miércoles, 4 de abril de 2012

Enseñanzas de Quevedo

Ya hace muchos años que leo una obra de Quevedo titulada “Migajas Sentenciosas”. A esta creación la tengo como una de las mejores para toda mi vida. Transcribo ahora tres de sus pensamientos, con sus respectivos comentarios.

“La aflicción da nuevo juicio”, Quevedo.

Toda aflicción hace relación a una perturbación del ánimo, a un estado de preocupación o de tristeza.

Los juicios que tenemos sobre alguna persona, algún cambio en nuestra situación, no son inamovibles. Podremos empecinarnos sobre alguna idea o propósito, pero no sobre un juicio, es decir, sobre la apreciación que tenemos sobre alguna cuestión determinada. Por ejemplo, podemos habernos formado un juicio u opinión sobre nuestro actual estado económico o de salud. Es muy probable que mientras nuestro estado de ánimo no se sienta fuertemente perturbado, nuestro juicio seguirá inalterable. Pero cuando llegamos a sentirnos realmente afligidos, no solamente cambia nuestro estado de ánimo, sino que también cambia la valoración de alguna cuestión determinada.

En el caso de nuestra situación económica o de salud, sobre el juicio ya formado, una vez que pasamos por una real aflicción, nuestro juicio cambia. Y es que el juicio formado está basado en determinados factores que ya no tienen el mismo peso que antes; la aflicción ha modificado nuestra percepción anterior.

Por ello, es muy importante que cuando nos invadan sentimientos de odio, ira, preocupación, tristeza o miedo, no huyamos de esos sentimientos. Debemos permitir que esos dolorosos sentimientos nos invadan por completo. No se trata de sufrir masoquistamente, sino que nos demos la oportunidad de saber qué nos quieren decir esos sentimientos tan aflictivos. Si pasada una horas o días, nada nos dicen esos sentimientos, tratemos de ser lo más objetivos que podamos, a fin de deshacernos de sentimientos destructivos que en nada nos benefician. Como consuelo verdadero, es cierto lo que el moralista francés, Vauvenargues, escribió: “Si es verdad que nuestra alegrías son cortas, la mayor parte de nuestras aflicciones tampoco son largas”.

“Mucho peligro corre todo lo que templanza no tiene”, Quevedo.

La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales y consiste en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos. La templanza hace referencia a la moderación y a la sobriedad.

Ya Aristóteles, tanto en su Ética a Nicomaco, como en su Ética a Eudemo, nos dice que la virtud está en el término medio entre dos extremos viciosos. Por ejemplo, en un extremo está la cobardía, que es un vicio, y en el otro extremo, está la temeridad, que también es un vicio, pues en la temeridad no se da la valentía, dado que hay una ausencia total de miedo. En el justo medio se encuentra la valentía que es una verdadera virtud.

En la Grecia Clásica se acuñó una frase de profunda sabiduría: “Moderación en todo”.

Para Quevedo, si actuamos sin templanza corremos mucho peligro. Quevedo aconseja la templanza en nuestras conductas, pasiones y sentimientos.

El escritor italiano Giovanni Papini en su “Historia de Cristo”, escribió: “El ofendido que no se enfurece, ni resiente y no escapa, demuestra más fuerza de ánimo, más dominio de sí, más verdadero heroísmo que aquel que en la ceguera de la furia se lanza sobre el ofensor para restituirle doblado el mal recibido”.

Sé que nos parecerá muy difícil tener templanza, es decir, observar moderación en hábitos, actitudes, pensamientos, pasiones o conductas que nos dominan. La adicción al cigarro, al alcohol, a las drogas, a la comida o al sexo, es lo contrario a la templanza. También la dependencia emocional y enfermiza hacia alguna persona, objetos o situaciones. Igualmente, la adicción al trabajo, rompe con la moderación. Nuestros hábitos de maltratos a nuestra pareja y a nuestros hijos, son prueba de que obramos viciosamente. Nuestro anhelo por tener más dinero del que necesitamos, se opone a la templanza y a la moderación.

Pocas ideas nos pueden reportar, en todas las dimensiones de nuestras vidas, tanto provecho como la siguiente: “Moderación en todo”. Si hiciéramos de esta máxima una de las ideas capitales de nuestra vida, nuestra existencia daría de inmediato un giro sumamente provechoso en todos los sentidos.

Quevedo escribió: “En cualquier estado de vida hallarás anchuras, gustos y deleites, si te dispusieras primero a no juzgar por mala (su vida) la que tiene, no haciéndola sujeta a la envidia. La mayor infelicidad es no haberla tenido”.

Empezando por la última idea de Quevedo: “La mayor infelicidad es no haberla tenido”, la reitera Nietzsche 350 años después, al haber escrito: “No hay peor adversidad que no haber tenido ninguna”.

Esta afirmación es absolutamente cierta: quien nunca ha pasado por la experiencia de una adversidad o de una severa infelicidad, cuando le sucede, se sorprende, se asusta y no sabe qué hacer. Y es que solamente en las adversidades, infelicidades y problemas es la manera de cómo podemos aprender de la vida y adquirir sabiduría.

Para Quevedo, en cualquier estado de vida: solteros, casados, pobres, ricos, con un buen trabajo, con un oficio humilde, podemos encontrar “gustos y deleites”, y llegar a ser felices. Lo mismo decía Goethe, al aconsejarnos que no importe cuál sea nuestra particular situación. ¡Que lo importante es que metamos las manos de lleno en la vida, y veremos con asombro, cómo podremos vivir con alegría y provecho!

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