martes, 31 de mayo de 2011

El buen juicio

Jacinto Faya Viesca
El gran filósofo francés, René Descartes, partió de un principio fundamental para la construcción de su monumental obra filosófica. En una de sus intuiciones más deslumbrantes escribió: “Si dudo es que pienso; pienso, luego, existo”.

El pensamiento es producido por nuestra razón, y sólo a partir de la razón podemos distinguir lo falso de lo verdadero. La razón es lo único que nos permite concebir juicios apropiados. El romano Publilio Siro escribió: “A quienes Júpiter desea perder, les quita el juicio”. Es decir, que si los dioses de la Antigua Roma querían que un hombre echara a perder su vida y se extraviara del camino recto, estos dioses le quitarían el juicio, en otras palabras, le quitarían la razón. Al suprimirles esta poderosa potencia del alma, el hombre estaría totalmente perdido.

Séneca, en una parte de su Epístola 92, escribió: “…la felicidad no consiste sino en tener una razón perfecta. Ella, en efecto, es la única que no doblega el ánimo, que se enfrenta a la fortuna; en cualquier situación se mantiene segura de sí misma. El bien único es, por tanto, aquel que jamás sufre menoscabo. Es feliz, lo mantengo, aquel a quien nada empequeñece; ocupa la cúspide, sin apoyarse en nadie que no sea él mismo, pues quien se sostiene con ayuda ajena puede caerse. De otra suerte comenzará a tener gran peso en nosotros lo que nos es ajeno. ¿Quién, en efecto, va a querer cimentarse en la fortuna? ¿O qué hombre, que sea prudente, se maravilla por los bienes ajenos?

“¿En qué consiste la felicidad? En el sosiego y tranquilidad perennes. Los otorgará la grandeza del alma, los otorgará la constancia porfiada en seguir el recto juicio. Tales virtudes ¿en qué condiciones se alcanzan? Siempre que hayamos captado plenamente la verdad, siempre que hayamos observado en nuestra conducta el orden, la mesura, el decoro, con una voluntad inasequible al mal y benevolente, en consonancia con la razón y sin separarse jamás de ella, digna a la vez de ser amada y admirada. En suma, para indicarte brevemente la norma, el espíritu del sabio debe ser tal cual que corresponda a un dios”.

En la Roma de Séneca, el pueblo romano creía en la existencia de varios dioses. Séneca fue contemporáneo de San Pablo, y hay algunos historiadores que piensan que ambos se conocieron. Séneca es sublime, y fue inspiración para grandes Santos de la Iglesia Católica. Para Séneca el hombre sabio era igual a Dios, excepto en lo eterno.

Para Séneca la felicidad es la consecuencia de que nuestra alma esté en sosiego y en una tranquilidad permanente. A su vez, este sosiego y esta tranquilidad son absolutamente imposibles de obtener si no es más que a través de haber captado plenamente la verdad y de haber observado en nuestra vida una conducta correcta. Pues bien, nada de esto es posible si no hacemos un uso adecuado de nuestra razón, es decir, de nuestro buen juicio y sensatez.

En una ocasión, Goethe dijo que dos eran las fuentes de la felicidad: “gozar de una buena fama, y tener una justa distinción de las cosas”. Esta justa distinción de las cosas, es nada menos que nuestro buen juicio y el uso óptimo de nuestra inteligencia.

Séneca, a lo largo de toda su vida, predicó en la esencial importancia de anteponer nuestra razón a todos los sucesos de nuestra vida. La psicología moderna ha confirmado su aseveración en cuanto al hecho de que una gran cantidad de nuestros sufrimientos emocionales se derivan de permitir que los sentimientos de angustia, terror, aguda tristeza, nos avasallen sin antes combatirlos con poderosos juicios de nuestra inteligencia.

Nosotros mismos nos cusamos sufrimientos sin fin, pues ponemos en la suerte del bondadoso o malvado destino, nuestra felicidad; por ello, debemos actuar firmemente construyendo nuestro propio destino y emprendiendo acciones que nos conduzcan a nuestro sosiego y tranquilidad del alma.

Podemos desechar una serie de pensamientos irracionales que nos llevan a generar sentimientos malsanos, pero también podemos adecuar nuestros actos dentro de la mesura y el decoro.

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