hablando consigo mismas. A veces, sus pláticas interiores son muy destructivas, sin fundamento y altamente irracionales, lo que las conduce rápidamente, a estados anímicos tristes, de desaliento y desamparo.

Hay personas, que saben conducir su plática interior de una manera positiva, motivándose y alentando sus ideas y proyectos.

En la Roma Antigua, estaba muy en uso, éste refrán: “La palabra es imagen del alma”.

Nuestras “voces interiores” surgen de la intimidad de nuestros subconsciente, y sus palabras, de lo más genuino de nuestra alma. Hablamos de las “voces interiores” que guardan una total concordancia con lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Nuestras “voces interiores” revelan lo más puro y auténtico de nuestra conciencia, y expresan lo más genuino de nuestro espíritu: quejas, deseos, sueños rotos, proyectos por hacer. Rescatar nuestras “voces interiores” es acariciar lo más noble de nuestro corazón. Esas vocecitas nos pondrán a la vista las fuentes más abundantes donde podremos deleitarnos a nosotros mismos durante toda nuestra vida. ¡Nuestras “voces interiores” son nuestros mejores amigos!

¡Escuchemos estos susurros de nuestra alma, que pueden ser nuestros mejores consejeros!

Bienestar y felicidad

En su obra cumbre, “Ética Nicomaquea”, en el punto 8 del capítulo X, págs. 399 y 400, de la edición de Editorial Gredos, expresamente afirma: “Que la felicidad es una actividad contemplativa”. Argumenta que, “Pues mientras toda la vida –escribe Aristóteles– de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en cuanto que existe una cierta semejanza con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres (los animales) es feliz, porque no participan, en modo alguno, de la contemplación”.

“Por consiguiente –sigue argumentando Aristóteles–, hasta donde se extiende la contemplación, también la felicidad, y aquellos que pueden contemplar más son también más felices, no por accidente, sino en virtud de la contemplación”.

¿Hasta dónde el inmenso prestigio de Aristóteles impidió de alguna manera, que se investigara más hondo en estos últimos 2300 años, sobre el tema de la felicidad? ¡Nunca podremos responder esta pregunta!

Pienso que Aristóteles se equivocó al tratar de desentrañar la esencia de la felicidad. No creo –como afirma Aristóteles–, que “la felicidad es una actividad contemplativa”, como tampoco, que “aquellos que pueden contemplar más son también más felices…”.

El sentido común y la experiencia diaria avalan mi afirmación: por ejemplo, millones de personas que contaban con una clara disposición y potencia para “contemplar” (contemplar consiste en examinar con atención una cosa material o espiritual), ante una situación de hambre crónica y miseria (como actualmente viven 2400 millones de personas en el mundo, según las Naciones Unidas), o en el caso de enfermedades graves o terminales, o heridos como consecuencia de guerras de todo tipo, todas estas personas no tendrán el menor deseo de contemplar. Sus sufrimientos físicos y morales y su lucha por la sobrevivencia, los enfoca en su angustiante y dolorosa situación existencial. ¡Y si contemplan, no resolverán sus problemas existenciales! No podemos negarle a tantos millones de personas, otras vías para la felicidad.

Estas circunstancias venenosas y dañinas impiden la felicidad a través de la contemplación. Bien lo expresó el enorme poeta Lucrecio, de la Roma Antigua: “Conturba, trastorna y quebranta el alma la fuerza de ese veneno”.

El psiquiatra español, Rogeli Armengol, expresó con toda claridad una “idea” fundamental en torno a la felicidad. Este médico escribió: “Precisando un poco más, hay que decir que la felicidad depende fundamentalmente de la idea que nos forjemos de lo que es el bienestar, puesto que esta idea, más allá de los sentimientos y pasiones a los que también estamos sujetos, va a determinar de manera poderosa gran parte de nuestra actividad: con algunas actividades conseguiremos un mejor bienestar, pero con otras ese bienestar se malogra”.

Si una persona piensa que su bienestar depende de una actividad, trabajo o preferencia, para lo que tiene capacidades naturales o adquiridas con el oficio perseverante, es altamente probable que obtenga un bienestar permanente.

En cambio, una persona que finque su bienestar en ser un cantante profesional, careciendo de capacidades naturales para la música, como la entonación de la voz, el oído fino para los cambios de tonos, el ritmo, el uso de los sonidos graves y agudos, será una persona infeliz, pues su bienestar lo basa en pretender ser un cantante profesional, cuando jamás podrá llegar a serlo.

En cambio, quienes ajustan sus capacidades naturales en actividades propias de la idea que se han forjado sobre el bienestar, no hay ninguna duda, que sus niveles de felicidad serán mayores.

Las circunstancias existenciales muy duras, como la miseria, la cárcel, enfermedades graves, traumatismos que impidan una cierta actividad, impiden a estas personas, que dediquen parte de su tiempo a la contemplación. Pero aun así, podrán ejercer una serie de actividades que les reporte cierto nivel de bienestar.

Seguramente el ingrediente principal para un bienestar general permanente, consista en gozar de cierta sabiduría, la que se manifiesta en cuidar lo bueno que ya tenemos, y en no causar daños ni males a otras personas.

La sabiduría nada tiene que ver con un coeficiente alto de inteligencia, ni siquiera, con la adquisición de cultura. El conocimiento en sí mismo, no incrementa nuestros niveles de felicidad, como ya lo dejo comprobado el psicólogo Seligman, de la Universidad de Pensilvania. Pero la sabiduría sí nos da condiciones, para saber elegir lo que más nos puede proporcionar bienestar, vía éste para la felicidad.

La sabiduría depende de nuestro buen juicio, de saber distinguir bien las cosas, de la sensatez, del razonamiento cuidadoso, del saber pensar correctamente. El saber pondera las cosas y las situaciones: el esforzarnos en ser objetivos, el alejarnos de los extremos y abrazar la mesura.

La sabiduría sí está vinculada a la felicidad. Pero no a una felicidad utópica y permanente, pues esto es irreal. La felicidad depende de múltiples factores: genéticos, ambientales, políticos, actividades adecuadas, una idea clara del bienestar personal.

Pero aun así, nuestro buen juicio y serena reflexión, como condiciones de la sabiduría, nos conducen al bienestar y nos permiten apresar los momentos de felicidad que la vida nos regale y que nuestras actividades acertadas nos proporcionen, y nos capacita la sabiduría, para grabar en nuestra conciencia los momentos de felicidad fugaces, y otorgarles a estos momentos un valor de eternidad.

“¡La sabiduría se adquiere con reflexión!”, nos dijo el romano Publilio Siro.

Siempre tenemos opción

Nosotros tenemos la capacidad de elegir: o bien, optamos por una vida acobardada, apagada y medrosa, o nos decidimos por levantarnos cada día diciéndole un sí incondicional a nuestra vida.

O nos encogemos como gusanos medrosos, o cada día nos sumergimos de lleno en la vida, bañando nuestro espíritu de todas las inmensas fuerzas de la naturaleza.

Podemos elegir dejar que un mezquino terror se apodere de nuestro corazón, o henchimos nuestro pecho de un sano orgullo, estremeciéndonos de gozo por meter de lleno nuestras manos en la vida, en nuestra particular vida que nos toca vivir.

En el fondo de nuestro corazón sabemos que la poderosa instancia de nuestra alma puede vencer muchos obstáculos, como también sabemos que podemos desperdiciar el inmenso tesoro que es el día en que estamos viviendo, hiriendo de muerte al día con nuestra voluntad indecisa y nuestro torpe actuar vacilante y medroso.

Sabemos que la vida humana nos ofrece múltiples opciones y que una sola de ellas puede bastarnos para despertar en nosotros un vivo y grande interés. Como también sabemos que nuestra indolencia, el dejar las cosas para después, el no estimar en lo debido la inmensa riqueza de la vida humana, nos conduce a una existencia de carencias y lamentos.

Tenemos la experiencia de que si ha brotado de nuestro pecho una firme decisión, le podemos dar vida a esta decisión con una pronta osadía, actuando de inmediato y sin dilación alguna. Así también, la misma experiencia nos ha demostrado que la irresolución nos lleva a la parálisis y al encogimiento.

En el fondo insobornable de nuestra conciencia, por más confusas que nos parezcan las cosas, si aún conservamos algo de bondad, sabremos distinguir el camino recto.

Nuestro corazón ilumina a nuestra conciencia, o la conciencia le prende fuego a nuestro corazón, pero la realidad, es que siempre podremos distinguir el bien del mal.

Ante una adversidad, la vida nos da la oportunidad de tomar una decisión existencial: seguimos aferrados a la vida luchando con honor y dignidad, mostrando un valor ejemplar, o bien, maldecimos nuestro destino y hacemos de nuestra existencia un viacrucis. Si optamos por estar plenamente vivos en nuestra vida, podríamos sentirnos como se sintió Fausto, en la obra que con este mismo nombre escribió Goethe: “Siento bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio”. Si optamos por el viacrucis, aceptemos que permanentemente un mezquino terror se robará nuestra alma y la aventará a las penumbras de la no vida, de la indecisión y de un vaivén que va de la impotencia a la desesperación.

Goethe nos deja una impactante reflexión, al poner en boca de Fausto la siguiente exclamación:

“Lancémonos en el torbellino del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen uno con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre”.

Goethe no nos habla de un mundo maravilloso donde todos nuestros deseos y fantasías se cumplen. No, sino que nos quiere transmitir la poderosa idea de que vale la pena meternos en “el torbellino de los acontecimientos”. Y todo torbellino implica extremos: dudas y certezas; lluvias que dañan, y a la vez lluvias que florecen los campos; torbellinos que implican pérdidas ante los riesgos, pero a la vez, torbellinos que nos encumbran en lo alto de las montañas.

Decía Séneca que a todo bien le seguirá un mal, y que todo placer trae su cuota de dolor. No se trata de una serie matemática, sino que nos quiere revelar el hecho de que la vida trae los inmensos regalos de una existencia exuberante, pero también, la vida trae el sello y el embrión de su propia muerte. Debemos elegir las opciones que nos conduzcan a una incesante actividad, y a las opciones siempre amigas de una vida más plena y auténtica.

Vivir encogidos, cautelosos, huyendo de peligros imaginarios y de riesgos reales, y renunciando a una vida intensa y a una incesante actividad, no nos aleja de los riesgos de todo ser humano. La vida nos da y nos quita, nos dio la vida al nacer y nos la va a quitar al morir. Podemos vivir con osadía, luchando de pie o ya caídos, pero luchando, o escondiéndonos de las durezas y adversidades de nuestra existencia.

¡Vivamos el ahora, donde se dan todos los milagros de la existencia!, y no como aquel al que se refiere Séneca en su Epístola 98: “Desgraciado es el ánimo al que el futuro inquieta”.

Renunciemos a nuestros pensamientos cobardes, a nuestros penosos titubeos y a nuestros angustiosos lamentos que en nada alivian nuestro lastimero ánimo.

“¡Meternos en el torbellino de los acontecimientos”, como nos lo aconseja Goethe, es vivir hasta nuestras entrañas!, y no acobardados como el personaje del inmenso poeta romano Virgilio, que nos describe en su obra, Eneida: “Me quedé estupefacto, mis cabellos se erizaron y la voz se me pegó a la garganta”.

¡Mejor vivamos valientemente!, como lo escribió Cicerón en su profunda obra, “Las Tusculanas”: “¿Qué gladiador, aun mediocre, gime nunca? ¿Cuál se demuda? ¿Con qué arte no cae para disimular su afrenta? Y el que, caído, va a recibir el hierro en su cuerpo, ¿Vuelve la cabeza siquiera?”.

ENSEÑANZAS DE NIETZSCHE

Enseñanzas de Nietzsche
“Un moralista es lo contrario de un predicador de moral: es, en efecto, un pensador que toma la moral como discutible, como cuestionable, en suma, como un problema. Lamento tener que añadir que justo por ello, el moralista forma parte de los seres problemáticos”. (Nietzsche).

La moral es la ciencia que trata de las acciones humanas en orden a su bondad y malicia. La moral constituye el tema más importante para cada hombre en lo individual, pues depende de cada persona elegir constantemente y durante toda su vida si sus acciones van a ir de acuerdo con el bien o con el mal. El predicador de la moral cree en lo que esta ciencia ordena, y por ello predica la necesidad de su cumplimiento. En cambio, el moralista –no como lo define el diccionario, sino como lo capta el pueblo en general– es más bien un predicador de la moral pero que no siente la certeza de lo que predica. En el sentido de Nietzsche, se trata de una caricatura del verdadero predicador de la moral.

Es por esto que nos disgustan tanto los moralistas: dicen una cosa y con frecuencia hacen otra diferente, o bien, se comportan moralmente pero en realidad son personas fanáticas, intransigentes y casi siempre carentes de bondad y de compasión. Son seres problemáticos, pues todo moralista duda de lo que predica, con frecuencia anhela lo que prohíbe y se siente descontento de sí mismo.

En otra reflexión, escribió: “La venganza del inferior contra el superior tiende siempre a lo más extremo, a la aniquilación: únicamente así puede eliminar el contragolpe”.

El inferior es la persona que sabe o siente que su contrario o enemigo es superior a él, ya sea en lo económico, en fuerza física o en la capacidad para dañarlo. Cuando un inferior ofende o daña a un superior, es muy frecuente que la persona superior –en el sentido que hemos señalado– no castigue con dureza a su ofensor, y más bien, con frecuencia pasa por alto la ofensa o daño. En cambio, cuando el superior daña al inferior y éste cobra venganza, esta venganza lleva toda la fuerza de la aniquilación, pues el inferior siente y cree que el contragolpe del superior le sería devastador.

Nietzsche escribió: “La mujer comete diez veces menos delitos que el hombre; en consecuencia es, moralmente, diez veces mejor que él: eso dicen las estadísticas”.

Esto lo escribió Nietzsche en 1880, pero hoy en día creo que las mujeres, prácticamente en todo el mundo, cometen menos del 10% de los delitos. Indudablemente que las mujeres son más íntegras que los hombres, y además, son mucho más responsables. Simplemente analicemos el porcentaje de mujeres que son abandonadas por los hombres; el drama de las madres solteras nos demuestra su enorme responsabilidad. Aun cuando lo hijos son abandonados por su padre, la madre jamás abandona a sus hijos, sino al contrario, los protege y trabaja con enorme esfuerzo para sacarlos adelante. Estas madres solteras son unas verdaderas heroínas.

¡No hay duda! Nietzsche tiene razón: las mujeres son moralmente superiores a los hombres, si no fuera así, la especie humana ya se hubiera extinguido hace decenas de miles de años. “Damos especial valor a la posesión de una virtud tan sólo cuando hemos notado su ausencia en nuestro adversario”, escribió Nietzsche.

Es cierta la afirmación de este filósofo alemán: no advertimos nuestras virtudes hasta que notamos su ausencia en nuestros adversarios. Nuestros contrarios hacen las veces de nuestros mejores espejos: como todo adversario nos hace sufrir, fijamos nuestra atención en ellos, y cuando vemos detenidamente su comportamiento, notamos los defectos que nosotros tenemos cuando nuestros adversarios también padecen de ese defecto. Por lo general, cuando alguna persona nos disgusta es porque caemos en la cuenta de que esa persona padece algún defecto que también nosotros padecemos y que nos resulta muy odioso.

Al centrar nuestra atención en la conducta de nuestro adversario, de pronto nos percatamos que carece de una virtud que nosotros la estimamos como muy valiosa. Ese adversario es un espejo para nosotros, pero ahora con un efecto diferente: vemos en él la ausencia de una virtud que no tiene y que nosotros sí. Al advertir nuestra virtud que al otro le falta, le damos un valor especial, y por lo tanto, llegamos a sentirnos con una ventaja sobre el contrario.

Nietzsche nos da una muestra de su profundo conocimiento del alma humana, con la siguiente sentencia que escribió en su obra, “Humano, Demasiado Humano”: “Querer ser amado.- la exigencia de ser amado es la máxima arrogancia”.

Una de las actitudes más ingenuas y equivocadas en que caemos, consiste en exigir que ciertas personas nos amen. Amor que deben tenernos por el hecho de que sean nuestros hijos, personas a las que ayudamos, o seres humanos a los que queremos. Esta exigencia de amor es absolutamente irracional.

¡Jamás podremos exigirle a ciertas personas que nos amen, por más merecedores que seamos o nos sintamos! Habrá personas que nos amen por el sólo hecho de que así lo sienten, sin más.

El amor nunca nace como consecuencia de una “reciprocidad”, ni tiene nada que ver con los méritos, la justicia o la gratitud. Nos amará a quien le nazca amarnos, y jamás podremos comprar el amor de nadie.

¡El amor nunca nace del interés ni de la gratitud; es tan puro este sentimiento, que no se sujeta a reglas! ¡Nunca tendremos la razón de exigirle amor a alguien! ¡Sólo nos amará quien sienta amor sin condición alguna!

Halloween

Halloween
La celebración del halloween o la noche de brujas, como comercialmente es conocida, es una costumbre que ha invadido casi todos los lugares del mundo, incluyendo México, a pesar de que no es de origen hispánica, pero tenemos que reconocer que cada año esta celebración es más popular y la cercanía de nuestra frontera con el país del norte, esto se fomenta aún más.

En Irlanda, es considerado el halloween como una fiesta nacional y se celebra en grande en los países que conforman el Reino Unido como Inglaterra, Gales, Escocia e Ulster, región que también es conocida como Irlanda del Norte.

De estos lugares el halloween brincó el océano para poder llegar al continente americano, donde encontró acogida en países de conglomerados de inmigrantes desde el viejo continente, como lo son Canadá, y Estados Unidos.

El halloween es conocido en otros lejanos países en donde ha penetrado debido a la gigantesca comercialización que le rodea y que emana del poderoso vecino del norte.
Como en Japón, Corea del Sur, Hong-Kong que ahora pertenece a China, Vietnam, Filipinas y en la isla de Taiwán, en donde los norteamericanos han tenido alguna o mucha influencia.

El halloween tuvo su origen en el sanhain, que es el festival celta de la cosecha y en el saman, señor de la muerte que provocaba a las huestes de los espíritus malignos.
Los antiguos druitas, que son sacerdotes celtas y que generalmente eran adivinos, magos o brujos, encendían entonces grandes hogueras, con el aparente propósito de rechazar a todos estos espíritus.

Los celtas era un antiguo grupo étnico oriundo de los Alpes, el halloween era la última noche del año y se consideraba como un momento propicio para examinar los presagios del futuro.

Los celtas también creían que los espíritus de la muerte volvían a visitar sus moradas terrenales esa noche.

Los romanos por su parte, tras conquistar a Gran Bretaña, añadieron al halloween elementos de la fiesta de la cosecha celebrada el 1 de noviembre en honor de Pomona, la diosa de los frutos y de los árboles.

La tradición celta de encender hogueras en halloween, sobrevivió hasta épocas modernas en Escocia y el país de Gales y el concepto de fantasmas y brujas sigue siendo común en las celebraciones de halloween.

Sobreviven vestigios de la fiesta romana de la cosecha en la costumbre, habitual en Estados Unidos y en Gran Bretaña, de hacer jugos utilizando frutas, como sacar manzanas de un cubo de agua.

De origen similar es la utilización de calabazas huecas esculpidas para representar rostros grotescos y que se iluminan con una vela en el interior.

De los Alpes se extendió por el sudoeste alemán, el este y sur de Francia y se establecieron en las islas británicas de Inglaterra e Irlanda; otra rama se estableció en España.

Según la creencia de los celtas, los espíritus de los que han fallecido durante el año anterior, debían ser conducidos fuera de la aldea al final del festival para lo cual, la gente llevaba puestos máscaras y disfraces.

Cuando la iglesia católica estableció el 1 de noviembre como el Día de Todos los Santos, coincidió con la terminación de la cosecha para que no faltaran los víveres y esta fiesta se relaciona con el Halloween, porque esta costumbre celta encontró su aplicación en la noche previa al Día de Todos los Santos, de donde se deriva el nombre o se corrompe: All hallow’s eve, lo cual significa víspera de todos los santos y de sanhain, que se transformó mas tarde en Halloween.

En la actualidad los niños se disfrazan y salen al vecindario a pedir dulces, al grito de trick or treat, que significa truco o trato, amenazando a los vecinos que si no les dan golosinas les harán alguna travesura, generalmente muy inocente.

Ahora se practica sin conocer la verdadera fiesta, ni para tratar de sacar los espíritus fuera de la población, en nuestra ciudad esta celebración se ha popularizado en grande y desde hace una semana los motivos alusivos ya aparecían en gran cantidad de negocios y apenas inician algunas contadas instituciones educativas, predominantemente con calabazas de plástico, recortes de brujitas y fantasmas, aunque no conozcan el verdadero significado del Halloween, y se preparan también en la compra o confección de su disfraz y su recolector de golosinas para acudir de puerta en puerta mencionando el corrompido “triki-triki” en lugar de la frase tradicional de trick or treat, y los pequeños fastidian puerta tras puerta portando el disfraz tipo Kleenex, o sea úsese y tírese después, elaborados así para poder comercializar el producto de esta celebración y elevar las ventas.

En 1999, grupos evangélicos se unieron en una campaña en contra de la celebración del Halloween, en aquel entonces repartieron folletos en donde se explicaba el significado que consideran real de esa celebración, indicando que es un rito tradicional de ocultismo y es durante estas celebraciones cuando se registran el mayor índice de muertes, secuestros y violencia, señalan que la práctica de este ejercicio, al parecer inofensivo, trae riesgos innecesarios en donde se exaltan a brujas, satanismo y ocultismo.

La secretaría de educación pública prohibió hace algunos años esta celebración en las instituciones educativas, pero en gran cantidad de jardines de niños lucen los emblemas característicos de esa fiesta y en menor número las de educación primaria y en algunas ocasiones, combinadas aberrantemente con la tradición mexicana del Día de Muertos.
El motivo que argumentó la SEP fue el acudir en rescate de nuestras tradiciones que increíblemente entusiasman y encantan a los extranjeros y avergüenzan a la mayor parte de los mexicanos en la frontera.

Según los expertos extranjeros, la celebración del Día de Muertos es más original y fascinante que el mismo Halloween, opinión que muchos habitantes de nuestra frontera no compartimos y preferimos la llamada noche de brujas con el deformado “triki-triki”, en lugar de la construcción de los altares de muerto y el casi culto de visitar los cementerios el día 1 y 2 de noviembre.