viernes, 24 de julio de 2015

La otra historia de Juárez


La otra historia de Juárez

En una alusión a la actitud de Juárez en diversos hechos de la historia, importantes escritores han plasmado varias ideas, que bien merece la pena de ser analizadas y usted tendrá la responsabilidad de creerlas o no. 

Cuando en 1850 apareció el cólera en Oaxaca, en forma violenta, segando la vida de los habitantes, Juárez, quien había sido el más implacable enemigo de la Iglesia, se confesó, comulgó y con los brazos cruzados tomó parte en una procesión pública, según lo escribió Mariano Cuevas en su obra: Historia de la Iglesia en México. Juárez, siendo presidente oficializó, como día de fiesta nacional, el día 12 de diciembre en honor a la Virgen de Guadalupe y que después de que le salvó la vida aquella famosa frase de “los valientes no asesinan”, salió huyendo del palacio de Gobierno de Guadalajara, rumbo a Manzanillo, Colima, pero fue alcanzado de nueva cuenta, en Acatlán, Jalisco por sus enemigos, se refugió, sin lentitud alguna y todo temeroso, en un templo católico del que fue sacado, por un cura de apellido Vargas, en una canasta pizcadora de maíz y burlando, de esta manera a sus enemigos.
 

Desde que escaló los primeros puestos de burócrata hasta antes de ser presidente de la República, Juárez manifestó ser siempre católico práctico.
 

Asistía públicamente a procesiones con los brazos en cruz y musitando oraciones tras el santísimo sacramento; no sólo eso, exhortaba a los trabajadores de Oaxaca a que hicieran penitencia y se confesaran y comulgaran para implorar el auxilio divino y se dirigía por escrito a los ayuntamientos oaxaqueños, siendo gobernador, recomendándoles que exigieran a los fieles cristianos el pago exacto a la iglesia de los diezmos y primicias, según Celestino Salmerón en su obra Las grandes traiciones de Juárez.
 

Sigue diciendo Salmerón que: Juárez, con las leyes de reforma, ninguna separación de poderes hizo, sometió brutalmente a la Iglesia al poder del estado, cosa que no es una separación, sino una sumisión de la primera al segundo.
 

Intentó organizar una iglesia católica mexicana, una vez que consiguiera separar al clero de la obediencia de los obispos.
 

Para tal objeto, Juárez, en 1859, colmó de poderes al padre Rafael Díaz Martínez para organizar la iglesia deseada, cuyo jefe o Papa sería el presidente Juárez.
 
No obstante el sonado fracaso que obtuvo, en 1868 “apareció una Iglesia mexicana dirigida por un comité laico”, teniendo como presidente al Lic. Mariano Zavala, magistrado de la suprema corte de justicia… Juárez no quería ninguna separación de poderes, sino una Iglesia sometida a la voluntad y en la que él desempeñara el oficio papal de Enrique VIII o de Isabel de Inglaterra.
 

Juárez hizo educar a sus hijos por sacerdotes católicos y, como dato anexo, cuando su secretario, el cubano Pedro Santa Cecilia, quiso casarse con su hija, solamente por lo civil, Juárez rechazó la proposición diciendo: “Mi hija es una joven decente y el matrimonio civil es un contrato de burdel”.
 

Relato que registra Mariano Cuevas en Historia de la Iglesia en México.
 

(Extractado del periódico El Informador, del 23 de diciembre de 2000, de Lucio Vázquez)
 

La otra historia de Juárez -II parte-

En la segunda parte de “La Otra Historia de Juárez”, visto desde la óptica de importantes escritores, donde usted tendrá la responsabilidad de creerlas o no. 

Se dice que Juárez, antes de morir pedía, desesperadamente, un sacerdote para confesión.
 

Igualmente se dice que, sus compañeros de ideología... se lo negaron.
 

El tratado de tránsito y comercio entre los Estados Unidos y México, suscrito por Robert McLane, ministro de los Estados Unidos en México, y Melchor Ocampo, ministro de relaciones exteriores de México, en Veracruz, el 14 de diciembre de 1859… fue un negocio propio para obtener el reconocimiento de los Estados Unidos como presidente de México, sin importarle vender la soberanía de la patria.
 

Por ello, don Ignacio Ramírez “El Nigromante”, el jueves 13 de julio de 1871 y en el periódico liberal, “El Mensajero”, escribió: “Juárez, el más despreciable de nuestros personajes”.
 

Pero, don Justo Sierra, su defensor ardentísimo, igualmente escribe en Juárez, su obra y su tiempo (Editorial Latino-Americana, SA p.p. 206 y 207): “El tratado o seudos tratado MacLane-Ocampo, no es defendible; todos cuantos lo han refutado bien; casi siempre han tenido razón y formidablemente contra él.
 

Estudiándolo hace la impresión de un pacto, no entre dos potencias iguales, sino entre una potencia dominante y otra sirviente; es una constitución de una servidumbre interminable”.
 

Don Francisco Bulnes, jacobino y liberal es, quizás, el más honrado de los escritores y quien mejor ha desenmarañado el tratado, dice: “Es ante todo un pacto intervencionista de intervenciones continuas, desde el momento en que se encomienda al gobierno de los Estados Unidos, cuidar a perpetuidad de la conservación de la paz en Méjico, con lo que Méjico quedaba sin soberanía, sin honor y sin una piltrafa de vergüenza”.
 

Textos tomados del periódico El Informador, del 23 de diciembre de 2000, página 5, del médico Lucio Vázquez.
 

Sin lugar a dudas, dice el notable escritor Carlos Monsiváis, que Benito Juárez, fue el forjador del estado mexicano; un notable estadista; el héroe de la patria; el primer presidente de la república indígena; el hombre, autoritario y enamorado del poder, pero humano, con virtudes y defectos, prodigiosamente terco, doctrinario, inteligente, solemne y austero; fue un orgulloso indio, que nunca aparentó lo contrario; un auténtico liberal, fue un nómada en su famosa carroza; un demonio según el clero, glorificado no sólo en México sino en el mundo, ateo o creyente laico, bueno, eso parece estar en discusión.
 

Ya no se sabe en dónde empieza o en dónde termina su leyenda y sin lugar a dudas, usted tiene la mejor opinión.
 

(Extractado del periódico El Informador, del 23 de diciembre de 2000, de Lucio Vázquez).
 

 

4La otra historia de Juárez -parte III-


“La presidencia no se deja sino por un gran ideal o por un gran temor, pero cuando el presidente es indio como yo, ni por las dos cosas o por una sola se deja”, dijo don Benito Juárez a uno de sus compadres y ministros que le reclamaba su aferre a la silla presidencial. 

Juárez fue un hombre profundamente católico toda su vida, que vivió de cerca los excesos del alto clero y eso lo motivó a emprender reformas que provocaron la Guerra de Tres Años, la que enfrentó a todo el país. Juárez fue un cristiano ejemplar. Pero como escribe Luis D. Salem: “...Se ha discutido mucho acerca del pensamiento religioso de Benito Juárez.
 

Los adversarios lo señalan como impío, enemigo de Dios y de la Iglesia. Para nosotros Juárez fue un cristiano de altura. Sus luchas no iban contra el cristianismo, sino contra el clero conservador. Juárez no atacó a la Iglesia ni a la fe cristiana, sino a los clérigos que utilizaron la fe como defensa de sus intereses políticos”.
 

Se destaca el legalismo de Juárez, pero no siempre se apegó estrictamente a la ley, cuando esto no le favorecía políticamente. Era más bien un hábil y pragmático político, que por ello escribió: “Querer que un poder extraordinario, creado por la necesidad y por la voluntad nacional, obre con estricta sujeción a la ley, es querer un imposible.
 

Es querer que haya un huracán sin estragos”. Don Emilio Rabasa escribió de Juárez: “Con la Constitución no gobernó nunca”. Y de ahí que lo llamara el “dictador de bronce”. Hizo lo necesario para quedarse en el poder hasta su muerte.
 

El fue el verdadero campeón del reeleccionismo. El legendario nacionalismo juarista es relativo.
 

Lo fue frente a los franceses, pero no tanto con los yanquis, a quienes, invocando el tratado McLane-Ocampo, nunca ratificado, convocó a una pequeña pero decisiva injerencia naval en su ayuda durante la guerra de Reforma, cosa que ocurrió. Y tal intervención contribuyó al triunfo de los liberales sobre los conservadores.
 

La mitología juarista lo presenta como un hombre austero, practicante de la “medianía republicana”.
 

Así fue durante los años de la intervención, cuando el gobierno apenas si recibía algunos recursos para sobrevivir. Tras la caída del Imperio, Juárez mantuvo una imagen de austeridad, se levantaba temprano en la mañana, se bañaba con agua fría.
 

Sus oficinas estaban modestamente amuebladas. Por la tarde terminaba sus labores y paseaba con algún miembro de su familia en un carruaje propiedad del gobierno, viejo y desvencijado.
 

Empero, Juárez no era precisamente un asceta. Don Benito tenía varias casas, una de ellas en lo que hoy es la avenida Madero, en el primer cuadro de la ciudad que era una zona de lo más exclusiva.
 

Compró también a su esposa una casa de campo en la colonia San Rafael. Al morir dejó a su familia una herencia valuada en $151,000 en terrenos y bienes, equivalente a unos 4 millones de dólares actuales, según calculan historiadores.
 

(“Apuntes de Historia de México” -Varios autores- Juan Alberto Vázquez, Constancio Hernández, Manuel Hernández Gómez y José Antonio Crespo)

 

Benito Juárez

La vida de Benito Juárez es fascinante y desde niños nuestros maestros nos la han enseñado cautivando a los más pequeños. 

Fue hijo de indígenas zapotecas, nació el 21 de marzo de 1806, cerca del pueblo de Guelatao, en Oaxaca.
 

Protegido por un sacerdote español, ingresó en el seminario, donde estudió Derecho, y posteriormente en el Instituto de Ciencias y Artes.
 

En 1847 se convirtió en gobernador de su estado, siendo reelegido en 1848 para un periodo de 4 años.
 

En 1854 promulgó el Plan de Ayutla, en el que exigía la creación de una asamblea constituyente en el marco de una constitución federal.
 

Fue encarcelado y desterrado a La Habana en 1853, cuando el general Antonio López de Santa Anna tomó el poder.
 

Deportado a Nueva Orleáns, Luisiana, Estados Unidos, regresó a México en 1855 para tomar parte en la revolución liberal que derrocó a Santa Anna.
 

Más tarde fue secretario de Justicia del nuevo Gobierno e inició una serie de reformas liberales, llamadas leyes de reforma en 1859, que se incorporaron a la Constitución de 1857.
 

En 1858 se convirtió en presidente provisional, tras estallar una rebelión encabezada por elementos conservadores.
 

Poco después, se vio obligado a huir de la capital, estableciendo su gobierno en Veracruz donde inició una serie de reformas radicales, como la reducción del poder de la Iglesia católica mediante el embargo de propiedades eclesiásticas.

Derrotó a las fuerzas conservadoras en 1860, volvió a establecer su gobierno en Ciudad de México y fue elegido presidente en 1861 de acuerdo con la constitución.
 

Para poder afrontar el caos financiero provocado por cinco años de guerra civil, Juárez tuvo que suspender los pagos a los acreedores extranjeros.
 

Francia, España y Gran Bretaña, como medida de protesta, desembarcaron tropas en Veracruz.
 

Juárez alcanzó un acuerdo con Gran Bretaña y España, y sus tropas se retiraron de México, pero los franceses se mantuvieron en el país y tomaron la Ciudad de México.
 

Maximiliano, archiduque de Austria, impuesto por el emperador Napoleón III de Francia a petición de los sectores monárquicos, que organizaron un simulacro de plebiscito, fue coronado emperador de México en 1864.
 

Juárez trasladó su capital al norte del país y prosiguió la resistencia militar.
 

Cuando el gobierno de Maximiliano cayó en 1867, Juárez regresó a la Ciudad de México y fue reelegido presidente, iniciándose la restauración de la República.
 

Sin embargo, había numerosos sectores que se oponían a su gobierno.
 

Entre ellos, Porfirio Díaz, candidato político sin posibilidades frente a Juárez, que encabezó una rebelión en 1871.
 

Juárez pasó los meses que le quedaban de vida tratando de reprimir distintas rebeliones, pero murió antes de lograrlo el 18 de julio de 1872 en la Ciudad de México.

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Las guerras de Juárez

Benito Juárez llegó como Presidente provisional en enero de 1858, cuando Comonfort, asustado en parte y realista en otra, vio la dificultad de aplicar la Constitución de 1857: Juárez, como presidente de la Suprema Corte de Justicia ocupó legítimamente la presidencia en ausencia de Comonfort. Sin ejército, Juárez recurrió a las guardias nacionales de los estados para crear las fuerzas liberales y sostener su mandato. 

Los conservadores tenían las tropas del antiguo Ejército mexicano, de la época de Santa Anna y de la Guerra del 47, y cuyo pasado, repleto de cuartelazos, se remontaba al Ejército realista, proveedor de la mayoría de los oficiales del ejército de aquellos años.
 

La Guerra de Reforma ensangrentó al país por tres años por lo que se le conoce también como Guerra de los Tres Años. Desgarradora y cruel como todas; pero es un capítulo más de nuestro surrealismo, en la que Miguel Miramón ganó todas las batallas, menos una, y... perdió la guerra. Juárez entró triunfante a la capital del país en enero de 1861 y prometió “amnistía tan amplia como la sana política creyera aconsejarla”.
 

La victoria de los liberales no modificó la situación real del país ni sus problemas endémicos.
 

Conforme a las Leyes de Reforma, los bienes de “manos muertas” pasaron a manos vivas, vivas en extremo, que en nada favorecieron los intereses públicos.

Según la Memoria que don Manuel Payno publicó al año siguiente, de los 25 millones de pesos estimados conservadoramente como valor de los bienes de la Iglesia, el Gobierno obtuvo de ellos cerca de seis millones de pesos, la quinta parte de su valor real, absolutamente insuficientes para resolver problemas de fondo. Se vendieron más de dos mil fincas eclesiásticas, rústicas y urbanas, y por ese camino se consumó la revolución política de la reforma, pero la crisis económica se agravó hasta poner en peligro los objetivos de la revolución política.
 

Terminada la guerra, no había pretexto para no convocar a elecciones: Juárez, González Ortega y Miguel Lerdo ansiaban la silla presidencial.
 

Lerdo murió antes de las elecciones y la votación lo favoreció sobre González Ortega, el vencedor de Miramón.
 

El 15 de junio de 1861, durante su tercer año como presidente interino, Juárez, triunfador de las elecciones, protesta como presidente de la República para el periodo 1861-1865. La bancarrota era total.
 

El 17 de julio, a 32 días de su toma de protesta, el Gobierno tuvo que declararse incapaz de pagar su deuda externa y una semana después las legaciones de Francia e Inglaterra arriaban sus banderas; pero Juárez no podía pagar.

Si se había derrochado la riqueza reunida por la Iglesia en 300 años; si para sobrevivir miserablemente tenía el gobierno que expoliar a quienes podía y se dejaban mediante el sistema del préstamo forzoso; si el bandolerismo campeaba a la ancho y a lo largo del país, más valía jugarse el todo por el todo en aquella medida desesperada, de declararse en quiebra, y morir de una vez, llegado el caso, en vez de hundirse poco a poco, como un deudor moroso cualquiera.

 

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