domingo, 10 de octubre de 2010

EL MISTERIO DEL HOMBRE 7

Capítulo 6. LAS POTENCIAS DEL ESPIRITU Y EL AGONISMO DEL HOMBRE
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Hemos definido al hombre como "espíritu corporal" en atención al género próximo y a la diferencia específica. Después de ello hemos explorado las dimensiones de su naturaleza esencial, deteniéndonos en el proceso de desarrollo de sus varias dimensiones constituyentes y en sus dos modos principales de presentarse, masculino y femenino. Nos hemos acercado así a la comprensión del sentido y del ser del hombre; pero nos ha quedado pendiente la cuestión principal sin la cual la naturaleza esencial del hombre permanece en el misterio. En efecto, más allá de sus dimensiones y de sus modos es preciso develar qué podamos entender por espíritu corporal.

Lo que es un "cuerpo" quizás no sea tan difícil de comprender, toda vez que las ciencias contemporáneas han indagado minuciosamente en su constitución material; si bien, debemos reconocerlo, aún no existe un concepto o una visión suficientemente clara y convincente de lo que sea la materia. Mientras más penetra la ciencia de la física en el análisis de los elementos infinitamente pequeños y sutiles que la conforman, más compleja, inaferrable y misteriosa se presenta la materia. Se descubre que en último análisis ella no es precisamente corporal o corpuscular sino alguna extraña combinación de energía e información, espacio y tiempo, continuidad y discontinuidad, movimiento y reposo, y para acentuar el misterio, al fondo mismo de la vivisección realizada las ciencias parecieran percibir que la materia no se sostiene a sí misma sino que apoya en alguna suerte de realidad subjetiva que continuamente la crea y determina.

Al acceder a tales profundidades de la constitución del ser material la física se detiene y tiende a convertirse en metafísica, la ciencia en filosofía, como lo testimonian los últimos y más avanzados cultores de una disciplina que habiendo nacido con la pretensión de objetividad y exactitud se sumerge cada vez más en un mundo inaferrable.

Con todo, en el plano más próximo de las estructuras altamente complejas de materia orgánica animada, nos parece que las ciencias hubieran alcanzado una cierta comprensión de lo que son los cuerpos que viven; si bien, nuevamente, el concepto de "vida" referido a los vegetales y animales ofrece no menos dificultades a las ciencias biológicas que las que ofrece el concepto de "materia" a las ciencias físicas. Sabemos cada vez más detalles sobre las propiedades de las células y de sus extrañas estructuras y conexiones, pero no llegamos a comprender los principios últimos que las animan y mueven. El esfuerzo de comprensión lleva a los especialistas a utilizar en el análisis de las moléculas biológicas cada vez más términos que aluden a realidades subjetivas: códigos, memoria, información, lectura, programa, etc.

Es que el estudio de la materia y de la vida en sus formas corporales, aún las inferiores, nos aleja del mundo mecánico y determinístico con que en nuestro pensar cotidiano de sentido común tendemos a concebir las realiddes materiales y biológicas, al tiempo que nos acerca a las dimensiones inmensamente más complejas e indeterminadas de lo que en el mismo pensamiento común asociamos al universo del espíritu con sus formas conscientes y supuestamente relativas y arbitrarias.

Si fuera así, las ciencias físicas y biológicas estarían llegando al límite de sus capacidades cognoscitivas y el camino del conocimiento debiera seguir desde ahora la dirección inversa: tratar de comprender primero lo que es el sujeto, para encontrar en él las categorías necesarias para acceder al misterio de la vida y la materia.

La hipótesis puede ser excesivamente arriesgada tratándose del conocimiento de seres cuya entidad subjetiva está lejos de ser demostrada y racionalmente aceptada. No es así en cambio respecto al conocimiento del hombre, cuyo comportamiento y experiencia llevados a definición racional nos hablan de su naturaleza o esencia espiritual. En efecto, si el hombre es un espíritu corporal no podemos acercarnos a la comprensión de su ser, incluso en la dimensión de su corporeidad, sino partiendo de la comprensión de su sustancia espiritual. La tarea primordial en el conocimiento del hombre y de su esencia, eminentemente filosófica, interroga por el espíritu. ¿Qué significa la palabra "espíritu" cuando definimos al hombre como espíritu corporal?

¿Cómo aproximarse a esta realidad tan inaferrable, inaccesible a los sentidos?

Aceptemos el principio lógico confirmado por toda experiencia de que "el obrar sigue al ser" y que, en consecuencia, a través del conocimiento de los productos o resultados de su acción es posible conocer algo del principio o realidad que los causa. Por sus frutos se conoce el árbol. Porque -de eso no podemos dudar- el espíritu del hombre es un principio activo, eficiente, generador o creador de realidades espirituales.

El espíritu produce, por ejemplo, pensamientos e ideas, símbolos y conceptos, sueños y utopías, formas y proyectos, belleza y amor. ¿Son éstas realidades espirituales? No podemos negarlo, toda vez que por más que los analicemos no encontraremos en ellas un átomo de materia. En efecto, ¿cuántos neutrones, átomos, impulsos eléctricos, moléculas o células encontramos en las ideas de relación y analogía, en la forma mental abstracta del triángulo, en el número cien, en una hipótesis científica, en el símbolo de la paz, en una melodía o en el proyecto de un mundo mejor?

Por cierto, al producir y pensar estas ideas, formas o símbolos, nuestro cerebro emite impulsos eléctricos, combina neuronas y segrega quizá qué fluídos desconocidos, evidenciando con ello que nuestro espíritu pensante está unido indisolublemente al cuerpo sin el cual no puede operar; pero en la idea misma en cuanto idea, en el pensamiento abstracto en cuanto abstracto, en el resultado de nuestra operación mental, no encontraremos por cierto vestigio alguno de la materialidad y corporalidad de nuestro ser. El análisis de un concepto nos pone en presencia de otras nociones más simples, de relaciones simbólicas, de procedimientos analíticos, etc., pero jamás podremos medir y comparar la masa ni el peso atómico específico ni la distancia espacial relativa en que se encuentran, por ejemplo, los conceptos de género y de especie, los símbolos de la paz y de la guerra, las ideas de inmortalidad y de resurrección, las formas del triángulo y del pentágono, el don amoroso de sí mismo.

Diremos pues que el espíritu es en alguna medida inmaterial e incorpóreo en cuanto incorpóreos e inmateriales son al menos algunos de los productos de su acción. Sin embargo, ¡cuidado!, que esta dimensión inmaterial e incorpórea de los productos de la mente humana, con ser innegable, no justifica concebirlos como entidades separadas y subsistentes en sí mismas. En efecto, los conceptos, ideas, símbolos o números, se expresan en palabras e imágenes que sí tienen corporalidad. Ellos, por abstractos que sean, dejan de existir si no se encuentran sostenidos en palabras que suenan en el aire, en símbolos dibujados en el papel, o en conexiones neurónicas en la corteza de algún cerebro. ¿Podemos pensar que exista realmente una idea si ella no se encuentra escrita en ningún papel ni está siendo enunciada por ninguna voz ni pensada actualmente por el cerebro de ningún hombre?

¿Por qué el espíritu humano obra y crea realidades espirituales? ¿Qué lo motiva e impulsa a ir más allá de sí mismo y crear un mundo espiritual, de verdad y belleza, de bondad y de amor? Vemos que el espíritu habita naturalmente en la materia y el cuerpo; pero no encuentra en ellos suficiente satisfacción y reposo. El espíritu humano necesita habitar un mundo espiritual, y él mismo se encarga de producirlo a través del ejercicio de sus potencias. Surge de este modo la cultura, universo de ideas y formas, valores y sueños, relaciones y amores.

El espíritu humano es movimiento, energía, inclinación y tensión hacia el mundo espiritual. Quiere ser más espíritu. El se encuentra, por decirlo así, inmerso, aprisionado en el cuerpo. En una corporalidad que en cuanto material en cierto modo se le opone y resiste, y que incluso lo atrae con una fuerza que es tal vez más poderosa que aquella con que los cuerpos atraen y hacen gravitar hacia sí otros cuerpos. Pero el espíritu también tiene una inmensa fuerza de atracción que atrae no solamente a otros espíritus sino también a la materia y los cuerpos tratando de reconducirlos a su propia órbita espiritual.

Entendemos así la unión del cuerpo y del espíritu del hombre como un proceso dialéctico entre dos principios vitales y poderosos que se atraen mutuamente pero que operan en sentidos diversos, generándose una lucha constante. El principio material genera una fuerza de atracción permanente de toda realidad y energía espiritual, y el principio espiritual constituye una fuerza de atracción permanente de toda realidad y energía material. Es el agonismo del hombre. En esta lucha o agonía la naturaleza humana se agita y sufre, experimentando de manera particularmente viva la escisión que lo atraviesa y que quisiera sanar.

Pareciera que toda la actividad del espíritu estuviera movida por esta tensión hacia una mayor realidad espiritual. Ser más espíritu, esto es, ser más lo que se es en esencia, en potencia. Es el proceso de crecimiento y actualización de la naturaleza humana.

En su lucha con el cuerpo el espíritu, que quiere ser más espíritu, manifestará y pondrá en tensión todas sus potencias. El análisis de todo lo que hace el espíritu para ser más lo que es nos permitirá comprender mejor cuáles son esas potencias, cuáles los estados en que se encuentra y mueve, y en definitiva lo que él mismo es.

El espíritu desarrolla, en efecto, una actividad múltiple que se despliega en las más variadas direcciones, en cada una de las cuales va probando y experimentando, avanzando lentamente, enfrentando obstáculos diversos que a menudo lo detienen y hacen retroceder, perdiendo incluso el camino avanzado; pero no se detendrá jamás. El ser no puede dejar de obrar.

Una primera dirección de la actividad espiritual la encontramos observando lo que hace el espíritu con el cuerpo mismo que habita. Apenas percibe y toma conciencia de que es "su" cuerpo, empezará a actuar sobre él para asemejarlo a sí y espiritualizarlo. ¿No es eso lo que hace el hombre y la mujer cuando lo adornan y lo cuidan, cuando se esfuerzan por hacerlo más bello y flexible, cuando mediante la gimnasia, el deporte y el ejercicio constante lo llevan a experimentar verdaderas proezas de fuerza y maravillas de movimiento? El cuerpo, en efecto, movido por el espíritu que extrae de él formas y movimientos sublimes, alcanza a veces alturas espirituales notables. A través de la gimnasia, el mimo y el ballet ¿no llega el cuerpo del hombre y la mujer a expresar formas de elevada espiritualidad, movimientos cuya belleza nos eleva hacia profundidades espirituales notables?

Lo que hace el espíritu humano con la sexualidad biológica de su cuerpo es otro ejemplo maravilloso orientado en la misma dirección. El hombre no vive el sexo como los animales. Se resiste a experimentarlo como pura expresión orgánica de una necesidad biológica: lo envuelve en espiritualidad. Desde que la sexualidad florece en el adolescente encuentra expresiones espirituales, poéticas, que le proporcionan un sentido humano profundo y lo orientan en la dirección del amor y la unión espiritual. Ya el erotismo expresa un primer nivel de espiritualización de la sexualidad y es específicamente humano, no animal. En sus formas humanas más plenas, la relación sexual llega a ser más la expresión de dos espíritus que se aman que de dos cuerpos que se atraen. ¡Qué espiritualidad más honda se manifiesta en la simple y común experiencia del enamoramiento! ¡Qué alturas de espiritualidad han alcanzado en el arte, la poesía y la religiosidad los movimientos -sin duda espirituales- de sublimación de los impulsos eróticos! Lo esencial del sexo experimentado en su plenitud se ubica en lo más profundo del hombre, donde la aspiración a dar sentido a la reproducción de la vida se acompaña de la intuición de la belleza y de la sublimidad del don de sí mismo.

Extraer de las cuerdas bucales la armonía y belleza del canto, como de la musculatura la emoción del movimiento del baile y la gimnasia, o de la expresión del rostro la comunicación de insondables riquezas interiores, es obra del espíritu que actúa sobre el cuerpo buscando atraerlo a sí y perfeccionarlo.

En síntesis, el espíritu quiere ser más espíritu, y la esencia espiritual del hombre, potencialidad nunca perfectamente realizada, busca activamente su desarrollo y actualización en cuanto espíritu; pero inmerso en el cuerpo, como no puede salir de éste sin destruir sus propias posibilidades de ser y de crecer, se esforzará por espiritualizar el propio cuerpo utilizando en ello sus poderosas energías creativas.

Ahora bien, en este camino la acción del espíritu sobre la materia no se limita a la atracción que ejerce sobre el propio cuerpo. Ella trasciende, en efecto, hacia los diversos elementos materiales con que el cuerpo del hombre interactúa. La piedra es por ello objeto del trabajo creativo, espiritual, del escultor. El aire y los sonidos que emite al vibrar son objeto del trabajo del músico que construye con ellos sinfonías exquisitas. Las vibraciones de la luz y las ondas calóricas son objeto del trabajo del pintor que construye con ellos maravillosas expresiones de belleza pictórica. Las propiedades físicas y químicas de los cuerpos son objeto de apropiación intelectual mediante la elaboración de relaciones numéricas y leyes científicas. La madera, la tierra, los minerales más diversos, son utilizados en la construcción de catedrales, de obras arquitectónicas, de artefactos tecnológicos que hacen amable la habitación del espíritu humano en la tierra. A través del trabajo creativo, en el que los hombres aplican todas las energías superiores de su intelecto, su voluntad, su capacidad de concentración, su imaginación creadora, el hombre va humanizando, espiritualizando la materia, atrayéndola a sí y haciéndola cada vez más conforme a su propia esencia.

No hay aspecto o elemento de la naturaleza que el espíritu del hombre no quiera tocar con su fuerza y atraer a sí. Incluso los astros lejanos que apenas alcanzan a enviar sobre nuestro planeta débiles destellos de la luz que emiten, son materia de acción espiritual, tal que el hombre elabora sobre ellos hipótesis científicas, artificios poéticos e incluso instrumentos que poco a poco permitan al hombre alcanzarlos superando las leyes que, hasta hace no mucho, nos mantenían encerrados en los confines de la geografía terrestre.

En esta lucha con las fuerzas y leyes de las cosas y cuerpos materiales el espíritu va construyendo un mundo crecientemente espiritualizado para que sea la casa de un cuerpo humano también crecientemente permeado por el espíritu. Es el sentido de la cultura, entendida en sus formas más altas.

Pues bien, en su búsqueda de actualización de su esencia espiritual el hombre no se limita a atraer y conformar a su naturaleza la materia y el propio cuerpo, sino que atrae también a los otros espíritus corporales semejantes a sí. Construye relaciones humanas, amistades, comunidades, asociaciones de los más variados tipos, sociedades inmensamente complejas. Es el sentido espiritual de la comunidad humana, de la economía, de la política.

La fuerza de atracción de los espíritus corporales resulta ser recíproca, pues cada hombre necesita y busca activamente su proximidad, su semejanza y unión con los demás hombres. En este movimiento de aproximación de los hombres hace operar los complejos mecanismos de la comunicación intersubjetiva que utiliza el lenguaje de las palabras, de los cuerpos, y de las propias obras creadas por las ciencias, las artes y las letras. A esta fuerza de atracción recíproca la denominamos solidaridad. Su expresión superior es el amor, que hace semejanza y unión entre el que ama y es amado. El amor espiritualiza a los hombres en su integridad, creando nuevas realidades espirituales intersubjetivas: familias, grupos, asociaciones y comunidades, algunas de las cuales alcanzan una elevada perfección espiritual.

Ahora bien, en la búsqueda de ser más espíritu a través del ejercicio de sus potencias más sutiles y elevadas el hombre no se limita a espiritualizar la materia y los cuerpos y crear realidades sociales espíritu-corporales. Va más allá, generando a través de su propia acción autónoma nuevas realidades espirituales. Es la creación de conceptos, de ideas, de obras poéticas, de símbolos, de valores superiores, a cuya realidad netamente espiritual nos hemos referido.

Por medio de estas obras suyas específicamente espirituales, el hombre intenta crear para su propia espiritualidad un ambiente espiritual apropiado en el cual desenvolverse, del mismo modo como intenta crear para su corporeidad un ambiente espiritualizado. Es el sentido de la filosofía, de las artes, de las ciencias y de las letras, en cuyo desarrollo a lo largo de la historia ha logrado producir obras verdaderamente impresionantes por su perfección en cuanto a la verdad, belleza, bondad y unidad alcanzada.

¿Termina o se agota en esto la acción del hombre en su búsqueda de actualización de su esencia espiritual, o el espíritu es capaz de más? ¿Ansiará y buscará activamente el espíritu humano proyectarse fuera de su propia corporeidad? Veíamos como incluso las obras superiores de la conciencia -las ideas, los valores, las formas- no pueden existir de manera completamente autónoma del cuerpo y de la materia en que han de expresarse. ¿No será posible ir más allá y trascender toda corporeidad?

El espíritu humano, en efecto, parece buscarlo de manera permanente, aplicando energías que en la aparente debilidad y precareidad de los resultados que logra son conmovedoras. El tema amerita un capítulo especial.

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