La educación como derecho universal

Xavier Díez de Urdanivia La educación como derecho universal
Ninguno de los movimientos de independencia vividos hace dos siglos en América, puede explicarse si se contempla aisladamente y al margen de todos los que ocurrieron entonces en estas tierras nuestras, porque el hilo conductor de todos ellos, en el fondo, es la visión libertaria que afloró primero y tras el siglo de la luces, en las revoluciones francesa y de las trece colonias británicas en América, para encontrar después cauce y condiciones propicias en Iberoamérica.

Ese hilo conductor sólo puede explicarse desde la perspectiva de un proceso que mucho tiene que ver con la cultura, propiamente dicha y con la educación en su sentido más amplio, es decir, aquel que la reconoce como el medio para transmitir la cultura entre generaciones y tender puentes entre comunidades diversas y los seres humanos que las integran.

En ese contexto, un libro publicado recientemente en Colombia -“La Historia de un Derecho Humano. La Educación en Colombia”-, ofrece una perspectiva enriquecedora sobre la educación en la historia de ese país, pero con referencia a todos los otros de nuestra comunidad internacional, y además lo presenta como un derecho fundamental, al que todavía le toca un largo camino por recorrer, según su autora, Cristina Díaz Díaz, bien dice.

Ella es una joven abogada y profesora universitaria -sólidamente formada, inteligente y culta-, entre cuyos múltiples intereses se incluye la historia. No le es ajeno tampoco el empeño por promover los derechos humanos, en comunidades donde efectivamente hace falta.

Ese conjunto de cualidades la autoriza para escribir el libro al que aludo, del que entresaco, como muestra y para abrir boca, alguna idea toral, tal como la autora la expresa con el mismo espíritu ecuménico que hubo animado a Morelos, Bolívar, Miranda, Mina y Ramos Arizpe, y también, más recientemente, a intelectuales, pensadores y poetas de la talla de Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet entre los nuestros.

Dice Cristina Díaz: “Pensar en educación es hablar de un derecho objeto de políticas públicas y de transformación social permanente. Se encuentra reconocido ante instrumentos de protección de los derechos humanos, donde se establece que éste debe estar orientado a desarrollar las facultades del ser humano, a fortalecer su personalidad y a comprender y respetar los (demás) derechos humanos y libertades fundamentales”.

Esa idea me parece, es la clave central del libro, y lo es en realidad del progreso verdadero, -no de una prosperidad económica vana e inequitativa- que se finca en una democracia concebida, como lo hizo el redactor del artículo tercero de la Constitución mexicana, “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”, propósito que no puede fincarse sino en un respeto activo, es decir promotor, de los derechos fundamentales, que por eso lo son, por básicos.

Nunca como hoy, además, la universalidad de esos derechos se abre camino a lo largo y ancho del mundo, de manera expansiva, progresiva, irreductible, y cada vez más inclusiva de su exigibilidad no sólo ante el poder público, sino también ante aquellos particulares peculiarmente dotados de capacidad de imponer condiciones a los demás.

Cristina Díaz conoce bien esa tendencia histórica y percibe con claridad la naturaleza universal, no sólo de los derechos y libertades, sino también del sistema social que se ha ido construyendo en las últimas décadas, así como el papel preponderante que frente a ellos -y no nada más entre ellos- ocupa la educación.

Es una pena que el libro no se consiga en México, pero tal vez muy pronto pueda accederse a él en el sitio electrónico de la Casa del Libro Total, un innovador centro de cultura con sede en Bucaramanga, Colombia, del que daré noticia en una próxima entrega, porque bien vale la pena conocerlo, así sea por la vía de Internet.