martes, 31 de mayo de 2011

Valentía y audacia

Jacinto Faya Viesca
¡Nuestra imaginación nos ha construido un bello sueño y el corazón palpita de impaciencia por realizarlo! Lo imaginado nos lanza al vuelo de la fantasía al igual que un halcón se encumbra en la montaña. Pero de pronto, nuestros temores habituales le roban el fuego a nuestro corazón encendido. ¿Y qué puede ya hacer una imaginación destrozada y un gélido corazón si no es volver a lo habitual y a nuestra fantasía acobardada?

Nuestros nobles sueños y proyectos son derrumbados por nosotros mismos y no por la realidad. Al corazón sólo lo puede nutrir la valentía y la audacia. Ya lo dijo el poeta latino Ovidio: “Dios ayuda a los audaces”. A la fortuna, como es mujer, le gustan los audaces y atrevidos, y es débil con los valientes. Decía Goethe que en los momentos difíciles de nuestra vida, nada había mejor para salvarnos que la “presencia de espíritu”, es decir, la decisión firmísima y valiente. En la Antigua Roma, un proverbio popular decía: “No cedas a los males, ve a su encuentro con mayor audacia”.

Si no recuperamos nuestra dignidad maltratada no debemos quejarnos que otros nos pisen como si fuéramos gusanos. Así como nadie nos puede robar nuestra libertad, tampoco debemos permitir que otros nos rebajen, y mucho menos, rebajarnos nosotros mismos. Estas ideas las expresó de una manera genial el poeta alemán Goethe, pero con la inmensa ventaja de que su expresión escrita está revestida de un poderoso esplendor estético. Y cuando algo se expresa con un refinado arte, las palabras penetran en todos los poros de nuestro ser y nuestra alma puede dar un giro a nuestras circunstancias por más duras que sean; giro, que llena de audacia nuestro corazón y de confianza a nuestra alma, produciendo en nosotros una fuerza tal, que podemos alterar nuestras circunstancias y hacer realidad nuestros más bellos sueños y proyectos.

Pues bien, Goethe en su obra “Fausto” escribió: “Sí. Vuelve con ánimo resuelto la espalda al bello Sol de la Tierra. Decídete con osadía a forzar las puertas ante las cuales todos querrían pasar de largo. Llegó ya el momento de probar con hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; hora es ya de no temblar frente a ese antro tenebroso en donde la fantasía se condena a sus propios tormentos; de lanzarse hacia aquel pasaje, alrededor de cuya estrecha boca vomita llamas todo el infierno; de resolverse a dar este paso con faz serena, aun a riesgo de hundirse en la nada”.

Ante nuestros sueños y proyectos destrozados por nuestra cobarde fantasía, sólo nos quedan dos opciones: llorar en las ruinas de lo que no fue, de lo que no nos atrevimos a emprender; o bien, dejar de temblar como palomas asustadas y remontar el vuelo como audaces águilas. En nosotros está la decisión.

“El comienzo es más que la mitad que el todo”, lo escribió Aristóteles y con frecuencia lo decía Napoleón, el hombre, probablemente, con la voluntad más firme y ardorosa que jamás haya existido. Si comenzamos a actuar vigorosamente en nuestros sueños y proyectos habremos dado el paso más largo. Pero vencer la inercia, la costumbre temblorosa y el asustado corazón de una paloma, sólo podremos lograrlo a partir de una decisión osada, y esta clase de decisión no puede salir de la cabeza desprendida del corazón, sino de un corazón que alimenta a la cabeza.

Queremos pasar de largo ante las puertas que nuestra afiebrada y malsana imaginación no se atreve a abrir o derribar. La maltratada imaginación se nutre de cobardía y desconfianza, y nada grande podemos hacer sin una robusta confianza en nosotros mismos. Desde el momento en que la confianza nos empiece a encender, lo inseguro se vuelve certero, y lo cobarde se torna en valiente. Demos el primer paso y habremos recorrido más de la mitad del todo. Lo que más necesitamos es un “lance de osadía”. Este lance nada nos asegura, pero sí hace absolutamente posible que el tierno corazón se convierta en los instintos valientes de un gavilán.

Creamos en Napoleón cuando dijo: “Nada más difícil, pero nada más precioso que el saber decidir”. La timidez congela la sangre caliente de nuestro corazón; por ello, mucha razón tuvo Fernando de Rojas cuando en su obra “La Celestina” escribió: “La buena fortuna ayuda a los osados y es contraria a los tímidos”. ¡Nada podemos perder si ya tenemos perdidos nuestros sueños y proyectos! ¿Entonces, por qué no intentar darle un giro a nuestras deplorables circunstancias? ¡Si creemos que podemos, claro que podremos hacerlo!

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