lunes, 31 de octubre de 2011

Nuestra voz interior, la mejor amiga

Amar y expresarle nuestro amor a quien amamos, constituye un acto de gran valentía. Develar nuestro amor ante alguien, es desnudar nuestro ser con el riesgo de ser rechazados, por ello, algunas personas prefieren quedarse solas.

No es cierto que un adulto que le expresa su amor a una persona y es rechazada, destruye su identidad. El rechazo puede constituir uno de los sufrimientos más intensos que pueda sufrir una persona, pero aún siendo rechazada, esa persona siempre se tendrá a sí misma.

Personas que se han divorciado o separado de su pareja, o que ya no están con la persona amada por haber fallecido, se encuentran en una situación muy dolorosa, pero todos conocemos a personas viudas o ya solas, que no están pendientes de ser constantemente atendidas por sus hijos o seres queridos; no están esperando que las colmen de atenciones y de muestras de amor. Se trata de personas que llevan su soledad no solamente con un gran decoro, sino que en realidad nos asombran porque han encontrado muchas maneras de deleitarse a sí mismas. En sus caras jamás aparece el letrero: “por favor, quiéranme, ocúpense de mí.” Al contrario, su rostro nos revela: “estoy ocupada, estoy siempre haciendo algo que me deleita, y por favor, no estén tan pendientes de mí”.

Nathaniel Cotton escribió: “El mundo no tiene nada que dar; de nuestro yo, deben fluir nuestras alegrías”. Y el moralista francés Chamfort en su obra, “Máximas y Pensamientos”, escribió esta reflexión: “La naturaleza no me ha dicho: ‘No seas pobre’. Y menos aún: ‘Sé rico’. Pero me grita: ‘Sé independiente’”.

Deleitarnos a nosotros mismos no es algo fácil, sino por lo contrario, difícil. Pero si queremos gozar de un buen grado de independencia y de autonomía, debemos esforzarnos en enseñarnos a encontrar maneras para deleitarnos. Una de las maneras más sabias, y que además está absolutamente probada por la experiencia humana, consiste en saber escuchar a nuestra voz interior.

En nuestra niñez, sabíamos con absoluta precisión cuáles eran nuestras necesidades del momento, y percibíamos con una asombrosa nitidez las emociones que nos embargaban. Sabíamos cuándo teníamos hambre; acudíamos a los brazos de nuestros padres cuando sentíamos que necesitábamos su cariño; nos deteníamos calmadamente en nuestros pensamientos y sueños. Pero a medida que íbamos creciendo, los gritos de nuestros padres y las órdenes de nuestros profesores se imponían y apagaban nuestras “voces interiores”.

Habernos rebelado contra las órdenes de nuestros padres, hubiera sido muy peligroso y hubiéramos puesto en serio riesgo nuestra propia sobrevivencia. De alguna manera, nuestros padres sabían mejor que nosotros, cómo debíamos alimentarnos adecuadamente, cómo debíamos cruzar las calles transitadas para no sufrir un accidente, y qué medicina debíamos tomar para salir de un malestar. De niños fue indispensable dejarnos guiar por nuestros padres, apagar por momentos nuestras “voces interiores” y no hacer caso de nuestros caprichos.

Ahora ya somos adultos, y para sobrevivir no necesitamos del cuidado y de las órdenes de nuestros padres. Ahora es cuando no debemos desconectar el cable que nos permite escuchar nuestras “voces interiores”.

Una de las prácticas más enriquecedoras para nuestra alma y más alumbradora para nuestra existencia, consiste en retomar lo que de niños hacíamos: “escuchar nuestras voces interiores”. ¡Claro que es una tarea difícil! Por mucho tiempo hemos tenido amordazadas esas “voces interiores”, y lo que es peor, muchos las han silenciado.

No estamos hablando de las voces interiores que escuchan personas que padecen de una enfermedad mental. Estas vocecitas son pensamientos como si estuvieran escritos en taquigrafía, de sentimientos que nos impulsan a pensar de cierta forma, e incluso, de imágenes que nos invitan a obrar de determinada manera.

Las personas sanas pasan mucho tiempo hablando consigo mismas. A veces, sus pláticas interiores son muy destructivas, sin fundamento y altamente irracionales, lo que las conduce rápidamente, a estados anímicos tristes, de desaliento y desamparo.

Hay personas, que saben conducir su plática interior de una manera positiva, motivándose y alentando sus ideas y proyectos.

En la Roma Antigua, estaba muy en uso, éste refrán: “La palabra es imagen del alma”.

Nuestras “voces interiores” surgen de la intimidad de nuestros subconsciente, y sus palabras, de lo más genuino de nuestra alma. Hablamos de las “voces interiores” que guardan una total concordancia con lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Nuestras “voces interiores” revelan lo más puro y auténtico de nuestra conciencia, y expresan lo más genuino de nuestro espíritu: quejas, deseos, sueños rotos, proyectos por hacer. Rescatar nuestras “voces interiores” es acariciar lo más noble de nuestro corazón. Esas vocecitas nos pondrán a la vista las fuentes más abundantes donde podremos deleitarnos a nosotros mismos durante toda nuestra vida. ¡Nuestras “voces interiores” son nuestros mejores amigos!

¡Escuchemos estos susurros de nuestra alma, que pueden ser nuestros mejores consejeros!

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