lunes, 31 de octubre de 2011

Bienestar y felicidad

En su obra cumbre, “Ética Nicomaquea”, en el punto 8 del capítulo X, págs. 399 y 400, de la edición de Editorial Gredos, expresamente afirma: “Que la felicidad es una actividad contemplativa”. Argumenta que, “Pues mientras toda la vida –escribe Aristóteles– de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en cuanto que existe una cierta semejanza con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres (los animales) es feliz, porque no participan, en modo alguno, de la contemplación”.

“Por consiguiente –sigue argumentando Aristóteles–, hasta donde se extiende la contemplación, también la felicidad, y aquellos que pueden contemplar más son también más felices, no por accidente, sino en virtud de la contemplación”.

¿Hasta dónde el inmenso prestigio de Aristóteles impidió de alguna manera, que se investigara más hondo en estos últimos 2300 años, sobre el tema de la felicidad? ¡Nunca podremos responder esta pregunta!

Pienso que Aristóteles se equivocó al tratar de desentrañar la esencia de la felicidad. No creo –como afirma Aristóteles–, que “la felicidad es una actividad contemplativa”, como tampoco, que “aquellos que pueden contemplar más son también más felices…”.

El sentido común y la experiencia diaria avalan mi afirmación: por ejemplo, millones de personas que contaban con una clara disposición y potencia para “contemplar” (contemplar consiste en examinar con atención una cosa material o espiritual), ante una situación de hambre crónica y miseria (como actualmente viven 2400 millones de personas en el mundo, según las Naciones Unidas), o en el caso de enfermedades graves o terminales, o heridos como consecuencia de guerras de todo tipo, todas estas personas no tendrán el menor deseo de contemplar. Sus sufrimientos físicos y morales y su lucha por la sobrevivencia, los enfoca en su angustiante y dolorosa situación existencial. ¡Y si contemplan, no resolverán sus problemas existenciales! No podemos negarle a tantos millones de personas, otras vías para la felicidad.

Estas circunstancias venenosas y dañinas impiden la felicidad a través de la contemplación. Bien lo expresó el enorme poeta Lucrecio, de la Roma Antigua: “Conturba, trastorna y quebranta el alma la fuerza de ese veneno”.

El psiquiatra español, Rogeli Armengol, expresó con toda claridad una “idea” fundamental en torno a la felicidad. Este médico escribió: “Precisando un poco más, hay que decir que la felicidad depende fundamentalmente de la idea que nos forjemos de lo que es el bienestar, puesto que esta idea, más allá de los sentimientos y pasiones a los que también estamos sujetos, va a determinar de manera poderosa gran parte de nuestra actividad: con algunas actividades conseguiremos un mejor bienestar, pero con otras ese bienestar se malogra”.

Si una persona piensa que su bienestar depende de una actividad, trabajo o preferencia, para lo que tiene capacidades naturales o adquiridas con el oficio perseverante, es altamente probable que obtenga un bienestar permanente.

En cambio, una persona que finque su bienestar en ser un cantante profesional, careciendo de capacidades naturales para la música, como la entonación de la voz, el oído fino para los cambios de tonos, el ritmo, el uso de los sonidos graves y agudos, será una persona infeliz, pues su bienestar lo basa en pretender ser un cantante profesional, cuando jamás podrá llegar a serlo.

En cambio, quienes ajustan sus capacidades naturales en actividades propias de la idea que se han forjado sobre el bienestar, no hay ninguna duda, que sus niveles de felicidad serán mayores.

Las circunstancias existenciales muy duras, como la miseria, la cárcel, enfermedades graves, traumatismos que impidan una cierta actividad, impiden a estas personas, que dediquen parte de su tiempo a la contemplación. Pero aun así, podrán ejercer una serie de actividades que les reporte cierto nivel de bienestar.

Seguramente el ingrediente principal para un bienestar general permanente, consista en gozar de cierta sabiduría, la que se manifiesta en cuidar lo bueno que ya tenemos, y en no causar daños ni males a otras personas.

La sabiduría nada tiene que ver con un coeficiente alto de inteligencia, ni siquiera, con la adquisición de cultura. El conocimiento en sí mismo, no incrementa nuestros niveles de felicidad, como ya lo dejo comprobado el psicólogo Seligman, de la Universidad de Pensilvania. Pero la sabiduría sí nos da condiciones, para saber elegir lo que más nos puede proporcionar bienestar, vía éste para la felicidad.

La sabiduría depende de nuestro buen juicio, de saber distinguir bien las cosas, de la sensatez, del razonamiento cuidadoso, del saber pensar correctamente. El saber pondera las cosas y las situaciones: el esforzarnos en ser objetivos, el alejarnos de los extremos y abrazar la mesura.

La sabiduría sí está vinculada a la felicidad. Pero no a una felicidad utópica y permanente, pues esto es irreal. La felicidad depende de múltiples factores: genéticos, ambientales, políticos, actividades adecuadas, una idea clara del bienestar personal.

Pero aun así, nuestro buen juicio y serena reflexión, como condiciones de la sabiduría, nos conducen al bienestar y nos permiten apresar los momentos de felicidad que la vida nos regale y que nuestras actividades acertadas nos proporcionen, y nos capacita la sabiduría, para grabar en nuestra conciencia los momentos de felicidad fugaces, y otorgarles a estos momentos un valor de eternidad.

“¡La sabiduría se adquiere con reflexión!”, nos dijo el romano Publilio Siro.

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