lunes, 31 de octubre de 2011

Siempre tenemos opción

Nosotros tenemos la capacidad de elegir: o bien, optamos por una vida acobardada, apagada y medrosa, o nos decidimos por levantarnos cada día diciéndole un sí incondicional a nuestra vida.

O nos encogemos como gusanos medrosos, o cada día nos sumergimos de lleno en la vida, bañando nuestro espíritu de todas las inmensas fuerzas de la naturaleza.

Podemos elegir dejar que un mezquino terror se apodere de nuestro corazón, o henchimos nuestro pecho de un sano orgullo, estremeciéndonos de gozo por meter de lleno nuestras manos en la vida, en nuestra particular vida que nos toca vivir.

En el fondo de nuestro corazón sabemos que la poderosa instancia de nuestra alma puede vencer muchos obstáculos, como también sabemos que podemos desperdiciar el inmenso tesoro que es el día en que estamos viviendo, hiriendo de muerte al día con nuestra voluntad indecisa y nuestro torpe actuar vacilante y medroso.

Sabemos que la vida humana nos ofrece múltiples opciones y que una sola de ellas puede bastarnos para despertar en nosotros un vivo y grande interés. Como también sabemos que nuestra indolencia, el dejar las cosas para después, el no estimar en lo debido la inmensa riqueza de la vida humana, nos conduce a una existencia de carencias y lamentos.

Tenemos la experiencia de que si ha brotado de nuestro pecho una firme decisión, le podemos dar vida a esta decisión con una pronta osadía, actuando de inmediato y sin dilación alguna. Así también, la misma experiencia nos ha demostrado que la irresolución nos lleva a la parálisis y al encogimiento.

En el fondo insobornable de nuestra conciencia, por más confusas que nos parezcan las cosas, si aún conservamos algo de bondad, sabremos distinguir el camino recto.

Nuestro corazón ilumina a nuestra conciencia, o la conciencia le prende fuego a nuestro corazón, pero la realidad, es que siempre podremos distinguir el bien del mal.

Ante una adversidad, la vida nos da la oportunidad de tomar una decisión existencial: seguimos aferrados a la vida luchando con honor y dignidad, mostrando un valor ejemplar, o bien, maldecimos nuestro destino y hacemos de nuestra existencia un viacrucis. Si optamos por estar plenamente vivos en nuestra vida, podríamos sentirnos como se sintió Fausto, en la obra que con este mismo nombre escribió Goethe: “Siento bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio”. Si optamos por el viacrucis, aceptemos que permanentemente un mezquino terror se robará nuestra alma y la aventará a las penumbras de la no vida, de la indecisión y de un vaivén que va de la impotencia a la desesperación.

Goethe nos deja una impactante reflexión, al poner en boca de Fausto la siguiente exclamación:

“Lancémonos en el torbellino del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen uno con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre”.

Goethe no nos habla de un mundo maravilloso donde todos nuestros deseos y fantasías se cumplen. No, sino que nos quiere transmitir la poderosa idea de que vale la pena meternos en “el torbellino de los acontecimientos”. Y todo torbellino implica extremos: dudas y certezas; lluvias que dañan, y a la vez lluvias que florecen los campos; torbellinos que implican pérdidas ante los riesgos, pero a la vez, torbellinos que nos encumbran en lo alto de las montañas.

Decía Séneca que a todo bien le seguirá un mal, y que todo placer trae su cuota de dolor. No se trata de una serie matemática, sino que nos quiere revelar el hecho de que la vida trae los inmensos regalos de una existencia exuberante, pero también, la vida trae el sello y el embrión de su propia muerte. Debemos elegir las opciones que nos conduzcan a una incesante actividad, y a las opciones siempre amigas de una vida más plena y auténtica.

Vivir encogidos, cautelosos, huyendo de peligros imaginarios y de riesgos reales, y renunciando a una vida intensa y a una incesante actividad, no nos aleja de los riesgos de todo ser humano. La vida nos da y nos quita, nos dio la vida al nacer y nos la va a quitar al morir. Podemos vivir con osadía, luchando de pie o ya caídos, pero luchando, o escondiéndonos de las durezas y adversidades de nuestra existencia.

¡Vivamos el ahora, donde se dan todos los milagros de la existencia!, y no como aquel al que se refiere Séneca en su Epístola 98: “Desgraciado es el ánimo al que el futuro inquieta”.

Renunciemos a nuestros pensamientos cobardes, a nuestros penosos titubeos y a nuestros angustiosos lamentos que en nada alivian nuestro lastimero ánimo.

“¡Meternos en el torbellino de los acontecimientos”, como nos lo aconseja Goethe, es vivir hasta nuestras entrañas!, y no acobardados como el personaje del inmenso poeta romano Virgilio, que nos describe en su obra, Eneida: “Me quedé estupefacto, mis cabellos se erizaron y la voz se me pegó a la garganta”.

¡Mejor vivamos valientemente!, como lo escribió Cicerón en su profunda obra, “Las Tusculanas”: “¿Qué gladiador, aun mediocre, gime nunca? ¿Cuál se demuda? ¿Con qué arte no cae para disimular su afrenta? Y el que, caído, va a recibir el hierro en su cuerpo, ¿Vuelve la cabeza siquiera?”.

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