miércoles, 4 de abril de 2012

El Sabio y el Aprendiz

En su epístola 104, párrafo 26, Séneca nos da ésta reflexión: “No porque sean difíciles no nos atrevemos a algunas cosas, sino que son difíciles porque no nos atrevemos a ellas”. Quisiera, que por favor amigo, me explicaras esta reflexión de Séneca.

-¡Con gusto!, le contestó el sabio. Estamos en presencia de uno de los temas más importantes para todos los seres humanos: el saber por qué algunos se atreven y otros no, a iniciar una acción. Te voy a recordar una frase del príncipe de los poetas latinos, Virgilio, frase que ha servido de base para que una gran cantidad de escritores hayan redactado libros de autoayuda.

Me refiero, amigo, a ésta frase de Virgilio: “Pueden, porque creen que pueden”. La diferencia entre el triunfo y la derrota –siguió hablando el Sabio-, en muchas ocasiones depende solamente de que una persona sea haya “atrevido” a actuar, o bien, de que se haya paralizado por miedo, vergüenza, y en consecuencia, no haya actuado.

-¿Pero qué sucede en la mente y las emociones del que se atreve, y del que renuncia a atreverse?, le preguntó el Aprendiz. A ciencia cierta, nadie lo sabe, le contestó el Sabio. Solamente conocemos los resultados. El que se atreve actúa, y abandona la inacción. Aristóteles decía hace más de 2 mil 400 años, que “El principio es más de la mitad del todo”. Cuantitativamente, el principio no puede ser más de la mitad. Pero metafóricamente, sí lo es, pues el que ya arrancó, ya hizo lo más difícil: empezar, despegarse del lugar de la salida, renunciar a la dejadez, vencer el miedo para actuar, etc.

-¡Sí, tienes razón!, le contestó el Aprendiz, ¿pero qué hacer para romper esas cadenas de la inacción, que nos detienen? El príncipe de los poetas liricos de la Grecia Antigua, Píndaro, daba un consejo más valioso que todas las doctrinas psicológicas. A los temerosos de actuar, les decía: “Atrévete, atrévete más, atrévete aun más, pero no demasiado”. Un poeta romano lo dijo de otra manera: “Actúa con un prudente atrevimiento”.

Pienso –siguió hablando el Sabio-, que cuando queremos emprender un negocio, visitar a determinada persona que nos impone mucho, pero que necesitamos de ella; ejecutar una decisión sobre nuestra salud, enfrentarnos a un serio problema en donde tenemos que actuar, lo mejor es olvidarnos de las causas psicológicas que nos detienen, y, ¡actuar!. “Actuar con un prudente atrevimiento”.

Recuerda, amigo, lo que siempre Goethe recomendaba a todos y que llegó a escribirlo con una bellísima expresión: “La audacia tiene genio, poder y magia”. ¡Fíjate muy bien en estos dos ejemplos!: una persona está en las orillas de un lago con sus aguas tranquilas. Solo lo contempla, y de esa contemplación no surge nada. Luego, llega otra persona y avienta al centro del lago una piedra. De inmediato, en el lago aparecen ondas en forma de círculos que se expanden hacia las orillas. El que actúa, transforma una parte de su realidad. Su acción empieza a influir en personas y circunstancias, al igual que la piedra en el lago produce ondas expansivas. ¡Ésta es la magia de la acción! Produce resultados sorprendentes. De la inacción no obtendremos nada. De la acción, podremos esperarlo todo. ¡Atrévete!

En verdad, tienes razón, le dijo el Aprendiz. Desgraciadamente, el pensar mucho sobre lo que deseamos hacer, nos puede llevar a no actuar en definitiva.

-Así es: las cosas hay que pensarlas, pero hasta cierto punto, ya que la reflexión excesiva no es más que un mecanismo emocional de defensa, o una serie de pensamientos añadidos para no actuar, sino para justificar nuestros miedos ante nosotros mismos. Por ello, hay que actuar, como lo aconseja Goethe, o bien, pensar sólo un poco las cosas, que es el mensaje final del poeta de la Roma Antigua: “Actúa con un prudente atrevimiento”.

¿Entonces, –le preguntó el Aprendiz-, me recomiendas que siempre es mejor actuar? No siempre, por supuesto, pero cuando te detenga el miedo, sin contemplación alguna, ¡actúa, atrévete! El fabulista francés, Jean de La Fontaine, escribió: “La ciega fortuna sigue al ciego atrevimiento”. Y parece ser, que la Fortuna, loca como es, veleidosa, injusta y ciega, tiene una real preferencia por los atrevidos. A lo mejor, como la Fortuna es mujer, se le conquista más fácil, por el atrevimiento.

Es cierto, le contestó el Aprendiz. Leyendo la inmortal obra, “Eneida”, de Virgilio, en ella nos dice: “La fortuna es de los audaces”. Qué pena, que el tiempo se nos haya terminado-le dijo el Aprendiz a su amigo-, pero como siempre, después de hablar contigo, mi espíritu se eleva y quedo enriquecido.

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