sábado, 10 de noviembre de 2012

El mito de Doroteo Arango



Recordando el centenario de la Revolución, Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, se había rendido a fines de 1920 al presidente provisional Adolfo de la Huerta.

El gran defensor de la causa de los pobres, según el mito, se convirtió en un próspero hacendado en Durango, en Canutillo.

Tenía una fuerte escolta, restos de sus antiguos dorados, bien pagados por el Gobierno federal, que además se hacía de la vista gorda para que el ex abogado de los pobres pasara maquinaria gringa a su hacienda sin pagar impuestos.

Por otra parte, ha demostrado Friedrich Katz, contra el mito de los villistas defensores de los campesinos, que fueron precisamente ellos, los villistas los que más se oponían al reparto agrario: Preferían combatir, aun con riesgo de muerte, pero recibiendo puntualmente su salario, que dedicarse al tedioso y laborioso oficio de agricultores.

Avecinándose la pregunta de quién sucedería en la silla al Manco de Celaya, resultaba que Villa no quería a Calles, mientras que nunca había ocultado su respeto y aún aprecio a Adolfo de la Huerta. Si el dedo de la mano que le quedaba a Obregón señalaba a Calles como el ungido, era claro que el Centauro del Norte sería un estorbo.

Por otra parte, Villa, convertido en héroe admirable por la historia oficial, tenía cientos o miles de enemigos: En tierras norteñas rara era la familia que no recordaba a algún pariente asesinado por Villa: Ningún trabajo costaba encontrar gente dispuesta a vengarse y eliminarlo.

El hecho es que Pancho terminaría su vida en el mismo tenor en que había vivido: En la tragicomedia, en el drama continuado cada día con el buen humor y estoicismo de los norteños.

A mediados de julio de 1923, Melitón Lozoya capitaneó a un grupito de mercenarios, todos buenos tiradores que se escabecharon a Pancho Villa, quien además de hacendado era propietario de un automóvil Dodge.

Así que el antiguo guerrillero tendría una muerte indigna de él: No el campo de batalla, sino al volante de un flamante automóvil último modelo.

Igual que Zapata, no tuvo tiempo de desenfundar su pistola. El cuerpo, parecido al de Carranza tres años antes, quedó como coladera.

Fue velado en el hotel Hidalgo, propiedad también del ‘defensor’ de pobres y campesinos que tanto había odiado a los ‘riquillos y perfumados’.

El día siguiente, después de una misa en la parroquia de San José, el guerrillero con la cabeza en su lugar fue sepultado en la fosa 632, sección novena del cementerio municipal... tres años después la tumba del Centauro fue profanada: Decapitaron el cuerpo y nunca se ha sabido dónde quedó la cabeza.

Villa ciertamente queda superado como estratega por su enemigo Obregón; Carranza lo supera con mucho en su significado revolucionario; Zapata queda muy arriba de Villa el mujeriego en recuento de mujeres violadas.

Sin embargo, es un hecho que el Centauro del Norte se ha robado de calle el espacio en corridos y en mitos, en fama nacional e internacional: Un ejemplo más de las paradojas y rarezas de nuestra historia. (Extraído de un artículo periodístico del historiador Jesús Gómez Fregoso)

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