domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 8

VIII. LA EXPERIENCIA DE LA COMUNICACION Y LA EXTERIORIDAD DE LA RAZÓN Y LOS OBJETOS RACIONALES.
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La comunicación racional mediante objetos empíricos portadores de objetos racionales.

La conexión entre las experiencias cognitivas que hace aparecer la conciencia como situada y la mente como realidad singular que integra realidades de distinto tipo, no nos ha hecho aparecer aún la comunicación; pero a ella nos conduce. En efecto, hemos visto que la conciencia por sí sola (o sea en el solo conocimiento fenomenológico) no puede reconocer otras conciencias como distintas de ella misma, y por lo tanto no puede establecer por sí la comunicación entre conciencias. Pero si ella llega a reconocer otras mentes, otros yo psíquicos, o sea otras realidades empírico-fenomenológico-racionales similares pero distintas de la propia mente, podrá reconocer también otras conciencias y otros sujetos racionales, distintos de la propia conciencia y razón. ¿Es posible establecer esas otras realidades cognitivas complejas, esos otros yo psíquicos o mentes?

Mediante la experiencia empírica la mente o yo psíquico reconoce en el mundo que percibe como exterior, ciertas realidades empíricas semejantes a las del propio cuerpo, sentidos y cerebro: reconoce los cuerpos de otros hombres y mujeres. Las ciencias positivas pueden establecer que esos otros cuerpos son tan perceptivos como el mío, pues sus ojos, oídos, cerebro y demás órganos perceptivos reaccionan a los estímulos empíricos igual que lo hacen los míos, con lo cual establecen como realidades empíricas una multitud de cognoscentes empíricos. El reconocimiento del hecho empírico del conocimiento empírico se extiende también a una multitud de animales cuyos cuerpos son muy distintos al del hombre pero que también son sensitivos y poseen órganos y cerebro perceptivos. Ahora bien, estas experiencias empírica y científico-positiva, por sí solas, no llegan a reconocer en esos cuerpos empíricos, sea de hombres o de animales no humanos, la presencia de conciencias autoconscientes y racionales, que no son empíricamente perceptibles, de modo que tampoco pueden reconocer en o con ellos conformación de otras mentes o yo psíquicos.

Este reconocimiento, sin embargo, parece cumplirse cabalmente con la mediación de la experiencia racional. En efecto, desde aquellos cuerpos empíricamente percibidos como semejantes y en los cuales me parece (aunque no pueda establecerlo aún) estén presentes otras conciencias, me llegan, por vía empírica, palabras, imágenes, gestos y mensajes portadores de conceptos, afirmaciones, razonamientos, símbolos, números, figuras geométricas y todo tipo de objetos racionales abstractos y universales que me resultan inteligibles como cualquier objeto racional propio, pues entiendo lo que racionalmente significan y representan.

Que estos objetos racionales, en su condición de abstractos y universales, llegan a mi mente (y por consiguiente a mi conciencia) desde fuera, y que en consecuencia no son sólo formas que mi conciencia contempla en sí misma, lo reconozco (lo establezco como realidad conocida, epistemológicamente consistente) por el hecho que me llegan por vía empírica, esto es, a través de objetos empíricos que veo, escucho y percibo con los sentidos (palabras, sonidos, imágenes visuales, gestos, etc.). La propia experiencia empírica reconoce estos objetos empíricos como externos al sujeto perceptivo que forma parte de mi yo psíquico: las palabras, imágenes, etc. que escucho y veo no son parte de mi cuerpo, sentidos y cerebro perceptivos, que son impactados por ellos. Y los reconoce como externos la propia conciencia, pues los objetos empíricos, como ya sabemos, la conciencia los capta como exteriores a ella pues en ella misma no hay empiricidad ni capacidad perceptiva sensible. Sólo porque me llegan a través de objetos empíricos (palabras, imágenes, sonidos, etc.) exteriores, puedo reconocer como también exteriores los objetos racionales que me trasmiten.

Que reconozco como provenientes de fuera de mi conciencia sólo aquellos objetos racionales que me llegan por vía empírica, lo corrobora el hecho que aquellos conceptos, símbolos, números y figuras geométricas que se hacen presente en mi mente y conciencia sin dicha mediación empírica, tiendo a considerarlos originales, propios, o al menos no puedo estar seguro que no sean invención o creación de mi propia mente y conciencia. Incluso si concibo ciertas ideas, símbolos, números y figuras geométricas en conexión con supuestas realidades lejanas que capto o intuyo mediante experiencias llamadas "paranormales", no recibidas por medio de palabras, imágenes y otros tipos de objetos empíricamente perceptibles, puedo creerlas e imaginarlas originadas desde el exterior de mi conciencia o de mi mente, pero no podré estar seguro de ello más que cuando alguna realidad empírica venga a confirmarlo de algún modo. Conviene decir que con esto no se niega la posibilidad de que entre distintas conciencias se transfieran e intercambien objetos racionales sin mediación empírica, pero sólo por ésta establecemos con seguridad su origen exterior.

Cabe agregar que, así como recibo objetos racionales desde fuera de mi mente, y por tanto también desde fuera de mi conciencia, tengo también la experiencia de transferir objetos racionales hacia el exterior de ellas, pues también comunico conceptos, afirmaciones, razonamientos, símbolos, metáforas, números, cálculos y figuras geométricas mediante palabras, imágenes, gestos y otros objetos empíricos portadores de ellos. Que tales objetos racionales salen (se exteriorizan) de mi mente y de mi conciencia, me es confirmado empíricamente porque después de haberlos emitido, vuelvo a recibir desde fuera, a través de otras palabras, imágenes y objetos empíricos provenientes de otros cuerpos sensitivos, nuevos y diferentes objetos racionales articulados coherentemente con los que había transferido previamente.

De este modo el análisis epistemológico de la comunicación establece la exterioridad de los objetos racionales, en su peculiar condición de abstractos y universales, respecto a la realidad fenomenológica de la propia mente y de la propia conciencia. Pero no los establece en un mundo separado de objetos racionales puros, sino en otros sujetos racionales situados en otros cuerpos perceptivos, con los que se comunica racionalmente con la mediación de objetos empíricos.

El análisis epistemológico de la comunicación racional nos proporciona varios otros importantes conocimientos sobre las realidades que intervienen en ella. Consideremos, ante todo, cómo el hecho que la comunicación de objetos racionales sólo pueda efectuarse con la mediación de objetos empíricos abre a una nueva dimensión de la realidad empírica misma. Esta ya nos había sorprendido al descubrirnos, a la luz de la experiencia cognitiva de las ciencias físicas y matemáticas, su estructura racional. A la luz, ahora, de la experiencia de la comunicación racional mediada por objetos empíricos, se pone de manifiesto algo aún más sorprendente.

En efecto, es interesante considerar que, en cuanto los objetos racionales son comunicables mediante objetos empíricos que los conducen, se hace posible fijar dichos objetos racionales en ciertos objetos empíricos, donde permanecen cuanto permanezcan éstos. Siendo algunos de ellos relativamente estables (cartas, libros, artefactos audiovisuales, programas y archivos informáticos, etc.), allí permanecen los objetos racionales virtualmente presentes y accesibles a percepciones empíricas futuras por cuyo intermedio lleguen a mi conciencia y mente, así como a otras conciencias y mentes. Esto significa que la comunicación de objetos racionales entre distintos sujetos se realiza en diferido, pudiendo mediar entre la "salida" de ellos desde un sujeto cognitivo y su "llegada" a otros, muchísimo tiempo y distancia espacial, trascendiendo incluso la muerte de los sujetos que en aquellos objetos empíricos establecieron sus ideas, símbolos, números y figuras geométricas. Por lo demás, nunca la comunicación racional es instantánea, pues la mediación empírica la somete al tiempo y al espacio en que inevitablemente está inmersa la realidad empírica, esto es, a la velocidad de la luz, de los sonidos, etc.

La distancia temporal y espacial que media entre la salida de los objetos racionales de una mente y su llegada a la mía y a otras mentes, acentúa la exterioridad entre ellas y su reconocimiento. Sujetos racionales situados en cuerpos perceptivos pasados, que ya no forman parte de la realidad empírica actual, inmersos en culturas muy distintas de aquella que constituye mi mundo fenomenológico, me comunican -a través de objetos empíricos estables- conceptos, símbolos, números, figuras geométricas y toda una compleja realidad racional abstracta y universal que me son inteligibles y coherentes.

Pero ¿cómo es posible que los objetos racionales, en cuanto abstractos y universales, estén presentes y latentes en objetos empíricos que en sí mismos no pueden contenerlos internamente en su condición de abstractos y universales, por no ser ellos abstractos y universales?

En realidad los objetos racionales en cuanto abstractos y universales no están en la realidad empírica en cuanto empírica. El contenido lógico de un silogismo enunciado con palabras no vibra en sus ondas sonoras, el símbolismo de una metáfora no reside en el papel y la tinta en que está escrita la poesía, los números de un cálculo infinitesimal no aparecen en el análisis físico de las figuras visuales que los expresan, ni puede sintetizarse químicamente el significado de una figura geométrica. La realidad racional abstracta y universal presente en los objetos empíricos aparece solamente cuando sujetos racionales leen en ellos los objetos racionales, interpretando las palabras, imágenes, gestos, etc. Sin embargo, puesto que pueden ser leídos en ellos, la realidad empírica se muestra no sólo estructurada racionalmente (como aparece ante las ciencias positivas) sino también capaz de conducir la racionalidad abstracta y universal desde unos sujetos racionales a otros sujetos racionales. Expresamos esto diciendo que se trata de una presencia virtual de los objetos racionales en los objetos empíricos; esto implica que la realidad empírica es maleable a la racionalidad, en el sentido que es susceptible de ser organizada de modo que las mentes o las conciencias racionales puedan leer en ella los contenidos racionales que han sido puestos y fijados ahí por los sujetos racionales.

Lo que los sujetos racionales ponen en la realidad empírica cuando la convierten en portadora de conceptos y razonamientos, símbolos, números, figuras y cálculos, no es lo mismo que la experiencia racional conoce de ella cuando descubre la estructura racional del objeto empírico mismo. Dicho de otro modo, son cosas muy distintas, el contenido racional que una palabra conduce de una mente a otra, y el contenido racional que se manifiesta en la estructura de las ondas sonoras constitutivas de esa misma palabra. El contenido racional conducido por la palabra ha sido puesto arbitrariamente, convencionalmente, en ella por un sujeto racional; su estructura racional inherente es en cambio asociada de modo involuntario, inevitable, o encontrada allí por la experiencia racional. Tal vez la posibilidad de lo primero suponga lo segundo; pero qué implica esto en términos del ser de la realidad empírica nos remite, una vez más, a la metafísica.


El reconocimiento de otras conciencias racionales.

Ahora bien, al establecerse la exterioridad de los objetos racionales respecto a mi mente, a mi razón y a mi conciencia, queda establecida también la realidad y exterioridad de otros sujetos cognitivos racionales que operan lógica, simbólica, matemática y geométricamente. Y como la comunicación o intercambio de objetos racionales con ellos se verifica mediante objetos empíricos que los sujetos que se comunican deben percibir empíricamente para poder leer en ellos su contenido racional, debemos reconocer como establecido que esos otros sujetos racionales están conectados a respectivos sujetos empíricos (sentidos, cuerpo y cerebro). Podemos suponer, pues, que esos sujetos cognitivos complejos constituyen otras mentes o yo psíquicos distintos al mío.

Sin embargo y en estricto rigor, el intercambio o recíproca transferencia de objetos racionales con otros sujetos, no establece por sí solo otras conciencias autoconscientes distintas y exteriores a la mía, sino solamente otros sujetos racionales conectados a otros cuerpos perceptivos. Sujetos racionales exteriores al que reconozco en mi mente, situados en otros cuerpos perceptivos distintos del mío. ¿Puedo reconocer que esos otros sujetos cognitivos sean mentes o yo psíquicos completos, provistos también de conciencias autoconscientes? ¿Puedo establecer realidades fenomenológicas distintas y exteriores a la que establezco interiormente en mi conciencia?

Pareciera posible afirmar que la conciencia integrada en mi yo psíquico pudiera, por sí misma, reconocer que en esos sujetos racionales conectados a cuerpos sensitivos semejantes pero distintos a aquél en que ella misma se encuentra situada, estuvieran presentes otras conciencias autoconscientes. En efecto, la conciencia en cuanto constitutiva de un yo psíquico se capta a sí misma relacionada de variados y múltiples modos (vínculos de amor, filiación, paternidad, dependencia, resentimiento, comunidad, conflicto, afinidad, diferencia, etc.) con las que le parecen ser otras conciencias que forman parte de otros yo psíquicos. Es así que la conciencia llega a concebirse a sí misma no sólo como ser-en-el-mundo sino también como ser-con-otros, como realidad intersubjetiva y social. Sin embargo, puesto que todo ello se presenta como contenidos cognitivos de mi conciencia, única realidad posible de establecerse mediante la experiencia pura de la conciencia, no es posible establecer desde la sola experiencia fenomenológica la realidad de otras conciencias distintas y externas a la mía. Por cierto, en la conexión entre la experiencia empírica de los otros cuerpos sensitivos y la experiencia fenomenológica de las que supongo sean otras conciencias, llego a suponer que otras conciencias estén presentes en aquellos otros cuerpos sensitivos, constituyendo otros yo psíquicos o mentes. Pero al no tener experiencia de la autoconciencia de esas supuestas otras conciencias, no las llego aún a reconocer como realidades fenomenológicas (conciencias autoconscientes) exteriores.

La realidad de conciencias autoconscientes exteriores a mi conciencia autoconsciente quedaría establecida si pudiéramos reconocer formas de comunicación entre conciencias, o entre mentes o yo psíquicos provistos de conciencia, sin la mediación de objetos racionales, o sea alguna forma de comunicación puramente fenomenológica, no racional ni empíricamente mediada, que mi conciencia establezca directamente con otra conciencia. ¿Es que puede haber comunicación no racional entre las mentes o yo psíquicos? ¿Es que pueden las conciencias reconocerse directamente como mutuamente exteriores, y comunicarse entre sí, con prescindencia de los objetos racionales y de la razón, y sin mediación de objetos empíricos?

Reconocer la realidad de formas de comunicación cognitiva no racionales no presenta grandes dificultades, pero es preciso examinar si son suficientes para establecer la realidad de conciencias exteriores. Por ejemplo, a nivel puramente empírico hay trasmisión de percepciones: el ojo trasmite percepciones al cerebro, que a su vez activa percepciones auditivas y olfativas; pero tal como la examinamos, la experiencia empírica en cuanto empírica es solamente aquella de los sentidos, cuerpos y cerebros perceptores. Debido a esto, aunque haya múltiples y variados cuerpos sensitivos que trasmiten percepciones empíricas de unos a otros, no puedan comunicar de una mente a otra mente lo que perciben, por puro contacto empírico. Lo que veo al mirar un árbol no es lo mismo que ve otra persona que esté a mi lado mirándolo; pero podemos comunicarnos recíprocamente lo que vemos, oímos, etc. a través de palabras, imágenes, gestos, miradas que trasmiten ideas, números, etc. Y lo que mi yo psíquico y mi conciencia asumen fenomenológicamente de las percepciones empíricas de otros cuerpos perceptivos, es sólo lo que mi conciencia elabora interiormente.

Algo similar ocurre cuando entre distintos sujetos cognitivos parecieran comunicarse sus experiencias fenomenológicas (de angustia, tristeza, esperanza, etc.) La experiencia existencial o fenomenológica de mi conciencia no es la misma experiencia de otras conciencias, aunque distintos sujetos puedan comunicar contenidos cognitivos de carácter fenomenológico mediante conceptos, afirmaciones, razonamientos, símbolos, números, cálculos, etc. La comunicación entre distintos sujetos cognitivos parece posible sólo a nivel de la experiencia racional, que comunica lo percibido empíricamente y lo captado fenomenológicamente mediante los objetos racionales (ideas, símbolos, etc.) transmitidos por vía empírica (sonidos, gestos, etc.).

Sin embargo, en la experiencia de la mente o yo psíquico que se relaciona con otras realidades semejantes que reconoce como otras mentes o yo psíquicos, pareciera darse una comunicación más amplia, integral. Hay contacto sensitivo (visual, auditivo, táctil, etc,) entre los cuerpos perceptivos; hay comunidad de sentimientos y emociones psíquicas; hay afinidades entre conciencias e integración entre distintas conciencias que se reconocen constituyendo una especie de conciencia colectiva, que determina en ellas una suerte de identidad compartida y de pertenencia a un común "nosotros".

Pero estas formas de comunicación no ponen en contacto directo las realidades empíricas y fenomenológicas conocidas por los distintos sujetos. En efecto, los ojos que se miran no ven la misma realidad, y cuando miran un mismo árbol perciben cosas diferentes; el amor entre dos personas, la tristeza que comparten ante la pérdida de un ser querido, son amores y tristezas distintas, vivenciadas por cada uno a su modo. La integración de dos yo en un "nosotros", es tal que el "nosotros" de cada yo no es nunca el mismo que el del otro. Cada conciencia lo vivencia y experimenta a su modo, cada una se pone a sí misma en un lugar del colectivo, y pone a las otras en otros lugares, que no coinciden con el lugar en que las otras conciencias la ponen a ella y a las demás.

Es cierto que en la experiencia del yo psíquico que integra las distintas experiencias cognitivas, aparece la comunicación como una experiencia que es simultáneamente empírica, fenomenológica y racional. Pero esta experiencia de comunicación no puede cumplirse sin la participación de los objetos racionales, que muestran ser indispensables incluso cuando las mentes y las conciencias se comunican conocimientos empíricos y fenomenológicos.

Sólo en la experiencia de la comunicación racional los objetos cognitivos presentes en las distintas conciencias son los mismos e iguales objetos: el mismo número, la misma figura geométrica del triángulo, el mismo cálculo matemático, la misma definición conceptual, el mismo silogismo, etc.

Esto significa que, en estricto rigor, lo único consistentemente establecido por el análisis epistemológico de la comunicación es la exterioridad de la razón respecto a mi conciencia, en cuanto ella está presente en otros sujetos racionales conectados a respectivos sujetos empíricos (cuerpos). Pero no logramos establecer todavía otras conciencias autoconscientes distintas de mi propia conciencia autoconsciente, aunque numerosos indicios y razones orientan a tal conclusión. Esto significa que está abierta la posibilidad de que las supuestas otras conciencias autoconscientes no sean realidad.

Esta dificultad para reconocer y establecer la realidad de otras conciencias autoconscientes, exteriores a la mía y presentes en otros yo psíquicos, parece estar a la base de algunas concepciones que sobre el ser humano y sobre la conciencia se han formulado y ampliamente difundido en la historia de la filosofía. Entre ellas, la definición del hombre como "animal racional", en la que se reconocen como elementos constitutivos del individuo humano sólo dos componentes: el cuerpo como sujeto sensitivo y perceptivo y la razón como sujeto racional. Aunque en esta concepción del hombre no se niega la realidad fenomenológica de la conciencia, no se le hace un reconocimiento explícico y parece más bien subsumírsela en parte en el elemento corporal y en parte en el racional. El posterior reconocimiento de la conciencia autoconciente en la filosofía moderna, ante la dificultad para reconocer otras conciencias exteriores a ella, condujo a concebir la conciencia como una sola. En versión que ha sido llamada solipsista, se llega a concebir la conciencia individual, encapsulada en el yo, como la única que es posible reconocer. En otra concepción, que encuentra en Hegel su más cabal formulación, se postula la conciencia como una sola pero no individual y mía sino universal, como espíritu absoluto, entendiéndose su individuación en distintos yo psíquicos o mentes sólo como resultado transitorio de su conección con, o su encarnación en, distintos sujetos empíricos, distintos cuerpos y cerebros perceptivos que, ellos sí, se presentan como siempre singulares y empíricamente externos unos de otros, aunque relacionados también empíricamente en una sola realidad empírica. Otras concepciones aluden a una conciencia colectiva, común a todos los hombres, o en versión mitigada, a todos los que comparten una realidad social histórica y culturalmente determinada. Ciertas concepciones místicas o espirituales conciben la conciencia como espíritu universal, del cual los individuos participan, en mayor o menor grado conforme al desprendimiento que logran respecto a su mente o yo psíquico.

Independientemente de las concepciones metafísicas subyacentes o explícitas en estos diferentes modos de entender la conciencia, nuestra búsqueda epistemológica sobre la realidad de conciencias autoconscientes exteriores a mi propia conciencia debe continuar, examinando todavía lo que pueda establecer al respecto el análisis de la comunicación racional.


Individualidad y exterioridad de las conciencias.

Hemos establecido hasta ahora como exteriores a mi mente y a mi conciencia: a) la razón como sujeto conectado cognitivamente a sujetos empíricos distintos del mío; b) mentes o yo psíquicos racionales distintos de mi conciencia y mente racional; y c) objetos racionales que me son comunicados y capto como exteriores a mi realidad fenomenológica (conciencia autoconsciente). No hemos podido, en cambio, establecer aún la realidad de conciencias exteriores a mi conciencia, porque no logramos reconocer formas de comunicación fenomenológica, entre conciencias, que prescindan de la mediación de objetos racionales. Pero hemos descuidado un hecho -que ha sido descuidado también en la historia de la filosofía- que tal vez nos permita esclarecer el problema.

Nos referimos al hecho que en la comunicación racional numerosos objetos racionales que recibe mi mente y mi conciencia desde otras mentes, conducidos por objetos empíricos, no me llegan puros, del mismo modo que no salen siempre puros de mi mente cuando los trasmito a otros sujetos cognitivos. En efecto, gran parte de los objetos racionales que recibo de fuera, no me llegan como conceptos, símbolos, números y figuras geométricas simples y conectados exclusivamente entre sí, encontrándose conectados también con conocimientos empíricos y fenomenológicos: las palabras, imágenes, gestos, comunican de una mente a otra mente objetos racionales conectados con objetos fenomenológicos. De este modo, observamos que por intermedio de los objetos racionales las conciencias se comunican entre sí sus vivencias interiores. Puedo "leer" en los mensajes que me llegan de otras mentes no sólo significados racionales sino también, junto a ellos, experiencias cognitivas de conciencias autoconscientes que no son la mía.

En efecto, al estar conectados a esas realidades fenomenológicas, los objetos racionales que recibo me llegan a menudo alterados, modificados, afectados por la subjetividad de los sujetos que me los trasmiten. Tal subjetividad pone de manifiesto de manera inequívoca, que el sujeto racional que los emite no es una razón pura, ni una razón solamente conectada a un perceptor empírico (que en cuanto tal no puede colocar en ellos elementos fenomenológicos y de conciencia a los que no accede), sino un sujeto racional que se encuentra también conectado a una conciencia fenomenológica, autoconciente y conciente de.

El intercambio de realidades racionales conectadas a realidades fenomenológicas, trasmitidas conjuntamente por palabras, sonidos, imágenes y otros objetos empíricos, me permite reconocer que en conexión con los sujetos racionales ya reconocidos como exteriores, está también alguna conciencia, sujeto de conocimiento fenomenológico. Reconozco, pues, que la comunicación racional se establece entre yo psíquicos completos de conciencia, razón y percepción, entre mentes empírico-fenomenológico-racionales.

Es cierto que, cuando me trasmiten conocimientos referidos a la realidad empírica y fenomenológica, los objetos racionales que recibo me comunican solamente la "estructura racional" de esas realidades empíricas y fenomenológicas. Si escucho provenientes de un cuerpo sensitivo similar al mío las palabras "veo caer una hoja mustia, y siento la tristeza del otoño a las cinco de la tarde", con las que un sujeto racional me trasmite una serie de conceptos inteligibles que comprendo en su significado racional, mi mente no percibe una hoja que cae, ni vivencia directamente el yo psíquico que me dice que está triste, ni el estar situada en el tiempo ni la tristeza fenomenológica de una conciencia distinta a la mía, sino unos conceptos racionales, inteligibles y coherentes, que llegando a mi conciencia y a mi mente asocio a experiencias empíricas y fenomenológicas mías, de hojas que he visto caer, de yoidad psíquica, de estar mi conciencia situada a las cinco de la tarde, de tristeza fenomenológica, etc. Pero no puedo dejar de reconocer que esos conocimientos empíricos y fenomenológicos me llegan desde fuera, asociados a las palabras que escucho, junto con sus contenidos racionales: me están siendo comunicados, trasmitidos, y yo puedo responder a esa conciencia con otros objetos racionales portadores de mis propias vivencias fenomenológicas, y recibir nuevamente otras comunicaciones que me traen de vuelta nuevas vivencias fenomenológicas que incluyen a las mías, pero no tal como yo las trasmití sino modificadas por la conciencia subjetiva de la mente o yo psíquico con el que me estoy comunicando.

Junto al reconocimiento de otras mentes o yo psíquicos, reconozco que ellos están constituidos también por alguna conciencia que tiene experiencias fenomenológicas. Pero reconocer que esa conciencia sea exterior a mi mente no necesariamente implica que sea distinta, otra, autoconsciente de sí misma. En efecto, surge el interrogante de si sea posible suponer que la conciencia presente en otros yo psíquicos no sea una conciencia distinta y exterior a la mía, sino la misma conciencia mía, compartida y hecha presente en diferentes mentes o yo psíquicos. (La misma pregunta podemos formularnos respecto a la razón, y la abordaremos más adelante).

A nivel del análisis epistemológico -no metafísico- la cuestión alude a la realidad de la conciencia tal como es conocida, o sea tal como aparece en la experiencia cognitiva. Y la experiencia cognitiva de la conciencia, en la autoconciencia de sí, nos la hace aparecer siempre como individual y en su individualidad. Cada vez que la conciencia toma conciencia de sí misma la (se) identifica como un yo individual; tanto así que podemos pensar que en la realidad de la mente o yo psíquico, la yoidad es precisamente establecida por el componente de la conciencia. En efecto, la yoidad no parece resultar del sujeto de la experiencia empírica, cuya multiplicidad es manifiesta, al estar dividido en innumerables órganos perceptores. Además, toda la realidad empírica, siendo particular y singular, está enteramente conectada en todas sus partes, de manera que no parece poder por sí misma establecer la identidad individual. A su vez, la realidad racional, que como hemos visto es abstracta y universal, tampoco parece susceptible de fundar la yoidad. Además, si los objetos racionales son los mismos y tienen igual contenido en las distintas mentes, no puede la razón que los concibe constituir por sí el principio de individuación.

Que el principio de individuación que establece la yoidad lo constituyen las conciencias, se comprueba, además, por el hecho que la comunicación de contenidos fenomenológicos entre conciencias no puede realizarse en la experiencia fenomenológica pura, requiriendo siempre establecerse con la mediación de objetos racionales. En efecto, si la conciencia autoconsciente fuera universal, la misma y única compartida por todas las mentes, y dividida solamente por la conexión con el cuerpo empírico que establece los distintos yo psíquicos o mentes individuales, las experiencias fenomenológicas puras y los objetos establecidos por ellas estarían directa e internamente comunicados al interior de esa conciencia común. A menos que la conexión con el cuerpo y el cerebro la fraccionare en sí misma; pero esto es imposible, porque la realidad empírica es -como vimos- exterior a la conciencia, y la realidad empírica en cuanto se hace presente en la conciencia no está en ella empíricamente sino sólo fenomenológicamente. Y una realidad que permanece externa a otra no puede fraccionarla internamente.

En cuanto a la pérdida de conexión con el yo psíquico que se verificaría en ciertos estados de conciencia separada, tampoco puede implicarse de ello que la conciencia no sea individual. En efecto, la individualidad de la conciencia se hace presente cada vez que la conciencia toma conciencia de sí misma; si al separarse de la mente ella efectivamente perdiera conciencia de su individualidad, lo único que podemos concluir de ello es que en dicho estado ha perdido como contenido cognitivo la autoconciencia o conciencia de sí. No por ello habríamos de reconocerla como universal y común, pues apenas se restablezca el conocimiento de sí, o sea la autoconciencia de la conciencia, ella vuelve a captarse como singular e individual.

Queda abierta aún la posibilidad de que la conciencia autoconsciente, si bien a nivel de la experiencia fenomenológica pura deba reconocerse individual, no lo sea a nivel de su experiencia racional. Si, como hemos visto, los objetos racionales presentes en las distintas mentes son los mismos, en las distintas mentes, universales, ello podría significar que una parte de la conciencia (la autoconciencia y sus objetos fenomenológicos puros) fuera individual y singular, mientras que otra parte (la razón presente en ella y sus objetos racionales) fuera común, una sola y la misma en todas las mentes.

El problema que se plantea con esta posibilidad es tan importante para comprender la realidad racional y su relación con la realidad fenomenológica, y para establecer la posibilidad de conocimientos que trasciendan la subjetividad de la conciencia individual, que es preciso efectuar sobre la cuestión un cuidadoso análisis epistemológico. Ello merece un capítulo especial.

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