viernes, 6 de abril de 2012

El diputado que yo quiero

Ahora que comienza en forma la selección de candidatos para las diputaciones y cuando en el contexto nacional los ojos de todos están puestos en el Congreso de la Unión por las reformas llamadas coyunturales que tienen que sacar adelante, yo quiero señalar algunos rasgos que, a mi juicio, debería reunir el diputado ideal, sea hombre o mujer.

Primero: Honestidad probada.

El diputado ideal es aquel que, como se dice coloquialmente, no tiene cola que le pisen. Es decir, es una persona que es digna de la confianza de los ciudadanos que pretende representar. Si los candidatos buscan maquillar su imagen y ocultar los negocitos chuecos que luego traen o utilizar una curul como mero negocio personal para su crecimiento individual o familiar, ¿qué se podrá esperar de él? Un diputado honesto merece verdaderamente hacer carrera en la política, pues ha mostrado ser digno de ello, pero que no olvide que el poder es como una antorcha: Si se sostiene mucho tiempo en la mano, puede quemar.
Segundo: Que opta por el servicio y no por el poder.

El diputado ideal, al reconocerse representante de los ciudadanos, se mueve desde una auténtica dimensión de servicio. El diputado descubre que los beneficios que consigue para sus conciudadanos redundan en su propio bien, de tal modo que no busca posiciones ventajosas ni pretende aprovecharse de su posición, sino que hace todo aquello que la ley le obliga en favor de su distrito, de su estado y de la nación, pero también creativamente es capaz de proponer iniciativas que mejoren la vida de todos.

Tercero: Conocimiento de la realidad “desde abajo”.

El diputado ideal no puede conformarse con su adoctrinamiento partidista. El diputado ideal conoce la realidad de los ciudadanos que representa, pero no porque lo lee en informes, sino porque vive en esa realidad, conoce de las limitaciones y exigencias que esa realidad le impone y más aún, se identifica con aquellos ciudadanos menos favorecidos, de tal modo que es capaz de generar herramientas de cambio social que configuren una comunidad solidaria y equitativa, donde él es el primero en servir y ayudar, es el primero en consolidar las instituciones democráticas.

Cuarto: Que no anteponga los intereses partidistas a los intereses de los ciudadanos que representa.

Lo anterior deviene en que el diputado verdaderamente mira por los ciudadanos en primer lugar. Los intereses de su partido no pueden ser el objetivo principal de su labor, es decir, no se trata de “mayoritear” sin más las iniciativas de su bancada o del ejecutivo, según los acuerdos que se dan en lo oscurito o siguiendo la línea del líder. Se tata de legislar y promover a los ciudadanos que representa, claro, desde la perspectiva que sus dogmas partidistas le plantean, pero no al revés. Los ciudadanos no queremos ser rehenes de quienes dicen gobernarnos democráticamente.

Quinto: Sin compromisos políticos ajenos a su misión.

Si lo anterior se realiza, el diputado no puede tener amarres políticos ajenos a su compromiso de servir y ver por sus conciudadanos. Y esto se da de modo natural, por convicción ética y no por necesidad de pasar limpio los exámenes de la transparencia. Así, el diputado hace lo que tiene que hacer de acuerdo con el mandato popular y no por buscar lo “políticamente correcto” según las necesidades partidistas.

Sexto: Que vuelva con frecuencia a su distrito para “retroalimentarse”.

¿Cómo podría ser un diputado representante de los ciudadanos de un distrito si jamás vuelve a él? Es necesario que el diputado vuelva frecuentemente a su distrito a dialogar con los ciudadanos, a conocer sus demandas, a orientar sus esfuerzos en orden al bien común por el que legisla, a constatar que su trabajo no ha caído en saco roto ni ha sido botín de algunos cuantos. Además el diputado obtendrá así verdadero peso moral ante los ciudadanos y no tendrá que presumir de poseer fuero.

Séptimo: Que rinda cuentas a los ciudadanos de modo veraz y transparente.

Si bien ya hay algunos diputados que comienzan a realizar esta actividad no todos lo hacen o no se informa suficientemente a los ciudadanos sobre el evento. Lo mejor es que el diputado presente claramente qué ha hecho a partir de las exigencias mismas del distrito y de la nación y que dicho informe sea con participación ciudadana. Ya basta de los actos políticos donde sólo se rinde pleitesía al gobernante sin exigirle rendición de cuentas claras, verdaderas y sin trampas.

Octavo: Que cumpla a cabalidad su compromiso de servicio.

El diputado ideal cumple con lo que ha prometido en campaña, ya porque sus promesas son realistas, ya porque se exige a sí mismo cumplir con lo prometido y no sólo por un mero populismo grosero. Además cumple con los tiempos para los que ha sido elegido, no sólo porque la ciudadanía esté harta de funcionarios que brincan de un puesto a otro, sino porque asiste puntualmente y responsablemente a las sesiones de Congreso en las que debe participar y no sólo en los días de paga.

Habría muchas características más que se le piden al diputado ideal. Basten las anteriores para, ojalá, hacer pensar un poco a los ciudadanos que leen esto y exijan a los candidatos, antes que promesas, un cambio ético de sus personas. Si lo leen los candidatos y los diputados actuales, ojalá adecuen su persona a lo que esperamos de ellos.

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