viernes, 24 de julio de 2015

Hechos insólitos de MÉXICO


Hechos insólitos de MÉXICO


El 7 de marzo de 1649, un portugués que esperaba la pena capital por haber asesinado al alguacil de Iztapalapa, decidió quitarse la vida antes de sufrir la muerte a manos de su verdugo. 

Al descubrir el cadáver, las ofendidas autoridades consideraron una burla el suicidio del portugués, debía morir, pero no por su propia mano.
 

Entonces determinaron no dejar impune su doble crimen -contra el alguacil y contra sí mismo- y luego de solicitar la autorización del arzobispo, dispusieron que el difunto sea ahorcado en la plaza mayor para que sirva de ejemplo.
 

Ante la sorpresa de todos, el cadáver del portugués fue montado en una mula y sostenido por un indio, dando la impresión de estar vivo.
 

Una vez en la plaza mayor, bajaron el cuerpo y lo “ahorcaron frente al Real Palacio, en el sitio en que se elevaba la picota pública”.

La justicia colonial se había encargado de dejarlo completamente muerto.
 

Don Francisco de Aguilar y Seijas, hombre virtuoso, sencillo, generoso, obispo de Michoacán y arzobispo de México, era acérrimo enemigo de las corridas de toros, de las peleas de gallos y muy particularmente de los juegos de azar.
 

Su obra material comprendía la fundación del Colegio Seminario, un hospital para mujeres dementes y dos casas de recogimiento para mujeres -La Misericordia y La Magdalena-.
 

Parecía un santo en la Tierra, sin embargo tenía un grave defecto: No podía entablar ningún tipo de relación con las mujeres.
 

Se contaba que desde joven evitaba mirarlas al rostro; en su servidumbre jamás permitió ninguna mujer; en sus sermones criticaba duramente cuanto defecto creía hallar en la mujer; siendo arzobispo, se resistía a visitar a los virreyes para no tratar con sus esposas y lo que es más notable aún, bajo pena de excomunión, prohibió que ninguna mujer traspasara los dinteles de su palacio arzobispal.
 

A finales del Siglo XVIII era común que en la Ciudad de México la gente realizara sus necesidades fisiológicas en la calle.
 

En 1790, el virrey Revillagigedo, expidió un bando para castigar este tipo de conducta.
 

Con la primera falta los hombres cumplían 24 horas de encarcelamiento; 48 horas por reincidir y las mismas horas si insistían en violar el bando del virrey, aunque con una modalidad nada agradable: Se les colgaba de cabeza hasta cumplir el castigo.
 

Las mujeres padecían penas más severas: Tres días de cárcel en cualquiera de los casos, pero si cometían el delito por tercera vez, se le agregaban 25 azotes en dos tandas.
 

Los castigos apenas eran suficientes para remediar el abuso de ensuciar las calles y plazuelas.
 

El enojo del virrey estaba justificado.
 

Cuando llegó a la Ciudad de México en 1790, la capital estaba convertida en un chiquero, lo que pudo remediar con el tiempo.
 

(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).



 

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Hechos Insólitos -I parte-

La nación amaneció de luto el 22 de diciembre de 1869. La clase política, la masonería, decenas de periodistas y buena parte de la sociedad capitalina acompañaron el cortejo fúnebre del célebre político Francisco Zarco, que además fue periodista liberal, diputado constituyente en 1857, ministro en varios gobiernos y director del periódico El Siglo XIX. 

La gente se retiró del panteón de San Fernando, sin saber que la caja que vieron descender en la fosa no contenía el cuerpo de Zarco.
 

El cadáver previamente embalsamado, vestido de levita y un gorro, había sido colocado frente a una mesa, en actitud de estar escribiendo en la casa del diputado Felipe Sánchez Solís, amigo íntimo de Zarco. Durante varios meses la macabra escena se repetía: Al llegar a su hogar, el diputado Sánchez Solís tomaba algún libro o despachaba su correspondencia junto a su embalsamado amigo.

Este espectáculo finalizó cuando el diputado fue convencido de darle cristiana sepultura a Zarco, lo que ocurrió seis meses después.
 

La marquesa de Selva Nevada estaba felizmente embarazada. Poco antes de dar a luz en 1841, sufrió un extraño ataque.
 

La familia desconsolada decidió enterrarla y la ataviaron con sus mejores joyas. Joyas que llamaron la atención del no muy piadoso sacristán, que esperó a la medianoche y en compañía de otro individuo abrieron la sepultura para extraer las joyas.
 

Cuando trataba de arrancar una sortija, para su sorpresa la señora despertó y se dio cuenta del riesgo que corría se ser asesinada por los maleantes y les ofreció sus joyas si la salvaban al igual que el hijo que esperaba.
 

Con el tiempo, el niño de aquella mujer tuvo un gran destino, se convirtió en el arzobispo de Oaxaca y uno de los personajes más influyentes en el porfiriato: Eulogio Gillow, que casó al caudillo con Carmen Romero y se convirtió en uno de los pilares de la política de conciliación del porfiriato.
 

El gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz, decidió vender a un italiano dueño de un circo, los trece cuerpos que se encontraron momificados en el convento de Santo Domingo de la Ciudad de México, sin tener la certeza de saber a qué personajes pertenecieron.
 

El italiano los llevó por Sudamérica durante la intervención francesa.
 

Al triunfo de la república, Juan José Baz fue, nombrado nuevamente gobernador y fue informado que una de las 13 momias era el cadáver del célebre patriota insurgente fray Servando Teresa de Mier, muerto en 1827.
 

El gobernador entonces realizó lo humanamente posible para recuperar los restos, pero fue inútil. El ajetreo de los viajes, las giras del circo, la diversidad de climas contribuyeron a que el cadáver de fray Servando desapareciera de la faz de la tierra.
 

(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).

 

 

 

 

 

Hechos insólitos -II parte-

Durante siglos, la actual calle de Madero del centro histórico de la Ciudad de México, era conocida como San Francisco, porque en su primer tramo se encontraba el famoso y magno convento de la orden franciscana; en su segundo tramo era conocida como Plateros, porque ahí se encontraba in sinnúmero de joyeros dedicados al trabajo de la plata. 

Por mucho tiempo fue la calle más importante de la gran ciudad.
 

El 8 de diciembre de 1914, la gente presenció la llegada de Francisco Villa a la esquina de San Francisco e Isabel La Católica.
 

El Centauro del Norte -como le llamaban a Villa-, bajó de su caballo, pidió una escalera, retiró la plaza que señalaba “Calle de San Francisco” y colocó una nueva con el nombre de “Francisco I. Madero”.
 

Para asegurarse que nadie intentaría cambiarla, pistola en mano lanzó una amenaza, juró acabar con aquel que se atreviera a retirar el nombre del ex-presidente -y amigo suyo-, asesinado un año antes.
 

Desee entonces esta calle lleva el nombre de Francisco I. Madero. Antonio López de Santa Anna, no sólo se encargó de perder batallas, guerras y hasta parte del territorio nacional, perdió también lo que pudo ser un negocio lucrativo para México.
 

En 1836, luego de la desastrosa guerra de Texas, Santa Anna cayó prisionero.
 

A un soldado estadounidense le pareció curioso ver que Santa Anna masticaba sin tragar lo que comía, entonces le preguntó lleno de curiosidad, qué era aquello que parecía no terminar nunca, a lo que Santa Anna respondió regalándole un pedazo de goma obtenido del chicozapote, que al probarla tenía un sabor dulce.
 

Tiempo después vino el estadounidense a México, para adquirir más de aquella goma, a la que le agregó varios sabores.

El visionario empresario estadounidense fundó una gran compañía y a partir de entonces, decidió firmar exclusivamente con su apellido.
 

En poco tiempo los anuncios lo hicieron famoso con una sola palabra. Adams.
 

Indudablemente el presidente Miguel Barragán era un hombre excéntrico.

Al morir en el cargo en 1836, como última voluntad, pidió que su cadáver fuera dividido y distribuido en los lugares que habían sido importantes durante su vida.
 

De esa forma, una parte quedó sepultada en la catedral de México, los ojos en el valle del Maíz, lugar de su nacimiento; el corazón en Guadalajara, donde había sido comandante general; las entrañas en la colegiata de Guadalupe y su lengua en San Juan de Ulúa, por haber tomado posesión de la fortaleza al rendirse los españoles en 1825.
 

(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).



Anécdotas históricas
A mediados del Siglo XIX, el lago de Texcoco aún no estaba completamente desecado y era posible recorrerlo en barco de vapor. 

La sociedad disfrutaba de Xochimilco, Ixtacalaco y de la hermosa transparencia del Valle de México, sin embargo, no podían faltar los accidentes.
 

En 1869, el vapor “Guatimoc” realizó seis viajes de prueba antes de invitar al presidente Juárez a realizar un recorrido por el lago.

Entre vítores, cohetones y música, don Benito fue despedido en el muelle de La Viga.
 

El vapor avanzaba arrojando su espesa de humo blanco, cuando un gran estruendo sacudió a los invitados: Una de las calderas había estallado.

No hubo muertos pero sí un buen susto.
 

En el periódico El Renacimiento, Ignacio M. Altamirano escribió: “Llama la atención la buena fortuna del presidente, quien sale ileso de todos los peligros”.
 

Juárez había logrado sobrevivir a 10 años de guerra y hubiera sido mala fortuna terminar en el fondo del lago por haber ido de paseo.

Pocas veces se había visto a Francisco Villa tan furioso como en los días posteriores a la toma de Zacatecas, cuando alguien, que seguramente quería morir, se atrevió a cortarle la energía eléctrica.
 

El encargado de la compañía de luz, don Antonio Cabral, era tan escrupuloso en el cumplimiento del deber, que no le importó hacerlo debido a que ni revolucionarios, ni federales habían pagado la luz en los últimos meses.
 

Villa reconoció la valentía de don Antonio y de inmediato ordenó pagar el adeudo, incluyendo, eso sí, un telegrama dirigido a don Antonio en un tono veladamente amenazador: “El encargado de la planta eléctrica se servirá dar corriente inmediatamente y sin excusas ni pretextos”.
 

Don Antonio cumplió con su parte y el enorme faro apostado en el cerro de la Bufa volvió a iluminar con su luz, la ciudad de Zacatecas.
 

La ceremonia del grito el 15 de septiembre de 1910, fue única en la Ciudad de México, no solo porque México celebraba el centenario de su independencia, sino porque fue boicoteada por los maderistas que todavía protestaban por el fraude electoral, en el que su candidato, Francisco I. Madero había sido encarcelado.
 

Aquella noche, cuando el presidente Porfirio Díaz se dispuso a tocar la campana y recordar la gesta heroica de Miguel Hidalgo, sucedió lo inesperado, al tocar la campana de la independencia no sonó.
 

“Alguien que seguramente quiso hacer una broma muy pesada, indudablemente un simpatizante nuestro -escribió Madero-, amarró el badajo y por más que el general Díaz estuvo jalando la cuerda, no logró que tocara”, fue necesario que un ayudante del presidente la desamarrara para continuar con la ceremonia, no con cierta frustración.

(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).


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