viernes, 31 de diciembre de 2010

El espíritu sanador

El espíritu sanador
Es inmensa su fuerza ante nuestros padecimientos físicos

Una de las características de nuestra sociedad del hiperconsumo es el bombardeo en la prensa y televisión, de que estamos “obligados” a gozar de una “salud perfecta”, ofreciéndonos esta publicidad todo un catálogo de productos “maravillosos” para nuestra salud.

Es conveniente, por supuesto, que cuidemos nuestro cuerpo, pero nada más desastroso que tratar de arreglar lo que no está descompuesto (y esto se aplica a cualquier área de nuestra vida). Si nuestro cuerpo funciona bien, nada peor que caer en la mercadotecnia de la “salud perfecta”, pues quedaríamos atrapados en las redes de la hipocondría: empezaríamos a sentirnos mal, pues no estaríamos a la altura de las figuras perfectas de hombres y mujeres que nos muestran los anuncios publicitarios.

Como nuestra sociedad del hiperconsumo es totalmente materialista, nuestro “espíritu” no tiene cabida. Padecemos de ciertas limitaciones físicas y ante ello, nada mejor que ser benevolentes con nosotros mismos. Derramamos nuestra generosidad sobre nuestras limitaciones y padecimientos físicos; hacer las paces con lo que no podemos cambiar. Si una persona padece de una enfermedad crónica como la diabetes o la artritis reumatoide, solo por señalar dos ejemplos, lo más sabio es que se cuide, pero que acepte que tendrá que vivir toda su vida con estos padecimientos.

Antes de querer “arreglar” lo que no está descompuesto en nosotros, debemos mirar con paciencia nuestros males físicos, comprender nuestras limitaciones de salud, y de ahí en adelante comportarnos con una gran calidez con nosotros mismos, tomando una profunda conciencia en el sentido de que siempre estaremos afectados físicamente “por algo”, pero no hay remedio, pues solamente somos seres humanos.

Las personas que hayan logrado esa conformidad consigo mismas, que hayan aceptado los padecimientos que no pueden curar, que hayan alcanzado librarse de esa actitud perfeccionista y falsa de la “salud perfecta”, habrán neutralizado en su vida cotidiana un sin fin de incomodidades físicas, a tal grado, que muchas de ellas ya no les molestarán. Sus emociones gozarán de un equilibrio del que jamás pensaron que podrían disfrutar.

Y es que las afecciones del cuerpo cuando son aceptadas con generosidad, producen un enorme incremento en la salud mental y emocional. Las personas con padecimientos físicos logran una sensibilidad y tal grado de salud mental, que son inaccesibles a quienes gozan de una “salud de hierro”, propiamente animal. Aun con padecimientos físicos crónicos, se puede gozar de lo que para un medico sería un “perfecto estado de salud”, del que no gozan muchas personas que en realidad están sanas, pero como siempre están ansiosas por mayores niveles de salud, su psiquismo está tan perturbado, que se sienten enfermos crónicos, sin serlo. Podemos convertir nuestro desequilibrio físico en un equilibrio integral. Y ésta sería la ecuación: sí, padezco de estas enfermedades y molestias físicas, pero las he aceptado en mi corazón; he logrado que mi generosidad permee toda mi vida; gracias a esto he eliminado una gran cantidad de perturbaciones emocionales, y el aumento de mi fuerza espiritual me ha conducido a una paz de mi espíritu. Así, el desequilibrio físico se convierte en un equilibrio más integral.

Critilo cree firmemente que los seres humanos somos mucho más que meros cuerpos físicos. El que seamos capaces de amar y compadecernos de otros, nos convierte en “sujetos” y no en meros “objetos”. El hecho de que seamos capaces de tener conciencia de nosotros y del mundo, nos sitúa en la Naturaleza como seres en los que tiene una influencia decisiva las expresiones de nuestro espíritu.

Con nuestro espíritu tomamos conciencia del mundo, somos capaces de decidir por lograr valores constructivos. Nuestro espíritu es la enorme fuerza capaz para que podamos asumir nobilísimas actitudes ante nuestros padecimientos físicos. Actitudes que pueden ennoblecer nuestras vidas, no solamente mejorando nuestros padecimientos físicos, sino además, asumiendo grandes responsabilidades, como formar a nuestros hijos, y luchar por ideales que siempre mantengan el fuego encendido en nuestros corazones.

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