viernes, 6 de abril de 2012

La otra Semana Santa

La Semana Santa se puede vivir de muy diversas maneras. Puede vivirse simplemente como días de vacaciones y si se puede, pasarlas en el mar. Puede también vivirse con un barniz de devoción viendo en la televisión películas de temática bíblica o sobre la pasión de Cristo. Puede ser también simplemente una semana más. Hay quienes participan en las celebraciones en los templos o en los viacrucis en las calles. Se puede suponer que ésta es una buena manera en que los cristianos podemos celebrar la Semana Santa. Esto es verdad, pero todavía dentro de ese marco hay dos formas muy distintas de celebrarla.

Se puede participar con mucha devoción en las tan ricas celebraciones litúrgicas de Semana Santa y también en lo que se vive en la religiosidad popular como viacrucis vivientes, procesiones silenciosas, pésames a María. Eso está bien y da buenos frutos, pues se centra en Jesús y en su inmenso amor que lo llevó a dar la vida por nosotros en medio de tanto dolor, sufrimiento, traiciones y abandono.

Pero se puede celebrar eso aisladamente de lo que pasa en el país y en el mundo y en particular de lo que está pasando a tantos niños que están en la calle, tantos desempleados y emigrantes que son los crucificados de hoy día. Y lo que es también muy grave, se puede vivir fuera del contexto real en donde vivió Jesús los misterios de la Última Cena, Pasión, Muerte y Resurrección que estamos celebrando. Para remediar el primer aislamiento se suelen tomar con razón varias iniciativas, por ejemplo, se ora por las distintas necesidades de la población en los viacrucis.

La otra forma es recorrer la Semana Santa desde los conflictos que tuvo Jesús con las autoridades religiosas y políticas de su tiempo: Maestros de la Ley, fariseos, sacerdotes, Herodes y Pilatos, que en definitiva lo condena por una razón política: Para no quedar mal con el César. Éste es el contexto real de la pasión y muerte de Jesús. Y así como se enseña que en la Biblia hay que leer el texto en el contexto en que fue escrita y transmitida, de igual manera las celebraciones de Semana Santa debieran vivirse en el contexto en que Jesús lo vivió y en el contexto de nuestra realidad actual.

Así, el Jueves Santo es un día muy intenso. Pero todo esto puede quedar diluido si lo reducimos fuera de contexto a algunas expresiones y gestos, como “Institución de la Eucaristía”, Lavar los pies a 12 adolescentes, hacer el “Día de la Caridad”... Eso es bueno, pero puede perder el elemento interpelante de cómo lo vivió Jesús.

En primer lugar no se trataba de una cena cualquiera, sino de la cena de la Pascua. Era y es la celebración de la salida de la esclavitud de Egipto, liberarse de la opresión del Faraón e ir hacia una tierra prometida donde podrán tener una vida más humana, en libertad y con una producción agrícola para vivir dignamente. En 1968 con Pablo VI, los obispos reunidos en Medellín proclamaban que la Pascua es el paso de vida de condiciones inhumanas -como son el hambre, la extrema pobreza, el analfabetismo, etc.- a condiciones de vida humanas. Así igualmente hoy día si reafirmamos nuestro compromiso por una vida humana digna y reconociendo en ello el paso liberador de Dios, entonces tiene pleno sentido esta celebración.

El lavatorio de los pies no es simplemente el gesto sencillo que repetimos cada año. El que lava los pies es el Maestro y Señor. Jesús realiza lo que hacían los siervos o los esclavos. Este gesto no lo entendía Pedro, ni nosotros lo entendemos a cabalidad. Es un gesto del reino de Dios, que es servicio y humildad y en el que las autoridades no se deben poner encima, sino ser en verdad servidores. Y esa noche trágica en que los discípulos, como nosotros, discutían cuál era el principal, Jesús les sacude y les dice: Si quieren ser los primeros en el reino de Dios, sirvan a los demás. Y al mismo tiempo Jesús hace una crítica a los reyes de su tiempo y de nuestros tiempos: No sean como los reyes que oprimen a los pueblos y todavía quieren que los llamen bienhechores.

En el centro de la cena está el mandamiento del amor hasta dar la vida y que Jesús realiza simbólicamente en vísperas de su propia muerte. Las palabras que hoy llamamos “consagración” son muy fuertes: “Éste mi cuerpo que es entregado por ustedes. Ésta es mi sangre que es derramada por todos”. Y esa noche y el día siguiente su cuerpo fue torturado, masacrado y derramó Jesús hasta la última gota de su sangre. Y esto no pasó en un accidente, sino de su parte entregando libremente la vida, pero de parte de las autoridades en un juicio y ejecución totalmente injusta. No se trata solamente de repetir las palabras de Jesús, sino de comprometernos a entregar la vida.

Después de la misa del Jueves Santo, terminan las celebraciones oficiales. Pero en la vida de Jesús esa misma noche aparece la traición, como hoy también tantas traiciones. Viene el prendimiento como un ladrón o malhechor y luego el abandono, la negación de Pedro, el juicio inicuo con testigos falsos y la condena a muerte dictada por Sanedrín, el Senado de los judíos. Y todo esto sigue pasando en nuestro tiempo, sobre todo contra los más pobres. ¿Cómo celebrar el Jueves Santo de espalda a esta realidad? La condena a muerte se viste hipócritamente de motivos religiosos, pero en la realidad es el rechazo a Jesús como Mesías Servidor, es asegurar ellos su autoridad.

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