viernes, 31 de diciembre de 2010

Tiempo y muerte

Tiempo y muerte
Mientras estemos fuera de sí, como cazadores de lo inútil, seremos ciegos al tiempo

Andamos en la vida como hijos pródigos: derrochadores y gastadores. Desgraciadamente, malgastadores de nuestro recurso más valioso, irrecuperable e incomparable: ¡nuestro tiempo!

El tiempo, que es de lo que está hecha nuestra propia vida, lo dejamos escapar con tal facilidad, como se le escapa a nuestra boca el vaho en un día de mucho frío.

“Breve e irreparable es para todos el tiempo de la vida”, escribió el poeta Romano Virgilio. Y el Romano Ausonio nos había prevenido de la fugacidad del tiempo: “Coge, o doncella, las rosas mientras están en flor y tú en tu adolescencia, acuérdate de que al igual que ellas tus horas pasan velozmente”.

Pero jamás podremos cuidar de nuestro tiempo, mientras no sepamos cuáles son nuestros bienes más preciados. Si andamos a la caza de cualquier posesión, el tiempo se ocultará de nuestros ojos.

Pero en el momento de que hagamos uno de los más sorprendentes descubrimientos que podremos hacer a lo largo de nuestra existencia, nuestro tiempo se nos hará visible, y con la fuerza de un ciclón sacudirá nuestro corazón: el descubrimiento de que debemos ir a la caza de recuperar la “posesión de nosotros mismos”.

Mientras estemos fuera de sí, fuera de nosotros, como cazadores de lo inútil, seremos ciegos al tiempo. Y en el momento que vayamos tras “la posesión de nosotros mismos”, seremos los más fieles carceleros de nuestro tiempo.

Una parte de nuestro tiempo se nos escapa sin saber en qué; otra parte, nos la roban una serie de saqueadores y de intrusos, sin tenernos la menor consideración: personas que se creen con todo el derecho de distraernos, importunos con ofertas de todo tipo, o pidiendo nuestra ayuda sin mostrarnos el menor agradecimiento.

Y hay que añadir, el tiempo que nos robamos a nosotros mismos, con nuestra frecuente negligencia: descuidos que debemos reparar después, dada la maldita negligencia con que actuamos. “Pronto se pierde por descuido lo que con mucho trabajo, dificultosamente, se ganó por gracia”, escribió Tomas de Kempis en su obra “Imitación de Cristo”.

Séneca escribió en una de sus Epístolas Morales a Lucilio: “Y, si quieres poner atención, te darás cuenta de que una gran parte de la existencia se nos escapa obrando mal, la mayor parte, estando inactivos, toda ella obrando cosas distintas de las que debemos”.

Una de las causas más poderosas que nos inducen a ser unos verdaderos malbaratadores de nuestro tiempo, consiste en el permanente autoengaño de que “se mueren los demás, pero no nosotros”. No nos damos cuenta que aun la persona más longeva que haya existido en la Tierra, traía larvada la muerte al nacer.Un optimista rosa e irreal puede decirnos que el niño, al ir creciendo va acumulando vida, pero la realidad es también lo contrario: desde que nacemos la muerte se va apoderando poco a poco de nosotros.

Y es que cuando se nos acaba el tiempo aparece la muerte, sin haber sabido nosotros, que la muerte y el tiempo hicieron un inviolable trato: el Tiempo le dijo a la muerte: “Déjame darles tiempo a estas personas”. Contestándole la muerte: “El Tiempo de vida lo fijo yo, y además, por qué tan pretencioso, ingenuo tiempo, ¿qué a caso no sabes que desde que nacen tus favorecidos, del tiempo que les das, yo, desde que nacen, se lo empiezo a arrebatar?

La avaricia es un vicio horrendo: tiene cabeza de buitre, tórax de cofre que atesora, apetito insaciable de loba, y colmillos de murciélago. Pero aun siendo tan detestable este vicio, los dioses de todos los pueblos y culturas de la historia humana bien nos recomendarían que fuéramos siempre unos verdaderos avaros de nuestro tiempo: que tratáramos de acumular todo lo que pudiéramos, que fuéramos sus implacables carceleros. Siendo avaros del tiempo, nos dice Critilo, estaríamos muchísimo más pendientes de nuestro presente, fisionándonos con el tiempo del momento, esforzándonos por darle a la fugacidad del momento, un valor de eternidad.

Y es que todo no es ajeno: cónyuge, hijos, gloria, riquezas, salud, etc. Sólo es nuestro el tiempo que los dioses nos conceden vivir. “Time is money” (el tiempo es dinero), frase mundialmente famosa que acuñó una persona que jamás entendió el valor de la vida misma, o bien, que tenía carcomido su corazón a consecuencia de una grave perversión moral.

¡Nuestro tiempo es vida, es la inmensa muralla que no le permite la entrada a la muerte!

Nuestro Tiempo es el hilo divino de la oportunidad, que nos permite ir esculpiendo nuestra estatua con la que ha siempre soñado nuestra alma.

Productividad y carácter

Consiste en trabajar en aquellas actividades que ‘se nos dan naturalmente’

Ser “productivos” significa expandir nuestras actitudes y respuestas emocionales, intelectuales y sensoriales. Significa luchar constantemente por realizar nuestras potencialidades naturales. El poeta griego Píndaro, lo expresó magistralmente: “Ojalá llegues a ser el que eres”.

El “que eres” a que se refiere Píndaro es toda persona que ya lleva en su nacimiento una serie de capacidades y habilidades; las lleva de manera potencial, es decir, con la capacidad de materializarlas en su vida. Llegar a ser el que eres, es lograr con nuestra conducta, lo que nuestras capacidades muy personales nos reclaman.

Unos, nacieron con las capacidades para pintar, esculpir; otros, están dotados para la mecánica o las matemáticas; algunos, nacieron con capacidades para el comercio, las ventas, o los negocios, etc. Ser productivos, consiste en orientar nuestras capacidades, emociones, para aplicarnos con toda fidelidad en aquello que se “nos da”, como decimos coloquialmente.

Generalmente, la palabra “productividad” se asocia a la creatividad, y particularmente, a la creatividad artística, como la música, el teatro, la pintura, danza, escultura, poesía, etc. De hecho, todo artista con la expresión de su arte nos demuestra contundentemente, que es “productivo”. Y esto es cierto, pero no lo es, el creer que solamente el artista lo es.

Podemos carecer por completo, de capacidades artísticas, y aun así, ser altísimamente “productivos”. Por ello, es necesario saber con precisión, qué es y qué no es, ser productivo. Si el cerebro de una persona no está dañado, o si no sufre de severas perturbaciones emocionales, todo ser humano está dotado de lo necesario para llevar una vida altamente productiva.

Inclusive, personas que sufren de serias perturbaciones emocionales, llegan a lograr una productividad impresionante. Pintores, poetas, actores de teatro y cine, novelistas, a pesar de sus perturbaciones han sido un ejemplo de productividad.

Uno de los rasgos más característicos de una persona no productiva, es aquella que es muy activa, pero que su actividad no brota de su carácter independiente y de acciones que la motivan, sino que actúa en una actitud de sumisión y de dependencia: sus acciones nacen de reglas sociales que estima “tiene que aceptar”. Actúa por un sentido de falsos deberes; o bien, impulsada por el miedo a transgredir una serie de reglas religiosas.

Hay personas, que aparentemente actúan productivamente, como por ejemplo, quienes actúan en base a profundas pasiones de celos, avaricia, masoquismo, sadismo, codicia, miedos.

En estos casos, estas pasiones no nacen de una mente libre, sino de un cerebro atormentado por irracionales y ciegas pasiones que le impiden actuar con libertad y creatividad. Inclusive, personas de una gran “productividad material”, no son productivas en el significado exacto del término, pues sus acciones son intransigentes, obsesivas y dañinas. Un verdugo que mate a personas con gran eficiencia, por supuesto, que no es productivo.

El genocidio de más de 6 millones de judíos, ese espantoso Holocausto del nazismo, esa eficiencia para asesinar en las cámaras de gas, ese orden preciso y eficiente de los carceleros del Holocausto, no fue en ningún sentido, actos productivos de los nazis.

Se pueden realizar actividades de una sorprendente generación de riqueza, pero con una total improductividad: las altísimas ganancias económicas que obtienen los usureros, las elevadas ganancias derivadas de negocios ilícitos, la riqueza surgida por explotar a obreros, las desorbitadas utilidades económicas por monopolizar productos alimenticios y venderlos a precios forzados, etc.

El ser “productivo” no está relacionado con el éxito material o profesional, pero tampoco lo excluye. Un médico que preste sus valiosos servicios profesionales a favor de la sociedad, será mucho más productivo que otro médico que “explote” comercialmente y con ventaja, sus capacidades extraordinarias como cirujano.

Para Critilo, queda muy claro, que ser “productivos” consiste esencialmente en trabajar en aquellas actividades que “se nos dan naturalmente”. Consiste también, en una actitud saludable de orientarnos ante el mundo y las personas. Ser productivo, es poner nuestras emociones, inteligencia, fuerza física, voluntad, al servicio de los demás; consiste, en actuar libremente, y no obligados por dogmas estériles y ciegos.

Seremos “productivos”, cuando lo mejor de nosotros se oriente a un sano proceso de vivir. Lo productivo se mide no por el éxito material, sino por el ejercicio noble y saludable de nuestro carácter.

El sentimiento ideal

El sentimiento ideal
La felicidad permanente sería el peor enemigo para nuestra sobrevivencia

La felicidad consiste en un estado placentero del ánimo, en un goce completo. Parece ser que la gran mayoría de las personas somos mucho más felices de lo que creemos. La prueba nos aparece a la vista cuando volteamos al pasado y caemos en la cuenta de lo felices que fuimos a pesar de la gran cantidad de problemas y sufrimientos que tuvimos.

La propia palabra felicidad contribuye en parte a nuestra infelicidad, pues se nos ha vendido la idea de que hay personas que experimentan una felicidad continua, pero sabemos que es absolutamente imposible que una persona pueda experimentarla. Su código genético no está diseñado para ello. A una felicidad continua se opone nuestra química cerebral que en ocasiones nos envía al infierno de la depresión, o a las normales fluctuaciones de nuestro ánimo. Es imposible, que los seres humanos no suframos enfermedades, traiciones, sueños destrozados, golpes de la ciega fortuna, pérdida de seres queridos y temor a la muerte.

Es imposible que ante sucesos como los anteriores, podamos permanecer felices, y si ha sido así, seguramente, podríamos estar sufriendo serios trastornos emocionales o alguna enfermedad mental grave.

Bienvenida la felicidad efímera cuando la produzcamos o cuando la vida nos la regale, pero cuando esos momentos de éxtasis pasen, no exijamos que regresen, no maldigamos porque se fueron, pues la felicidad sólo puede ser esporádica y transitoria. Algo muy distinto sucede con el bienestar, la satisfacción y la paz espiritual. Estos tres estados físicos y emocionales son distintos a la felicidad y dependen más de nosotros, al igual que su duración es más larga en el tiempo. Aspirar a estos estados es muy humano y conveniente.

Sentimos bienestar cuando consideramos que la vida ha sido buena con nosotros. La satisfacción, por su parte, consiste en el cumplimiento de un deber o de un deseo; y en un sentido más amplio, en un contentamiento interior derivado del reconocimiento de que nuestros resultados han correspondido a lo esperado.

La paz espiritual es una virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego.

¿Cuál es la razón de que la felicidad solamente la alcancemos por momentos, que sea huidiza y esporádica? La causa la encontramos en la evolución humana. Hace un millón de años, aproximadamente, nuestros antepasados vivieron en los árboles. Se alimentaban de frutos y de nueces. De pronto, nuestros ancestros abandonan los árboles a fin de vivir en las sabanas. Aquí, la vida fue muy diferente: mientras vivían en los árboles no había sobresaltos, pero viviendo en la sabana las cosas cambiaron drásticamente: nuestros antepasados tuvieron que cazar animales y enfrentarse a bestias salvajes para poder sobrevivir.

Entonces la caza les exigió una gran concentración, coordinación y cooperación para poder cazar. El medio ambiente impuso enormes exigencias a nuestros ancestros, lo que permitió el agrandamiento de la masa cerebral y así pudo evolucionar hasta alcanzar lo que conocemos como Homo Erectus. El invento de las herramientas de caza desde hace varios cientos de miles de años, la cooperación constante de la especie del Homo Erectus afianzó los lazos de la comunidad y la ayuda mutua.

Pero el pánico fue una constante a lo largo de toda la evolución, pues al menor descuido, las fieras salvajes mataban a nuestros ancestros. Los cambios de clima, la caza escasa, y todos los factores que les rodeaban, implicaron que nuestros ancestros vivieran en un vaivén constante entre el miedo y la tranquilidad, el cansancio y el reposo, el pánico y el gozo.

Por supuesto que había peleas entre nuestros ancestros, pero la cooperación y la ayuda mutua triunfaron, lo que contribuyó definitivamente, a un mayor perfeccionamiento del cerebro. Este triunfo permitió la existencia del Homo Sapiens. Los actuales hombres, idénticos a los de hace 100 mil años, siguen enfrentando peligros: hambrunas, guerras civiles, dominio de una nación sobre otra, enfermedades nuevas como la gripa española que mató en 1918 a más de 50 millones de personas. Nuevas enfermedades como el ébola, el sida o la gripe aviar.

Hoy en día la humanidad enfrenta retos diferentes a los de nuestros ancestros, pero en nuestro código genético quedó impreso para siempre, que la vida es una lucha constante, lucha que es ya un instinto de conservación. Si nosotros no hubiéramos heredado en nuestros genes los sentimientos de pánico, incertidumbre, cautela, goce y alegría, la raza humana ya se hubiera extinguido.

Critilo nos dice que seamos más compadecidos con nosotros mismos: ¿cómo exigirnos una felicidad permanente, si gracias a no tenerla hemos sobrevivido? ¿O acaso nuestros instintos de conservación que nos mantienen vivos, no se oponen frontalmente a una felicidad permanente, que de existir, nos quitaría nuestros instintos de conservación, lo que mandaría a la humanidad a su extinción?

Máximas de Séneca

Máximas de Séneca
Nada nos sería más útil que tener siempre presente un buen número de excelentes máximas

“Nadie hay que, cuando favorece a otro, no se favorezca a sí mismo” (Séneca)

Es cierto lo que afirma este filósofo español radicado en Roma. Cuando favorecemos a alguna persona, ejercitamos dimensiones muy especiales de nuestro ser, como la nobleza y la generosidad. De hecho, nadie puede ser feliz si no se entrega a los demás. Y también, como lo afirmó uno de los médicos más destacados en el mundo sobre el tema del estrés, Hans Seyle, cuando ayudamos a alguien se activan hormonas que fortalecen nuestro sistema inmunológico y nos producen bienestar emocional. Cuando favorecemos a otros, crece nuestro autorrespeto y nuestra autoestima.

“Los buenos preceptos, si los tienes presentes con frecuencia, te aprovecharán igual que los buenos ejemplos” (Séneca)

El poeta Goethe afirmaba que nada nos sería más útil que tener siempre presente un buen número de excelentes máximas. Hay una gran cantidad de máximas morales que resumen una sabiduría profunda. Los buenos ejemplos siempre han sido muy edificantes y por ello es nuestro gusto por las grandes biografías y por los destacados hechos de hombres y mujeres que la historia nos relata. La gran ventaja de los preceptos morales y de sabiduría es que no sólo impactan a nuestra inteligencia, sino que también mueven nuestras emociones más auténticas. Por ello, pocas cosas son de tanta utilidad práctica como el escribir en tarjetas las máximas que nos motivan más a la acción útil y productiva, y al mejor comportamiento moral.

“Desde que nacimos es buena nuestra condición, si no la hemos abandonado, de tal modo dispuso Naturaleza las cosas que para vivir bien no hiciere falta gran aparato: cada cual puede hacerse feliz” (Séneca)

Goethe en sus escritos nos reitera esta misma máxima de Séneca. Para Goethe, la naturaleza nos ha provisto de todo lo necesario a fin de vivir de una manera muy útil a nosotros mismos y a los demás. Para este poeta, no necesitamos de profundos conocimientos ni de una gran inteligencia o posición social o económica para poder vivir felices. Goethe nos aconseja que utilicemos muy eficazmente nuestros cinco sentidos, que observemos con cuidado todo lo que la naturaleza nos ofrece, y que con una gran decisión metamos las manos de lleno en la vida, la que siempre nos deparará grandes beneficios y oportunidades. Nos dice Goethe que si somos fieles a las capacidades con que nos dotó la naturaleza, podremos obtener lo mejor de la vida. Esto mismo es lo que Séneca nos aconseja en su máxima, y hace hincapié en que la naturaleza nos proveyó de lo necesario a fin de que no nos hiciera falta vivir con gran aparato. En efecto, no necesitamos de ningún tipo de lujo; nos bastan las capacidades y habilidades con que la naturaleza nos dotó a cada uno de nosotros.

“Tratándose del hombre, no es pertinente cuántas fincas posee; con cuánto caudal negocia; cuántos le saludan; en qué precioso lecho se acuesta; o lo espléndida que es la copa en que bebe, sino sólo, cuán bueno sea” (Séneca)

Séneca, al igual que los grandes filósofos griegos y romanos como Sócrates, Platón, Cicerón y Marco Aurelio, siempre sostuvieron la idea de que los lujos y las superficialidades jamás podrían darle felicidad a los seres humanos, y más bien, que tales lujos y abundancia siempre son enemigos de la felicidad.

La abundancia de bienes se convierte en lujos innecesarios, así como en preocupaciones y desvelos, mientras que la buena estructura moral de un hombre le asegura un enorme contentamiento en su vida. Federico “El Grande” escribió en sus Memorias: “El lujo no estimula al hombre a la virtud, sino que sofoca en él todos los buenos sentimientos”.

“De los hombres buenos no es mejor el más rico, como tampoco irás a decir que de dos expertos en el manejo del timón de barcos, sea mejor el que posee el barco más grande” (Séneca).

Con estas reflexiones de Séneca, Critilo nos desea indicar el inmenso valor de una buena colección de reflexiones que nos lancen a conductas más eficaces; a conductas que nos metan de lleno en una vida útil y entregada a los demás. También desea decirnos que la felicidad en gran parte depende de nosotros, de nuestro buen comportamiento y de que sepamos utilizar al máximo aquellas capacidades y habilidades con que la naturaleza nos dotó.

Consejos de Nietzsche

Consejos de Nietzsche
‘El moralista forma parte de los seres problemáticos’

“Un moralista es lo contrario de un predicador de moral: es, en efecto, un pensador que toma la moral como discutible, como cuestionable, en suma, como un problema. Lamento tener que añadir que justo por ello, el moralista forma parte de los seres problemáticos”. (Nietzsche).

La moral es la ciencia que trata de las acciones humanas en orden a su bondad y malicia. La moral constituye el tema más importante para cada hombre en lo individual, pues depende de cada persona elegir constantemente y durante toda su vida si sus acciones van a ir de acuerdo con el bien o con el mal. El predicador de la moral cree en lo que esta ciencia ordena, y por ello predica la necesidad de su cumplimiento. En cambio, el moralista –no como lo define el diccionario, sino como lo capta el pueblo en general– es más bien un predicador de la moral pero que no siente la certeza de lo que predica. En el sentido de Nietzsche, se trata de una caricatura del verdadero predicador de la moral.

Es por esto que nos disgustan tanto los moralistas: dicen una cosa y con frecuencia hacen otra diferente, o bien, se comportan moralmente, pero en realidad son personas fanáticas, intransigentes y casi siempre carentes de bondad y de compasión. Son seres problemáticos, pues todo moralista duda de lo que predica, con frecuencia anhela lo que prohíbe y se siente descontento de sí mismo.

En otra reflexión, Nietzsche escribió: “La venganza del inferior contra el superior tiende siempre a lo más extremo, a la aniquilación: únicamente así puede eliminar el contragolpe”.

El inferior es la persona que sabe o siente que su contrario o enemigo es superior a él, ya sea en lo económico, en fuerza física o en la capacidad para dañarlo. Cuando un inferior ofende o daña a un superior, es muy frecuente que la persona superior –en el sentido que hemos señalado– no castigue con dureza a su ofensor, y más bien, con frecuencia pasa por alto la ofensa o daño. En cambio, cuando el superior daña al inferior y éste cobra venganza, esta venganza lleva toda la fuerza de la aniquilación, pues el inferior siente y cree que el contragolpe del superior le sería devastador. Este problema lo observaron muy bien Quevedo y Gracián.

Nietzsche escribió: “La mujer comete 10 veces menos delitos que el hombre; en consecuencia es moralmente, 10 veces mejor que él: eso dicen las estadísticas”.

Esto lo escribió Nietzsche en 1880, pero hoy en día creo que las mujeres, prácticamente en todo el mundo, cometen menos del 10 por ciento de los delitos. Indudablemente que las mujeres son más íntegras que los hombres, y además, son mucho más responsables.

Simplemente analicemos el porcentaje de mujeres que son abandonadas por los hombres; el drama de las madres solteras nos demuestra su enorme responsabilidad. Aún y cuando lo hijos son abandonados por su padre, la madre jamás abandona a sus hijos, sino al contrario, los protege y trabaja con enorme esfuerzo para sacarlos adelante. Estas madres solteras son unas verdaderas heroínas.

¡No hay duda! Nietzsche tiene razón: las mujeres son moralmente superiores a los hombres, si no fuera así, la especie humana ya se hubiera extinguido hace decenas de miles de años.

“Damos especial valor a la posesión de una virtud tan sólo cuando hemos notado su ausencia en nuestro adversario”, escribió Nietzsche.

Es cierta la afirmación de este filósofo alemán: no advertimos nuestras virtudes hasta que notamos su ausencia en nuestros adversarios. Nuestros contrarios hacen las veces de nuestros mejores espejos: como todo adversario nos hace sufrir, fijamos nuestra atención en ellos, y cuando vemos detenidamente su comportamiento, notamos los defectos que nosotros tenemos cuando nuestros adversarios también padecen de ese defecto. Por lo general, cuando alguna persona nos disgusta es porque caemos en la cuenta de que esa persona padece algún defecto que también nosotros padecemos y que nos resulta muy odioso.

Al centrar nuestra atención en la conducta de nuestro adversario, de pronto nos percatamos de que carece de una virtud que nosotros la estimamos como muy valiosa. Ese adversario es un espejo para nosotros, pero ahora con un efecto diferente: vemos en él la ausencia de una virtud que no tiene y que nosotros sí tenemos. Al advertir nuestra virtud que al otro le falta, le damos un valor especial por el hecho de que notamos claramente que nosotros sí la tenemos y por lo tanto, llegamos a sentirnos con una ventaja sobre el contrario.

Para Critilo son sumamente importantes las reflexiones del comportamiento humano, y nos recuerda que no hay conocimiento más importante y útil, que el de la condición humana.

El espíritu sanador

El espíritu sanador
Es inmensa su fuerza ante nuestros padecimientos físicos

Una de las características de nuestra sociedad del hiperconsumo es el bombardeo en la prensa y televisión, de que estamos “obligados” a gozar de una “salud perfecta”, ofreciéndonos esta publicidad todo un catálogo de productos “maravillosos” para nuestra salud.

Es conveniente, por supuesto, que cuidemos nuestro cuerpo, pero nada más desastroso que tratar de arreglar lo que no está descompuesto (y esto se aplica a cualquier área de nuestra vida). Si nuestro cuerpo funciona bien, nada peor que caer en la mercadotecnia de la “salud perfecta”, pues quedaríamos atrapados en las redes de la hipocondría: empezaríamos a sentirnos mal, pues no estaríamos a la altura de las figuras perfectas de hombres y mujeres que nos muestran los anuncios publicitarios.

Como nuestra sociedad del hiperconsumo es totalmente materialista, nuestro “espíritu” no tiene cabida. Padecemos de ciertas limitaciones físicas y ante ello, nada mejor que ser benevolentes con nosotros mismos. Derramamos nuestra generosidad sobre nuestras limitaciones y padecimientos físicos; hacer las paces con lo que no podemos cambiar. Si una persona padece de una enfermedad crónica como la diabetes o la artritis reumatoide, solo por señalar dos ejemplos, lo más sabio es que se cuide, pero que acepte que tendrá que vivir toda su vida con estos padecimientos.

Antes de querer “arreglar” lo que no está descompuesto en nosotros, debemos mirar con paciencia nuestros males físicos, comprender nuestras limitaciones de salud, y de ahí en adelante comportarnos con una gran calidez con nosotros mismos, tomando una profunda conciencia en el sentido de que siempre estaremos afectados físicamente “por algo”, pero no hay remedio, pues solamente somos seres humanos.

Las personas que hayan logrado esa conformidad consigo mismas, que hayan aceptado los padecimientos que no pueden curar, que hayan alcanzado librarse de esa actitud perfeccionista y falsa de la “salud perfecta”, habrán neutralizado en su vida cotidiana un sin fin de incomodidades físicas, a tal grado, que muchas de ellas ya no les molestarán. Sus emociones gozarán de un equilibrio del que jamás pensaron que podrían disfrutar.

Y es que las afecciones del cuerpo cuando son aceptadas con generosidad, producen un enorme incremento en la salud mental y emocional. Las personas con padecimientos físicos logran una sensibilidad y tal grado de salud mental, que son inaccesibles a quienes gozan de una “salud de hierro”, propiamente animal. Aun con padecimientos físicos crónicos, se puede gozar de lo que para un medico sería un “perfecto estado de salud”, del que no gozan muchas personas que en realidad están sanas, pero como siempre están ansiosas por mayores niveles de salud, su psiquismo está tan perturbado, que se sienten enfermos crónicos, sin serlo. Podemos convertir nuestro desequilibrio físico en un equilibrio integral. Y ésta sería la ecuación: sí, padezco de estas enfermedades y molestias físicas, pero las he aceptado en mi corazón; he logrado que mi generosidad permee toda mi vida; gracias a esto he eliminado una gran cantidad de perturbaciones emocionales, y el aumento de mi fuerza espiritual me ha conducido a una paz de mi espíritu. Así, el desequilibrio físico se convierte en un equilibrio más integral.

Critilo cree firmemente que los seres humanos somos mucho más que meros cuerpos físicos. El que seamos capaces de amar y compadecernos de otros, nos convierte en “sujetos” y no en meros “objetos”. El hecho de que seamos capaces de tener conciencia de nosotros y del mundo, nos sitúa en la Naturaleza como seres en los que tiene una influencia decisiva las expresiones de nuestro espíritu.

Con nuestro espíritu tomamos conciencia del mundo, somos capaces de decidir por lograr valores constructivos. Nuestro espíritu es la enorme fuerza capaz para que podamos asumir nobilísimas actitudes ante nuestros padecimientos físicos. Actitudes que pueden ennoblecer nuestras vidas, no solamente mejorando nuestros padecimientos físicos, sino además, asumiendo grandes responsabilidades, como formar a nuestros hijos, y luchar por ideales que siempre mantengan el fuego encendido en nuestros corazones.

La insatisfacción y sus remedios

La insatisfacción y sus remedios
Es causante de la desilusión, el desencanto y la amargura

Sentirnos insatisfechos de nosotros mismos, constituye una real tragedia en nuestras vidas.

Las psicoterapias modernas están orientadas a tratar a las personas como meros seres racionales. En nuestra época, en la que domina el raciocinio, la lógica, la ciencia y la tecnología, no hay espacio para lo más importante: nuestros sentimientos y las expresiones de nuestro espíritu.

Si nos sentimos insatisfechos nada más equivocado que hacer a un lado una serie de sentimientos que tenemos que observar con una profunda delicadeza y cuidado. La insatisfacción personal es el resultado de un conjunto de omisiones y de actos que en la mayoría de los casos dependen de nosotros.

Si por ejemplo tenemos una clara conciencia de ciertas obligaciones que debemos atender y no lo hacemos terminaremos sintiéndonos mal. A veces no cumplimos con esas obligaciones en virtud de que las consideramos poco importantes: poner más atención en nuestros hijos, visitar a nuestros amigos que pasan por una adversidad, visitar más a nuestros padres… ¡No se trata de obligaciones poco importantes, sino de cuestiones esenciales para nuestras vidas!

Con frecuencia nuestras insatisfacciones derivan de no otorgarle a lo que llamamos “las pequeñas cosas de la vida” la enorme importancia que guardan para nuestra dicha personal. El tejido más valioso del que está hecha nuestra existencia es, precisamente, atender con extremo cuidado esas “pequeñas” grandes cosas de nuestra existencia: abrazar a nuestros seres queridos y decirles lo mucho que los queremos; contemplar las bellezas de la Naturaleza, hacer de nuestro hogar uno más bellamente habitable.

En la Antigua Roma, un famoso refrán decía: “Lo pequeño, siendo propio, nos parece grande” y es que nuestras “pequeñas cosas” son en realidad nuestras “grandes cosas”. Si esto llegamos a entenderlo, no con la razón fría, sino con el cálido corazón, nuestras insatisfacciones personales podremos alejarlas para siempre.

Y es que lo “muy poco” cuando lo estimamos y cuidamos con delicadeza se convierte en algo gigantesco. ¡Y no se trata de un autoengaño, sino sólo de atender las cosas que nos hacen sentir bien, cumplir con nuestras obligaciones y contentarnos con lo común y corriente, y ¡no más!

Si la vida sencilla no nos satisface, lo complejo, grande, extravagante y fastuoso menos nos contentará; el lujo, las pretensiones, nos avivarán más la sed; es como darle de beber al sediento, agua salada: incrementará su sed hasta la demencia.

¡Acariciemos con nuestro corazón a nuestras pequeñas grandes cosas! Hagamos de la sencillez un modelo de vida, tal como una máxima de la Roma Antigua lo expresaba: “La naturaleza se complace en cosas sencillas”.

La insatisfacción personal es una tragedia, y es un sentimiento que perturba nuestro equilibrio emocional. Es causante de la desilusión, el desencanto, el enfado crónico y la amargura. Nuestra insatisfacción personal no podemos combatirla con nuestra fingida “autocomplacencia”. La autocomplacencia constituye un engaño, es una tendencia enfermiza que trata de engrandecer nuestro egocentrismo.

En cambio, el trabajar para sentirnos satisfechos nada tiene que ver con nuestros egoísmos o falsos anhelos de superioridad. Se enfoca a mirar con detenimiento los sentimientos, obligaciones y buenos propósitos que hemos descuidado.

La autocomplacencia siempre es efímera, frívola y débil, pues no está conectada con nuestros más genuinos anhelos y sentimientos. En cambio, el luchar por nuestra satisfacción es un noble proyecto para toda la vida.

La autocomplacencia es excluyente, mientras que la satisfacción es incluyente; ésta se da, no como una meta en sí misma, sino como derivación de propósitos nobles: cuidar a una madre enferma, abrazar a nuestros hijos, respetar el entorno ecológico, cumplir con nuestras obligaciones, entregarnos a los demás.

Critilo no está de acuerdo con la necesidad de amarnos a nosotros mismos a fin de poder amar a los demás. Hay un porcentaje de personas que sienten una profunda insatisfacción con ellas mismas, y aun así, aman profundamente a sus hijos, pareja y amigos.

Nuestra alma estará contenta cuando nos empeñemos en afianzar nuestras más queridas relaciones sentimentales, y cuando nos esforcemos en atender nuestras reales obligaciones.

¿Atrapados por el nihilismo?

¿Atrapados por el nihilismo?
Las personas se desencantan y dejan de creer en los valores

No podemos negarlo: muchos padres hoy en día se dan por satisfechos si sus hijos no tienen contacto con las drogas y estupefacientes, aun si estos jóvenes no están interesados en los grandes temas de la responsabilidad social y de una libertad responsable.

El “nihilismo” ya atrapó a nuestra sociedad; o más bien, nuestro desinterés por la moral privada y pública, nos precipitó en un nihilismo que muchos no han querido reconocer. El nihilismo es la negación de todo principio esencial político y social. Cuando una sociedad no ha encontrado principios políticos y sociales que den como resultado una real mejoría en la vida de las sociedades, las personas se desencantan y dejan de creer en los valores sociales y políticos fundamentales.

¡Ya no se cree en estos principios! Principios como la democracia, la libertad, la justicia social y el bienestar popular. ¿Y cómo creer, como por ejemplo, en nuestro México, con una población de 112 millones de habitantes, en la que 60 millones viven en la pobreza?

Aun así, en el momento en que una sociedad deja de creer en los fundamentales principios políticos y sociales, se da el reinado del “nihilismo”. Éste reinado conduce a la pérdida individual del sentimiento de “indignación”, y en lo social, está listo el caldo de cultivo para la anarquía y para el primado de los más perversos intereses de personas y grupos privilegiados.

Éste es el principal problema de nuestro país, pues se convierte en el detonante de los más graves problemas potenciales para una nación. El vomito diario de plomo y fuego contra personas e instituciones; un pánico que paraliza al país; una galopante corrupción sin freno alguno; y una impunidad como bandera de triunfo de los violentos.

Estas expresiones del nihilismo tienen que ser atacadas en sus causas y no sólo en sus efectos. Sería asombrosamente cruel no reconocer que el disparador de este nihilismo ha sido nuestra salvaje e inhumana sociedad ultracapitalista, que ha despreciado los más altos valores morales y del espíritu, y que ha convertido al “becerro de oro” en el nuevo dios.

La progresiva muerte de los ideales humanistas, y la progresiva adoración por la tecnología y el hiperconsumo, están sembrando la destrucción de nuestras bases sociales: la inmensa importancia de la familia, el respeto a nuestras tradiciones, el trabajo responsable, la convivencia armoniosa entre las personas, y el respeto a la vida y la dignidad de los demás.

Si a mí se me preguntara, ¿cuál creo que sería una solución a éste nihilismo y ésta destrucción del espíritu?, contestaría del modo siguiente: volver a las fuentes más puras de lo más noble de nuestra civilización occidental. Y estas fuentes están en la “sabiduría antigua”, de la Grecia Clásica y de la Antigua Roma. Las enseñanzas de Platón, Aristóteles, Séneca, Marco Aurelio, los poetas y dramaturgos griegos. Han sido estos pensadores los únicos que pueden hacer que reencontremos el camino perdido.

Hoy en día, Séneca, Platón, Aristóteles, son muy leídos en todos los países de Occidente. Sus lecturas han sido como bocanadas de aire limpio y fresco para sociedades ya casi asfixiadas por tantas creencias baratas y falsas.

La sabiduría Antigua no solamente eliminaría tantos dolores espirituales que padecemos, sino que podría convertirse en la “cura radical” para tantos problemas y enfermedades sociales “terminales”, como la violencia brutal y el desinterés por todo lo que sea humano.

Séneca, legatario de la sabiduría de la Antigua Grecia, escribió en una Epístola a Lucilio, lo siguiente: “Me he alejado no tanto de los hombres cuanto de las cosas y, sobre todo, de mis negocios: me ocupo de los asuntos de la posteridad. Escribo cosas que podrían ayudar; confío consejos saludables a mis escritos, como si fueran recetas útiles de medicina; experimentado la eficacia sobre mis heridas que, aunque no fueran curadas completamente, no obstante, han cesado de extenderse”.

Critilo nos recuerda una parte de otra de sus Epístolas, que dice: “Sin la filosofía el alma está enferma; y el cuerpo, aunque tenga fuerzas está sano como puede estarlo el de un loco o el de un desatinado. Por este motivo, si quieres estar bien, cuida en especial la salud de tu alma y, después, la del cuerpo, lo que no le costará mucho”.

Tenemos que reconstruir a nuestra sociedad mexicana desde sus primeras bases: rescatar los valores supremos de la “sabiduría Antigua”, que nuestra sociedad mexicana incorporó hace mucho tiempo, y que los ha venido perdiendo; sabiduría que defiende los valores supremos del espíritu: la verdad, la bondad, la belleza, la justicia, y la importancia por la dignidad de los demás. Sabiduría que siempre se opuso a la violencia de la sangre a la codicia putrefacta y a los vicios del alma.

Presos del dolor

Presos del dolor
Sanos no entendemos al doliente

El dolor físico es una sensación molesta y aflictiva, más o menos intensa, de una parte del cuerpo por una causa interior o exterior.

Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados, dijo Jesucristo. Los que sufren, son un buen porcentaje de las poblaciones de todos los países del mundo. En esta columna nos vamos a enfocar a uno de los peores sufrimientos del ser humano: el dolor físico.

Difícilmente no encontraremos en nuestras familias, en nosotros, o en allegados muy cercanos, a hombres y a mujeres, que sufren intensamente de dolores físicos. Dolores intensos a ratos, espaciados por días, intermitentes, o simplemente de manera permanente y crónica.

La persona que sufre físicamente padece de un cansancio crónico, lo que le impide tener paciencia. A estas personas las vemos como “quejumbrosas”, pero es que no comprendemos que el adolorido no puede callar su dolor. Muy probablemente, ningún sufrimiento emocional o espiritual sea más difícil de soportar que el dolor físico.

Cuando estamos sanos y sin dolor es imposible que podamos entender al doliente, pues su dolor no lo expresa con llanto incontrolado, como sucede como quien pasa por un duelo. El doliente físico ha impreso en su cara un rictus de dolor, y como se siente incomprendido, calla lo que le duele, y muy frecuentemente agota a sus seres queridos y destroza sus relaciones.

El que pasa por una pena, miedo o depresión, tiende al aislamiento, aunque un porcentaje de ellos busca la compañía de otros; en cambio, al que le duele intensamente algo no busca la compañía, sino que se aísla y se queda solo con su dolor. El doliente adopta con frecuencia la posición fetal: acerca sus rodillas a su vientre o pecho y se hace un ovillo. No sé si esa posición fetal, en algo aminora su dolor, o si es una respuesta instintiva a la posición en la cual jamás le dolió nada y en la que mejor se sintió: en la matriz de su madre.

El dolo físico al que nos hemos referido, no es el dolor que nos sirve de alarma biológica: aquel que nos indica que algo mal anda en nuestro cuerpo. Sino que nos estamos refiriendo a esos dolores crónicos insoportables: el artrítico reumatoide por una degeneración inflamatoria, el causado por un cáncer de huesos; los dolores de migraña, cuando el doliente siente que tiene partida su cabeza en dos, dolor acompañado de náuseas, vómitos, y una total intolerancia a la luz y al ruido. En este último tipo de dolores, hay personas que prefieren estrellar su cabeza contra las paredes. El dolor del intestino, de los riñones, por traumatismos graves, el quemado con intensidad, todo esto, incapacitando al doliente.

El mundo del dolor físico está reservado exclusivamente para estos seres que son héroes y heroínas; un mundo que nadie comparte con ellos y que nadie los entiende.

El adolorido con intenso dolor crónico o intermitente, y el adolorido incapacitado sufre lo indecible, pues pierde su autonomía y el control de su propio cuerpo. Quiere vivir, pero a la vez, quisiera que el dolor ya terminara, o que su vida llegara a su fin.

Para el médico de la Grecia Antigua, Hipócrates, el médico estaba obligado no sólo a curar, sino también a aliviar el dolor. Es más espectacular la cura de un enfermo grave, pero creo que el contenido de nobleza y espiritualidad sea mayor en el médico preocupado por sus pacientes.

Es cierto, nos dice Critilo, que mucho cuenta en el doliente la actitud que asuma ante su dolor. Incluso, hay quienes se han resignado ante él y han podido llevar una vida satisfactoria. En esto mucho depende la jerarquía de valores del adolorido, la forma como sublimice su dolor.

Lo que debemos entender, es que la gran mayoría de nosotros no comprendemos ni aceptamos al doliente. Como no se está muriendo, y no está padeciendo a veces de una enfermedad grave, tendemos a minimizar su sufrimiento. Con frecuencia, nos incomoda su dolor, lo que aísla más al doliente, sumando a su dolor físico el rechazo que siente intensamente de sus seres más queridos.

Recordemos, que, “Los hombres son más sensibles al dolor que a los placeres”, como lo dijo el historiador romano Tito Livio: sí, pero siempre que nosotros seamos los dolientes.

Pocas actitudes y conductas pueden ser más nobles que cuando comprendamos al doliente y le ayudemos a aliviar su dolor. Sin duda alguna, que aparte de las medicinas y cuidados terapéuticos del adolorido, nuestra comprensión, compañía y aliento constituye la mejor medicina y el mejor regalo de ofrenda que podemos darle a estos dolientes, verdaderos incomprendidos, muchas veces, aún por sus seres más queridos.

Conocer al hombre

Conocer al hombre
El que comprende a los demás goza de una inmensa riqueza

¡Ser buenos conocedores del ser humano constituye una ancha avenida para nuestra dicha! Ser malos conocedores de los demás hunde nuestra existencia en confusiones y empobrece nuestras relaciones interpersonales.

Conocer la “condición humana” es el conocimiento más importante que podemos lograr. Éste incluye un saber amplio sobre los sentimientos, emociones y actitudes de una persona. “El corazón – escribió Pascal – tiene sus razones que la razón no conoce”: conocer a los demás es un conocimiento del corazón.

Para conocer a una persona nos resulta indispensable agudizar nuestro oído interior: captar con claridad los gestos, palabras, tonos, sentimientos y rasgos del carácter de quien queremos conocer. Es a través de las expresiones del espíritu del otro como podremos entrar a su interior. Frecuentemente, cuando anhelamos “realmente” saber cómo es una persona, nos topamos con una fachada que es meramente artificial y que no corresponde a su verdadero ser. Su fachada la usa inconscientemente como un mecanismo de defensa para proteger lo que esa persona considera sus “debilidades”.

Para un mal conocedor del ser humano, esa fachada lo confunde, pues no sabe que la misma persona que la ostenta, cree que así es en la realidad. El buen conocedor de la condición humana rápidamente se da cuenta de que la fachada no es más que eso: una fachada. En una sola plática con esa persona, se dará cuenta de su postura artificial, lo que probablemente no ha podido descubrir ni la misma persona que la padece.

Lo “que” dice una persona es importante, pero más lo es “cómo” lo dice, y también lo que calla. Hay personas a las que hemos tratado durante años y que no conocemos lo más mínimo de su carácter. En cambio –y esto nos ha sucedido a todos– nos puede bastar una sola conversación “íntima”, para conocer en alto grado a una persona.

Decimos, que se dio una “química” entre los dos. Sí, es la química del encuentro en que las pieles de las dos almas se tocaron. Debemos hacer un esfuerzo permanente para conocer intensamente a muchas personas. Solamente teniendo el interés de asomarnos al alma de otros, nos convertirá en buenos conocedores del ser humano. Y ningún otro conocimiento será más importante para nuestra vida.

Los ventajistas, manipuladores, embaucadores, podrán explotar las debilidades de los demás, pero jamás lograrán ser conocedores del corazón humano. Un ventajista y manipulador cuando necesite aconsejar sabiamente a un hijo, amigo, o cualquier persona, será absolutamente incompetente para bridarle su consejo. Sólo puede aconsejar el que conoce los pliegues más sutiles del alma humana.

Con frecuencia, nos encontramos con personas tímidas a las que realmente queremos conocer, pero nos encontramos con una serie de actitudes y comportamientos que podrían confundirnos si no afinamos nuestro “oído interior”, que funcione eficazmente sólo cuando estamos dispuestos a “comprender” los delicados rasgos del tímido. Y en otros sentidos, nos pasa lo mismo cuando queremos adentrarnos en el corazón del colérico o del melancólico, por citar varios ejemplos.

Toda persona tímida cree ciegamente que puede fácilmente ser herida en sus más frágiles sentimientos. Habla en voz baja, prefiere permanecer callada en vez de hablar con firmeza. Su timidez la sonroja con facilidad. De alguna manera, vive su vida de una forma temerosa, pues se siente permanentemente amenazada por el mundo exterior.

“Un análisis más meticuloso- nos dice el psicoanalista Josef Rattner – nos muestra que la persona tímida enfoca por lo general, de una manera equivocada a las personas y a las situaciones. Es propensa a la desconfianza, al pesimismo, duda de la buena intención de los demás, subestima sus propias fuerzas y sobrevalora las exigencias que se le formulan…”.

Critilo nos advierte que con mucha frecuencia las personas tímidas gozan de una finísima sensibilidad y de elevadas cualidades, como el sentido del honor, la lealtad, una intensa generosidad, y grandes capacidades para la responsabilidad y el sacrificio.

Ante una persona tímida, debemos otorgarle confianza, declarar expresamente nuestras buenas intenciones; y de manera muy respetuosa y delicada, alentarla en sus proyectos. Impulsarla a la acción y a tomar riesgos, es saludable en todos sentidos.

El conocedor del ser humano deberá tratar a una persona tímida, con una profunda delicadeza. Solamente así podremos ganarnos su confianza. ¡Veamos ahora, el grave error que cometen los padres con sus hijos tímidos! La violencia que ejercen contra sus hijos crea un desastre en sus relaciones. La timidez debemos tratarla como a una flor delicada: tomarla cálidamente entre nuestras manos, pero no dañar en lo mínimo, ninguno de sus delicados pétalos.

Nuestros sueños

Nuestros sueños
Lo que es cierto para nosotros, lo es para todos los demás

“Creer tu propio pensamiento, creer que lo que es cierto para ti en tu corazón es cierto para todos los hombres, eso es el genio”, escribió el pensador norteamericano Emerson.

¡Nada más trágico que no darle valor alguno a nuestros pensamientos! Tenemos un sueño sobre un proyecto determinado: un pequeño negocio, un cambio de trabajo, nuevos estudios, y abrigamos este sueño con un gusto enorme en nuestro corazón, pero las voces de nuestros familiares, amigos o conocidos se interponen y dudan de nuestros propósitos. ¡Qué lástima: la damos más, mucho más valor, a la opinión ajena que a los cantos de nuestro corazón, y el sueño no pasa de ser eso, sólo un sueño, pero destrozado!

¿Qué acaso no sabemos, que todos los millones de cosas creadas por el hombre, primero parecieron en su imaginación? Debemos defender una de las creencias más validas y poderosas que jamás pueda nuestra mente concebir: que siempre, sí, siempre, lo más intimo de nosotros se convierte en lo más externo. Cuando realmente albergamos un sueño, así le parezca muy grande o poca cosa a los demás, debemos acariciarlo, nutrirlo, y darle cada vez más vida.

¡No importa, que para otros, nuestro sueño sea muy grande o poca cosa! Lo que sí, es que para nosotros representa un seguro logro. Así se trate de crear un modesto negocio o iniciarnos en alguna actividad que nos agrade. Como nuestro sueño nace de lo más íntimo de nuestro espíritu, tenemos todas las probabilidades de hacerlo realidad.

Debemos aprender cuando ese luminoso rayo divino ilumina nuestro interior y nos ordena ver con claridad nuestros propósitos: ese pequeño o grande comercio, esa nueva actividad, no es poca cosa; se trata de las cosas que más queremos hacer. ¿Pero qué es lo que hacemos? Apartamos de nuestro corazón ese divino rayo de luz y nos negamos a creer que nuestros sueños pueden ser realizables. La diferencia entre el genio, los triunfadores, y las personas comunes como nosotros, en una alta medida puede consistir en que todo triunfador le da un alto valor a sus propósitos, y en cambio, nosotros, no. ¿Y cómo le podríamos dar importancia a lo nuestro si no viene de un genio o de un gran triunfador? Admiramos a los otros, pero nos despreciamos a nosotros mismos.

Pensemos detenidamente en lo siguiente: ¿Cuántas veces no nos ha sucedido, que un gran pensamiento, un descubrimiento genial, ideas altamente redituables, todo esto, lo hemos leído con anterioridad en la prensa o en un libro, pero resulta, que desde hace mucho tiempo a nosotros ya se nos había ocurrido, o esas ideas altamente redituables ya las habíamos pensado? Esto nos ha sucedido muchas veces, pero ¿cómo iban a ser certeras, si nosotros ya las habíamos pensado? Hay una inmensa diferencia: aquellas ideas geniales fueron expuestas y llevadas a cabo por hombre y mujeres que si creían en ellos y nosotros las desechamos por ser nuestras; no creímos en ellas. ¡Nada más triste que ver nuestras ideas rechazadas por nosotros, y expuestas y puestas en práctica por otros!

El más prolífico de los inventores, Edison, decía que él había logrado cientos de utilísimos inventos, porque él estaba seguro que las ideas flotaban en el aire y por encima de su cabeza, y que todo consistía en dejar que las ideas penetraran en su cerebro. Y es que la realidad nos indica que la raza humana ha podido sobrevivir por cientos de miles de años, gracias a que siempre ha habido en toda tribu, pequeños pueblos, ciudades y naciones, una gran cantidad de personas que creyeron en sus ideas y mejoraron en alto grado la vida de sus comunidades y las suyas propias.

Tenemos que darnos cuenta de hechos tan increíbles, sorprendentes y desgarradores, como los siguientes: que actualmente en la tierra se produce muchísimo más alimento que el necesario para nutrir a los 6 mil 700 millones de seres humanos que poblamos el planeta, y que no obstante esto, más de mil 200 millones de personas padecen de hambre y viven en la pobreza. El hecho de que contamos con tantos recursos de capitales financieros, que sería posible darle empleo a todos; pero en la realidad, está tan injustamente repartido el dinero, que hay cientos de millones de personas sin empleo en edad de trabajar.

Cientos de millones de personas viviendo en la miseria en un mundo de abundancia en recursos naturales y financieros. Pero hay que saber, que ni un solo alimento nos llegará a la boca si no trabajamos en esos surcos que la naturaleza nos dio: surcos que representan nuestras capacidades, talentos sin usar, oportunidades no aprovechadas; surcos de ideas que no nos atrevemos a exponer, desarrollar y aplicar.

Critilo nos dice que muchos, con frecuencia, nos comportamos como niños avergonzados que no se atreven a actuar; que no somos conscientes de que nuestros propósitos pueden cambiar nuestras vidas con tal y que ¡actuemos con atrevimiento! Y no que nos sintamos como huérfanos abandonados. ¡No hemos visto, que en nuestra misma ciudad, contamos con múltiples oportunidades, pero que jamás podremos aprovecharlas mientras nos sintamos como hospiciarios que tienen que ser ayudados, y no como príncipes de nuestras actividades!

RITUAL AÑO NUEVO

Ritual
EN ÉSTE DÍA CUALQUIER RITUAL, conjuro o merjurge es bueno para revivir la esperanza de una vida mejor....

AQUÍ LA LISTA DE LAS tradiciones más comunes de fin de año para conseguir amor, dinero, salud, tranquilidad y todo lo bueno que necesitamos...

LO QUE NO DEBE FALTAR para recibir el año son las 12 uvas que se consumen una a una al compás de las 12 campañanas y de un deseo y claro sin atragantarse, porque entonces no funciona...

UN RITO QUE LLAMA A la abundancia es, faltando 10 minutos para las 12 de la noche, hay que tomar un puñado de lentejas y colocarlas en los bolsillos, en la cartera y y conservar otro poco en la mano derecha...

PARA VIAJAR Y TENER DINERO, está recibir el año con llaves y dinero en la mano derecha o colocarlo dentro de los zapatos...

PERO SI SU DESEO ES comenzar el Año Nuevo con amor, no olvide la ropa íntima roja, para el dinero no olvide el color amarillo en su lencería y el verde para la salud...

A LA HORA DE ATRAER el amor, según los que saben dicen que no falla darse un baño con frutas, vino rojo o con champaña. Con sal marina en el cuello para alejar las envidias y limpiarte, con manzanilla para limpiar el alma y con azúcar y eucalipto para perdonar...

PERO ¡OJO! SI LO QUE espera es casarse debe sentarse y volverse a parar con cada una de las 12 campanadas...

OTRA POSIBILIDAD ES AGARRAR UNA foto de la persona que quieras que te ame y sujetarla con una cinta roja y dormir con ella debajo de la almohada la noche del 31 de diciembre para que esa persona te de su amor en el año que inicia...

HAY PERSONAS QUE DESEAN CON ansia viajar, por lo que no deben dejar de salir con las valijas de la casa después de las 12 de la noche o bien dar la vuelta a la manzana
con las maletas...

PERO SI SE DESEA REAFIRMAR todo lo anhelado, todas las peticiones se deben realizar debajo de la mesa para que se cumplan con mayor fuerza...

SI LO QUE SE QUIERE es alejar las penas y las lágrimas, a las 12 de la noche se debe tirar un vaso de agua a la calle...

NO OLVIDE BARRER HACIA AFUERA de su casa a las 12 de la noche y barrer hacia adentro algunos billetes o monedas...

LAS VELAS EN LA MESA no deben faltar:

LA DORADA ES PARA ATRAER el dinero...

LA ROJA PARA AVIVAR LA llama del amor...

LA ROSA PARA ENCONTRAR EL amor ideal...

LA AZUL PARA LOGRAR TUS metas profesionales...

LA VERDE PARA LA SALUD...

LA AMARILLA PARA ATRAER LOS negocios...

LA BLANCA PARA SANAR CUALQUIER relación...

LA MORADA PARA ALEJAR LAS energías negativas...

Y AUNQUE LA CENA NO se realice en su casa, ésta debe estar impecable, además se deben poner limones partidos en cuatro, en las esquinas de tu hogar para retirar
las envidias y las malas energías...

CUALQUIERA QUE SEAN SUS CREENCIAS y tradiciones, no olvide hacer lo que mejor considere para recibir ésta noche, el 2011 con energía, amor, paz y armonía...

domingo, 14 de noviembre de 2010

Ecosofía: Actualizar la pedagogía ante el mundo cambiado

Por Leonardo Boff**

Siglos de guerras, de enfrentamientos, de luchas entre pueblos y de conflictos de clase nos están dejando una amarga lección. Este método primario y reduccionista no nos ha hecho más humanos, ni nos aproxima más unos a otros, ni mucho menos nos ha traído la tan ansiada paz.

Vivimos en permanente estado de sitio y llenos de miedo. Hemos alcanzado un estadio histórico que, en palabras de la Carta de la Tierra, “nos convoca a un nuevo comienzo”. Esto requiere una pedagogía, fundada en una nueva conciencia y en una visión incluyente de los problemas económicos, sociales, culturales y espirituales que nos desafían.

Esta nueva conciencia, fruto de la mundialización, de las ciencias de la Tierra y de la vida y también de la ecología nos está mostrando un camino a seguir: entender que todas las cosas son interdependientes y que ni siquiera las oposiciones están fuera de un Todo dinámico y abierto. Por esto, no cabe separar sino integrar, incluir en vez de excluir; reconocer, sí, las diferencias, pero buscar también las convergencias, y en lugar del gana-pierde , buscar el gana-gana.

Tal perspectiva holística está influenciando los procesos educativos. Tenemos un maestro inolvidable, Paulo Freire, que nos enseñó la dialéctica de la inclusión y a poner “y” donde antes poníamos “o”. Debemos aprender a decir “sí” a todo lo que nos hace crecer. Fray Clodovis Boff acumuló mucha experiencia trabajando con los pobres en Acre y en Río de Janeiro.

En la línea de Paulo Freire, nos entregó un librito que se ha convertido en un clásico: Cómo trabajar con el pueblo . Ante los desafíos de la nueva situación del mundo, ha elaborado un pequeño decálogo de lo que podría ser una pedagogía renovada. Vale la pena transcribirlo:


1. Sí al proceso de concientización, al despertar de la conciencia crítica y al uso de la razón analítica (cabeza). Pero sí también a la razón sensible (corazón) donde se enraízan los valores y de donde se alimentan el imaginario y todas las utopías.


2. Sí al ‘sujeto colectivo’ o social, al ‘nosotros’ creador de historia (‘nadie libera a nadie, nos liberamos juntos’). Pero sí también a la subjetividad de cada uno, al ‘yo biográfico’, al ‘sujeto individual’ con sus referencias y sueños.


3. Sí a la ‘praxis política’, transformadora de las estructuras y generadora de nuevas relaciones sociales, de un nuevo ‘sistema’. Y sí también a la ‘práctica cultural’ (simbólica, artística y religiosa), ‘transfiguradora’ del mundo y creadora de nuevos sentidos o, simplemente, de un nuevo ‘mundo vital’.


4. Sí a la acción ‘macro’ o societaria (en particular a la ‘acción revolucionaria’), la que actúa sobre las estructuras. Pero sí también a la acción ‘micro’, local y comunitaria (‘revolución molecular’) como base y punto de partida del proceso estructural.


5. Sí a la articulación de las fuerzas sociales en forma de ‘estructuras unificadoras’ y centralizadas. Pero sí también a la articulación en ‘red’, en la cual por una acción descentralizada, cada nudo se vuelve centro de creación, de iniciativas y de intervenciones.


6. Sí a la ‘crítica’ de los mecanismos de opresión, a la denuncia de las injusticias y al ‘trabajo de lo negativo’. Pero sí también a las propuestas ‘alternativas’, a las acciones positivas que instauran lo ‘nuevo’ y anuncian un futuro diferente.


7. Sí al ‘proyecto histórico’, al ‘programa político’ concreto que apunta hacia una ‘nueva sociedad’. Pero sí también a las ‘utopías’, a los sueños de la ‘fantasía creadora’, a la búsqueda de una vida diferente, en fin, de ‘un mundo nuevo’.


8. Sí a la ‘lucha’, al trabajo, al esfuerzo para progresar, sí a la seriedad del compromiso. Y sí también a la ‘gratuidad’ tal como se manifiesta en el juego, en el tiempo libre, o simplemente, en la alegría de vivir.


9. Sí al ideal de ser ‘ciudadano’, de ser ‘militante’ y ‘luchador’, sí a quien se entrega lleno de entusiasmo y coraje a la causa de la humanización del mundo. Pero también sí a la figura del ‘animador’, del ‘compañero’, del ‘amigo’, en palabras sencillas, sí a quien es rico en humanidad, en libertad y en amor.


10. Sí a una concepción ‘analítica’ y científica de la sociedad y de sus estructuras económicas y políticas. Pero sí también a la visión ‘sistémica’ y ‘holística’ de la realidad, vista como totalidad viva, integrada dialécticamente en sus varias dimensiones: personal, de género, social, ecológica, planetaria, cósmica y trascendente”.

domingo, 24 de octubre de 2010

Ideas muertas

Denise Dresser. Atrapados. Rezagados. Atorados. Palabras del 2009 que capturan el sentir colectivo y el ánimo nacional. Palabras que revelan a un país incapaz de responder a los retos que tiene enfrente desde hace años. Un entorno global cada vez más competitivo y una revolución tecnológica de la cual México se niega a formar parte. Una vasta transformación económica más allá de nuestras fronteras, que está creando nuevos ganadores y nuevos perdedores. Una lista de líderes políticos y empresariales que han hecho poco por prepararnos para la nueva década. Y finalmente, la razón principal detrás de la inacción enraizada en nuestra cultura política y en nuestra estructura económica: la pleitesía permanente de tantos mexicanos a las “Ideas Muertas”.

Ideas acumuladas que se han vuelto razón del rezago y explicación de la parálisis. Sentimientos de la nación que han contribuido a frenar su avance, como argumentan Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el ensayo “Un futuro para México”, publicado en la revista Nexos. Los acuerdos tácitos, compartidos por empresarios y funcionarios, estudiantes y comerciantes, periodistas y analistas, sindicatos y sus líderes, dirigentes de partidos políticos y quienes votan por ellos.

La predisposición instintiva a pensar que ciertos preceptos rigen la vida pública del país y deben seguir haciéndolo. Y aunque esa visión compartida no es del todo monolítica, los individuos que ocupan las principales posiciones de poder en México suscriben sus premisas centrales:

• El petróleo sólo puede ser extraído, distribuido y administrado por el Estado.

• La inversión extranjera debe ser vista y tratada con enorme suspicacia.

• Los monopolios públicos son necesarios para preservar los bienes de la Nación y los monopolios privados son necesarios para crear “campeones nacionales”.

• La extracción de rentas a los ciudadanos/ consumidores es una práctica normal y aceptable.

• El reto de la educación en México es ampliar la cobertura.

• La ley existe para ser negociada y el Estado de Derecho es siempre negociable.

• México no está preparado culturalmente para la reelección legislativa, las candidaturas ciudadanas, y otros instrumentos de las democracias funcionales.

• Las decisiones importantes sobre el destino del país deben quedar en manos de las élites corporativas.

Estos axiomas han formado parte de nuestra conciencia colectiva y de nuestro debate público durante decenios; son como una segunda piel. Determinan cuáles son las rutas aceptables, las políticas públicas necesarias, las posibilidades que nos permitimos imaginar. Y de allí la paradoja: las ideas que guían el futuro de México fueron creadas para una realidad que ya no existe; las ideas que contribuyeron a forjar la patria hoy son responsables de su deterioro. Desde los pasillos del Congreso hasta la torre de Pemex; desde las oficinas de Telmex hasta la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; desde la sede del PRD hasta dentro de la cabeza de Enrique Peña Nieto, los mexicanos son presa de ideas no sólo cuestionables o equivocadas. Más grave aún: son ideas que corren en una ruta de colisión en contra de tendencias económicas y sociales irreversibles a nivel global. Son ideas muertas que están lastimando al país que las concibió.

Son ideas atávicas que motivan el comportamiento contraproducente de sus principales portadores, como los líderes priístas que defienden el monopolio de Pemex aunque sea ineficiente y rapaz. O los líderes perredistas que defienden el monopolio de Telmex, porque por lo menos está en manos de un mexicano. O los líderes panistas que defienden la posición privilegiada del SNTE por la alianza electoral/ política que han establecido con la mujer a su mando. O los líderes empresariales que resisten la competencia en su sector aunque la posición predominante que tienen allí merme la competitividad.

O los líderes partidistas que rechazan la reeleción legislativa aunque es un instrumento indispensable para obligar a la rendición de cuentas. O los intelectuales que cuestionan las candidaturas ciudadanas aunque contribuyan a abrir un juego político controlado por partidos escleróticos. O los analistas que achacan el retraso de México a un problema de cultura, cuando el éxito de los mexicanos en otras latitudes —como el de los inmigrantes en Estados Unidos— claramente evidencia un problema institucional.

La prevalencia de tantas ideas moribundas se debe a una combinación de factores. El cinismo. La indiferencia. La protección de intereses, negocios, concesiones y franquicias multimillonarias.

Pero junto con estas explicaciones yace un problema más pernicioso: la gran inercia intelectual que caracteriza al país en la actualidad. Nos hemos acostumbrado a que “así es México”: así de atrasado, así de polarizado, así de corrupto, así de pasivo, así de incambiable. Nuestra incapacidad para pensar de maneras creativas y audaces nos vuelve víctimas de lo que el escritor Matt Miller llama “La Tiranía de las Ideas Muertas”. Nos obliga a vivir en la dictadura de los paradigmas pasados. Nos convierte en un país de masoquistas, como sugiriera recientemente Mario Vargas Llosa.

Como México no logra pensar distinto, no logra adaptarse a las nuevas circunstancias. No logra responder adecuadamente a las siguientes preguntas: ¿cómo promover el crecimiento económico acelerado? ¿Cómo construir un país de clases medias? ¿Cómo arreglar una democracia descompuesta para que represente ciudadanos en vez de proteger intereses? Contestar estas preguntas de mejor manera requerirá sacrificar algunas vacas sagradas, desechar muchas ortodoxias, reconocer nuestras ideas muertas y enterrarlas de una buena vez, antes de que hagan más daño. Porque como dice el proverbio, la muerte cancela todo menos la verdad y México necesita —en el 2010— desarrollar nuevas ideas para el país que puede ser.

¿Problema mental?

Denise Dresser. Independencia. Revolución. Conmemoración. 1810. 1910. 2010. La historia de bronce festejada cuando debería ser cuestionada; la historia oficial cincelada cuando debería ser escrita de nuevo. Porque han sido doscientos años de héroes falsos y mentiras propagadas y dictaduras perfectas y democracias que están lejos de serlo. Doscientos años de aspirar a la modernidad sin poder alcanzarla a plenitud y para todos. Veinte décadas de justificar el Estado paternalista y el predominio del PRI, la estabilidad corporativa y el país de privilegios que creó.

Buen momento, entonces, para examinar la herencia, los mitos compartidos, las ficciones fundacionales, el bagaje con el cual cargamos. Gran oportunidad para emprender un proceso de instrospección crítica sobre nuestra identidad nacional, para cobrar conciencia de lo que hemos hecho consistentemente mal. Para entender por qué no hemos construido un país más libre, más próspero, más justo durante los últimos dos siglos.

Abundan las explicaciones. La Conquista, la Colonia, la ausencia de una tradición liberal, el porfiriato, la vecindad con Estados Unidos, la desigualdad recalcitrante, el nacionalismo revolucionario, los ciclos históricos marcados por proclamas, seguidas de alzamientos y la instauración de líderes autoritarios que prometen salvar al país del caos y de sí mismo. Muchos piensan que México no avanza por su pasado fracturado, por su historia insuperada, por sus creencias ancestrales, por sus costumbres antidemocráticas.

Muchos esgrimen el argumento cultural como explicación del atraso nacional. “Es un problema mental”, afirman unos. “Es una cuestión de valores”, insisten otros. “Es un asunto de cultura”, sugieren unos. “Así somos los mexicanos”, proclaman unos. Según esta visión cada vez más compartida, el subdesarrollo de México es producto de hábitos mentales premodernos, códigos culturales atávicos, formas de pensar y de actuar que condenan al país al estancamiento irrevocable.

Es cierto que muchos mexicanos creen apasionadamente en los componentes centrales del “nacionalismo revolucionario”.

Es cierto que muchos mexicanos han internalizado las ideas muertas del pasado, y por ello les resulta difícil forjar el futuro. Es cierto que muchos mexicanos han sucumbido al romance con la supuesta excepcionalidad histórica de México, y por ello se resisten a apoyar medidas instrumentadas con éxito en otros países.

Aquí, los hábitos iliberales del corazón son como un tatuaje. Aquí, ideas como el estado de derecho, la separación de poderes, la protección de las libertades básicas de expresión, asamblea, religión y propiedad, no forman parte del andamiaje cultural postrevolucionario. Y por ello tenemos elecciones competitivas que producen gobiernos ineficientes, corruptos, solipsistas, irresponsables, subordinados a los poderes fácticos, e incapaces de entender o promover el interés público. En términos políticos, México es una democracia electoral, pero culturalmente sigue siendo un país iliberal.

Nadie duda que esto es así. Pero el problema de las explicaciones culturales es que conducen a callejones sin salida. Si partimos de la premisa “así es México”, la Nación no tiene futuro, ni solución, ni posibilidad, ni salvación. Si el inmobilismo y la parálisis y la corrupción y el patrimonialismo son producto de una cultura bicentenaria, no queda claro cómo reformarla ni reformarnos.

Peor aún, el uso de la cultura como herramienta analítica o como justificación política, obscurece las causas estructurales detrás del atraso. La cultura heredada, diseminada, aprendida por los mexicanos a partir de la Revolución es una invención interesada, un cálculo deliberado; es aquello que los políticos y los ideólogos del régimen decidieron enseñarnos en la escuela pública. Las costumbres iliberales y las creencias reaccionarias que forman parte integral
del mapa mental de tantos mexicanos fueron colocadas allí porque eran útiles. El poder político de México vivió —y vive aún— de alimentarlas.

Pensar que el problema de México es mental desvía la atención de donde debería estar centrada: en ese artificio contractual que es el corporativismo postrevolucionario y el “capitalismo de cuates” que engendró. En la permanente redistribución de la riqueza en favor de los grupos que apoyan al statu quo que este acuerdo ha entrañado. En las prácticas de rentismo acendrado que este pacto ha perpetuado. En la apabullante concentración de la riqueza que este modelo ha permitido. En la economía oligopolizada que este pacto ha producido.

Esas son las raíces de tantas mentiras piadosas que la clase política elaboró y sigue diseminando; esas son las razones detrás de códigos culturas que las élites han usado para controlar a la población.

El verdadero problema del país no es cultural sino estructural; no es una cuestión de valores sino de intereses. A México no le hace falta ir al psiquiatra para resolver un problema mental; más bien necesita combatir una estructura de privilegios que ni la Independencia ni la Revolución lograron encarar.

En familia

Denise Dresser. Marcial Maciel, pederasta. Juan Pablo II, encubridor. Legionarios de Cristo, cómplices. Norberto Rivera, omiso. Oligarcas mexicanos, incondicionales. La cúpula de la Iglesia católica, culpable. Difícil reconocerlo, entenderlo, admitirlo. Pero es la verdad que lleva años allí; que algunas víctimas valientes han denunciado; que algunos periodistas comprometidos han investigado; que muchos mexicanos necesitan saber. Porque la podredumbre exhibida sobre el fundador de los Legionarios de Cristo no es tan sólo un caso aislado de complicidad compartida, o de silencio impuesto. Evidencia lo que en latín se conoce como “ignorantia affectata”, la “ignorancia cultivada”. Esa mezcla de arrogancia, desdén, e indiferencia manifestada por los miembros de una familia que prefiere defender la imagen de sus jerarcas, antes que proteger la inocencia de sus niños.

Quizás lo que más ha sorprendido y más duele no es que Marcial Maciel —y otros sacerdotes— haya abusado de menores, sino que la Iglesia lo sabía y lo encubrió. La Iglesia estaba al tanto de su historia y la negó. Permitió que él y otros continuaran abusando, molestando, violando, saltando de parroquia en parroquia, de estado en estado, de país en país. A pesar de la primera visitación papal a la Legión para investigar los presuntos abusos sexuales de Maciel en 1956. A pesar de los reclamos reiterados de sus víctimas a lo largo de los años. A pesar de los reportajes del Canal 40, que le costaron el retiro de la publicidad empresarial por parte de multimillonarios convertidos en apóstoles del legionario libidinoso. A pesar de la investigación en el programa “Círculo Rojo” de Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Ante la evidencia acumulada de comportamiento criminal por parte del clérigo, siguió la cerrazón orquestada. La negación institucionalizada. La evasión practicada por quienes prefirieron cerrar los ojos y vender el alma.

Como Hugo Valdermar, vocero de la Arquidiócesis, quien insiste en negar que el Cardenal Norberto Rivera estuviera enterado de la pederastia sacerdotal. Como tantos clérigos que se convirtieron en cómplices a través de la aceptación pasiva. La mirada esquiva. La preocupación por el ascenso y la carrera, y el puesto y la reputación. La solidaridad institucional por encima de un sentido mínimo de humanidad o un entiendimiento básico sobre la justicia. Dentro de la cúpula del catolicismo hay quienes todavía se creen intocables e irreprochables, más allá de la ley y sus sanciones. Quienes piensan que los pederastas no necesitan castigo sino rehabilitación, y que no es necesario procesarlos sino perdonarlos. Quienes no están lo suficientemente enojados con lo ocurrido ni han desplegado un remordimiento creíble.

En su libro “Papal Sin: Structures of Deceit”, el escritor católico Gary Wills argumenta que el abuso sexual cometido por clérigos ha demostrado tres cosas: 1) La crisis de la Iglesia no está confinada a la pederastia y no se resolverá atendiendo nada más ese problema; 2) La crisis se debe fundamentalmente a la ausencia de una rendición de cuentas del mundo eclesiástico al mundo laico; 3) Hay una corrupción endémica en la jerarquía de la Iglesia, causada por la secrecía, la negación y la docilidad a las directrices del Vaticano. La respuesta de la Iglesia ante al escándalo revela su lado más oscuro: una propensión persistente a la arrogancia; una cerrazón preocupante ante la crítica; un autismo alarmante ante el sufrimiento de sus feligreses.

La Iglesia le ha fallado a sus víctimas y no logra entender el clamor legítimo de quienes han sido acariciados, masturbados, violados. Y tanto el Vaticano como los Legionarios de Cristo no pueden seguir eludiendo o minimizando lo ocurrido, que no termina con la muerte de Maciel: otros párrocos culpables deben ser procesados y encarcelados. Si hay una denuncia contra un sacerdote que involucre el abuso sexual de un menor, ese sacerdote debe ser removido permanentemente de su puesto. Porque dentro de la Iglesia hay, sin duda, muchos hombres y mujeres de bien. Pero los pecados de un grupo y la reacción deplorable de la burocracia católica han ensuciado la reputación de toda la institución.

Y más allá de ello, como lo revela Lydia Cacho en “Los Demonios del Edén”, el abuso sexual a menores no es monopolio de la Iglesia católica. México es un país de pederastas y de políticos que los amparan. México es un país donde las redes de pedófilos encuentran autoridades que las tejen. Más de 20 mil niñas violadas y niños acosados.

Cientos de menores de edad vendidos por sus padres y comprados por pederastas.

Círculos concéntricos de complicidad evidenciados en las 16 menciones en su libro a Emilio Gamboa Patrón, ex- coordinador parlamentario del PRI. Las 27 menciones a Miguel Angel Yunes, actual candidato del PAN a la gubernatura de Veracruz. Si el dolor producido por Marcial Maciel y sus múltiples protectores sirve de algo, debería ser para combatir la impunidad en tantos casos más. Para evitar que la pederastia sea tan sólo un asunto encubierto, que queda “en familia”.

Por qué deberíamos desterrar a Carlos Salinas de la vida pública

Denise Dresser. Yo voto por desterrar a Carlos Salinas. No del planeta. Eso no sería amable. Sólo de la vida pública. Las críticas al ex presidente son bien conocidas. Las privatizaciones amañadas y las licitaciones pactadas, el hermano encarcelado y el hermano asesinado, la corrupción familiar y el escándalo que produce, los errores de pre-diciembre y la crisis devastadora que provocan. Sin embargo, hay quienes piensan que no deberían importarnos esas infracciones menores. ¿Por qué? Porque Salinas es brillante, y México necesita su gran cerebro.

Pero yo quisiera centrar la atención en un aspecto central y a veces olvidado de ese gran cerebro: es una mente que miente. De hecho, no hay una mentira demasiado improbable ni una distorsión demasiado grande para Carlos Salinas. Miente para distraer; miente para llamar la atención; miente para generar un escándalo. Al escucharlo vienen a la mente esas palabras de Maquiavelo: “Durante un largo tiempo no he dicho lo que creo ni he creído lo que digo, y si a veces logro decir la verdad, la escondo entre tantas mentiras que es difícil encontrar”. Más que cualquier otro motivo, Salinas miente para enlodar la reputación de Ernesto Zedillo y responsabilizarlo por una crisis que él mismo contribuyó a crear. Miente porque odia, y ese odio lo lleva a ver la maldad en otros mientras es incapaz de reconocerla en sí mismo.

Y como todos los buenos mentirosos, logra que sus mentiras vayan lejos, sean retomadas, sean escuchadas, sean reportadas como si fueran verdad cuando están tan lejos de ella. Para entender la profundidad de la decepción, basta con examinar lo que dijo en un seminario reciente sobre la privatización de la banca y en una entrevista con Ramón Alberto Garza en Reporte Índigo. Allí, Salinas sugiere los siguientes puntos: 1) Es equivocado pensar que la privatización inadecuada de los bancos durante su periodo produjo la crisis, ya que esa vino después; 2) Ernesto Zedillo avaló medidas propuestas por un gobierno extranjero, específicamente las altas tasas de interés; 3) En reuniones “secretas” orquestadas por el entonces Secretario del Tesoro, Robert Rubin, Zedillo aceptó una decisión impuesta de afuera y eso llevó a la extranjerización inaceptable de la banca mexicana. Dado lo que se que se conoce, se sabe, y se ha escrito sobre estos temas, no deja de soprender el comportamiento de Salinas: sabe que lo que dice no es cierto y aún así lo expresa con la clara intención de engañar. Pero el esfuerzo resulta pueril, y el engaño se vuelve fácil de exponer.

Sobre las causas de la crisis bancaria, de las cuales Salinas no asume responsabilidad, está el texto de Stephen Haber “Why the Mexican Banks Do Not Lend: The Mexican Financial System” (p. 206-207), en donde resume el argumento central de la vasta literatura sobre el tema: “Cuando los bancos mexicanos fueron privatizados en 1991, las circunstancias estaban lejos de ser normales. Los bancos tenían incentivos débiles para dar préstamos prudentes porque ni sus directores ni sus accionistas estaban arriesgando su propio capital. El Gobierno había permitido que compraran los bancos con fondos que habían pedido prestado de los bancos. La ausencia de monitoreo eficaz implicó que el crédito se expandió a un ritmo prodigioso (…) Más veloz aún que la expansión del crédito fue el crecimiento de préstamos incobrables (“nonperforming loans”), y al mismo tiempo los banqueros descubrieron que no podían recobrar el colateral”. El pocas palabras, la ausencia de una regulación adecuada, los estándares laxos, el comportamiento poco profesional y poco transparente de los banqueros – permitido por el gobierno de Salinas – llevó al colapso del sistema bancario y obligó al rescate posterior.

Sobre las supuestas reuniones “secretas” entre el gobierno de Zedillo y las autoridades estadounidenses, basta con leer cuidadosamente las memorias de Robert Rubin, In An Uncertain World: Tough Choices From Wall Street To Washington (p. 3-25). Salinas se refiere a ellas en sus comentarios recientes, pero tergiversa su contenido. Allí, en efecto, Rubin escribe sobre el viaje de funcionarios del Departamento del Tesoro a México y que “afortunadamente nadie los vio entrando y saliendo de Los Pinos”. Pero Rubin explica que la discreción era necesaria, no porque hubiera negociaciones que Zedillo quería ocultar de la opinión pública mexicana, sino alrevés: el gobierno de Clinton no quería que el Congreso de su propio país se enterara, debido a la inmensa oposición política al rescate mexicano. Finalmente Clinton tomó una decisión ejecutiva y le otorgó un préstamo de emergencia a México a pesar de la reticiencia del Congreso estaounidense. Salinas intenta manipular lo que ocurrió para deslizar – tramposamente – el argumento de la imposición.

Pero de nuevo, una lectura puntual e intelectualmente honesta del libro de Rubin, lleva a conclusiones distintas y más certeras sobre lo que en realidad ocurrió. “A pesar de las reformas en muchas áreas, México había cometido un serio error de política pública al pedir tanto dinero prestado (…) y se había puesto poca atención a los desbalances económicos”.
México se enfrentaba a la posibilidad real del colapso total del peso y de la economía, con consecuencias severas y de largo plazo; las autoridades mexicanas habían perdido el control sobre las finanzas del país y no podían salir del hoyo que el gobierno de Salinas había cavado sin la ayuda estadounidense. Guillermo Ortiz le informó a Rubin que México se había quedado sin opciones y que la ayuda del gobierno de Clinton era la única esperanza. A cambio, Rubin pidió – aunque Salinas lo niegue – una serie de cambios específicos y necesarios: una política fiscal y monetaria más fuerte, un tipo de cambio flotante, más transparencia en las finanzas públicas y sí, tasas de interés altas para atraer capital y restablecer la confianza. Sin esas medidas, México no hubiera podido limpiar el tiradero que Salinas dejó tras de sí.

Habría más que aclarar sobre las medias verdades salinistas en torno a los Tesobonos y la famosa reunión del 20 de noviembre de 1994, donde Salinas tomó la decisión – que después resultó fatal – de no devaluar, como lo describen con toda precisión Sam Dillon y Julia Preston en su libro Opening Mexico, (p. 241-245). Y también habría que rebatir su argumento de que la “extranjerización” es el principal problema de la banca mexicana, cuando sigue siendo la falta de competencia y regulación adecuada, al margen de la nacionalidad de sus dueños.

Pero no vale la pena hacerlo con el ex-presidente. Porque usa la inteligencia prodigiosa que tantos le atribuyen tan sólo para sembrar semillas venenosas, deslizar insinuaciones, atizar la xenofobia y apelar a los peores instintos. Y ése es el principal problema. A pesar de su”gran cerebro”, Salinas tiene una relación incómoda con la verdad. Mintió sobre su hermano Raúl. Mintió sobre los zapatistas. Mintió sobre la crisis de 1994. Y por ello ya resulta imposible tomarlo en serio. En lugar de escucharlo o prestarle atención, yo voto por desterrarlo de la vida pública.

13 razones por las cuales el Papa debe renunciar

Denise Dresser
1) No es posible eludir el tema de la reponsabilidad individual del Papa, más allá de su responsabilidad institucional. La primera historia, como ha argumentado Christopher Hitchens en “The Great Catholic Cover-Up”, es fácil de contar y nadie la ha negado. En 1979, un joven alemán de 11 años fue llevado al las montañas por un sacerdote. Se le adminstró alcohol y se abusó sexualmente de él. Posteriormente el párroco fue transferido por el entonces arzobispo Ratzinger de Essen a Munich para ser sometido a “terapia”, pero poco después se le permitió regresar al trabajo pastoral, desde donde continuó abusando niños.

2) Dado el estilo de administración de Ratzinger y su tendencia a involucrarse minuciosamente en las decisiones de sus subalternos, no es creíble pensar que desconociera el paradero y las actividades del pastor abusador. Los documentos del episodio llegaron hasta el escritorio del Arzobispo, quien en el mejor de los casos fue negligente y en el peor de ellos, permitió la perpetuación del abuso sexual.

3) Este caso es tan sólo un ejemplo del patrón de encubrimiento a nivel global en el que el Papa participó; un patrón ampliamente conocido y padecido por los padres de niños violados en Estados Unidos, Canadá, Irlanda, Australia y Alemania, entre los casos documentados. Desde que Ratzinger asumió la dirección de la “Congregación Para la Doctrina de la Fe”, fue responsable de un proceso de obstrucción de justicia a nivel global. Para Ratzinger, el verdadero crímen nunca ha sido la violación o el abuso sexual de menores, sino la posibilidad de que esos eventos fueran reportados a las autoridades civiles. Según el Arzobispo, las acusaciones sólo podían ser atendidas dentro de la jurisdicción exclusiva de la Iglesia. Quien violara la secrecía exigida corría el riesgo de ser excomulgado.

4) Como señala Hitchens, no satisfecho con encubrir actividades criminales por parte de sacerdotes pederastas, Ratzinger elaboró su propio estatuto de prescripción del delito, para limitar el número de años, como si fuera posible hacerlo con respecto a un pecado.

5) El caso de Marcial Maciel es especialmente escandaloso, ya que ex miembros prominentes de los Legionarios de Cristo fueron deliberadamente ignorados por Ratzinger a lo largo de los 90s. La posición de Ratzinger siempre fue de protección a Maciel – siguiendo los pasos de Juan Pablo II -- incluso cuando se le pidió que pasara sus últimos años en retiro y no bajo investigación seguida de sanción como debió haber ocurrido.

6) Al caso de Maciel se añaden las recientes revelaciones sobre el padre Lawrence Murphy, quien abusó de 200 niños sordos en Wisconsin, hechos de los cuales fue informado Ratzinger en su momento. Los abogados estadounidenses que están demandando a la Iglesia han hecho públicos documentos demostrando que en un inicio, oficiales del Vaticano propusieron un juicio canónigo secreto, pero lo suspendieron después de que el sacerdote apeló directamente al cardenal Ratzinger y obtuvo su clemencia. El padre murió sin haber sido sancionado.

7) Bajo su tutela, la añeja estructura burocrática del Vaticano simplemente no ha encontrado la manera adecuada de procesar y lidiar con la avalancha de denuncias de abuso sexual. En 2001, como Cardenal, Ratzinger tomó control del tema, sin embargo creó una pequeña oficina de 10 personas que ha revisado tan sólo 3 mil casos en 10 años.

8) El Vaticano no ha logrado adaptar su comportamiento insular ante las exigencias de una cultura global crecientemente democrática y exigente. Basta con recordar la torpe reacción de la jerararquía en sus discursos en las últimas semanas, equiparando la crítica a la Iglesia con el anti-semitismo. O escuchar a jerarcas eclesiásticos que se han referido a la ola de escándalo mundial como “chismes baratos”. O leer que en ciertos círculos católicos se habla de la existencia un “lobby judío” empeñado en desacreditar al Papa. Tiene razón Leon Wieseltier, editor de The New Republic cuando reclama airadamente al Vaticano con la pregunta: “Por qué querría la Iglesia Católica defenderse aludiendo a otras enormidades (como el anti-semitismo) en las que estuvo implicada? Y además los judíos padecieron mucho más que las críticas de la prensa”.

9) Resulta sorprendente que que hasta la fecha el Papa no haya encarado la crisis de manera frontal, personal y humana, atendiendo de mejor manera a las víctimas. Eso en si revela una falla en su liderazgo como figura política, religiosa y espiritual. Hace falta más que pedir una disculpa de manera genérica. Se ha vuelto imprescindible investigar, sancionar y reparar el daño. La resistencia del Papa a hacerlo pone en tela de juicio el papel que debería desempeñar como Sumo Pontífice. Sus instintos conservadores y la insistencia en la lealtad institucional, la obediencia y la autoridad absoluta del clero le han servido mal a los católicos de todas las latitudes.

10) Las fallas del liderazgo papal se vuelven más obvias en la medida que el escándalo crece en lugar de disminuir. Cuando la Iglesia Católica en Alemania inauguró recientemente una línea telefónica dedicada a las denuncias de abuso sexual por parte de sacerdotes, hubo más de 4,000 llamadas el primer día.

11) No hay otras manera de decirlo: ha quedado expuesto, después de años, un periodo negro en el que la jerarquía de la Iglesia Católica respondió ante el abuso sexual sistemático con silencio, complicidad, evasión y negligencia criminal. El Papa carga con una gran dosis de responsabilidad que no puede ser ignorada o negada. A pesar de que ahora el Vaticano comienza a salir de su mentalidad “bunker” y a promover acciones más vigorosas ante la realidad de la pederastia clerical, la crisis de autoridad está allí.

12) Aunque se han dado pasos hacia la rendición de cuentas por parte de los abusadores, no ha ocurrido lo mismo con obispos que los protegieron durante tanto tiempo. El Papa no ha limpiado su propia casa de manera suficiente, ni ha demostrado el remordimiento necesario como para despejar la nube que cuelga sobre su liderazgo papal. En su carta abierta a pueblo irlandés, el Papa no pidió ni especificó acciones disciplinarias contra miembros de la Iglesia que participaron en el encubrimiento de abusos epidémicos.

13) Finalmente, como pregunta Maureen Dowd, católica y columnista de The New York Times: “Cómo mantener la fe cuando nuestros líderes no se la merecen?”

HOY TOCA

Denise Dresser. Hoy toca, como diría Germán Dehesa, restaurar nuestra esperanza. Durante los últimos años a los mexicanos nos ha ido francamente mal. Crisis, epidemias, matanzas y catástrofes. Penurias económicas y angustias morales. Un presente hostil, un pasado en fuga y un futuro por demás incierto. Nuestra gran reserva moral, la alegría y el entusiasmo, parecen a punto de agotarse. La Patria camina triste, desencantada, en concentrada rabia, “como con aire de esposa que descubre que su marido ideal tiene otras ocho familias, es pederasta y se excita torturando borregos”. Pero es en este mínimo jardín donde hay que dar la batalla para que México renazca y se sacuda, como perro recién bañado, de tanto parásito que le ha quitado su sustancia, su ánima y su estilo. Es tiempo de cultivar nuestro jardín.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, pedir la paz. No cualquiera. No queremos la paz de los sepulcros. No queremos la paz octaviana. No queremos la paz de los que se someten ante las amenazas o la abierta violencia. Tampoco queremos la perversa paz de antes, nutrida en la ignorancia, la colusión, la postración y la connivencia con las abusivas autoridades y los no menos horrendos dinosaurios priístas. Queremos una paz nuevecita, lustrosa, respetuosa, que se funde en los derechos y en la palabra, y que con ellas inaugure un horizonte, aunque sea lejano, pero asequible, de equidad y justicia para todos. “Y tu helado de limón, ¿no quieres?”, preguntará el sardónico lector. Bueno, pues si no es mucha molestia, tráiganme mi helado, pero de guanábana, por favor…”.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, ofrecer el patriotismo. No del gritón, no del bravero; hablo del otro, del que nace de reconocer que se pertenece a un lugar y a una historia que desde el pasado proyectan una luz que edifica un futuro. Si alguien carece de ese patriotismo y piensa que la violencia del país no le incumbe, o que es una coyuntura propicia para sus muy personales designios, o proyectos, o berrinches, o aspiraciones presidenciales, pobre México que ha naturalizado seres así. Con o sin estos seres saldremos adelante. Agradecimientos hay muchos: la luz en el Zócalo al amanecer, los volcanes festonados de neblina, tanta buena voluntad y buena inteligencia, tantos seres tan nítidos, tan trabajadores, tan comprometidos. Con seres así, podremos equilibrar presencias tan equívocas como las de “La Barbie” y “El Azul” y “El Chapo” y el “Gel Boy” y “La Maestra” y la incertidumbre y la flojera y el miedo y la resignación.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, decir “México” y que estallen mil imágenes recolectando entidades perfectamente definibles, sensoriales, limitadas, emocionantes. La voz de Eugenia León cuando entona “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El canto de Lucha Reyes, Pedro Infante, Jorge Negrete. Un parque verdecido de infancia y un grupo de amigas que juega “avión”. Decimos “México” y se aparecen rincones en Guanajuato, nubes de buganbilias, algún atardecer en Querétaro; la tía gorda de Germán llenando macetas de carcajadas y alcatraces; una tabla pletórica de alegrías y pepitorias como diademas de color; la honda noche de Palenque; un trompo que Germán compró en el Estado de México y que nunca logró bailar, pero que sí lo ayudó a romper el cristal de la doméstica vitrina; el Malecón de Veracruz, que es un lento caminar de mujeres sonrientes.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, creer que México puede ser distinto. Hemos perdido la costumbre de imaginarlo, hemos perdido las ganas de concebirlo. Nos han dicho que lo nuestro es callar, obedecer, agacharnos, aceptar sumisamente el martirio y el cáliz. Adquirimos el horrendo vicio del sufrimiento y el despojo permanentes. Aprendimos la docilidad y la sumisión de un país que mansamente carga –como Sísifo– esa piedra que pesa cada vez más. Pero con fecha de hoy, México puede ser diferente. La tarea es enorme y nos incluye a todos: hoy México puede ser visible y acariciable si tú, ciudadano en ciernes, contribuyes a que sea así. Yo estoy dispuesta a trabajar con más ánimo que nunca en el único lugar que conozco: frente a las palabras y afiliada al único partido que conozco: nosotros.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, anunciar que la dulce Patria, tan sabia y dulcemente cortejada por López Velarde, es hoy para mí el rostro de mis hijos, la nostalgia de mis muertos y una creciente urgencia de justicia y dignidad para todos. Es un modo de hablar cantadito, ceremonioso, y diminutivo. La selva chiapaneca, el río en Tlacotalpan, la música de Horacio Franco, el desierto norteño, el santo olor de la panadería, el riesgo de quedarnos sin patria y la oportunidad de restaurarla y lograr entre todos lo que quería Rosario Castellanos, “que la justicia se sienta entre nosotros”. Es muy emocionante ser mexicano en este septiembre del Bicentenario. Yo agradezco esa dádiva. No creo que seamos mejores que nadie. No acepto que nos consideremos inferiores a ninguno. Somos de aquí. Venturosamente somos de México. Venturosamente nos dio a Germán Dehesa. Y por cierto: Arturo Montiel, ¿qué tal durmió?

¿Somos idiotas?

Denise Dresser. El ciudadano favorito de las autoridades es el idiota, o sea, quien anuncia con fatuidad “yo no me meto en la política”. Así describe Fernando Savater a los desatendidos, a los que dejan las decisiones primordiales del país en manos de otros, a los que reclaman beneficios y protecciones por parte del Estado – incluyendo espectáculos y diversión– pero no participan o exigen eficacia. Y el Estado mexicano, sólo parcialmente democráctico, vive feliz atendiendo las necesidades de tantos mexicanos a quienes trata como “feligreses” en vez de ciudadanos. A quienes ofrece los beneficios de pertenencia a una iglesia o a un club, donde se antepone la devoción a una secta y se sacrifican de manera rutinaria los derechos democráticos. A quienes mediante segundos pisos y dádivas diarias y piscinas instaladas sobre el Paseo de la Reforma vuelven a los mexicanos adictos al populismo.

Adictos a pensar que el mejor político es el que más obra política construye, el que más sacos de cemento regala, el que más subsidios garantiza, el que mejores promesas hace. Adictos a la simplificación de la complejidad mediante la cual un partido ofrece “vales para medicinas”, la eliminación de la tenencia unos días antes del proceso electoral, el dinero en efectivo entregado de camino a la urna, la disminución del IVA, los subsidios a la gasolina. Desde la fundación del PRI, el populismo siempre nos ha acompañado, pero hoy en día parece aún más en boga. El PRI tiene a Enrique Peña Nieto, el PRD/PT/Convergencia a Andrés Manuel Obrador y a Marcelo Ebrard, el PAN a Felipe Calderón, quien suele caer en la tentación populista en cada Informe de Gobierno o antes de cualquier contienda electoral.

Y no es difícil entender por qué recurren al populismo como instrumento para gobernar. El populismo hace que todo sea tan simple, tan claro, “haiga sido como haiga sido”. Divide al mundo en “fanáticos” o “gente decente que trabaja y lleva a sus hijos a la escuela”. Clasifica a los mexicanos en los puros y los que generan “asquito”. Separa a México en el “pueblo bueno” y “la mafia que se ha adueñado del país”. Algo tan complejo como la crisis post-electoral del 2006 se atribuye al odio y al rencor generado por López Obrador. Algo tan complicado como las razones detrás de nuestro crónico subdesempeño económico se le atribuye a “el pillaje neoliberal”. Cada bando busca organizar sus odios, generar sus propios adictos, dividir conforme a sus principios impolutos. Peor aún, el populismo absuelve a los ciudadanos de la responsabilidad para encarar los problemas del país.

Como señala Savater en su “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber”, el vicio del populismo va acompañado del vicio del paternalismo. El vicio de los gobiernos y las autoridades públicas de empeñarse en salvar a los ciudadanos del peligro que representan para sí mismos. Los políticos mexicanos de todas las estirpes se ofrecen solícitamente para dispensar a los ciudadanos de la pesada carga de su autonomía. Su lema es “Yo te guiaré: confía en mí y te daré lo que quieres”. Un desfile multimillonario para festejar el Bicentenario: allí está. Una pista de hielo en el Zócalo: allí viene. Pena de muerte para los secuestradores: el Partido Verde apoya la iniciativa. Un hombre con pantalones capaz de imponer cambios aunque sea de forma autoritaria: allí está Carlos Salinas, otra vez. Una popular novia actriz de telenovelas: aparece en cada “spot” de Peña Nieto. México carga con uno de los mayores peligros de las democracias: una casta de “especialistas en mandar” que se convierten en eternos candidatos. En cada elección asistimos –y contribuimos– al reciclaje de pillos.

Y el problema es que alcanzan esa posición gracias a la flojera o al desinterés del resto de los ciudadanos, que dimiten del ejercicio continuo de vigilancia y supervisión que les corresponde. Los idiotas mandan porque otros idiotas los eligen. Los idiotas mandan porque logran erigirse en una especie de diosesillos que siempre tienen la razón, dado que los apoya el pueblo y el pueblo nunca se equivoca. El populismo ya sea de derecha o de izquierda sobrevive porque no hemos alcanzado la educación que premie la disidencia individual sobre la unanimidad colectiva. Que recompense el mérito en lugar del compadrazgo. Que nutra nuestra capacidad de luchar contra lo peor para que venga lo mejor. Que construya ciudadanos autónomos, libres, de carne y hueso. Que institucionalice la desconfianza en los líderes y la vigilancia sobre ellos por diferentes medios.

Según un estudio reciente del encuestador Alejandro Moreno, 66 por ciento de los mexicanos piensa que “personas como yo no tenemos influencia sobre lo que el gobierno hace”. Si eso no cambia, México seguirá siendo un terreno fértil para quienes quieren mantener a sus habitantes en una permanente minoría de edad, ajenos a la política y residentes permanentes del lugar mental donde faltan la resolución y el valor para participar en el espacio público. Y seguirá siendo un país gobernado por proto-populistas y ciudadanos idiotizados que los celebran.