lunes, 18 de octubre de 2010

La sociedad civil

Xavier Díez de Urdanivia. El inteligente comentario de un lector de Zócalo acerca de la entrega anterior de esta columna me indujo a escribir ésta. Preguntaba él, retóricamente, si no estaría entre las patas faltantes de la mesa una mayor y más responsable participación de la sociedad en la construcción del país que queremos. Nada menos se puede hacer que concordar con ello.

La tan cacareada “sociedad civil” es preponderante, pero de tanto mencionarla ya ni se sabe bien a bien que quiere decir tal cosa y todos se arrogan la pertenencia a ella, con exclusión de los que no son afines. Vale por tanto la pena tratar de precisar los alcances de tan socorrido concepto.

Curiosamente, el término surge como un referente de Marx para distinguir al cuerpo comunitario, de lo que él consideraba como “estado”, que en su concepto era una superestructura montada sobre la estructura social, precisamente para dominarla, pero cayó en desuso, para resurgir en los años setenta del siglo pasado en el seno de los círculos neo-marxistas que eran adversos al autoritarismo socialista, reinterpretando la afirmación de Marx.

La convergencia posterior entre los movimientos opuestos al gobierno, tanto en los países ubicados tras la cortina de hierro como en los países desarrollados –económicamente- en occidente, buscando nuevos espacios de libertad y nuevas formas de participación democrática, produjo un replanteamiento de la autonomía de la sociedad civil y abrió una amplia gama de posibilidades para la compaginación de las luchas antiautoritarias en general. Bien podría decirse que ese replanteamiento significa una búsqueda de autonomía de la sociedad respecto del aparato de poder, para buscar desde ella la transformación del estado.

El Gobierno –aunque suele decirse, erróneamente, “el estado”- deja de ser visto como instancia neutral y de representar el monopolio de la política, para convertirse en una instancia más de búsqueda de esa transformación. Como todo indica que esa circunstancia crítica ha arrastrado consigo a otras instituciones políticas, entre ellas la democracia, la sociedad civil se convierte en un refugio frente a la crisis de identidad de la política democrática.

De todas maneras, el de sociedad civil resulta ser un concepto que no deja de ser impreciso. Hay que aclararlo entendiendo que está conformada por el conjunto de personas e instituciones que no están revestidas de poder político y son también ajenas a los centros de poder económico, frecuentemente aliados en los hechos.

En ese sentido, no importa si ese poder es el poder político institucional o el que deriva de la capacidad económica de grupos, corporaciones o instituciones, del país, extranjeras o transnacionales; el efecto, aunque en otra escala, es similar al predicado en el contexto estatal.

En suma, la sociedad civil son todos aquellos integrantes de una comunidad cuyos intereses no están alineados ni con el poder político ni con el económico, y por ser ajenos a esas instancias firmemente estructuradas, suelen carecer de organización, lo que los hace vulnerables en extremo.

El remedio –y parece que en ese sentido marcha la humanidad, aunque a veces se antoja que con exasperante lentitud- está en cobrar conciencia de la pertenencia al “corpus” y adquirir el justo sentido de responsabilidad que ello conlleva. He dicho eso antes aquí y por lo tanto he de decir hoy que coincido a plenitud con el comentario de ese inteligente lector.

Excurso: El jueves 30 de septiembre pasó a mejor vida el profesor Jesús Alfonso Arreola Pérez, hombre de bien y de familia, maestro de muchas generaciones, acucioso historiador e infatigable promotor de la cultura y la historia, liberal de pura cepa, comprometido con algunas de las mejores causas a que el ser humano puede dedicar su existencia. Descanse en paz, que bien puede hacerlo porque al final de su camino le corresponde el mayor de los honores: la satisfacción del sembrador que rinde cuentas de un deber cumplido a cabalidad.

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