viernes, 31 de diciembre de 2010

Presos del dolor

Presos del dolor
Sanos no entendemos al doliente

El dolor físico es una sensación molesta y aflictiva, más o menos intensa, de una parte del cuerpo por una causa interior o exterior.

Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados, dijo Jesucristo. Los que sufren, son un buen porcentaje de las poblaciones de todos los países del mundo. En esta columna nos vamos a enfocar a uno de los peores sufrimientos del ser humano: el dolor físico.

Difícilmente no encontraremos en nuestras familias, en nosotros, o en allegados muy cercanos, a hombres y a mujeres, que sufren intensamente de dolores físicos. Dolores intensos a ratos, espaciados por días, intermitentes, o simplemente de manera permanente y crónica.

La persona que sufre físicamente padece de un cansancio crónico, lo que le impide tener paciencia. A estas personas las vemos como “quejumbrosas”, pero es que no comprendemos que el adolorido no puede callar su dolor. Muy probablemente, ningún sufrimiento emocional o espiritual sea más difícil de soportar que el dolor físico.

Cuando estamos sanos y sin dolor es imposible que podamos entender al doliente, pues su dolor no lo expresa con llanto incontrolado, como sucede como quien pasa por un duelo. El doliente físico ha impreso en su cara un rictus de dolor, y como se siente incomprendido, calla lo que le duele, y muy frecuentemente agota a sus seres queridos y destroza sus relaciones.

El que pasa por una pena, miedo o depresión, tiende al aislamiento, aunque un porcentaje de ellos busca la compañía de otros; en cambio, al que le duele intensamente algo no busca la compañía, sino que se aísla y se queda solo con su dolor. El doliente adopta con frecuencia la posición fetal: acerca sus rodillas a su vientre o pecho y se hace un ovillo. No sé si esa posición fetal, en algo aminora su dolor, o si es una respuesta instintiva a la posición en la cual jamás le dolió nada y en la que mejor se sintió: en la matriz de su madre.

El dolo físico al que nos hemos referido, no es el dolor que nos sirve de alarma biológica: aquel que nos indica que algo mal anda en nuestro cuerpo. Sino que nos estamos refiriendo a esos dolores crónicos insoportables: el artrítico reumatoide por una degeneración inflamatoria, el causado por un cáncer de huesos; los dolores de migraña, cuando el doliente siente que tiene partida su cabeza en dos, dolor acompañado de náuseas, vómitos, y una total intolerancia a la luz y al ruido. En este último tipo de dolores, hay personas que prefieren estrellar su cabeza contra las paredes. El dolor del intestino, de los riñones, por traumatismos graves, el quemado con intensidad, todo esto, incapacitando al doliente.

El mundo del dolor físico está reservado exclusivamente para estos seres que son héroes y heroínas; un mundo que nadie comparte con ellos y que nadie los entiende.

El adolorido con intenso dolor crónico o intermitente, y el adolorido incapacitado sufre lo indecible, pues pierde su autonomía y el control de su propio cuerpo. Quiere vivir, pero a la vez, quisiera que el dolor ya terminara, o que su vida llegara a su fin.

Para el médico de la Grecia Antigua, Hipócrates, el médico estaba obligado no sólo a curar, sino también a aliviar el dolor. Es más espectacular la cura de un enfermo grave, pero creo que el contenido de nobleza y espiritualidad sea mayor en el médico preocupado por sus pacientes.

Es cierto, nos dice Critilo, que mucho cuenta en el doliente la actitud que asuma ante su dolor. Incluso, hay quienes se han resignado ante él y han podido llevar una vida satisfactoria. En esto mucho depende la jerarquía de valores del adolorido, la forma como sublimice su dolor.

Lo que debemos entender, es que la gran mayoría de nosotros no comprendemos ni aceptamos al doliente. Como no se está muriendo, y no está padeciendo a veces de una enfermedad grave, tendemos a minimizar su sufrimiento. Con frecuencia, nos incomoda su dolor, lo que aísla más al doliente, sumando a su dolor físico el rechazo que siente intensamente de sus seres más queridos.

Recordemos, que, “Los hombres son más sensibles al dolor que a los placeres”, como lo dijo el historiador romano Tito Livio: sí, pero siempre que nosotros seamos los dolientes.

Pocas actitudes y conductas pueden ser más nobles que cuando comprendamos al doliente y le ayudemos a aliviar su dolor. Sin duda alguna, que aparte de las medicinas y cuidados terapéuticos del adolorido, nuestra comprensión, compañía y aliento constituye la mejor medicina y el mejor regalo de ofrenda que podemos darle a estos dolientes, verdaderos incomprendidos, muchas veces, aún por sus seres más queridos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario