viernes, 31 de diciembre de 2010

El sentimiento ideal

El sentimiento ideal
La felicidad permanente sería el peor enemigo para nuestra sobrevivencia

La felicidad consiste en un estado placentero del ánimo, en un goce completo. Parece ser que la gran mayoría de las personas somos mucho más felices de lo que creemos. La prueba nos aparece a la vista cuando volteamos al pasado y caemos en la cuenta de lo felices que fuimos a pesar de la gran cantidad de problemas y sufrimientos que tuvimos.

La propia palabra felicidad contribuye en parte a nuestra infelicidad, pues se nos ha vendido la idea de que hay personas que experimentan una felicidad continua, pero sabemos que es absolutamente imposible que una persona pueda experimentarla. Su código genético no está diseñado para ello. A una felicidad continua se opone nuestra química cerebral que en ocasiones nos envía al infierno de la depresión, o a las normales fluctuaciones de nuestro ánimo. Es imposible, que los seres humanos no suframos enfermedades, traiciones, sueños destrozados, golpes de la ciega fortuna, pérdida de seres queridos y temor a la muerte.

Es imposible que ante sucesos como los anteriores, podamos permanecer felices, y si ha sido así, seguramente, podríamos estar sufriendo serios trastornos emocionales o alguna enfermedad mental grave.

Bienvenida la felicidad efímera cuando la produzcamos o cuando la vida nos la regale, pero cuando esos momentos de éxtasis pasen, no exijamos que regresen, no maldigamos porque se fueron, pues la felicidad sólo puede ser esporádica y transitoria. Algo muy distinto sucede con el bienestar, la satisfacción y la paz espiritual. Estos tres estados físicos y emocionales son distintos a la felicidad y dependen más de nosotros, al igual que su duración es más larga en el tiempo. Aspirar a estos estados es muy humano y conveniente.

Sentimos bienestar cuando consideramos que la vida ha sido buena con nosotros. La satisfacción, por su parte, consiste en el cumplimiento de un deber o de un deseo; y en un sentido más amplio, en un contentamiento interior derivado del reconocimiento de que nuestros resultados han correspondido a lo esperado.

La paz espiritual es una virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego.

¿Cuál es la razón de que la felicidad solamente la alcancemos por momentos, que sea huidiza y esporádica? La causa la encontramos en la evolución humana. Hace un millón de años, aproximadamente, nuestros antepasados vivieron en los árboles. Se alimentaban de frutos y de nueces. De pronto, nuestros ancestros abandonan los árboles a fin de vivir en las sabanas. Aquí, la vida fue muy diferente: mientras vivían en los árboles no había sobresaltos, pero viviendo en la sabana las cosas cambiaron drásticamente: nuestros antepasados tuvieron que cazar animales y enfrentarse a bestias salvajes para poder sobrevivir.

Entonces la caza les exigió una gran concentración, coordinación y cooperación para poder cazar. El medio ambiente impuso enormes exigencias a nuestros ancestros, lo que permitió el agrandamiento de la masa cerebral y así pudo evolucionar hasta alcanzar lo que conocemos como Homo Erectus. El invento de las herramientas de caza desde hace varios cientos de miles de años, la cooperación constante de la especie del Homo Erectus afianzó los lazos de la comunidad y la ayuda mutua.

Pero el pánico fue una constante a lo largo de toda la evolución, pues al menor descuido, las fieras salvajes mataban a nuestros ancestros. Los cambios de clima, la caza escasa, y todos los factores que les rodeaban, implicaron que nuestros ancestros vivieran en un vaivén constante entre el miedo y la tranquilidad, el cansancio y el reposo, el pánico y el gozo.

Por supuesto que había peleas entre nuestros ancestros, pero la cooperación y la ayuda mutua triunfaron, lo que contribuyó definitivamente, a un mayor perfeccionamiento del cerebro. Este triunfo permitió la existencia del Homo Sapiens. Los actuales hombres, idénticos a los de hace 100 mil años, siguen enfrentando peligros: hambrunas, guerras civiles, dominio de una nación sobre otra, enfermedades nuevas como la gripa española que mató en 1918 a más de 50 millones de personas. Nuevas enfermedades como el ébola, el sida o la gripe aviar.

Hoy en día la humanidad enfrenta retos diferentes a los de nuestros ancestros, pero en nuestro código genético quedó impreso para siempre, que la vida es una lucha constante, lucha que es ya un instinto de conservación. Si nosotros no hubiéramos heredado en nuestros genes los sentimientos de pánico, incertidumbre, cautela, goce y alegría, la raza humana ya se hubiera extinguido.

Critilo nos dice que seamos más compadecidos con nosotros mismos: ¿cómo exigirnos una felicidad permanente, si gracias a no tenerla hemos sobrevivido? ¿O acaso nuestros instintos de conservación que nos mantienen vivos, no se oponen frontalmente a una felicidad permanente, que de existir, nos quitaría nuestros instintos de conservación, lo que mandaría a la humanidad a su extinción?

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