sábado, 1 de noviembre de 2014

Hermosas tradiciones

Hermosas tradiciones
México es un verdadero mosaico de tradiciones; hermosas celebraciones que afortunadamente nuestro pueblo continúa practicando, quizás ya no tanto como antes al menos, sí hay manifestaciones de orgullo por conservar lo nuestro, por mantener viva nuestra herencia cultural.
Nuestras tradiciones van más allá de un simple festejo, de una conmemoración más; es algo que forma parte de nuestra cultura pero también nace del fervor, de la religiosidad, de la espiritualidad.
Creencias que perduran porque existe el deseo de que así sea.
Un poco de historia nos remonta a los pueblos indígenas de Mesoamérica, donde guiados por su calendario solar, en el noveno mes y cercano al mes de agosto, los mexicas iniciaban las festividades para honrar a sus muertos, mismas que duraban todo un mes.
Dichas festividades eran presididas por la diosa Mictecacihuatl o “Dama de la Muerte”, esposa de Mictlatecuhtil, “Señor de la Tierra de los Muertos”.
En las festividades eran recordados los niños fallecidos así como los parientes adultos.
Por lo que se puede observar que lo que hoy es una tradición, nació en las etnias Mexica, Maya, Purépecha y Totonaca, antes de la llegada de los españoles. Sin embargo durante la colonia y para poder implantar el cristianismo los evangelizadores aceptaron las costumbres arraigadas en dichos grupos étnicos, los cuales creían que las almas de los muertos iban a determinado lugar dependiendo el tipo de muerte que habían tenido y no precisamente cómo habían vivido.
Así, se puede mencionar El Tlalocan o paraíso de Tláloc, dios de la lluvia, lugar destinado a quienes morían por enfermedades o por circunstancias relacionadas con el agua o quienes eran alcanzados por un rayo así como niños sacrificados al dios.
Considerado lugar de reposo y abundancia.
Por lo general los muertos se incineraban no así los que iban al Tlalocan, los cuales se enterraban, en la creencia que como las semillas, habrían de germinar.
El Omeyocán: paraíso del sol, lugar de Huitzilopochtli, el dios de la guerra, al cual llegaban solo los muertos en combate. Lugar considerado de reposo permanente por lo que se tomaba como un privilegio estar ahí.
En la creencia de que después de cuatro años, volvían al mundo convertidos en aves con hermoso plumaje multicolor.
Morir en combate por lo tanto era considerada la mejor de las muertes.
El Mictlán, lugar para los que morían de muerte natural y donde habitaban el señor y la señora de la muerte. Para llegar a ese sitio, según las creencias de nuestros antepasados, las almas tenían que transitar por diversos lugares, considerados difíciles y tortuosos durante cuatro años.

El Chichihuacuahco, era un lugar muy especial destinado a los niños difuntos y en el cual se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche para que los pequeños se alimentaran. La creencia de los pueblos era que esos niños volverían de nuevo un día cuando la raza humana que habitaba la tierra, desapareciera.
Las ofrendas utilizadas en los entierros prehispánicos eran de dos tipos: los que agradaban o habían sido utilizados por el difunto y los que podría necesitar en su viaje al más allá. Por lo que eran muy variadas la ofrendas.
El Día de Muertos, una de las más bellas tradiciones de nuestro México, por su importancia, en ceremonia que tuvo lugar en París, Francia el 7 de noviembre de 2003, fue declarada por la UNESCO en el año 2003 como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Distinción que fue considerada por ser “…..
una de las representaciones más relevantes del patrimonio de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país.”
En el documento también se destaca: “Ese encuentro anual entre las personas que la celebran y sus antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad…”.
Y continúa: “…aunque la tradición no está formalmente amenazada, su dimensión estética y cultural debe preservarse del creciente número de expresiones no indígenas y de carácter comercial que tienden afectar su contenido inmaterial.”
Qué orgullo para nuestro pueblo conocer el origen de nuestras celebraciones y más orgullo que sean reconocidas.
Por ello resulta muy significativo ver a jóvenes tratando de mantener vivas nuestras costumbres como recién sucedió en Guadalajara donde estudiantes de la Universidad de aquella ciudad organizaron un desfile de “Catrinas”, para de esa manera contrarrestar la posible influencia del Halloween que nada tiene que ver con nuestras raíces.
Originalmente llamada Calavera Garbancera (1913) fue creada por José Guadalupe Posada, caricaturista del siglo XX cuyos trabajos se publicaban en diversos medios impresos, aunque no dibujó específicamente para la celebración de Día de Muertos, su alusión festiva a la muerte constituyen un verdadero deleite para propios y extraños.
Posada con su calavera a la que colocó un sombrero únicamente, hizo una crítica excelente de aquellos mexicanos que teniendo sangre indígena, pretendían ser europeos.
Una crítica a muchos mexicanos del pueblo que querían aparentar lo que no eran.
“….en los huesos pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz.”
Diego Rivera fue quien le dio el nombre de Catrina y le agregó una estola de plumas al plasmarla en su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

¿Cómo no sentirnos orgullosos de nuestras raíces, nuestra Historia y nuestras hermosas tradiciones?


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