lunes, 31 de octubre de 2011

ENSEÑANZAS DE NIETZSCHE

Enseñanzas de Nietzsche
“Un moralista es lo contrario de un predicador de moral: es, en efecto, un pensador que toma la moral como discutible, como cuestionable, en suma, como un problema. Lamento tener que añadir que justo por ello, el moralista forma parte de los seres problemáticos”. (Nietzsche).

La moral es la ciencia que trata de las acciones humanas en orden a su bondad y malicia. La moral constituye el tema más importante para cada hombre en lo individual, pues depende de cada persona elegir constantemente y durante toda su vida si sus acciones van a ir de acuerdo con el bien o con el mal. El predicador de la moral cree en lo que esta ciencia ordena, y por ello predica la necesidad de su cumplimiento. En cambio, el moralista –no como lo define el diccionario, sino como lo capta el pueblo en general– es más bien un predicador de la moral pero que no siente la certeza de lo que predica. En el sentido de Nietzsche, se trata de una caricatura del verdadero predicador de la moral.

Es por esto que nos disgustan tanto los moralistas: dicen una cosa y con frecuencia hacen otra diferente, o bien, se comportan moralmente pero en realidad son personas fanáticas, intransigentes y casi siempre carentes de bondad y de compasión. Son seres problemáticos, pues todo moralista duda de lo que predica, con frecuencia anhela lo que prohíbe y se siente descontento de sí mismo.

En otra reflexión, escribió: “La venganza del inferior contra el superior tiende siempre a lo más extremo, a la aniquilación: únicamente así puede eliminar el contragolpe”.

El inferior es la persona que sabe o siente que su contrario o enemigo es superior a él, ya sea en lo económico, en fuerza física o en la capacidad para dañarlo. Cuando un inferior ofende o daña a un superior, es muy frecuente que la persona superior –en el sentido que hemos señalado– no castigue con dureza a su ofensor, y más bien, con frecuencia pasa por alto la ofensa o daño. En cambio, cuando el superior daña al inferior y éste cobra venganza, esta venganza lleva toda la fuerza de la aniquilación, pues el inferior siente y cree que el contragolpe del superior le sería devastador.

Nietzsche escribió: “La mujer comete diez veces menos delitos que el hombre; en consecuencia es, moralmente, diez veces mejor que él: eso dicen las estadísticas”.

Esto lo escribió Nietzsche en 1880, pero hoy en día creo que las mujeres, prácticamente en todo el mundo, cometen menos del 10% de los delitos. Indudablemente que las mujeres son más íntegras que los hombres, y además, son mucho más responsables. Simplemente analicemos el porcentaje de mujeres que son abandonadas por los hombres; el drama de las madres solteras nos demuestra su enorme responsabilidad. Aun cuando lo hijos son abandonados por su padre, la madre jamás abandona a sus hijos, sino al contrario, los protege y trabaja con enorme esfuerzo para sacarlos adelante. Estas madres solteras son unas verdaderas heroínas.

¡No hay duda! Nietzsche tiene razón: las mujeres son moralmente superiores a los hombres, si no fuera así, la especie humana ya se hubiera extinguido hace decenas de miles de años. “Damos especial valor a la posesión de una virtud tan sólo cuando hemos notado su ausencia en nuestro adversario”, escribió Nietzsche.

Es cierta la afirmación de este filósofo alemán: no advertimos nuestras virtudes hasta que notamos su ausencia en nuestros adversarios. Nuestros contrarios hacen las veces de nuestros mejores espejos: como todo adversario nos hace sufrir, fijamos nuestra atención en ellos, y cuando vemos detenidamente su comportamiento, notamos los defectos que nosotros tenemos cuando nuestros adversarios también padecen de ese defecto. Por lo general, cuando alguna persona nos disgusta es porque caemos en la cuenta de que esa persona padece algún defecto que también nosotros padecemos y que nos resulta muy odioso.

Al centrar nuestra atención en la conducta de nuestro adversario, de pronto nos percatamos que carece de una virtud que nosotros la estimamos como muy valiosa. Ese adversario es un espejo para nosotros, pero ahora con un efecto diferente: vemos en él la ausencia de una virtud que no tiene y que nosotros sí. Al advertir nuestra virtud que al otro le falta, le damos un valor especial, y por lo tanto, llegamos a sentirnos con una ventaja sobre el contrario.

Nietzsche nos da una muestra de su profundo conocimiento del alma humana, con la siguiente sentencia que escribió en su obra, “Humano, Demasiado Humano”: “Querer ser amado.- la exigencia de ser amado es la máxima arrogancia”.

Una de las actitudes más ingenuas y equivocadas en que caemos, consiste en exigir que ciertas personas nos amen. Amor que deben tenernos por el hecho de que sean nuestros hijos, personas a las que ayudamos, o seres humanos a los que queremos. Esta exigencia de amor es absolutamente irracional.

¡Jamás podremos exigirle a ciertas personas que nos amen, por más merecedores que seamos o nos sintamos! Habrá personas que nos amen por el sólo hecho de que así lo sienten, sin más.

El amor nunca nace como consecuencia de una “reciprocidad”, ni tiene nada que ver con los méritos, la justicia o la gratitud. Nos amará a quien le nazca amarnos, y jamás podremos comprar el amor de nadie.

¡El amor nunca nace del interés ni de la gratitud; es tan puro este sentimiento, que no se sujeta a reglas! ¡Nunca tendremos la razón de exigirle amor a alguien! ¡Sólo nos amará quien sienta amor sin condición alguna!

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