viernes, 31 de diciembre de 2010

Nuestros sueños

Nuestros sueños
Lo que es cierto para nosotros, lo es para todos los demás

“Creer tu propio pensamiento, creer que lo que es cierto para ti en tu corazón es cierto para todos los hombres, eso es el genio”, escribió el pensador norteamericano Emerson.

¡Nada más trágico que no darle valor alguno a nuestros pensamientos! Tenemos un sueño sobre un proyecto determinado: un pequeño negocio, un cambio de trabajo, nuevos estudios, y abrigamos este sueño con un gusto enorme en nuestro corazón, pero las voces de nuestros familiares, amigos o conocidos se interponen y dudan de nuestros propósitos. ¡Qué lástima: la damos más, mucho más valor, a la opinión ajena que a los cantos de nuestro corazón, y el sueño no pasa de ser eso, sólo un sueño, pero destrozado!

¿Qué acaso no sabemos, que todos los millones de cosas creadas por el hombre, primero parecieron en su imaginación? Debemos defender una de las creencias más validas y poderosas que jamás pueda nuestra mente concebir: que siempre, sí, siempre, lo más intimo de nosotros se convierte en lo más externo. Cuando realmente albergamos un sueño, así le parezca muy grande o poca cosa a los demás, debemos acariciarlo, nutrirlo, y darle cada vez más vida.

¡No importa, que para otros, nuestro sueño sea muy grande o poca cosa! Lo que sí, es que para nosotros representa un seguro logro. Así se trate de crear un modesto negocio o iniciarnos en alguna actividad que nos agrade. Como nuestro sueño nace de lo más íntimo de nuestro espíritu, tenemos todas las probabilidades de hacerlo realidad.

Debemos aprender cuando ese luminoso rayo divino ilumina nuestro interior y nos ordena ver con claridad nuestros propósitos: ese pequeño o grande comercio, esa nueva actividad, no es poca cosa; se trata de las cosas que más queremos hacer. ¿Pero qué es lo que hacemos? Apartamos de nuestro corazón ese divino rayo de luz y nos negamos a creer que nuestros sueños pueden ser realizables. La diferencia entre el genio, los triunfadores, y las personas comunes como nosotros, en una alta medida puede consistir en que todo triunfador le da un alto valor a sus propósitos, y en cambio, nosotros, no. ¿Y cómo le podríamos dar importancia a lo nuestro si no viene de un genio o de un gran triunfador? Admiramos a los otros, pero nos despreciamos a nosotros mismos.

Pensemos detenidamente en lo siguiente: ¿Cuántas veces no nos ha sucedido, que un gran pensamiento, un descubrimiento genial, ideas altamente redituables, todo esto, lo hemos leído con anterioridad en la prensa o en un libro, pero resulta, que desde hace mucho tiempo a nosotros ya se nos había ocurrido, o esas ideas altamente redituables ya las habíamos pensado? Esto nos ha sucedido muchas veces, pero ¿cómo iban a ser certeras, si nosotros ya las habíamos pensado? Hay una inmensa diferencia: aquellas ideas geniales fueron expuestas y llevadas a cabo por hombre y mujeres que si creían en ellos y nosotros las desechamos por ser nuestras; no creímos en ellas. ¡Nada más triste que ver nuestras ideas rechazadas por nosotros, y expuestas y puestas en práctica por otros!

El más prolífico de los inventores, Edison, decía que él había logrado cientos de utilísimos inventos, porque él estaba seguro que las ideas flotaban en el aire y por encima de su cabeza, y que todo consistía en dejar que las ideas penetraran en su cerebro. Y es que la realidad nos indica que la raza humana ha podido sobrevivir por cientos de miles de años, gracias a que siempre ha habido en toda tribu, pequeños pueblos, ciudades y naciones, una gran cantidad de personas que creyeron en sus ideas y mejoraron en alto grado la vida de sus comunidades y las suyas propias.

Tenemos que darnos cuenta de hechos tan increíbles, sorprendentes y desgarradores, como los siguientes: que actualmente en la tierra se produce muchísimo más alimento que el necesario para nutrir a los 6 mil 700 millones de seres humanos que poblamos el planeta, y que no obstante esto, más de mil 200 millones de personas padecen de hambre y viven en la pobreza. El hecho de que contamos con tantos recursos de capitales financieros, que sería posible darle empleo a todos; pero en la realidad, está tan injustamente repartido el dinero, que hay cientos de millones de personas sin empleo en edad de trabajar.

Cientos de millones de personas viviendo en la miseria en un mundo de abundancia en recursos naturales y financieros. Pero hay que saber, que ni un solo alimento nos llegará a la boca si no trabajamos en esos surcos que la naturaleza nos dio: surcos que representan nuestras capacidades, talentos sin usar, oportunidades no aprovechadas; surcos de ideas que no nos atrevemos a exponer, desarrollar y aplicar.

Critilo nos dice que muchos, con frecuencia, nos comportamos como niños avergonzados que no se atreven a actuar; que no somos conscientes de que nuestros propósitos pueden cambiar nuestras vidas con tal y que ¡actuemos con atrevimiento! Y no que nos sintamos como huérfanos abandonados. ¡No hemos visto, que en nuestra misma ciudad, contamos con múltiples oportunidades, pero que jamás podremos aprovecharlas mientras nos sintamos como hospiciarios que tienen que ser ayudados, y no como príncipes de nuestras actividades!

No hay comentarios:

Publicar un comentario