martes, 31 de mayo de 2011

Breve reminiscencia del 5 de Mayo

Eliseo Mendoza Berrueto
El triunfo de Santa Anna en El Álamo, se convirtió en tremenda derrota

Napoleón III pretendió volar tan alto como su epónimo antecesor. Le cobró ambición y le faltó sagacidad. Napoleón I jamás se hubiera arriesgado a una aventura con razonamientos tan frágiles como confusos. Con la Intervención en México el sobrino quiso volverle a Francia la hegemonía geopolítica que con su antecesor había logrado. Pero su fracaso en México fue el prólogo de un desastre mayor, ante Prusia, en 1870.

Una vez lograda la Independencia todos los planetas habidos y por haber se iban alineando, pero en contra de nosotros. El primero y más trágico percance lo sufrimos cuando entramos en guerra contra los Estados Unidos, a raíz de que incorporaron a Texas. El triunfo de Santa Anna en El Álamo, se convirtió en tremenda derrota en San Jacinto. Aquél fracaso nos costó la mitad del territorio y por poco desaparecemos del mapa, si no es porque en el Congreso norteamericano tuvieron miedo de que los sureños esclavistas se fortalecieran con los territorios ganados a México.

Ese infausto trance fue el principio de dos trágicas decenas que iban a degradarnos como nación libre y soberana. Cuando el Constituyente de 1857 aprobó una nueva Ley Fundamental, moderna y liberal, los ánimos del clero y de sus adictos se exacerbaron y, blasfemando excomuniones, se levantaron en armas. Aquella fue una guerra aberrante y absurda que acabó por dividir materialmente en dos al pueblo. Derrotados los conservadores, prefirieron buscar un monarca de ultramar, antes de someterse a la autoridad de los liberales.

Con las arcas del país exhaustas, Juárez decretó una moratoria referente al pago de la deuda externa. Inglaterra, España y Francia reclamaban pagos de deudas no del todo transparentes. En Londres, los países acreedores firmaron una Convención y para presionar a México enviaron sus flotas a las costas de Veracruz. Los españoles y los ingleses pronto entraron en arreglos con el gobierno de Juárez, pero los franceses traían intenciones más aviesas.

Para entonces refugiados mexicanos en Francia y emisarios del Clero habían convencido al Emperador francés que debería ocupar México, desbancar al gobierno “autoritario y bárbaro” de los liberales, adueñarse de sus ricas minas de Sonora (¿?), contener las ambiciones norteamericanas sobre nuestro territorio, y establecer un enclave para liderar a los pueblos latinos del nuevo mundo. Napo III, torpe y absurdamente decidió que ocuparía México, desbancaría al gobierno de Juárez, impondría una monarquía y para taparle el ojo al macho pondría al frente a un emperador de otro país. El agraciado resultó ser Maximiliano, hermano menor del Emperador Austriaco. Maximiliano fracasado en el caso Lombardo-Véneto, se dedicaba a decorar interiores y a colectar mariposas.

Mientras tanto, los franceses, aporreados por la disentería y el paludismo, avanzaban en territorio mexicano. En Puebla los esperaba un ejército comandado por el general Ignacio Zaragoza, joven soldado coahuiltexano que, junto con otros connotados militares le había dado la espalda a su jefe Vidaurri, cacique norteño, cuando les había ordenado abandonar las filas liberales. Grupos de aguerridos zacapoaxtlas fortalecían a aquél ejército, cuya falta de profesionalismo lo compensaban con un enorme valor y decidido sacrificio.

El 5 de mayo de 1862, Puebla fue otro Waterloo para los franceses. Al culminar su victoria Zaragoza envió su histórico mensaje a Juárez: Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Los franceses, en la metrópoli, heridos en su orgullo, no daban crédito a la derrota. Se dieron mil explicaciones y se inventaron otras tantas excusas. Juárez, en cambio, dio una lección de hidalguía: ordenó que los heridos y prisioneros franceses fueran puestos en libertad y autorizados a reintegrarse a sus filas, no haciéndolos responsables de aquella guerra “inicua y loca”. A partir de entonces los franceses y toda Europa comenzaron a dudar de la barbarie del gobierno del indio zapoteca.

Nunca quedaron claras las causas de la aventura francesa en territorio mexicano, más allá del interés de ampliar los dominios en el continente americano, compensar la pérdida de las Indias Orientales cedidas a Inglaterra y de rivalizar con la potencia comercial y colonizadora de la Gran Bretaña.

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