martes, 31 de mayo de 2011

Palabras con hechos

En la obra de Shakespeare, “El Mercader de Venecia”, el personaje Porcia, dice: “Si hacer fuera tan fácil como saber lo que hay que hacer, las ermitas serían iglesias y las cabañas de los pobres palacios de príncipes. Es buen teólogo quien sigue las propias consignas. Me es más fácil enseñar a veinte lo que sería apropiado hacer que ser uno de los veinte y seguir mis propias enseñanzas. El cerebro puede promulgar leyes para la sangre, pero un temperamento ardiente salta por encima de un frío decreto”.

Estas ideas de Shakespeare, el hombre más sabio que haya dado el mundo, plantea uno de los problemas cruciales de todos los seres humanos: lo fácil que es aconsejar, lo fácil que puede ser acceder a un determinado conocimiento, pero lo difícil que es hacer las cosas. Cuando decimos algo, pero hacemos lo contrario, incurrimos en una incongruencia. Y cuando predicamos una serie de valores humanos y los violamos, ya no se trata solamente de una incongruencia, sino de una grave hipocresía.

Pero no vayamos tan lejos, y quedémonos solamente con la idea de lo enormemente valioso para nuestras vidas, de poder hacer lo que sabemos cómo debe hacerse. Goethe decía con mucha frecuencia, que no era suficiente con saber, sino que también debíamos hacer. Este poeta alemán, en su obra De Arte y Antigüedad, aconsejaba que “El trabajo hace al aprendiz”. Y por su parte Nietzsche, aconsejaba que si pretendemos actuar de manera eficaz, debemos tener “Una robusta consciencia de artesano”. Con esto, Nietzche nos quiso transmitir la inmensa importancia y la gran dificultad que implica hacer las cosas y no solamente el saberlas.

En realidad, el solo conocimiento de las cosas es de una enorme importancia; pero “hacer las cosas” pertenece a un campo muy distinto. Muchas veces para hacer bien las cosas, resulta indispensable saberlas, pero en muchas ocasiones también el hacer las cosas pertenece a un campo diferente del conocimiento. Por ejemplo: una persona puede conocer las diferentes técnicas de la pintura, los colores, y tener muchos conocimientos sobre la historia de la pintura y a la vez, esa persona puede ser absolutamente incapaz de pintar pasablemente. Y en cambio, sería esa persona un excelente maestro que enseñara la parte teórica de cómo pintar.

Donde resulta verdaderamente chocante e inadmisible la discrepancia e incongruencia entre saber y hacer, es cuando nos convertimos en predicadores de la moral, y actuamos inmoralmente. En el campo del conocimiento, hay personas muy afectas a investigar lo no susceptible de conocerse, lo muy complejo, lo que es campo de la mera especulación y fantasía, mientras que en su vida práctica, ni siquiera recuerdan el cumpleaños de sus hijos. Hay campos del conocimiento, en donde no es necesario el aplicar, el hacer, como sucede con la física matemáticas, biología; se trata de ciencias básicas en lo que importa es el solo conocimiento puro. Ya vendrán después, las ciencias aplicadas y la tecnología que aplicarán el conocimiento de las ciencias básicas.

Pero vayamos a un terreno muy práctico: ¿De qué puede servirle a una persona una serie de conocimientos aplicables si no cuenta con la voluntad y el esfuerzo para llevarlos a la práctica? ¿De qué le sirve a un comerciante, a un médico, a una enfermera, a un maestro, etc., un acervo sólido de conocimientos de su campo de especialidad, si no cuenta con la disciplina, la perseverancia, el empeño tenaz, la paciencia y la responsabilidad? El buen médico, la capaz enfermera, el diestro carpintero, solamente alcanzarán una práctica eficaz si aplican sus conocimientos en un constante hacer responsable y adecuado.

En principio, debemos dedicarnos a esos campos del conocimiento que puedan traducirse en acciones y conductas provechosas para nuestras vidas y para las vidas de los demás. Esto en nada descarta el estudio de la historia, el arte y la literatura, sino al contrario, pues se trata de conocimientos que nos conducen a una visión más correcta del mundo y del hombre, y además, la literatura y el arte sacuden nuestra alma y nos convierten en seres mejores.

Pero ya en el terreno de los conocimientos prácticos Goethe sigue teniendo razón: no solo debemos saber, sino que es necesario también hacer; y para convertirnos en personas expertas en cualquier campo de la actividad humana, la sentencia de Nietzsche nos resulta indispensable: debemos tener “una robusta consciencia de artesano”. Lo que tenemos que aprender lo aprendemos haciendo. Y recordemos que los más brillantes propósitos pueden quedar frustrados aun cuando sepamos lo que nos hemos propuesto, como bien lo dijo Benjamin Franklin: “Resuélvete a hacer lo que debes, y haz sin falta lo que hayas resuelto”. Recordemos siempre, que el saber sin el hacer, son como las buenas intenciones que no se llevan a cabo. Bien dijo el orador Griego Demóstenes: “Las palabra que no van seguida de los hechos no valen para nada”. Si ya sabemos lo que queremos hacer, nada mejor que actuar, y tener plena consciencia de lo que dijo Goethe: “La acción (el hacer) tiene genio, poder y magia”.

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