domingo, 18 de septiembre de 2011

¿Qué independencia festejamos?

¿Qué independencia festejamos?
Eneas Silvius de Piccolomini –que más tarde llegaría al papado bajo el nombre de Pío II- fue un pensador renacentista que, a juicio de algunos, dio con la más acabada expresión de unidad del poder del estado en el siglo XV.

Según él, el estado adquiere unidad y cohesión en virtud del poder que lo caracteriza y que le otorga, en los asuntos terrenales, dominio sin oposición hacia el interior, mientras que de cara al exterior lo hace independiente de cualquier otra entidad.

Un siglo más tarde, el francés Jean Bodin –Juan Bodino entre nosotros- retomaría esa idea al acuñar el término “soberanía” para bautizar a ese poder, porque se encontraba “super omnia”, sobre todos, hacía dentro de la comunidad que lo detentaba, mientras que hacia afuera implicaba que todas las comunidades concurrieran en un plano de igualdad, sin importar su riqueza, tamaño o fuerza militar.

Es entonces la soberanía un poder irresistible hacia el interior e independiente hacia el exterior. Por eso, al hablar de independencia –incluso de “la Independencia”, así, con mayúscula- es necesario evocar la idea de que ella es el producto de un esfuerzo que nace del legítimo afán que tienen y han tenido los pueblos de autogobernarse, de tomar sus propias decisiones, sin la intervención de fuerzas ajenas a cada uno de ellos.

Hoy concluye un asueto largo que se debió a los festejos oficiales por la “Independencia”, y muchos se han preguntado si hay algo que festejar. Creo que con razón lo dudan, porque la consecución de esa condición nada tiene que ver con superficiales celebraciones, disfraces y gritos, ni fuegos artificiales y estrépito de disonantes trompetas.

Hace unos días y en ocasión de las llamadas “fiestas patrias”, un niño de escasos seis años, que vive en México y cuyo padre es español mientras que él mismo nació también en España, preguntaba con azoro a su madre, mexicana, por qué pelearse con los españoles.

Él, como muchos otros mexicanos, participa en su esencia de ambas nacionalidades y desde hace ya mucho tiempo que España mantiene relaciones de gran amistad con México ¿Por qué empeñarse en destacar una enemistad artificial que, por lo demás, nunca se dio en los hechos?

Si bien se mira, la guerra de independencia fue una revolución de españoles contra españoles, los criollos que a fin de cuentas buscaban independizarse de los peninsulares, con cuyo gobierno rompieron, para asumir un poder propio y supremo en cuanto a sus propias decisiones, sin depender de nadie en el exterior, especialmente de la metrópoli española.

Con el correr de los años –casi 200- y en un México preponderantemente mestizo, cabe preguntarse si la emancipación de la corona española en efecto produjo que se asumiera por los mexicanos ese poder soberano que nos haría “independientes”.

¿De verdad lo somos, cuando las “reformas impostergables” a nuestros regímenes de vida y sus reglas nos son impuestos por las empresas globales –la ley del trabajo por ejemplo- los centros financieros y comerciales tales como la OCDE, la OMC, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional?

¿Lo somos cuando obedecemos a las presiones de fundaciones extranjeras, de influencia global, para adoptar reformas apenas asimiladas, como son los llamados “juicios orales”? ¿No fue López Dóriga quien convocó a los líderes de los más relevantes partidos políticos y los conminó en su estudio –con éxito- a acelerar las reformas? ¿De qué independencia hablamos?

Ninguna habrá mientras no tenga lugar la asunción del poder eficiente por verdaderos representantes de los ciudadanos, lo que nunca podrá ocurrir si éstos no asumen con seriedad, informada y responsablemente, el papel que les corresponde en su comunidad, que a la postre es la única poseedora legítima del poder soberano en que se finca la independencia, lo cual pasa por la conciencia de que la construcción de una patria propia e independiente es cosa que toma tiempo, muchas generaciones, pero que puede echarse por la borda en un solo instante si no se tiene cuidado.

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