miércoles, 4 de abril de 2012

El crimen de la injusticia

“Para lograr la paz inalterable basta que cada cual tome lo suyo y de buen grado a los demás conceda el derecho a su parte, como es justo”.

Esta reflexión la escribió Goethe en su obra “Las Cuatro Estaciones”, correspondiente a su poesía lírica.

La justicia, la libertad y la igualdad han sido los grandes temas de las luchas ideológicas a través de los últimos 3 mil años. Y estos temas políticos han adquirido una fuerza descomunal a partir de la Constitución de Norteamérica de 1787, de la Revolución Francesa, y después, de la Segunda Guerra Mundial.

Pero en el ámbito privado o en las relaciones entre las personas, los actos de injusticia han sido la principal causa de millones de crímenes, venganzas y desarmonía social. La justicia es la virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece. Seguramente nada ha ofendido más a los seres humanos (hablemos de los últimos 100 mil años) que las acciones injustas de unas personas contra otras; y esto sucede más por parte de los fuertes físicamente y de aquellos que gozan de poder económico y social, sobre los débiles.

Para el genial griego Aristóteles “cometer una injusticia es más malo que sufrirla”. Y, en su deslumbrante obra “La República”, escribió: “La injusticia es el mayor de los crímenes que pude cometerse contra el Estado”.

Cuando una persona comete una injusticia contra alguien, en el fondo, el que la comete se siente superior y seguro de que su conducta injusta quedará impune. Al cometer una injusticia sobre alguien, en esencia lo estamos ultrajando en su dignidad, atentamos contra sus más íntimos sentimientos de vergüenza al saber que no se defenderá contra nosotros.

Toda injusticia es una degradación al ser humano, una humillación y un atentado a sus derechos. Goethe afirma que cuando cada cual toma lo suyo, se logra una paz inalterable, e insiste en la idea de la injusticia al decirnos: “Si a ser libre aspiras, hijo mío, aprende lo que es justo y a ello atente. ¡Date por satisfecho y tu mirada nunca arriba levantes impaciente!”.

Goethe se refiere a una libertad del espíritu, libertad que aniquilamos cuando nada queremos entender de la justicia y menos practicarla. Si nuestras conductas son injustas con nuestro cónyuge, hijos y desconocidos, es imposible que podamos gozar de la libertad espiritual, como un don casi divino. Levantamos nuestra mirada hacia arriba y de manera impaciente, cuando no queremos atenernos a lo justo. Las personas injustas, ya sea que traten de obtener dinero, ventajas emocionales, manipular sentimientos, explotar al prójimo, siempre, esa persona injusta estará descentrada. Ha perdido el equilibrio espiritual y emocional, porque quiere obtener bienes o beneficios de diversa índole, de manera injusta, actuando con prepotencia y soberbia. En la misma obra de “Las Cuatro Estaciones”, nuestro genial poeta Goethe, remata la idea, escribiendo lo siguiente:

“Mas por desgracia, nadie se conforma con lo que de derecho le compete; así que, para guerras y litigios, hay materia sobrada eternamente”.

Debido a mi profesión y después de haber observado la conducta humana durante decenios, he percibido que la causa estructural de los problemas económicos, sociales y políticos del mundo consiste en las conductas injustas de las personas, tribus, pueblos y naciones; de empresas poderosas y de dictadores que aplastan al débil y protegen al poderoso. Y en las relaciones sociales, si nos empeñamos en conformarnos con lo que nos corresponde, nuestras vidas serían más libres, dignas y plenas.

Las personas que desean obtener algún bien o una ventaja sin ningún derecho, y no guardan las menores consideraciones con las personas que afectan, son injustas. ¡Toda persona soberbia, codiciosa, altanera, inmoral, siempre estará cometiendo injusticias!

Las conquistas de naciones poderosas sobre países más débiles, ha sido una constante en la historia universal. Las grandes industrias y comercios quiebran económicamente a las más débiles. El que goza de mayor fortaleza física tiende a ser abusivo con los más débiles.

Todo tipo de injusticias se originan en una serie de pensamientos, emociones y vicios. El que comete injusticias, no le importa la moral. Todo abusador cree poder hacer lo que quiera por el simple hecho de que su gusto o capricho es más fuerte que cualquier razonamiento que haya intentado.

El que comete injusticias padece de un narcisismo enfermizo, ya que cree y siente que él es un ser especial, y que en este sentido, no se la aplican las reglas morales, sociales y jurídicas. Se siente impune y abriga la ilusión de que no será castigado por nadie. Por esta razón, asesinar, violar, robar, son conductas que no le perturban.

Los injustos son altaneros y no reconocen que los demás gocen de dignidad. Éste concepto no lo entienden racionalmente ni lo sienten en ningún sentido.

¡Luchar contra los crímenes de los injustos es una tarea muy difícil, pero indispensable si queremos que la especie humana no se extinga!

El enorme pensador francés, Montesquieu, escribió: “La injusticia hecha a uno amenaza a todos”.

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