miércoles, 4 de abril de 2012

La vacuidad de espíritu

La vacuidad de espíritu

Jacinto Faya Viesca
“El futuro –escribió el filósofo alemán, Eugen Bohler–, ejerce una inmensa fascinación sobre el hombre. En él está arraigado todo su anhelo de perfección: todos los modos de su fe en la inmortalidad y en el desarrollo, toda esperanza de prosperidad y toda utopía, todas las formas de su fantasía, toda aspiración moral y toda creencia absoluta en el ámbito de la bondad, la verdad y la belleza”.

¿Y por qué ésta fascinación del hombre, por el futuro? Si reflexionamos cuidadosamente, caeremos en la cuenta que el ser humano se siente muy desilusionado con su presente, pues sus ilusiones de ayer, el futuro tan esperado y ya hecho presente, le ha negado sus ardientes ilusiones.

Como sentimos que no ha habido un aumento vital en nuestra fuerza espiritual, y sí en cambio sentimos una mengua del poder de nuestra alma, solo nos queda una puerta de escape: el futuro, al que le atribuimos el inmenso poder de satisfacernos. E ilusamente, asociamos la esperanza, al futuro. Y lo que es peor, como nos sentimos sin vitalidad espiritual, nada esperamos de los supremos valores, sino que depositamos nuestra confianza en el progreso externo.

Se trata de un progreso económico, de un progreso científico y técnico que venga a resolver los problemas que nuestra codicia no han podido resolvernos. Cambiamos el oro de nuestra alma por los espejitos que el progreso nos traerá en el futuro. Y como estamos tan ansiosos, pagamos por adelantado el oro a nuestra fantasía.

“La esperanza –nos dice Bohler– es una parte del mal que entregaron los dioses a Epimeteo, él “Reflexivo”, en la caja de pandora, como venganza por el robo del fuego. Contra el consejo de Prometeo “el Prudente”, acepto Epimeteo el regalo. Cuando su mujer, llevada de la curiosidad, abrió la caja, se precipitaron los males al mundo. Solo la esperanza quedó dentro, porque pandora pudo cerrar el estuche a tiempo. Así, pues, se incluyó entonces la esperanza entre los males, por ser ella la que los engendra una y otra vez”.

“Cuanta locura de los que se forjaron esperanzas de largo plazo” (Séneca).

“La esperanza es el afecto de todos los humanos que más fácilmente se deja engañar” (Quevedo).

Los hombres no nos hemos dado cuenta de que es absolutamente imposible que el progreso científico y técnico remedie nuestros males. ¿Cómo podemos estar tan confiados en el progreso externo, si ha sido ese progreso el que amenaza la extinción del ser humano?

Los millones de muertos en la Primera Guerra Mundial, se dieron en proporción al progreso técnico del armamento de ese tiempo. Pero décadas después, el progreso técnico propició armamentos tan avanzados, que en la Segunda Guerra Mundial, murieran más de 50 millones de personas.

Y las ambiciones de dominio de los Estado Unidos y de Rusia, en la Guerra Fría, ¿no pudo haber extinguido a la especie humana, con los millares de ojivas nucleares, en caso de un serio error de comunicación?

¡Y qué decir de la tala de bosques en todo el planeta y del incremento del calentamiento global, dada la guerra económica entre las grandes potencias!

La grave deficiencia de los políticos, científicos y futurólogos al tratar de pronosticar el futuro, es ésta: que solamente evalúan los factores matemáticos y la total racionalidad en que está basada la física y las matemáticas, pero en sus pronósticos no incluyen ninguna evaluación de los inmensos factores irracionales de los que están terminando con el planeta.

Me explicaré: todo análisis científico se fundamenta en la lógica, lo comprobable, lo evidente y lo cierto. Y solo así se han podido producir el inmenso arsenal de guerra. ¿Pero han evaluado lo que sucedería si ese arsenal cayera en manos de dirigentes locos, que se comportan con una total irracionalidad? ¿No es lo que sucedió en la invasión de Irak, cuya causa fue la búsqueda de armas biológicas de destrucción masiva? Han muerto en esa invasión más de seiscientos mil iraquíes civiles, y no se ha descubierto la más mínima prueba de armas químicas de destrucción masiva.

El nuevo dios del progreso externo está totalmente desvinculado de la vida. ¿O a caso, éste progreso no ha dañado ya, severamente a nuestro planeta?

Si la ética no es el fundamento del uso y dirección de todo progreso externo, la humanidad se irá identificando cada vez más con la muerte que con la vida. El verdadero progreso es el del alma, y el de los valores supremos del espíritu.

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