jueves, 11 de octubre de 2012

El Sagaz y el Ingenuo

Ya habíamos platicado anteriormente –le dijo el Sagaz al Ingenuo–, de la extrema importancia de añadir a muchos de nuestros actos y palabras una dosis de arte, de belleza; de decir y de presentar bien las cosas. Por ejemplo: si vamos a tener una entrevista, es indispensable ayudar a nuestra naturaleza vistiendo con sencillez, pero respetando la limpieza y el buen gusto.
También –continuo hablando el Sagaz–, nada nos cuesta que nuestras ideas no se manchen con malas palabras, pues ello no solamente es de pésimo gusto, sino que desmerece la fuerza de nuestra inteligencia y de nuestro mensaje. Añadirle una dosis de belleza a lo que hacemos o decimos, es no dejar a nuestra naturaleza sola, sino ayudarla. El hablar y obrar con una dosis de belleza, es decir, de arte, produce verdaderos milagros. Igual que conducirnos con grosería, descuido y fealdad, es no respetar a los otros, y esto produce monstruosidades
¡Muy bien –le contesto el Ingenuo! ¿Y qué me dices del dicho tan popular de que el “modo” como digamos y hagamos las cosas es muy importante? Mira –le respondió el Sagaz: la realidad es lo que las cosas son en sí, mientras que el “modo” es la forma. ¡Veamos!: cuando das un regalo, el fondo es el regalo y el modo o forma es cómo lo entregas. El regalo puede ser algo sencillo y lo puedes entregar sin ninguna envoltura ni delicadeza. El modo y la forma son la envoltura del regalo y tu buena actitud y cortesía con que lo entregas.

Una persona –siguió hablando el Sagaz–, puede negar un favor que alguien le pida, y lo negará de tal modo, que la persona se retirara satisfecha y hasta halagada. En cambio podemos conceder lo que se nos pide, y al dar podremos ofender por el mal modo, la pésima forma como nos negamos. Es decir: que alguien negando, deja contento al que se le negó; mientras que otra persona, concediendo, deja ofendido al que recibió. ¿Vez la inmensa diferencia? Solamente por esta reflexión nos dice Gracián, Cleóbulo, pensador de la Roma Antigua, mereció ser considerado como el mejor de los sabios.

Si nos comportamos con malos modos –continuó razonando el Sagaz–, cualquier persona estará dispuesta a negarnos lo que por justicia nos corresponde, y a contrariar nuestro acertado juicio. Y es que nuestros malos modos, nuestra descuidada y pésima forma, resulta insultante al otro. Sin un buen modo, todo lo bello nos parece feo, lo inteligente lo calificamos como tonto, y nuestro corazón se cierra para no conceder. Y es que un mal modo produce desastres, mientras que un buen modo obra milagros. ¡Excelente enseñanza –dijo el Ingenuo!

¡Otra cuestión importante –dijo el Sagaz: la verdad muchas veces resulta amarga y repugnante! Pero si es necesario que digamos verdades amargas, y las decimos con humildad, delicadeza, dulzura y buena intención, podemos salir bien librados. Y si la verdad amarga la decimos con frialdad y de mal modo, siempre obtendremos enemigos y daños seguros. Y es que el buen modo lo suple casi todo y nos abre las puertas.
No estamos hablando de la adulación, que es algo muy distinto, sino de la “forma” como hacemos y decimos las cosas. La buena forma, el buen modo, hace que otros nos dispensen nuestras carencias y desaciertos, y que ellos mismos suplan nuestras deficiencias. Y es que un buen modo le da al otro fuerza y disposición de corazón para ayudarnos, mientras que un mal modo lo forzará a ver carencias y desaciertos donde no los hay. El buen modo nos salva, y el mal modo nos condena y arruina. ¡Esta reflexión será una de las más importantes de mi vida –le contestó el Ingenuo!

Como tu empiezas a caminar por la vida y cuentas con muy poca experiencia –le dijo el Sagaz a su amigo el Ingenuo–, te voy a dar un consejo que yo lo aprendí de los más grandes hombres de la antigüedad de Roma y Grecia. Si estudias detenidamente la vida de los grandes hombres del pasado y también la de grandes triunfadores del presente, vas a encontrar una cualidad de la que gozaron y ejercieron estas relevantes personas.
Todos ellos –siguió hablando el Sagaz–, tuvieron la habilidad de aprovecharse de la sabiduría y experiencia de muchas personas superiores a ellos en las materias que los consultaban. Durante todas sus vidas pidieron consejo y ayuda en materias que desconocían. Si tenían algún problema serio, acudían al experto a que lucharan por ellos. Si requerían el sabio consejo en una materia delicada, no pretendían estudiarla, sino acudir al conocedor.
De esta manera –continuó el Sagaz–, contaban a su disposición de muchas personas sabias y experimentadas. No sé por qué razón, pero cuando alguien acude por nuestro consejo, se despierta en nosotros un deseo de servir. La persona sagaz conoce de ésta debilidad del corazón, y acude con todo tipo de expertos. Y de esta manera, aprovecha de manera magnifica los conocimientos, experiencia y sabiduría de tantas personas como a las que él quiera a solicitar su ayuda. ¡Qué desperdicio en nuestras vidas – le contesto el Ingenuo–, al contar con tantas personas superiores a nosotros que podrían ayudarnos con sus consejos, y que nosotros no tomamos en cuenta!

De poner en práctica estos consejos las oportunidades de nuestras vidas se verían beneficiadas en muy alto grado.

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