domingo, 13 de noviembre de 2016

AUMENTAR EL SALARIO MÍNIMO



AUMENTAR EL SALARIO MÍNIMO - CARLOS MARX
Trabajamos para vivir pero también vivimos para trabajar, a pesar de que una cierta voz de la conciencia nos dice que la vida no es esencialmente trabajo y que debe haber, por consiguiente, algo más allá de la jornada laboral y el dinero. Algunos creemos con firmeza que este “más allá” de cualquier transacción financiera de la vida constituye lo verdaderamente humano: un ámbito de libertad cuya puerta de entrada, por decirlo así, está custodiada por el can Cerbero. Supongamos por ahora que la vida es de hecho reducible a una jornada laboral. Enseguida nos daremos cuenta de un elemento faltante en la fórmula, a saber, el salario, porque el trabajo es ante todo trabajo asalariado. Si trabajamos es para conseguir dinero pues necesitamos dinero para vivir. El salario funciona de este modo como mediador entre el trabajo y la vida, impidiendo que el uno y la otra se identifiquen plenamente y abriendo al mismo tiempo la posibilidad del conflicto entre ambas.
El aumento al salario se impone como urgente por dos motivos: 1) Si el trabajo asalariado no es capaz de satisfacer los requerimientos básicos de la vida, no ya humana, sino animal, el trabajo ha degenerado en una actividad sin sentido. Éste, al no garantizar la sobrevivencia del trabajador, sencillamente no tiene razón de ser en nuestro país. 2) El patente desequilibrio entre la actividad productiva de los mexicanos y las necesidades de la vida pone bajo amenaza de muerte al trabajador, y junto con él, a la industria toda, dado que ésta utiliza como materia prima a los trabajadores. (Me pregunto hasta qué punto la economía informal y el narcotráfico han sido una manifestación de la impotencia gubernamental para solucionar el antagonismo entre el trabajo y la vida, ¿la discusión en torno al aumento salarial no debería situarse desde ahora fuera del terreno económico pues la ciencia económica es la meta pero no el origen de esta discusión?) Ahora bien, el aumento al salario mínimo no agota el problema del trabajo. Más aún, el problema del salario es sólo un síntoma a través del cual los gobernantes tendrían que abordar el problema de fondo. Digámoslo de una vez: el problema superficial es la injusticia en la distribución de la riqueza; el problema profundo, la perversión del trabajo en un trabajo forzado, tedioso e inhumano que se preocupa por satisfacer las exigencias animales de la vida pero se desentiende de las exigencias humanas de autorrealización.
Un trabajo que sacrifica la satisfacción personal y el bienestar del trabajador como individuo en aras de un mayor rendimiento monetario es ya, de entrada, un trabajo perverso que no sólo pone a las cosas por encima de los hombres sino que a los hombres mismos los cosifica. La mayoría considera su trabajo una obligación. Esto se debe en buena medida a que los trabajos impiden la expresión y desarrollo de las aptitudes personales. Muy frecuentemente el trabajo significa para el trabajador renuncia y pérdida de la personalidad. El trabajador perfecto es aquél que calla y obedece, es decir, aquél que se anula a sí mismo por completo ahorrándole al patrón la penosa molestia de reprimirlo por otros medios. Citemos a Marx: “una aumento de salarios […] no sería más que la mejor remuneración de los esclavos y no devolvería, ni al trabajador ni a su trabajo, su significado y valor humanos” (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844).
El problema del trabajo es el empleo. Concebimos al trabajo como la actividad de emplear y ser empleados, usar y ser usados, para vaciar o llenar bolsillos a ritmo vertiginoso, y alimentarnos, pero no mucho, apenas lo indispensable para seguir participando del juego de explotados y explotadores. Por si fuera poco, el trabajo asalariado, así concebido, atrofia nuestra capacidad de socialización: los otros se convierten en meros utensilios, y viceversa, uno mismo se convierte en mero utensilio para los otros. Quien vende sus productos únicamente ve en los hombres a consumidores potenciales: su salud, su familia, su desenvolvimiento individual pasan a un segundo plano invisible. El hombre queda de esta manera despojado de su naturaleza creativa, tornándose en simple pasividad: simple receptáculo o bestia de carga que desconfía de los demás porque se experimenta a sí mismo en primer término como egoísta. Con todo, no sugiero aquí la cancelación del trabajo asalariado, pero sí la apertura y ensanchamiento de un espacio en que ejercer nuestra libertad. Pongamos un ejemplo: el aumento salarial tendría que venir acompañado de una reducción efectiva de la jornada laboral. Ésta dura, al menos en México, más de las ocho horas reglamentarias, si tomamos en cuenta la calidad de la transportación capitalina. Al final del día, al trabajador no le queda tiempo para dedicarse a sí mismo. No tiene ya tiempo de ser persona (con todo lo que esto implica: cosechar gustos, opiniones, proyectos). Aplaudo la iniciativa de aumentar el salario mínimo, pero me consterna que la iniciativa no apunte a un programa de reestructuración social de mayor envergadura.

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