miércoles, 4 de abril de 2012

El Asombrado

Jacinto Faya Viesca En una columna de hace semanas, presenté a mi personaje llamado el Asombrado.

Así se presenta él y así le llaman, ya que todo lo que ve en la Tierra le asombra. El Asombrado fue rescatado de una tribu pequeña en un país selvático, tribu en la que todos murieron, menos él. Sólo hablaba su lengua o dialecto, pero después de haber viajado este joven por todo el mundo, ahora habla varios idiomas y siempre está intensamente ansioso por aprender del mundo, de la vida y de los seres humanos.

Un buen día, caminaba por la ciudad de Roma, y le sorprendió una frase que consideró de altísima sabiduría: en una pared de mármol de un edificio, estaba grabada con gran arte esta frase: “Medio hay en las cosas; tú no vayas por los extremos”, y estaba grabado el nombre del autor de esta frase, que respondía al nombre de Horacio.

¿Quién es este Horacio, y por qué razón destacan con tanta belleza el grabado de esta frase y el nombre de su autor?, le preguntó a varias personas que estaban reunidas cerca de él platicando. Los del grupo animaron al más anciano de ellos, diciéndole al Asombrado que gozaba éste anciano de la fama de ser un gran sabio.

El anciano le dijo al Asombrado: si las personas practicáramos esta sentencia de Horacio, el mundo se evitaría de muchos crímenes, conflictos entre naciones, pleitos entre padres e hijos, rompimientos de amistades; en fin, cada uno de nosotros sería más feliz.

¿Y por qué razón?, le preguntó el Asombrado al anciano. Debes de recordar que el inmenso filósofo de la Grecia Clásica, Aristóteles, en sus obras, “Ética a Nicómaco” y “Ética a Eudemo”, y en otros escritos suyos nos dice lo siguiente: que la virtud no la encontramos en los “extremos”, sino en medio de estos. Por ejemplo –dice Aristóteles–, en un extremo tenemos a la cobardía y en el extremo opuesto a la temeridad. Las dos son posiciones, actitudes o conductas viciosas: la cobardía es la falta total de valentía; y la temeridad (su opuesto) no es exceso de valentía, ya que el temerario no experimenta, no siente el menor temor. En medio de los dos extremos se encuentra la virtud de la valentía. El valiente siente el temor, pero éste no lo acobarda; siente miedo, pero lo vence. Este vencimiento de la cobardía y alejamiento de la temeridad lo hace “valiente”.

Ahora entiendo, le dijo el Asombrado al anciano, el consejo que un rey le dio a su hijo el príncipe, antes de empezar un torneo de carreras de carrozas con caballos. El príncipe, lleno de orgullo, quería tomar el carril de adentro, el más pegado a la barda.

El rey, sabiendo lo orgulloso y ventajista de su hijo el príncipe, se acercó a la carroza y le dijo: “No tomes el carril de adentro ni el de afuera; corre en el carril de en medio y correrás seguro”.

Ahora recuerdo muy bien, le dijo el Asombrado al anciano: cuando trabajaba en un barco y desembarcamos en Grecia, en la ciudad de Atenas encontré hermosamente grabado, aun cuando habían pasado más de 2000 años, una sentencia de un sabio griego llamado Cleobulo y que decía: “Nada en demasía”.

Como no solamente me asombro, sino que además reflexiono profundamente en lo que me parece malo – para no hacerlo–, y en lo bueno –para practicarlo–, creo, le dijo al anciano, que hay un hilo conductor que enebra las siguientes reflexiones: “Medio hay en las cosas; tú no vayas por los extremos”. El hilo enebra la anterior reflexión con el consejo del rey a su hijo: “No tomes el carril de adentro ni el de afuera; corre en el carril de en medio y correrás seguro”. Y este hilo une esta máxima: “Nada en demasía”.

¡Excelente! –le dijo el anciano al Asombrado–. Has entendido perfectamente que estas dos máximas, más el consejo del rey, más la explicación de Aristóteles, que encuentra la virtud en el medio de los extremos opuestos, tratan de enseñarnos que la conducta más inteligente, prudente y sabia consiste en evitar los extremos y la desmesura.

Los extremos –siguió hablando el anciano– son hermanos de la intolerancia, la codicia, el todo o nada, la temeridad, el riesgo innecesario y todo tipo de atropellamientos, tropezones e insensateces.

Aun así amigo –le dijo el Asombrado al anciano– cuando visité España, me hacían referencia a unas máximas de un autor llamado Quevedo, que goza de la fama de haber poseído una inteligencia impresionante. Me platican que Quevedo aconsejaba, que cuando nos encontráramos en un extremo peligro nada peor que quedarnos en “medio”; que en estos casos deberíamos elegir un extremo.

Y el otro consejo que daba Quevedo consistía que ante los problemas gravísimos nada mejor que los consejos arriesgadísimos.

¡Sabes bien –le dijo el anciano–, que toda regla tiene su excepción! ¡Estoy absolutamente de acuerdo! –le dijo el anciano al Asombrado– pero con esta salvedad: como regla general en nuestra vida, la mesura, huir de los extremos, siempre será lo más conveniente. ¡Pero cuando estemos ante un grave peligro inminente, nada mejor que elegir un extremo, que tomar acciones arriesgadísimas y osadas!

Ahora sí –dijo el Asombrado–, me queda todo muy claro: si padezco de un tumor muy peligroso, nada mejor que arriesgarme a una operación quirúrgica muy riesgosa, que es lo único que podría remediar mi mal.

Si me asaltan varias personas, nada peor que quedarme en medio. En este caso, luchar con todas mis fuerzas es lo único que podría salvarme. ¡Muy bien!, le contesto el anciano.

¡Este mundo maravilloso no deja de asombrarme!

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