domingo, 13 de noviembre de 2016

¿POR QUÉ NOS GUSTA TANTO LA FIESTA Y EL RELAJO



¿POR QUÉ NOS GUSTA TANTO LA FIESTA Y EL RELAJO?
Es propio del mexicano encontrar circunstancias para reunirse. ¿Qué se encierra en este acontecer a veces multitudinario? El mexicano hace fiesta por todo, casi podríamos decir que el mexicano vive para el festejo, pero ¿por qué? En primer lugar, porque las fiestas son divertidas. En contraste con la atmósfera de lo cotidiano, del día a día, el fin de semana aparece ante nosotros como un momento en el que podemos relajarnos, es decir, convivir y celebrar con amigos y compañeros la alegría de ser…¿de ser qué? De ser nosotros mismos. Se impone necesariamente una pregunta: ¿por qué reflexionar sobre este tema en un momento como el actual?
El mexicano hace su día a día en un plano irreflexivo y es este acontecer, este “motivo importante” que es la fiesta, lo que lo revive y reconstituye cada semana. La fiesta y el relajo se oponen a la seriedad que se adueña de nosotros la mayor parte del tiempo; suspenden nuestro trajín y nos colocan cara a cara con nosotros mismos. Llegados a este punto, es inevitable no recordar a Jorge Portilla, el único filósofo mexicano que ha pensado el relajo “con seriedad”. Así describía a sus contemporáneos en La fenomenología del relajo (1966):
Hombres de talento (…) todos parecían absolutamente incapaces de resistir la menor ocasión de iniciar una corriente de chocarrería que una vez desatada resultaba incontrolable y frustraba continuamente la aparición de sus mejores cualidades. Era como si tuvieran miedo de su propia excelencia y se sintieran obligados a impedir su manifestación. Sólo la asumían en diálogo con un amigo o en estado de ebriedad. (…) Era, hoy lo veo claro, una generación (…) Entregada en realidad, a una lenta autodestrucción.[1]
¿Cuántas de estas líneas no reflejan, aún ahora, nuestra realidad? ¿Será el relajo una característica inherente a su generación o algo propio de todos los mexicanos? Me inclino por la segunda opción. La fiesta aparece para nosotros como un “hecho constitutivo” en el mundo, es decir, una acción beligerante frente a lo impuesto por la sociedad.
La fiesta, por otra parte, inaugura una comunidad. Resulta complicado imaginar una reunión entretenida con un solo participante. Esta nueva comunidad inaugura, a su vez, todo un código de convivencia. Surgen, por decirlo así, nuevos códigos de comunicación.
El lenguaje es uno de los componentes humanos más importantes que existen. Sea producto social o fenómeno evolutivo, es innegable que hay más lenguajes que el escrito o el hablado. El mexicano ha formado todo un lenguaje de “lo lúdico”. Gesticulaciones, palabras, gestos de desfogue y gozo son frecuentes en dichos eventos cuya finalidad es extender este momento de suspensión indefinidamente. No basta un chiste o una palabra socarrona para iniciar el relajo, éste debe de sustraer al hombre de su entorno cotidiano. La persona se encuentra y reconoce en aquél que, en constante oposición con su realidad, es capaz de encontrar un momento para jugar. Se equivoca quien crea que los juegos son cosa de niños y criaturas inmaduras. En éstos podemos encontrar momentos de goce puro, ajenos al sistema y desprovistos de intereses.
En los juegos que son parte de la fiesta, el hombre se encuentra en el plano de la realidad que decida. Somos, por un breve momento, dueños de nuestro propio destino. No importan las leyes de la Naturaleza y de la buena o mala fortuna. Hay en el juego una especie de igualdad preestablecida, muy a la manera de los hinchas del futbol, como se escribió anteriormente. ¿El propósito del juego? Pasársela bien. Divertirse.
La asignación de roles que se lleva a cabo en los juegos se basa en las características y aptitudes de los que nos rodean. Así, no sorprenderá saber que aquél con capacidades de liderazgo y que goza de una confianza general, es el encargado de llevar las cuentas o el dinero. Es en el juego donde, libres de todas las máscaras que nos cubren, nuestra verdadera personalidad sale a la superficie. El juego es para el infante uno de los mejores formadores de carácter que existen. Aprenderá a ser educado, a reconocer la derrota, a tener prudencia, a tomar decisiones. ¿La recompensa? Un momento de triunfo que, festejado en común, enseña la importancia de la pertenencia.
Las caras y carcajadas de aquellos que nos rodean, una buena comida, música, aunado a un ánimo festivo y cordial, nos hacen olvidar todo aquello que nos acongoja. Somos, porque estamos allí reunidos. Somos, porque nos encontramos con el otro, nos reconocemos en el otro. Somos, porque a las complicaciones de la vida sabemos responder con una sonrisa.
Para Jorge Portilla, “el relajo es el sentido de una conducta”. Se sabe que todas las conductas tienen un propósito, un fin. Después de analizar brevemente este acontecer recurrente en la vida de los mexicanos, podemos afirmar que la fiesta tiene un propósito que la lleva más lejos del mero “olvido del ser”. El mexicano festeja porque este hecho en sí está plagado de sentido y de rechazo ante su situación actual. Festeja porque haciéndolo se constituye como lo que es. ¿Para qué pensar la fiesta en tiempos trágicos como los actuales? La fiesta no conoce la crisis. Más aún, la fiesta es tal vez un paliativo en medio de tanta violencia, injusticia y dolor. El relajo, en el fondo, es un acto de disidencia política.
No dejemos que se pierda el elemento lúdico de nuestras vidas. Aferrémonos a las risas, el juego y la compañía de aquellos amigos que sacan lo mejor de nosotros en la fiesta, permitiéndonos ser tal cual somos.
Reciban un abrazo de oso.

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