domingo, 13 de noviembre de 2011

La Universidad del siglo 21

El nueve de septiembre anterior, con ocasión de cumplirse 125 años de la Universidad de Deusto, en Bilbao, el Superior General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, impartió en ella la lección inaugural del curso 2011-2012.

Al margen de la investidura de quien impartió la lección, hay en ella elementos que bien pueden servir de referencia para las responsabilidades de toda universidad, especialmente las públicas y laicas, frente a una nueva era en la que todas las coordenadas científicas y sociales parecen haber dado un vuelco. Diez reflexiones propuso sobre la función histórica de las universidades y de sus perspectivas en el futuro.

La primera se refiere al equilibrio que debe buscarse entre las disciplinas científico-técnicas y las humanísticas, así como al necesario fomento de las investigaciones y estudios que exploren las zonas fronterizas entre esos dos campos del saber.

La segunda, a la necesaria salvaguarda que debe tener lugar del “sentido histórico” de toda universidad, que no es otro que la “búsqueda honesta y colectiva” del conocimiento, su preservación y acrecentamiento, para transmitirlo a las generaciones subsecuentes. Ello, a pesar y aun contra las exigencias del mercado.

La tercera, al deber de propiciar vías y maneras de difusión y de acceso al conocimiento que no sólo no incrementen las desigualdades, sino que las combatan, propiciando propuestas concretas para el desarrollo, comunitario e individual, de los más desfavorecidos.

La cuarta, que me parece clave, consiste en destacar el deber universitario de convertirse en puntal en la promoción y aplicación de modelos más justos en la relación económica, tanto entre las personas como entre los países.

La quinta se vincula con el deber de promover un conocimiento transformador de la sociedad, de la opinión pública y de la propia universidad, conforme a principios éticos de referencia (no hay que perder la brújula, se diría coloquialmente).

La sexta, tiene que ver con el diálogo intercultural, que siempre deberá propiciarse abriendo canales efectivos en ella para que aquél tenga lugar libre, respetuosa y creativamente.

En séptimo lugar y para de verdad promover el desarrollo integral de la persona, además de la difusión de conocimientos y adiestramiento de habilidades profesionales, la formación universitaria requiere del cultivo de una inquietud cultural, humanística, que capacite a los alumnos para ser “ciudadanos conscientes y críticos, sensibles a la verdad, a la bondad y a la belleza”, al tiempo que les permita inquirir libremente acerca del mundo y la historia. Es decir, los objetivos fundamentales de la formación integral de los alumnos tres: adquirir conocimientos (saber); entrenar sus capacidades y competencia profesionales (saber hacer); adquirir familiaridad con la cultura, una conciencia ciudadana y global, y aprender valores éticos trascendentes que inviten a transformar el mundo (saber ser, saber estar y saber convivir).

Deberá fomentar en los alumnos el pensamiento autónomo, dice en octavo lugar, de manera que, con sentido crítico, puedan afrontar la avalancha de información característica de todo tiempo presente y futuro, proporcionándoles criterios de solvencia para la búsqueda y creación de fuentes rigurosas, sin sesgos ideológicos o signados por intereses económicos o cualquier otra naturaleza espuria.

Deberá aprovechar las nuevas tecnologías de la comunicación, con creatividad, para desarrollar a partir de ellas mayores y mejores posibilidades formativas y participativas es el noveno punto.

El décimo, tener siempre presente que cada universidad es en sí misma un “proyecto social” y tiene, por tanto, la responsabilidad de insertarse, de integrarse se diría, en el sistema social de su entorno inmediato, pero también en el nivel global, participando activamente en el debate cultural, científico y ético, para iluminarlo y adquirir luz de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario