viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Atrapados por el nihilismo?

¿Atrapados por el nihilismo?
Las personas se desencantan y dejan de creer en los valores

No podemos negarlo: muchos padres hoy en día se dan por satisfechos si sus hijos no tienen contacto con las drogas y estupefacientes, aun si estos jóvenes no están interesados en los grandes temas de la responsabilidad social y de una libertad responsable.

El “nihilismo” ya atrapó a nuestra sociedad; o más bien, nuestro desinterés por la moral privada y pública, nos precipitó en un nihilismo que muchos no han querido reconocer. El nihilismo es la negación de todo principio esencial político y social. Cuando una sociedad no ha encontrado principios políticos y sociales que den como resultado una real mejoría en la vida de las sociedades, las personas se desencantan y dejan de creer en los valores sociales y políticos fundamentales.

¡Ya no se cree en estos principios! Principios como la democracia, la libertad, la justicia social y el bienestar popular. ¿Y cómo creer, como por ejemplo, en nuestro México, con una población de 112 millones de habitantes, en la que 60 millones viven en la pobreza?

Aun así, en el momento en que una sociedad deja de creer en los fundamentales principios políticos y sociales, se da el reinado del “nihilismo”. Éste reinado conduce a la pérdida individual del sentimiento de “indignación”, y en lo social, está listo el caldo de cultivo para la anarquía y para el primado de los más perversos intereses de personas y grupos privilegiados.

Éste es el principal problema de nuestro país, pues se convierte en el detonante de los más graves problemas potenciales para una nación. El vomito diario de plomo y fuego contra personas e instituciones; un pánico que paraliza al país; una galopante corrupción sin freno alguno; y una impunidad como bandera de triunfo de los violentos.

Estas expresiones del nihilismo tienen que ser atacadas en sus causas y no sólo en sus efectos. Sería asombrosamente cruel no reconocer que el disparador de este nihilismo ha sido nuestra salvaje e inhumana sociedad ultracapitalista, que ha despreciado los más altos valores morales y del espíritu, y que ha convertido al “becerro de oro” en el nuevo dios.

La progresiva muerte de los ideales humanistas, y la progresiva adoración por la tecnología y el hiperconsumo, están sembrando la destrucción de nuestras bases sociales: la inmensa importancia de la familia, el respeto a nuestras tradiciones, el trabajo responsable, la convivencia armoniosa entre las personas, y el respeto a la vida y la dignidad de los demás.

Si a mí se me preguntara, ¿cuál creo que sería una solución a éste nihilismo y ésta destrucción del espíritu?, contestaría del modo siguiente: volver a las fuentes más puras de lo más noble de nuestra civilización occidental. Y estas fuentes están en la “sabiduría antigua”, de la Grecia Clásica y de la Antigua Roma. Las enseñanzas de Platón, Aristóteles, Séneca, Marco Aurelio, los poetas y dramaturgos griegos. Han sido estos pensadores los únicos que pueden hacer que reencontremos el camino perdido.

Hoy en día, Séneca, Platón, Aristóteles, son muy leídos en todos los países de Occidente. Sus lecturas han sido como bocanadas de aire limpio y fresco para sociedades ya casi asfixiadas por tantas creencias baratas y falsas.

La sabiduría Antigua no solamente eliminaría tantos dolores espirituales que padecemos, sino que podría convertirse en la “cura radical” para tantos problemas y enfermedades sociales “terminales”, como la violencia brutal y el desinterés por todo lo que sea humano.

Séneca, legatario de la sabiduría de la Antigua Grecia, escribió en una Epístola a Lucilio, lo siguiente: “Me he alejado no tanto de los hombres cuanto de las cosas y, sobre todo, de mis negocios: me ocupo de los asuntos de la posteridad. Escribo cosas que podrían ayudar; confío consejos saludables a mis escritos, como si fueran recetas útiles de medicina; experimentado la eficacia sobre mis heridas que, aunque no fueran curadas completamente, no obstante, han cesado de extenderse”.

Critilo nos recuerda una parte de otra de sus Epístolas, que dice: “Sin la filosofía el alma está enferma; y el cuerpo, aunque tenga fuerzas está sano como puede estarlo el de un loco o el de un desatinado. Por este motivo, si quieres estar bien, cuida en especial la salud de tu alma y, después, la del cuerpo, lo que no le costará mucho”.

Tenemos que reconstruir a nuestra sociedad mexicana desde sus primeras bases: rescatar los valores supremos de la “sabiduría Antigua”, que nuestra sociedad mexicana incorporó hace mucho tiempo, y que los ha venido perdiendo; sabiduría que defiende los valores supremos del espíritu: la verdad, la bondad, la belleza, la justicia, y la importancia por la dignidad de los demás. Sabiduría que siempre se opuso a la violencia de la sangre a la codicia putrefacta y a los vicios del alma.

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