martes, 19 de abril de 2011

LAS SIETE PALABRAS

Recordemos los términos con que Jesús se dirigió a Nicodemo, fariseo judío que fue a hablar con él una noche, citados en Jn. 3:14, en los que manifiesta: “Así como levantó Moisés la serpiente de bronce en el desierto así tiene que ser levantado el hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él la vida eterna”, Ns. 21:4 a 9. Palabras enigmáticas que nos invitan a mirar de frente lo que, en el plan de Dios, es más difícil de aceptar dado que, por causa precisamente de una serpiente, Adán y Eva desobedecieron al Padre. En Juan la expresión ser levantado se refiere tanto a la cruz como a la resurrección; Jesús alude a la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto, este episodio de la Biblia es figura de la suerte que correría Jesús, pero los judíos ciertamente no habían descubierto aún el sentido del mensaje. ¿Cuántos habrá en la actualidad que lo desconocen, que sabiéndolo hacen caso omiso o que simplemente fundan su interés en asuntos para ellos más convenientes?

El sacrificio de Jesucristo, su pasión y muerte en la cruz, fue por nuestra salvación, según ha quedado ampliamente de manifiesto en Is. 53, Mt. 26:28, Rom. 5:9 a 11 y 19 así como en 1Pe. 1:18. Mañana domingo se conmemora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, preludio de sus penalidades; en un acto sublime de humildad y amor el maestro lavó los pies a sus discípulos, les habló sobre lo que vendría y se retiró a orar al Monte de los Olivos –huerto de Getsemaní–, poco después sería entregado a los soldados para ser conducido a juicio.

Ahora bien, el título de este escrito se refiere a las últimas frases que Cristo pronunció cuando se encontraba en la cruz, en los postreros momentos de su vida terrenal; aquí los recordamos con profundo respeto, tratando de interpretar el mensaje del hombre cuya trascendental existencia logró influir tan poderosamente en la humanidad como nadie jamás lo hizo.

A fuer de ser sinceros, ¿intervendríamos a favor de alguien con quien hemos tenido diferencias serias o por quien es señalado por todos como un enemigo público, peligroso para la sociedad? Si podemos evitar un perjuicio a quien es merecedor de nuestro encono, seguramente nos haremos los desentendidos a fin de no impedirlo. En estos ejemplos subyace el mensaje de la primera frase: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, intervención clara de Jesús a favor de sus enemigos.

A los lados de Jesús crucificado se hallaban dos tunantes, la segunda frase fue dirigida a uno de ellos, Dimas, conocido como el buen ladrón, en respuesta a su fe manifestada cuando le expresó: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”, a lo que el hijo de Dios le respondió: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Sutil forma de comunicarnos el valor que representa la confianza hacia el Señor, por supuesto una fe que tiene que ser avalada con nuestra actuación cotidiana congruente con sus preceptos y con el ejemplo de vida que nos dejó.

La tercera frase implica una magnífica herencia, detalle sublime por el que nos deja una madre, cuando le manifiesta a Juan y a la propia Virgen María: “He aquí a tu madre, he ahí a tu hijo”. Evidentemente fue perfecta e inmaculada nuestra gran Señora, no podemos colegirlo de otra manera al ser escogida por el Creador para ser la madre de Cristo Jesús. Desde otro punto de vista Juan, el discípulo amado –Jn. 21:24–, fue el seleccionado para representarnos como hijos de María en quien, por cierto, encontramos una eficaz intercesora.

Como hombre que fue de este mundo, Jesucristo experimentó un momento de flaqueza, seguramente motivado por la desconfianza, inseguridad o temor de sus propios seguidores, cuando pronunció la cuarta frase: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado?”. Quizá le apremiaba la congoja que involuntariamente estaba causando a su madre, quizá dudaba del fruto de su inmolación en la que toleró humillaciones, maltratos y vejaciones de quienes eran precisamente la razón de su martirio, quizá también le pesaba el abandono o la cobardía de quienes había escogido para continuar su obra.

Cuando el enviado del Padre expresó la quinta frase: “Tengo sed”, no se refería solamente a la falta del líquido vital, en esos instantes evidentemente una necesidad de extrema prioridad que bien sabía no le sería satisfecha, insinuaba obviamente a la sed de amor que su corazón sentía, nos invitaba a calmársela mediante nuestro justo desempeño cotidiano. Si el Padre eterno ofrendó a su amadísimo hijo por nosotros, ¿en qué medida debería ser nuestra correspondencia?

La sexta frase externada: “Todo está consumado”, nos hace ver que Jesucristo daba por finiquitada su misión en este mundo, había cumplido la encomienda divina de mostrarnos el camino de la salvación. Habernos dejado su ejemplo de vida, una madre confiable como intercesora y una pléyade de guías morales es muy indicativo de su gran preocupación por nosotros, el resto corresponderá a quien quiera ver, a quien quiera oír.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, fue su última frase antes de reunirse con el Altísimo. Si el hijo de Dios imploró la asistencia de su Padre, ¿qué nos queda a nosotros por hacer? Cristo, que estaba colmado de la gracia celestial, invocó el apoyo de la divinidad en el momento crucial, nosotros, mundanos pecadores con múltiples imperfecciones y limitaciones, debiéramos llevarlo a cabo de forma ininterrumpida proponiéndonos cumplir con su voluntad: la caridad con el hermano, el perdón sincero y el arrepentimiento efectivo.

Es conveniente para nosotros como cristianos atender la siguiente reflexión final: Que el recuerdo de la pasión y muerte de Jesús que en estas fechas conmemoramos, logre infundir en nuestros corazones sentimientos de paz y esperanza que nos hagan revisar el sentido que estamos dando a nuestras vidas, de acuerdo con el ejemplo que se nos dio y a las enseñanzas que nos fueron concedidas.

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