jueves, 11 de octubre de 2012

‘Burlando’ la genética

La creencia común es que la genética es información “muerta” que se transmite de generación en generación, sin mucho qué hacer por parte de padres o hijos. Sin embargo, hay estudios muy reveladores en la Universidad de McGill en Montreal.
Se está demostrando que los cambios que incorporamos a nuestro comportamiento a base de cultivar lo mejor de nosotros mismos se transmiten a las generaciones futuras igual que ocurre con el color de los ojos o de la piel. La ciencia lo ha constatado con animales de laboratorio, relata la investigadora Angela Boto.
Los trabajos de Michael Meaney de la McGill Universitiy en Montreal (Canadá) han demostrado que ciertas ratas nacidas de madres poco amorosas repetían el comportamiento de sus progenitoras con sus propias crías.
Sin embargo, cuando las hijas de las descuidadas madres eran criadas por otras cariñosas y solícitas dejaban de lado la genética y se volvían como sus progenitoras adoptivas, reporta Boto.
En la siguiente generación, aquellas que estaban abocadas por sus genes a no ocuparse de sus críos dieron un cambio radical, llevando a su descendencia por un camino muy distinto. Si algo así se puede lograr con sólo el instinto animal, imaginemos hasta dónde se puede llegar con la voluntad consciente.
Por otro lado, la investigadora relata que Jeffrey Schwartz, neuropsiquiatra de la Universidad de California en Los Ángeles, realizó un experimento con personas que padecían trastorno obsesivo-compulsivo, la patología de aquel personaje de Jack Nicholson en el que no dejaba de lavarse las manos y cada vez estrenaba una pastilla de jabón.
Schwartz, quiso comprobar el potencial terapéutico de la meditación consciente, observando lo que ocurre en el interior sin juzgar, enseñó a sus pacientes a separarse de su enfermedad; a observar los síntomas con la parte más lúcida de ellos mismos reconociendo que sólo eran manifestaciones de su trastorno, recuenta Boto.
Con sólo una semana de estos ejercicios los pacientes afirmaran que sentían que la enfermedad los soltaba. Pero lo más extraordinario y sorprendente para los científicos, dice Boto, fue que las pruebas de imagen cerebral demostraban que sus redes neuronales habían cambiado.

La simple “gimnasia” mental había reducido la actividad en los circuitos cerebrales que causan la enfermedad. Se han obtenido resultados similares en casos de depresión.
Lo importante, apunta la investigadora, es que hace falta sentirse mal para comenzar a entrenar la mente y modificar nuestras vivencias. Se parte de la premisa que al modificar el interior, el exterior cambia como consecuencia.

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