martes, 31 de mayo de 2011

Exceso sólo de virtudes

Decimos que hay abundancia cuando se da un excedente de lo absolutamente necesario. Cuando se da una abundancia de buenos estados anímicos, de conocimientos, de buenos amigos, el concepto de la abundancia es algo bueno y positivo; en cambio, la idea de abundancia puede tener un carácter negativo, como por ejemplo, en el caso en que nos sobra el dinero y lo malgastamos.

La idea de saciedad tiene sus raíces en el significado de disgusto, fastidio y aburrimiento, y también, en la idea de provocar asco y repugnancia, como bien lo advierte el psicoanalista Erich Fromm.

Las palabras y sus significados se han formado a través del tiempo y de una conciencia colectiva que acepta esos significados. “Ya podemos preguntarnos – nos dice Fromm – si el lenguaje no está señalándonos que la abundancia superflua lleva al fastidio, al asco y al odio”. Luego tendríamos que preguntarnos: ¿vivimos en la abundancia? Al decir ‘vivimos’ me refiero a la sociedad industrial contemporánea, tal como se ha desarrollado en los Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. ¿Vivimos en la abundancia? ¿Quién vive en la abundancia en nuestra sociedad y de qué clase de abundancia se trata: de sobreabundancia o de abundancia superflua? Digámoslo en términos muy simples: ¿se trata de buena abundancia o de mala abundancia? ¿Nuestra abundancia lleva a la saciedad? ¿La abundancia debe llevar a la saciedad? Y, ¿qué aspecto tiene entonces la abundancia buena en que rebosamos de bienes, la que nos lleva a la saciedad? Partamos de un hecho contundente: A inicios del año 2008, habitábamos el planeta un poco más seis mil seiscientos millones de seres humanos. De esta población, según organismos internacionales, más de mil doscientos millones vivían en la pobreza, y de estos mil 200 millones, 800 millones padecían cada día de hambre.

Cuando hablamos de la posición económica de una persona, es lícita la aspiración personal a una ocupación productiva y suficiente para su bienestar personal y familiar. En los países ricos de América, Europa y Asia, se da una autosuficiencia generalizada, y a su vez, se dan dos problemas: que aún en medio de una gran mayoría que viven en la buena abundancia económica, hay un porcentaje variable en cada país de estos Continentes de personas que viven en la más completa pobreza. Inclusive, en los Estados Unidos de Norteamérica, viven más de 30 millones de personas en la más degradante miseria; y segundo problema: que en esos países ricos, existen grupos de personas que concentran descomunales cantidades de riqueza.

La hambruna, la pobreza y la concentración de la riqueza, constituyen gravísimos males para sus naciones. Estos males atentan contra la igualdad, la justicia, la dignidad, la moral pública y la moral privada.

Pero hay en las naciones desarrolladas un alto porcentaje de personas que no están contentas con su estado económico de buena abundancia, y que persiguen con una viciosa avidez, alcanzar un estado personal de superabundancia que sería, por supuesto, una abundancia mala y dañina, pues de muchas maneras estarían esa personas mostrando una nula solidaridad con la pobreza de su Nación. Además, la avidez por la abundancia mala o superabundancia, estaría ensanchando una sociedad malsana.

Toda saciedad nos lleva al hastío, al aburrimiento y a tratar de llenar un vacío existencial, que por lo pronto mitiga ese vacío, pero en el fondo, ese excedente de riqueza no resuelve ni uno solo de nuestros problemas.

Aspiremos a la abundancia buena y rechacemos toda avidez por la superabundancia, que de alcanzarla, siempre nos sería dañina. Nos dañaría en nuestras vidas, pues la avidez por aspirar a esa superabundancia, estaría reforzando nuestros miedos a la vida y nos impediría resolver de raíz los problemas que causan nuestro “vacío existencial”. El gusto por la vida, el mejoramiento de nuestra relaciones con nuestro hijos y pareja sentimental, una ocupación productiva y agradable, la calidad de las relaciones con nuestro amigos, el amor a la virtudes, el aumento de nuestra capacidad de asombro, entre otros, no se dependen de tener más dinero, sino que complican los problemas y nos impiden atacar de raíz nuestro malestares existenciales.

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