domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 7

VII. LA CONCIENCIA SITUADA Y LA CONEXION DE LAS EXPERIENCIAS COGNITIVAS EN LA MENTE O YO PSIQUICO.
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Precisando la cuestión y su relevancia epistemológica.

La conexión entre las experiencias empírica y racional que permite aquella forma de conocimiento complejo, empírico-racional, que se expresa en las ciencias positivas, pone de manifiesto que hay racionalidad en la realidad empírica sin que ello implique negar que ambas experiencias cognitivas y las realidades que establecen sean distintas entre sí. Por otro lado, al comprobar que en la experiencia racional se procesan los objetos lógicos, simbólicos, matemáticos y geométricos al interior de la conciencia y prescindiéndose de la realidad empírica, reconocemos que la realidad racional se establece fuera de la realidad empírica y es exterior a ella, lo cual confirma lo que ya había establecido el análisis de la experiencia empírica que se muestra incapaz de acceder por sí misma a los objetos racionales. Esta exterioridad de la realidad racional respecto a la realidad empírica consiste -en lo que hasta el momento hemos podido establecer- en su estar o aparecer en la conciencia en su condición de abstracta y universal.

La experiencia fenomenológica establece en y por sí misma la interioridad de la realidad racional en la conciencia, al captarse la conciencia autoconsciente como conciencia que piensa lógicamente, que se expresa simbólicamente, que calcula matemáticamente, que hace relaciones geométricas, etc. Es en la misma experiencia fenomenológica de la realidad racional que se comprende la exterioridad de ésta respecto a la realidad empírica, al captarse que este operar racional no es propio de los objetos empíricos que la conciencia conoce en sí misma.

El asunto es, pues, establecer si los objetos racionales presentes en la conciencia, siendo interiores a la realidad fenomenológica, sean sin embargo también exteriores a ella misma. Si no le fueran también exteriores, toda la realidad racional sería pura realidad fenomenológica, de manera que ningún conocimiento racional podría trascender la interioridad de la conciencia. Incluso cuando la realidad racional se conecta a la realidad empírica, tal conexión la establecería la conciencia, y la establecería al interior de ella misma (lo haría con la realidad empírica en cuanto asumida fenomenológicamente).Pero ¿puede la indagación epistemológica de las experiencias racional, fenomenológica y empírica ir más allá, y llevarnos a afirmar la exterioridad de los objetos racionales respecto a la conciencia?

El solo planteamiento de la pregunta nos hace comprender la trascendencia de su respuesta, pues si pudiéramos establecer que la realidad racional es exterior a la conciencia se abriría una vía de acceso a un conocimiento que pudiera trascender la subjetividad de la conciencia individual. ¿No sería ésta una forma de superar la subjetividad en que la filosofía moderna estableció todo conocimiento?

La afirmación o el reconocimiento de una eventual exterioridad de los objetos racionales respecto a la conciencia no puede negar su interioridad en ella. Interioridad y exterioridad deben ser, pues, compatibles y coherentes, y también coherentes con su también comprobada interioridad y exterioridad respecto a la realidad empírica. Pero debe ser claro que la exterioridad de la realidad racional respecto a la conciencia no es aquella que corresponde a la presencia de los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y semiológicos en la realidad empírica, pues lo que interesa es saber si los objetos racionales, en cuanto abstractos y universales, que es la forma en que están en la conciencia, puedan estar también fuera de ella.

Para que la realidad racional tal como aparece en la conciencia pueda reconocerse fuera de la realidad fenomenológica, tendría que encontrarse en alguna otra realidad que le sea exterior, o constituir ella misma una realidad independiente respecto a la conciencia.

La primera alternativa ha sido sostenida de tres maneras: una, suponiéndose que los objetos racionales existan en los objetos empíricos como sus esencias o naturalezas ocultas; dos, haciéndose referencia a Dios como el ser absoluto donde tendría sede la razón absoluta; la tercera es la de Platón que concibió como existente un "mundo de las ideas" separado tanto de la realidad empírica como de la realidad fenomenológica, donde tendrían existencia las ideas y demás objetos racionales. Pero estas tres concepciones implican entificar la razón y los objetos racionales, planteándose como afirmaciones de carácter metafísico que no podemos aceptar ni rechazar mientras esta ciencia no sea establecida sobre bases propias y consistentes.

Debemos por ahora limitarnos a lo que pueda proporcionar el análisis epistemológico de las experiencias cognitivas, y ver si ellas nos conduzcan a afirmar una realidad racional exterior e independiente de la conciencia. No un ser en sí, no entes en cuanto entes, sino realidad en cuanto conocida, o sea objetos racionales (y la razón como sujeto que los conoce) que la razón y la conciencia misma experimenten cognitivamente como externos a, e independientes de, la conciencia.

Ninguna de las experiencias cognitivas hasta aquí examinadas, por separado, nos conduce a una realidad racional (de ideas, números, figuras geométricas y símbolos abstractos y universales) independiente de la conciencia. No lo hace la experiencia empírica, pues ella ni siquiera llega a percibir los objetos racionales. Tampoco lo hace la experiencia fenomenológica, pues ella establece toda su realidad al interior de la conciencia, aunque reconozca en ella la distinción entre los otros objetos fenomenológicos y los objetos racionales. En cuanto a la experiencia racional, en lo que hasta ahora hemos indagado, nos ha hecho aparecer los objetos racionales en cuanto abstractos y universales sólo en la conciencia, aunque los reconozca desconectables de ella en el sentido que puede no tener (o dejar de tener) conciencia de ellos, y separados de ella en cuanto los fenómenos de conciencia no los afectan ni influyen en su inteligibilidad racional pura.

Ya dijimos que si existiera una cuarta experiencia cognitiva, una suerte de iluminación por la cual se accediera a una realidad racional pura, abstracta y universal, exterior a la conciencia, podríamos reconocer una razón independiente como sujeto cognoscente, y objetos racionales puros y reales como realidad independiente de la conciencia; pero recurrir a la iluminación racional como cuarta experiencia cognitiva no parece ser sino una suposición efectuada con el fin de sostener una concepción por la que se ha tomado partido previamente, injustificada. Injustificada porque una experiencia cognitiva establece una realidad en el conocimiento; pero si lo que hace esta cuarta experiencia cognitiva es establecer la realidad racional, aludir a ella significa sólo darle otro nombre a la que antes llamamos experiencia racional (que precisamente establece la realidad racional en el conocimiento), con lo que resulta apenas una suerte de duplicación terminológica a la que se recurre para "resolver" un problema sin abordarlo realmente.

En efecto, si no estamos suponiendo un ente racional superior que iluminándola establece en la conciencia la razón y los objetos racionales, sino que por "iluminación racional" entendemos solamente que de los objetos racionales tenemos intuición directa, inmediata y autoevidente -como han planteado algunos filósofos-, no habremos con ello hecho otra cosa que darle un nombre distinto a la experiencia racional, creyendo ingenuamente que por el simple expediente de representar la inteligibilidad y coherencia racional con la metáfora de la luz que torna evidente lo que ilumina, se haya establecido la independencia de la realidad racional respecto a la conciencia subjetiva. (No queremos con esto negar que pueda haber una experiencia cognitiva distinta de la racional que podamos denominar iluminación. Ello es algo que el análisis epistemológico deberá abordar, en su mérito propio, más adelante. Pero recurrir a ella para sostener la exterioridad de la razón y de los objetos racionales implica dar un salto lógico injustificado.)

En base a lo que hemos establecido hasta ahora, sólo tenemos abierto un camino: dado que ninguna de las experiencias cognitivas analizadas nos conduce por sí sola a afirmar la exterioridad de la realidad racional respecto a la conciencia, y como no cabe tampoco hacer referencia a una cuarta experiencia cognitiva, solamente nos queda la posibilidad de continuar explorando las conexiones que existan entre las experiencias empírica, fenomenológica y racional para ver si ellas establezcan de algún modo la mencionada exterioridad de la razón y de los objetos racionales respecto a la conciencia.


Experiencias cognitivas integradoras.

Que las experiencias cognitivas puedan conectarse, dando lugar a formas de conocimiento especiales en que participan unidamente haciendo aparecer relaciones o nexos entre las realidades a que accede cada una de ellas, ya lo comprobamos al analizar las ciencias positivas que conectan la experiencia empírica y la experiencia racional, y las ciencias fenomenológicas que conectan la experiencia fenomenológica y la experiencia racional. Como vimos, las ciencias positivas y las fenomenológicas no resultan unificables en cuanto ciencias; pero cabe preguntarse si en algún nivel de la experiencia cognitiva humana se conecten de algún modo las tres experiencias cognitivas, abriendo quizás la posibilidad de establecer en base a tal conexión la exterioridad de la realidad racional respecto a la realidad fenomenológica.

Entre las experiencias cognitivas integradoras de conocimientos, hay dos que presentan especial interés para nuestra búsqueda sobre la eventual exterioridad de la conciencia y la razón y las respectivas realidades que fundan. La primera de ellas es la experiencia del yo psíquico o de la mente, donde parecen combinarse, entremezclarse y procesarse unidamente conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales. La segunda es la experiencia de la comunicación de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales entre distintos yo psíquicos o mentes.

La experiencia del yo psíquico o de la mente individual es interesante en función de la pregunta por la eventual exterioridad entre la conciencia y la razón, porque en ella pareciera constituirse un sujeto que las integra a ambas pero que sería distinto de ambas porque más complejo. La experiencia de la comunicación, que se manifiesta en el hablar y el escuchar, en el aprender y el enseñar, se nos presenta aún más prometedora para nuestro propósito, por el hecho que en ella los objetos lógicos, simbólicos, matemáticos y geométricos, en su condición de abstractos y universales, parecen estar fuera de nuestra conciencia en cuanto llegan a ella desde otras conciencias, a las cuales puede igualmente hacerles llegar las propias ideas, símbolos, números y figuras geométricas.

Pero no debemos adelantar conclusiones, siendo necesario proceder paso a paso en el análisis de estas conexiones entre las experiencias empírica, fenomenológica y racional, examinándolo todo con la precisión que exige y merece la importancia de la cuestión que estamos abordando. Además, la mente o yo psíquico como sujeto, y la comunicación como intercambio de conocimientos entre sujetos, no los hemos aún establecido, debiéndose entonces comenzar por ello.

La experiencia de la mente o del yo psíquico y la experiencia de la comunicación se presentan estrechamente relacionadas. La segunda parece suponer a la primera en cuanto la comunicación se presenta como una relación cognitiva entre mentes o yo psíquicos; pero la relación entre ellas es más compleja, pues la comunicación pareciera ser también parte de la constitución del yo psíquico. En efecto, la individuación de éste (como un yo, distinto de un tu) y la formación de los propios contenidos de la mente, no parecen poder prescindir de la comunicación para ser lo que son. Más concretamente, el reconocimiento del yo psíquico como sujeto cognitivo individual se verificaría sólo y en la medida en que descubre a, e interacciona con, otras mentes o yo psíquicos; es como si este sujeto complejo sólo al conocer a otros sujetos semejantes se reconoce a sí mismo. Pero éstas no son más que consideraciones preliminares que nos sirven para plantear el problema, siendo necesario comenzar desde el inicio, o sea estableciendo la mente o el yo psíquico y la comunicación como realidades, para lo cual sólo contamos con aquello que hemos ya establecido, a saber, las realidades empírica, fenomenológica y racional y sus correspondientes sujetos.

Examinemos, ante todo, si las experiencias empírica, fenomenológica y racional se conectan de algún o algunos modos que hagan aparecer la mente o el yo psíquico y la comunicación. Ello es previo al examen de si ellos efectivamente permitan establecer la exterioridad de los objetos racionales respecto a la conciencia en que hasta ahora los hemos visto aparecer.

La ciencia fenomenológica, con Husserl, nos mostró que la conciencia no es solamente autoconciencia sino también conciencia de, con lo cual no hizo sino poner de manifiesto que en ella las ideas, los símbolos, los números y las figuras geométricas son formas racionales de las que se tiene conciencia. Cuando Husserl pretendió alcanzar el "ser" de la conciencia poniendo entre paréntesis estas formas o contenidos de la conciencia para quedarse con el hecho puro de la conciencia como conciencia de, lo que en realidad hizo fue establecer una distinción entre la conciencia misma y sus contenidos racionales. Pero, como ya vimos, tal distinción que establece en la conciencia algo como interno y algo como externo, no permite trascender la realidad fenomenológica y su "monismo".

Con Heidegger la ciencia fenomenológica fue más allá, al mostrar la conciencia como ser-ahí, ser-en-el-mundo, ser-con-otros. Estableció con ello que en la conciencia no hay solamente objetos racionales sino también utensilios, mundos, otros, esto es, una multitud y diversidad de objetos fenomenológicos. Haciendo abstracción de los objetos racionales puros ("que no existen") pretendió acceder a la existencia misma del mundo, de los otros, etc. Pero, ya vimos, Sartre mostró que por dicho camino no se salía del mundo fenomenológico ni se accedía a la existencia del ser. Así, aunque adoptando la terminología Heideggeriana nos refiramos a la conciencia como "ser" y a sus contenidos como "mundo", ya sabemos que no estamos aún en condiciones de entender el "ser" de la conciencia y el "mundo" fenomenológico como seres recíprocamente exteriores. Pero ello no niega que a nivel fenomenológico la conciencia se presenta a sí misma como una realidad situada en un mundo fenomenológico y comunicada con otras conciencias y realidades fenomenológicas, que aparecen en la conciencia misma, o sea fenomenológicamente, como distintas de ella.

Al hacer, pues, estas referencias a los conceptos de Husserl y Heidegger no recurrimos a elementos externos a nuestro razonamiento. Simplemente estamos reconociendo la autoría intelectual de conceptos que utilizaremos en nuestro análisis (conciencia de como sujeto que establece objetos fenomenológicos conocidos; conciencia situada y ser-en-el-mundo como autoconciencia de la conciencia que se capta relacionada con los demás objetos fenomenológicos; ser-con-otros como captación fenomenológica de la comunicación). Así entendidos, es claro que usamos los conceptos de Husserl y Heidegger en cuanto expresiones de realidades puramente fenomenológicas. Pero nosotros buscamos ir más allá: acceder a experiencias cognitivas compuestas. Lo que nos interesa saber, en efecto, es si más allá de Husserl y de Heidegger el análisis epistemológico de las experiencias de estar la conciencia "situada" y "comunidada" pueda llevarnos a establecer algo más que sola realidad fenomenológica, superando el reproche sartriano.


La experiencia de la conciencia situada.

Analicemos la experiencia cognitiva del estar la conciencia "situada". La dilucidación epistemológica de la conciencia como realidad establecida por la experiencia fenomenológica, nos ha llevado a distinguir entre ella misma como autoconciencia, y los objetos fenomenológicos o el "mundo" que aparecen en ella, o al que ella se refiere al presentarse a sí misma como conciencia de, y como "ser-en-el-mundo". ¿Se reduce el estar "situada" la conciencia, a ese estar de la autoconciencia en su "mundo" interior de contenidos de conciencia?

Si no tuviéramos otra experiencia cognitiva que la fenomenológica sería inevitable entenderlo así. Pero la experiencia fenomenológica del estar la conciencia situada aparece también en conexión con la experiencia empírica. En ésta última, que establece la realidad empírica como distinta y exterior a la conciencia, vimos que se establece otra distinción interna a ella misma, entre la realidad de los sentidos, el cuerpo y el cerebro percipientes por un lado, y la realidad que los impacta y que ellos perciben como externa, por el otro. Pues bien, al ser la experiencia empírica asumida en la experiencia fenomenológica, la distinción empírica entre el percipiente y lo percibido se conecta con la distinción fenomenológica entre la conciencia autoconsciente y la realidad del mundo presente en ella. Esta conexión entre ambas experiencias cognitivas es la que lleva a situar la conciencia (experimentada fenomenológicamente) en la realidad experimentada empíricamente. Ello ocurre de un modo muy preciso.

Cuando en la conexión entre las experiencias fenomenológica y empírica se sitúa la conciencia en la realidad empírica (y no solamente en el mundo fenomenológico), no se la sitúa indistintamente en toda la realidad empírica, ni en uno cualquiera de los múltiples objetos empíricos percibidos, sino en una realidad empírica singular, o en un conjunto bien delimitado de objetos empíricos. En efecto, reconociendo la precisa diferencia entre la realidad empírica perceptiva (los sentidos, el cuerpo humano, el cerebro) y aquella otra realidad empírica que se le presenta como externa y en la cual el cuerpo y los sentidos y el cerebro se desplazan, la conciencia se experimenta situada en aquella particular realidad que es el sujeto de la experiencia empírica. Dicho más concretamente, la conciencia se experimenta situada en un cuerpo sensitivo y perceptivo: en un cuerpo empírico que es sujeto del conocimiento empírico. De este modo, si bien la realidad fenomenológica y la realidad empírica sean establecidas por experiencias cognitivas distintas y recíprocamente exteriores, éstas se conectan estableciendo un nexo entre la conciencia captada fenomenológicamente y un cuerpo humano perceptivo empíricamente percibido.

Este nexo entre la conciencia autoconsciente y el cuerpo perceptivo, al ser experimentado cognitivamente como una conexión en que de algún modo se encuentran y unifican los sujetos de ambos tipos de conocimientos, establece una suerte de espacio común entre la conciencia autoconsciente y el cuerpo perceptivo conectado a ella; unión de dos sujetos cognitivos en la cual parece constituirse un único sujeto cognocente compuesto y complejo (que es a la vez sentidos, cerebro y cuerpo percipiente por un lado, y conciencia autoconsciente y consciente de, por el otro), que es aquello que llamamos mente o yo psíquico.

La experiencia cognitiva de este nexo hace surgir preguntas metafísicas sobre el ser del hombre, que se experimenta compuesto de cuerpo (perceptivo y empíricamente percibido) y de conciencia incorpórea (no perceptible empíricamente), dos componentes que sin embargo se presentan unidos constituyendo una identidad individual. Pero al plantearse la cuestión en estos términos se está suponiendo que la realidad empírica y la realidad fenomenológica son entes subsistentes, seres en sí, y que el nexo entre ellas es también de naturaleza ontológica. Nada de ello hemos podido establecer, de manera que esas preguntas sobre el ser o la entidad del hombre no pueden ser resueltas aquí, requiriendo haber establecido previamente qué sea el ente o el ser en sí y cual sea la entidad del cuerpo y de la conciencia.

Lo que hemos establecido a nivel cognitivo es solamente que la conciencia como realidad fenomenológica se experimenta situada en, y unida con, un cuerpo empírico perceptivo. Por cierto, ello no es cosa menor o insignificante: hemos establecido un nexo o conexión entre dos realidades establecidas por experiencias cognitivas distintas. No es, pues, un nexo interior a una de ellas, como podría ser el nexo que la conciencia establece en su interior con la realidad empírica cuando la capta fenomenológicamente; ni tampoco un nexo puramente teórico, como el que se establece en las ciencias positivas que relacionan objetos empíricos con objetos racionales. Es un nexo o conexión real, entre distintas realidades establecidas en el conocimiento. En este y por este nexo, el sujeto de la experiencia fenomenológica se experimenta situado en (y conectado con) el sujeto de la experiencia empírica.

Y junto con esta conexión entre los dos sujetos de conocimientos distintos y recíprocamente exteriores, se establecen conexiones más amplias entre las realidades que ambos sujetos establecen cognitivamente. En efecto, como aquella particular realidad empírica en que la conciencia se capta situada (o sea el cuerpo), está relacionada con todos los otros objetos empíricos, y se mueve y desplaza en el tiempo y el espacio que relacionan empíricamente a toda la realidad empírica (que los sentidos perciben como externa al cuerpo), la conciencia se experimenta también desplazándose de un lugar a otro de la realidad empírica, y transcurriendo inmersa en el devenir del tiempo empírico, situándose en el conjunto de la realidad empírica mediante el cuerpo en que se experimenta situada ella misma. Dicho más simplemente: primariamente situada en el cuerpo, la conciencia se experimenta secundariamente situada en algún determinado lugar y tiempo del conjunto de la realidad empírica.

Conviene detenernos aunque sea brevemente (la cuestión es tan amplia y compleja que abordarla en su multitud de aspectos nos apartaría demasiado del propósito de nuestra indagación), a considerar los contenidos complejos del nexo que expresamos en términos del experimentarse la conciencia situada en la realidad empírica.

El estar la conciencia situada en la realidad empírica implica ante todo que aquella se establece en el tiempo y el espacio de ésta, o sea en el tiempo empírico medido por el reloj (o más ampliamente, por el movimiento relativo de los objetos empíricos entre sí), y en el espacio empírico medido por instrumentos métricos (o más ampliamente, por la distancia relativa de los objetos empíricos entre sí).

La conciencia sola, o sea en su propio conocimiento fenomenológico, experimenta también algo que denomina tiempo, cuando está consciente de su permanecer y transcurrir interior, y experimenta también algo que denomina espacio, cuando está consciente del lugar que en ella ocupan los objetos de su "mundo" fenomenológico y del lugar que ella misma ocupa en dicho mundo de objetos de conciencia. Pero el tiempo y el espacio fenomenológicos no son el tiempo y el espacio empíricos. Ahora bien, en la experiencia del estar la conciencia situada en el cuerpo y en la realidad empírica, el tiempo y el espacio fenomenológicos se conectan con el tiempo y el espacio empírico, sin que se disuelva su diferencia. Así, el tiempo fenomenológico (el permanecer y el transcurrir interior de la conciencia) se experimenta conectado al tiempo empírico medido por el reloj, por el movimiento del sol, por las eras geológicas e históricas, etc., y el espacio fenomenológico (el lugar que ocupa la conciencia en el mundo fenomenológico) se experimenta conectado al espacio empírico medido por el metro, los kilómetros, los mares y los continentes. (Qué sean el tiempo y el espacio captados fenomenológicamente y percibidos empíricamente, y si verdaderamente ellos sean los mismos o distintos tiempos y espacios en sí, es cuestión metafísica).

El estar de la conciencia situada en la realidad empírica se experimenta también como una sujeción de aquella a las exigencias o requerimientos de ésta, a sus "leyes" y modos de comportamiento físicos, químicos, biológicos, etc. Si bien los espacios y tiempos empíricos y fenomenológicos se nos mostraron distintos pero no opuestos sino direccionados en los mismos sentidos (antes-presente-después; cerca-lejos, etc.), el nexo entre ellos se presenta ahora como oposición, condicionamiento, restricción de una realidad por la otra.

En efecto, la conciencia en su mundo fenomenológico (interno) es libre; ella crea con entera libertad sus objetos de conciencia, los modifica a voluntad, los establece y suprime, los relaciona de los modos más originales y sorprendentes: une los contrarios, transforma la tristeza en felicidad, el amor en desconfianza, se eleva a las alturas espirituales de lo divino y se hunde luego en la angustia de la nada, se desplaza en un instante de un lugar del mundo fenomenológico a otro, etc. Pero en cuanto situada en el cuerpo y la realidad empírica, la conciencia pierde libertad, se encuentra condicionada, sujeta a requerimientos externos que le imponen restricciones de todo tipo. Si el cuerpo está cansado, o enfermo, la conciencia se siente afectada en su mundo interior, que se oscurece; no puede hacer ni crear todo lo que quisiera, pues está sometida a la gravedad y al peso y a todas las leyes físicas, biológicas y cerebrales.

Pero la conexión no la experimenta sólo como sujeción y pérdida de libertad. En el nexo con la realidad empírica, la conciencia la domina en parte, la transforma, la acomoda a sus propios fines. Manda que el brazo se alce, y éste la obedece; que el cuerpo se repose, y el cerebro entra en estado de dormición; que los órganos sensitivos se muevan o se detengan para percibir unos u otros objetos empíricos, y el cuerpo cumple sus deseos, sometiéndose a los dictados de su libertad. La conciencia quiere que se verifiquen cambios en la realidad empírica, y ordena al cuerpo y a otros elementos de la realidad empírica que los realicen. La conciencia se experimenta interviniendo, mandando en la realidad empírica. Todo ello, por cierto, en los límites de lo que las leyes inherentes a esta última se lo consientan: puede ordenarle al cuerpo que salte pero no que vuele, pues la empírica ley de gravedad la condiciona.

El nexo entre la realidad fenomenológica y la realidad empírica que se establece al situarse la conciencia en el sujeto de la experiencia empírica, se manifiesta siendo mucho más que el experimentarse de la conciencia situada espacial y temporalmente en un cuerpo empírico que se desplaza por la realidad empírica. Es un nexo que establece una unión íntima, tal que en y por ella ambos sujetos cognitivos y ambas realidades resultan transformadas. La conciencia penetra en la realidad empírica, estableciendo en ésta los efectos del actuar de la conciencia y la libertad. El cuerpo y la realidad empírica penetran en la conciencia, estableciendo en ella los efectos de la empiricidad y su sujeción a las leyes físicas, biológicas, etc.

Pero lo importante para nuestro propósito epistemológico, es el hecho mismo del nexo y la conexión entre los sujetos de ambas experiencias cognitivas. Los conocimientos de ambos sujetos cognitivos se transfieren de uno al otro. Los sentidos llevan a la conciencia sus percepciones, incluso cuando la conciencia no quisiera aceptar determinados objetos empíricos; la conciencia matiza la percepción con sus propios estados y contenidos de conciencia, pudiendo incluso hacer que los ojos y los oídos "vean" y "escuchen" colores y sonidos que no son empíricamente reales. En fin, los sujetos de ambas experiencias cognitivas se conectan de modo tan íntimo que parecen ser un solo sujeto cognitivo compuesto.

Y en todo esto, la razón y los objetos racionales no han estado ausentes. En la conexión entre la conciencia y el sujeto de la percepción empírica está presente, en todo momento, también la razón. En efecto, lo que se establece a nivel cognitivo, es una conexión o nexo entre las tres experiencias cognitivas - la empírica, la fenomenológica, y la racional -, y mas específicamente entre los sujetos de estas tres experiencias cognitivas. Lo que se establece en esta conexión, es una realidad cognitiva integradora de las tres experiencias, un sujeto cognitivo complejo que relaciona e integra la conciencia fenomenológica, la razón, y el sujeto de la percepción empírica. Tal realidad cognoscente en que se conectan los sujetos de las distintas experiencias cognitivas, es lo que identificamos con el término mente y que denominamos también yo psíquico.

La mente o yo psíquico.

Entendemos aquí la "mente" o el "yo psíquico" no en el sentido en que la ciencia psicológica pueda identificar una personalidad humana singular, sino en cuanto sujeto cognitivo que conecta las experiencias empírica, fenomenológica y racional, o dicho de otro modo, como aquella realidad cognoscente en que se conectan los sentidos perceptivos, la conciencia autoconsciente y la razón. Al conectarse de este modo las experiencias cognitivas, se constituye el sujeto cognitivo complejo como un yo que se reconoce a sí mismo, y que en consecuencia asume que la conciencia, la razón y el cuerpo sensitivo son suyos: el yo psíquico que me constituye como sujeto, me permite referirme a la conciencia como “mi conciencia”, al cuerpo como “mi cuerpo”, y a la razón como “mi razón”. Dicho de otro modo, es desde la experiencia cognitiva integradora de la mente o yo psíquico, que me es posible referir todos los conocimientos a mi yo como sujeto, asumiéndolos como mis conocimientos.

El análisis epistemológico, que primero llevó a reconocer que la conciencia, la razón y el cuerpo perceptivo son realidades diferentes en cuanto establecidas por experiencias cognitivas distintas, nos ha llevado a concluir también que ellas se encuentran conectadas de modo tal que en sus relaciones íntimas y complejas se presentan constituyendo una realidad especial y única, que podemos considerar empírico-fenomenológico-racional. Podemos expresar lo mismo diciendo que la mente o yo psíquico se constituye en la experiencia cognitiva del nexo entre las experiencias empírica, fenomenológica y racional. Esta experiencia cognitiva especial, que podremos llamar experiencia mental o psíquica, establece como realidad cognoscente compleja, como sujeto empírico-fenomenológico-racional, aquello que llamamos mente o yo psíquico.

Hemos de este modo establecido epistemológicamente la realidad de la mente o del yo psíquico como realidad empírico-fenomenológico-racional (no reductible ni identificable con una sóla de ellas), o como sujeto cognitivo complejo y compuesto que percibe lo que perciben los sentidos, capta lo que capta la conciencia, y concibe lo que la razón concibe. Dicho de otro modo, la mente no es sólo sentidos, ni sólo conciencia, ni sólo razón; pero es sentidos, conciencia y razón conectados y operando en combinación.

Cabe señalar que, si bien establecimos aquí la mente o yo psíquico como sujeto integrador de sólo las tres experiencias cognitivas examinadas, ella parece ser más compleja e integrar también otras experiencias cognitivas que no hemos hasta ahora examinado, tales como la experiencia onírica que establece la realidad de los sueños, y también las formas de conocimiento habitualmente entendidas como extrasensoriales o paranormales, o tal vez formas de conocimientos adivinatorios, y el llamado conocimiento emocional, y el conocimiento estético que establece el arte como experiencia cognitiva singular, y la intuición que según ciertas filosofías orientales establece elementos de unidad y de totalidad entre objetos empíricos y fenomenológicos que en éstas experiencias se presentan separados, y alguna forma de iluminación mística que puedan tener algunas personas, y el éxtasis, y las alucinaciones, y la supuesta experiencia metafísica del ser, y la fe como conocimiento revelatorio, etc.

Todas ellas pueden y deben ser objeto de indagación epistemológica. Pero es necesario proceder metódicamente, paso a paso, sin saltos, en una búsqueda guiada por nuestro declarado propósito de acceder al ser metafísico y a la verdad filosófica, y guiados por la única regla o criterio metodológico autoimpuesto por la filosofía, a saber, no dar por establecido ningún conocimiento ni realidad que no se sustente en sí mismo o en conocimientos y realidades previamente establecidos y reconocidos en su correspondiente nivel de realidad y verdad. Recordamos esto porque es demasiado fácil, y cada vez más corriente en la cultura actual, hacer declaraciones formales sobre las supuestas cualidades extraordinarias de unas u otras de esas formas de conocimientos que estarían más allá de las ciencias positivas, fenomenológicas y racionales, y que serían más profundas que todas ellas. En este sentido a menudo se escuchan declaraciones de que las ciencias positivas, fenomenológicas y racionales fundamentan la civilización occidental, y que otras civilizaciones - orientales, antiguas, quizá futuras - se fundamentan en aquellas otras formas de conocimiento. Pero esas declaraciones sobre supuestas profundidades cognitivas y sobre las civilizaciones humanas son sólo éso, declaraciones y afirmaciones que no valen más que sus contrarias mientras no hayan sido sometidas a rigurosa y exhaustiva dilucidación epistemológica. En el estado actual del pensamiento y después del largo recorrido crítico de la filosofía moderna, no nos está consentida ingenuidad alguna y no podemos aceptar ninguna afirmación que no haya superado la prueba de la crítica y la indagación epistemológica. Pero el momento en que hayan de ser examinadas todas esas distintas experiencias cognitivas resultará determinado por la propia indagación epistemológica en su avance lento pero seguro, inmisericorde en atenerse a su autoimpuesta disciplina.

Volvamos, pues, a la recién establecida conexión de las realidades empírica, fenomenológica y racional en la mente. Lo que ha hecho el análisis epistemológico con ello, es en realidad consolidar algo que resulta prácticamente imposible de ser negado, pues los hombres tenemos cotidianamente la experiencia de combinar en la mente conocimientos provenientes de la percepción, con conceptos, símbolos, números y figuras geométricas, y con los propios contenidos fenomenológicos de la conciencia. El análisis epistemológico nos ha llevado a concluir, además, que por fuerte que sea la conexión entre las tres experiencias, no se anula la distinción entre ellas ni entre las respectivas realidades que establecen. Esto también es una experiencia cotidiana común, pues el mismo yo psíquico o mente no se experimenta como unidad simple sino como realidad compuesta (al menos) de conciencia autoconsciente, razón intelectiva y sentidos perceptivos.

Ciertamente, con esto no hemos establecido la existencia de la mente o yo psíquico como ser metafísico, sino solamente que no obstante la distinción y exterioridad entre la realidad empírica, la conciencia y la realidad racional, ellas se presentan conectadas en la experiencia cognitiva de un sujeto complejo, integrador de conocimientos, que denominamos con esos términos. Esas experiencias, por separado y conectadas, fundan realidades cognitivas, no seres en sí en el sentido en que podría establecerlos una ciencia ontológica o metafísica, como pretendieron quienes en la experiencia del yo creyeron haber encontrado el acceso al ser en cuanto ser.

Es igualmente necesario precisar que al haber identificado los nexos que conectan a los sujetos de las experiencias empírica, fenomenológica y racional y a las realidades que ellos establecen como conocimientos, no hemos proporcionado en absoluto una explicación de dichos nexos, ni hemos siquiera comprendido cómo se constituyen o llegan a establecerse. Todo ello se presenta como una interrogante que en verdad remite a la metafísica pues solamente en el terreno del ser pudiera tal vez encontrarse alguna respuesta. En efecto, podemos pensar en nexos y conexiones entre conocimientos de distinto orden y separados o recíprocamente externos, precisamente porque estamos haciendo referencia sólo a conocimientos, o a realidades en cuanto establecidas cognitivamente, que se conectan y relacionan en un sujeto cognoscente compuesto que llamamos mente o yo psíquico. Si en cambio atribuyéramos entidad y sustancialidad a dichas realidades y a sus recíprocas separaciones, tendríamos que explicar cómo lo que es material y empírico pueda relacionarse con, y entrar a ser parte de, lo que es espiritual, y cómo lo que es espiritual pueda relacionarse con y ser parte de lo que es empírico y material. (Fue el problema que abordaron Aristóteles y Santo Tomás en la metafísica, y que resolvieron concibiendo: a) el ser como uno sólo (de modo que las realidades empíricas, conscientes y racionales estarían efectivamente conectadas y no separadas), b) cada ente cognoscible empírico como compuesto de realidad material perceptible y de esencia o forma inmaterial racionalmente inteligible, y c) la imaginación, la conciencia y la razón como facultades cognitivas de una sola alma sustancial, que es sujeto único de los conocimientos empírico, consciente y racional. Por nuestra parte, nos limitamos a constatar nexos cognitivos, conexiones entre sujetos de experiencias cognitivas diferentes que ponen en relación sus correspondientes conocimientos.)

A este nivel epistemológico la pregunta que todavía nos inquieta es: ¿puede llegarse a establecer, en base a la conexión de las tres experiencias cognitivas, la exterioridad de la razón respecto a la conciencia?

Mente y exterioridad de conciencia y razón.

Para responder esta pregunta debemos examinar la operación de la mente y las conexiones que en ella se dan entre la conciencia, la razón y el sujeto de la percepción empírica (los sentidos, el cuerpo y el cerebro). El punto clave a considerar es el siguiente: si la mente se constituye como sujeto cognitivo que es distinto de los tres que la forman al conectarse, ¿será posible establecer que en ella muestran ser distintos entre sí la razón, la conciencia y el sujeto empírico?

Para comprender adecuadamente la cuestión cabe precisar lo siguiente. Al decir que la conciencia y la razón se conectan en la mente y están en ella como dos de sus componentes, pareciera que ya afirmamos que la razón se constituye como distinto de la conciencia porque (y en cuanto) sería en la mente donde se conectan los respectivos sujetos de estas distintas experiencias cognitivas; pero podría no ser así, estableciéndose en cambio sólo la exterioridad y diferencia entre la conciencia y el sujeto empírico, si la mente se constituyera sólo por la conexión entre, por un lado la conciencia (que incluya en sí a la razón) y por el otro lado el sujeto de la percepción empírica. Dicho de otro modo, cabe la hipótesis que la mente no se constituya por la conexión entre tres sujetos cognitivos independientes, sino por el nexo entre dos de ellos (la conciencia y la razón) conectados "previamente" en la conciencia misma, con un tercero, el cerebro (donde confluyen las percepciones de los sentidos y el cuerpo sensitivo). Así, podría ser que la experiencia cognitiva compleja de la mente o yo psíquico permitiera sólo establecer la separación entre la conciencia (que contiene a la razón dentro de ella) y el cuerpo que percibe empíricamente.

Determinante será, pues, discernir cuáles sean los nexos constitutivos de la mente o yo psíquico, para lo cual se nos ocurre el recurso de observar y examinar lo que ocurre al yo psíquico como sujeto cognitivo compuesto cuando por algún motivo se interrumpe o se produce una ruptura al nivel de esos nexos. Si la operación cognitiva de la mente desaparece (o se interrumpe) cuando se corta (o interrumpe) un nexo particular, podremos considerar que dicho nexo sea constitutivo de la mente.

Y en efecto, que la mente o yo psíquico requiere necesariamente la conexión entre la conciencia y el sujeto empírico (cuerpo, sentidos y cerebro) lo corroboran múltiples hechos de experiencia corriente, en que la interrupción o ruptura de este nexo interrumpe o hace desaparecer la operación cognitiva del yo psíquico o mente. La desconexión, que puede ser momentánea o por tiempo prolongado, parcial o total, parece poder producirse desde ambos lados de la relación, o sea desde el cuerpo empírico o desde la conciencia racional.

Por el lado del sujeto empírico la interrupción o ruptura del nexo se verifica cuando el cerebro deja de trasmitir conocimientos empíricos a la conciencia en razón de que algún nexo empírico deja de operar. Esta desconexión entre el cerebro y la conciencia ocurre, por ejemplo, cuando la invasión de los sentidos y el cerebro por ciertos elementos químicos (en la anestesia, por ejemplo), o el corte físico de ciertos centros nerviosos, o la extirpación o daño de algún centro neuronal en el cerebro, interrumpen el flujo de informaciones empíricas, que no pueden por consiguiente hacerse conscientes (conectarse a la conciencia) y ser reconocidos por la mente. Se dice corrientemente que en esos casos el yo psíquico o la mente "pierde la conciencia", pudiéndose expresar lo mismo diciéndose que la conciencia ha perdido contacto cognitivo con la realidad empírica. Pero ¿por qué al interrumpirse la conexión con el flujo del conocimiento empírico la mente pierde también el conocimiento de sí misma, o sea la autoconciencia de la conciencia, dejando también de pensar racionalmente? Es que la mente o el yo psíquico se constituye en y por el nexo cognitivo entre la conciencia y el sujeto del conocimiento empírico. Interrumpido o roto este nexo, la mente o yo psíquico se desconstituiría como sujeto cognitivo, por lo que deja de operar en todo sentidos, o sea "pierde el conocimiento", sea éste empírico, fenomenológico o racional.

Por el lado de la conciencia parece también a veces interrumpirse el nexo, en el sentido que ciertos procesos internos de ella la desconectan cognitivamente del cuerpo, los sentidos y el cerebro perceptivos. Ello ocurre cuando la conciencia se concentra intensamente en su propio mundo interior y pierde el conocimiento de la realidad empírica. Parece suceder así, por ejemplo, cuando ciertos procesos de meditación espiritual profunda ponen a la conciencia en un estado de total separación e indiferencia respecto a la realidad empírica, en el estado que ciertos autores espirituales llaman de "noche oscura" o de plena oscuridad de los sentidos. El místico que en el éxtasis pierde conciencia del mundo que lo rodea, o el fakir que no se percata del dolor de los clavos y del fuego que penetran su cuerpo, parecen haberse puesto en ese estado de conciencia separada del cuerpo. Al interrumpirse el nexo entre la conciencia y el sujeto empírico, la conciencia no pierde la autoconciencia, pues no necesita ni se accede a ella mediante la experiencia empírica; pero ya no capta el flujo de las percepciones empíricas. ¿Es que los sentidos, el cuerpo y el cerebro han dejado de operar y de conocer empíricamente? Ciertamente no, como otro cognoscente empírico puede verificarlo empíricamente, científicamente, si examina los sentidos y el cerebro del sujeto que continúan operando. Pero al interrumpirse el nexo entre el sujeto empírico y la conciencia autoconciente, la mente o yo psíquico parece haberse desconstituido, o al menos haber dejado de conocer. Es lo que afirman, al volver a su estado mental habitual, quienes han experimentado esta separación: todos coinciden en que mientras se encontraban en aquél estado de conciencia separada, no solamente la mente había perdido el contacto cognitivo con la realidad empírica, sino que incluso el yo psíquico y la mente individual les eran ajenos: habían perdido la conciencia del yo psíquico, o de la propia mente como sujeto individual complejo. Ellos describen su conciencia como sumergida en un océano ilimitado, en una totalidad donde el yo psíquico y sus movimientos complejos no estaban presentes.

En los dos casos habría desconexión; pero sólo con la interrupción del flujo de informaciones empíricas la mente pierde conciencia del conocimiento, mientras que si es la conciencia la que se separa por autoconcentración, no se perdería completamente la autoconciencia. Una posible explicación de ello sería que, estando la conciencia habitualmente inmersa y situada en la mente, al disolverse las conexiones constitutivas de esta última la conciencia queda enteramente afectada. Cuando en cambio es la conciencia quien se separa de la mente por autoconcentración, no habría por qué perderse la autoconciencia: al interrumpirse la conexión con el sujeto del conocimiento empírico, la conciencia seguiría operando cognitivamente como conciencia autoconsciente, aunque la mente o yo psíquico haya cesado de integrar las experiencias cognitivas. Que no se pierda la autoconciencia podría también explicarse por el hecho que la desconexión de la conciencia respecto del yo psíquico no fuera en este caso completa: continuaría situada en el cuerpo y el cerebro habiéndose interrumpido solamente el nexo cognitivo con la percepción empírica. Pareciera confirmarlo el que la mente recupere -al menos parcialmente- el conocimiento que la conciencia tuvo en el tiempo de su separación, mediante el recuerdo de aquél conocimiento (recuerdo que es una operación cognitiva de la mente), aunque dicho recuerdo se presente -como testimonian quienes han experimentado esos estados de conciencia separada- debilitado.

Pero todo esto es bastante difícil de determinar, pues el análisis versa aquí sobre situaciones en que las experiencias cognitivas no proceden de la manera en que lo hacen habitualmente, y que la mente llega a conocer sólo indirectamente, sea por el recuerdo de experiencias anteriores o por referencias y testimonios de terceros. De ahí que en todo lo que hemos dicho sobre ellas hemos empleado la forma condicional o precedido las afirmaciones con el verbo "parecer", que alude a conocimientos insuficiente o insatisfactoriamente establecidos.

De todos modos, nada de esto es muy importante para responder la pregunta sobre la exterioridad entre la conciencia y la razón, pues en los casos examinados de interrupción del nexo cognitivo mental, aquello que ocurre con la experiencia fenomenológica de la conciencia sucede simultáneamente con la experiencia racional. Este hecho parece sostener que la razón sea parte de la conciencia y no algo externo a ella; pero tampoco es concluyente en este sentido, pues cuando la mente deja de operar es natural que se verifique simultáneamente la pérdida tanto de la conciencia como de la experiencia racional, aún si ellas fueran diferentes y separadas.

Pero el recurso empleado en esta indagación pudiera tal vez revelarse más apto para resolver la pregunta que nos ocupa, si pudiéramos aplicarlo a casos en que sea la razón la que eventualmente se desconecte de las otras experiencias cognitivas del yo psíquico.

Al respecto resulta interesante examinar aquellas situaciones en que los nexos que se establecen en la mente entre los sujetos empírico, fenomenológico y racional, son interrumpidos o alterados no por efecto de procesos internos a la realidad empírica y/o a la conciencia, sino por una pérdida de racionalidad cognoscitiva. La pregunta clave será, en estos casos, dilucidar si la alteración resultante de la "pérdida de la razón" implique desconstitución de la mente o yo psíquico como sujeto cognitivo complejo y compuesto.

Uno caso digno de examinarse es el de las alucinaciones que se verifican en la mente cuando el cerebro es invadido por ciertos elementos químicos que pueden provocar estados mentales de tristeza, amor, soledad, angustia y otros (que corresponden a fenómenos de la conciencia); a menudo en estas circunstancias la razón parece dejar de funcionar, perdiéndose la inteligibilidad y la coherencia racional del conocimiento. Distintos pero también interesantes son los casos – considerados como "demencia psíquica" - de pérdida de racionalidad en los cuales resulta alterada la percepción empírica (se ve, oye, siente, etc. lo que no ocurre). También la racionalidad puede verse afectada en ciertos estados de conciencia especialmente exacerbados de amor, odio, envidia, resentimiento, etc.

Otro estado mental digno de considerarse es el que ocurre cuando la mente duerme y produce los sueños, en la actividad onírica. No parece que podamos decir que en el estado de dormición el nexo entre la conciencia y la percepción empírica se encuentre interrumpido o roto, o que la mente o el yo psíquico se desconstituya; pero tal vez pueda sostenerse que la conexión se encuentra debilitada, o quizás establecida de otro modo, tal que la actividad cognitiva que se despliega como actividad onírica, genera sueños que parecen ser combinaciones de percepciones empíricas deformadas de las cuales la conciencia es consciente pero en un nivel y grado menor o distinto que el que tiene en estado de vigilia, o que se desvanece dejando una huella o recuerdo debilitado. Lo más interesante a considerar aquí, es que en la actividad onírica la razón no parece realizar operaciones lógicas, simbólicas, matemáticas y geométricas inteligibles y coherentes. Al estar la mente dormida y soñando se efectúan operaciones de estos cuatro tipos (en especial simbólicas), pero les faltaría la inteligibilidad y la coherencia que son propias de la racionalidad. Esta puede tal vez ser restablecida después, cuando vuelve a funcionar la mente en forma plenamente consciente, mediante un esfuerzo especial de “interpretación” de lo soñado; lo cual parece corroborar el debilitamiento o interrupción de la racionalidad en el precedente estado de dormición.

¿Permiten estos casos discernir si la conciencia y la razón sean sujetos distintos, y recíprocamente exteriores las realidades que respectivamente establecen como sus objetos de conocimiento? Si el análisis de los nexos no nos condujo a conclusiones definitivas al respecto, ¿puede decirnos algo más la consideración de las mencionadas rupturas y alteraciones de esos nexos?

Al respecto, el hecho que parece más significativo es que en las alucinaciones, en los sueños y en otros estados alterados de la mente, mientras la actividad cognitiva de la conciencia no se interrumpe en la mente o yo psíquico, la conciencia parece "perder la razón", esto es, no razona ya lógicamente, los objetos racionales pierden inteligibilidad y dejan de ser relacionados unos con otros de modo coherente.

Algo similar ocurre cuando ciertos contenidos cognitivos especiales de la conciencia (experiencias fenomenológicas de amor, odio, envidia, resentimiento, etc.) que alteran la percepción empírica, alteran también el operar de la razón. Así como los sentidos ven lo que no ocurre empíricamente o lo alteran, así la razón establece conexiones incoherentes, construye silogismos falsos, comete errores en los cálculos matemáticos, etc. A la inversa, cuando la mente recupera el uso de la razón, ésta a menudo se muestra capaz de cambiar los contenidos fenomenológicos de la conciencia: llevarla de la tristeza y la desesperación a la alegría y la esperanza, del desamor al amor, etc. Ello sugiere que en la mente la conciencia y la razón operan separadamente, llegando incluso a afectarse recíprocamente.

Aun más claramente orientado a distinguir la conciencia y la razón es lo que ocurre en aquellos estados de conciencia "separada" de la realidad empírica, cuando la conciencia se concentra en su propio mundo interior y pierde el conocimiento de la realidad empírica, o sea en aquél estado que ciertos autores espirituales llaman de "noche oscura" o de plena oscuridad de los sentidos. Los místicos que en el éxtasis pierden conciencia del mundo empírico que los rodea, al volver a su estado mental habitual y testimoniar que el yo psíquico y la mente individual les eran ajenos, coinciden también en sostener que en aquél estado no solamente le eran ajenos los objetos empíricos sino también la razón y los objetos racionales. Aseguran que en aquél estado los conocimientos no eran racionales, y que por ello no pueden expresar racionalmente (o sea mediante objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos) lo que conocieron; afirman que no ha sido aquella una experiencia cognitiva racional, y que todo lo que racionalmente pueden expresar de ella es inadecuado. Ellos hablan no solamente de "noche oscura de los sentidos" sino también de "noche oscura de la razón". Si esto fuera así, y sólo al reconstituirse la mente como sujeto cognitivo compuesto de conciencia, razón y cerebro la conciencia recupera la racionalidad, pudiera significar que la conciencia y la razón fueran separables, distintas entre sí, sujetos mutuamente exteriores que sólo se conectan en un sujeto cognitivo compuesto y complejo (el yo psíquico), distinto de ambas en cuanto sujetos de sus respectivas y diferentes experiencias cognitivas.

La pérdida de racionalidad en los estados de conciencia alucinatorios y oníricos, la recíproca influencia entre los contenidos fenomenológicos de la conciencia y los contenidos cognitivos racionales, y sobre todo la desconexión que en los estados místicos experimentaría la conciencia respecto a la razón, parecen indicios fuertes que argumentan en favor de distinguir la conciencia y la razón como sujetos cognitivos distintos y recíprocamente exteriores. Sin embargo no constituyen pruebas epistemológicamente concluyentes, pues todavía es posible pensar que en todos esos estados, la distinción es siempre y sólo aquella que se verifica entre dos lados de la conciencia, internos a ella. Lo que ocurriría en esos estados especiales de la mente sólo sería que el lado racional de la conciencia se tornaría menos conciente para la conciencia que lo contiene en sí.

Nos parece, así, haber vuelto al punto de partida. Pero esto no significa que nuestra exploración de las conexiones y desconexiones entre las tres experiencias cognitivas haya sido en vano o inútil para responder la pregunta que nos condujo a este análisis epistemológico. En efecto, los indicios de que la conciencia y la razón no siempre se encuentran conectados en la mente, o que su conexión pueda estar debilitada, nos motiva a continuar buscando la respuesta examinando la experiencia de la comunicación, la segunda de las experiencias cognitivas en que apreciamos que los sujetos empírico, fenomenológico y racional se conectan.

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