domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 11

TERCERA PARTE VERDAD Y CONOCIMIENTO XI. QUË ES LA VERDAD. LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO.
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¿Qué puede entenderse como verdad del conocimiento?

Habiendo examinado las experiencias cognitivas empírica, fenomenológica y racional e identificado las realidades que establecen en el conocimiento, es el momento de abordar la cuestión de la verdad. Se trata de dilucidar si esas distintas y relacionadas experiencias cognitivas nos hacen acceder a la verdad sobre sus respectivos objetos de conocimiento, o dicho de otro modo, si podemos reconocer y discernir verdades en nuestro conocimiento de la realidad empírica, fenomenológica y racional. La cuestión debe ser precisada. ¿A qué nos referimos exactamente al plantear la pregunta por la verdad del conocimiento?

Desde luego, al preguntarnos por la verdad que pueda haber o no haber en el conocimiento estamos asumiendo que conocimiento y verdad puedan distinguirse, estando implícita la posibilidad de que el conocimiento no sea verdadero. Pero esta distinción que parece obvia, exige precisar con rigor conceptual en qué consista la diferencia entre el conocimiento y el conocimiento verdadero, lo que implica disponer de un concepto de verdad que sea claro y distinto. Cuestión que no ha resultado fácil para la filosofía, que a lo largo de su historia ha formulado distintas concepciones sobre la verdad y distinguido de diferentes maneras el conocimiento verdadero del que no lo es.

Ante todo, cabe señalar que la diferencia o distinción entre el conocimiento verdadero y el que no lo es no puede reconocerse sin hacer referencia a un tercer término respecto al cual difieran; en efecto, con sólo los términos conocimiento y verdad podemos concebir solamente que sean idénticos o que no lo sean, y decir entonces que el conocimiento es verdadero cuando se identifica con la verdad, y que no lo es cuando difiere de ella; pero esta afirmación es tautológica, pues no dice sino que el conocimiento es verdadero cuando es verdadero, y que no lo es cuando no lo es.

El conocimiento verdadero y el que no lo es sólo pueden distinguirse como la diferente relación que el conocimiento establezca, en uno u el otro caso, con algún “tercer” elemento de referencia (distinto del conocimiento mismo y de la verdad). Tal tercer término en base al cual se efectúe la distinción entre el conocimiento verdadero y el conocimiento no verdadero, ha de cumplir algunos requisitos, a saber: a) ha de ser algo distinto del conocimiento mismo, b) que esté relacionado con él, y c) en una relación que pueda ser conocida. Sólo si cumple estas tres condiciones el elemento de referencia servirá para efectuar la distinción entre los conocimientos verdaderos y los no verdaderos, y ser esta distinción establecida como conocimiento. En efecto, si no es algo distinto del conocimiento mismo no sirve para distinguir si él sea verdadero o no, pues no se constituye como un “tercer” término de referencia; si el conocimiento no se relaciona con él no podría determinarlo como verdadero o no; y si esta relación no fuera conocida por el sujeto, el sujeto cognoscente no podrá saber si su conocimiento sea o no verdadero.

No obstante lo anterior resulte obvio al formularse, ciertas filosofías han pretendido distinguir el conocimiento verdadero y el que no lo es refiriéndolo directamente a la verdad. Pero esto, si no quiere ser una pura afirmación tautológica, implica de todos modos hacer referencia a un "tercer" término: o se supone una Verdad existente en sí, absoluta e independiente del conocimiento, con el cual éste se confronte o compare; o se supone que la verdad se nos hace presente como evidencia, o sea como una suerte de intuición interior inmediata que señala en cada caso y sin posibilidad de duda ni error cuándo el conocimiento es verdadero y cuándo no lo es, siendo en este caso la intuición de la evidencia el término de referencia en base al cual se establecería la distinción.

Pero no conocemos una Verdad existente en sí, de modo que mal podrá servirnos para efectuar la comparación que nos permita reconocer la diferencia entre el conocimiento verdadero y el que no lo es (en otros términos, la supuesta Verdad existente en sí no cumple los requisitos de ser un término de referencia relacionado con el conocimiento y conocido en su relación con éste). Tampoco podemos aceptar que la verdad la reconozcamos mediante una evidencia o intuición interior inmediata, pues así el discernimiento de la verdad se convierte en algo subjetivo e íntimo; en otros términos, la evidencia o intuición inmediata no cumple el requisito de ser un término de referencia distinto del conocimiento cuya verdad se quiere determinar. Si para determinarlo como distinto entendemos la intuición o evidencia como algo puramente vivencial, una suerte de adhesión o rechazo más volitivo que intelectivo, entonces no cumple el requisito de ser una relación discernible cognitivamente. Y si se quisiera fundamentar la evidencia como criterio de la verdad, habría que hacer referencia a algún otro término que la fundamente, el cual habría de cumplir las tres condiciones enunciadas.

Es preciso, pues, primero identificar el término de referencia distinto del conocimiento, luego precisar la relación entre él y el conocimiento que pueda determinar a éste como verdadero o como no verdadero, y finalmente establecer cómo dicha relación pueda ser conocida y discernida por el sujeto cognoscente.

El único término o elemento distinto del conocimiento y relacionado con él que ha aparecido en nuestro análisis epistemológico es la realidad. En efecto, el análisis de las experiencias cognitivas nos llevó a establecer la realidad -especificada como empírica, fenomenológica y racional conforme al tipo de experiencia cognitiva mediante la cual se la determina y conoce-, como distinta del conocimiento mismo, pero relacionada con él, y siendo de algún modo conocida dicha relación. Aceptemos, pues, que en cuanto y en la medida que cumpla los tres requisitos indicados, la realidad pudiera ser aquél término de referencia necesario para distinguir entre el conocimiento verdadero y el que no lo es. Y en efecto, lo que interesa saber con la pregunta sobre la verdad es si el conocimiento de la realidad que se obtiene mediante las experiencias cognitivas sea verdadero o no verdadero.

Ahora bien, si la realidad es el término de referencia en base al cual discernir la diferencia entre el conocimiento verdadero y el que no lo sea, hay que precisar cual sea la relación que el conocimiento deba establecer con ella para que lo reconozcamos como verdadero. Por cierto, ha de tratarse de una relación única y precisa, no dependiente ni subordinada a otros conocimientos, de modo que permita distinguir el conocimiento verdadero del que no lo es en forma neta, clara, definitiva y no susceptible de ambiguedad ni duda, pues se trata de un concepto (el de verdad) con el que se ha de juzgar todo otro conocimiento o relación cognitiva.

Pues bien, la única relación que se puede establecer entre dos elementos de modo que permita efectuar alguna distinción o diferencia en uno de ellos sin recurrir a otro término de referencia (que sería entonces un “cuarto” término a integrar en la pregunta por la verdad), es la relación de identidad. Sólo la noción de identidad establece una relación unívoca e inequívoca entre dos cosas (A es idéntico a B); sólo ella constituye una relación entre dos elementos que puede pensarse sin hacer referencia a un tercer elemento; y sólo ella puede, sin hacer referencia a algún otro elemento, establecer una diferencia en la relación entre dos términos, por la sola afirmación o negación de la relación misma, o sea como identidad (A es idéntico a B) o no-identidad (A no es idéntico a B). Aplicado a nuestro caso, la diferencia posible es que el conocimiento sea idéntico a la realidad, o que no sea idéntico a la realidad.

Puesto que se han utilizado otros modos de relación entre el conocimiento y la realidad para definir la verdad, conviene precisar por qué no hay otra relación posible entre el conocimiento y la realidad que permita discernir la verdad del conocimiento, y que pueda formularse satisfaciendo las exigencias formales de la razón teorética que exige a los conceptos que sean claros y distintos, precisos e inequívocos. Si en lugar de "identidad" pensáramos en un tipo de relación distinta, por ejemplo, adecuación, aproximación, correspondencia, semejanza u otro similar, habría que hacer referencia a "cuartos" elemento con los cuales reconocer otras distinciones, por ejemplo, que el conocimiento de la realidad sea verdadero en un "sentido" y no en otro, en un "aspecto" pero no en otro, que suponga cierta "distancia", "grado" o "magnitud", etc.; pero sentido, aspecto, grado, distancia, o cualquier otro elemento en base al cual podamos reconocer las diferencias, tendría que ser algún otro contenido del conocimiento mismo, que habría que haberse establecido previamente como verdadero. ¿Pero con qué criterio de verdad podríamos discernir la verdad de esos "cuartos" términos de referencia, si ellos fueran parte de la misma definición o concepto de la verdad? Entraríamos en un razonamiento circular sin salida, que nos llevaría a implicar siempre más y más términos de referencia, sin fin.

Así, en base a aquella única relación que cumple las condiciones necesarias para discernir la verdad o no verdad del conocimiento, podemos concebir que el conocimiento es verdadero si se identifica con la realidad y que no lo es si tal identidad no se constituye, o sea si el conocimiento y la realidad difieren. Entenderemos, pues, que la verdad se establece como identidad entre el conocimiento y la realidad, o dicho de otro modo, cuando aquello que el sujeto cognoscente percibe, capta o comprende en sus experiencias cognitivas, coincide con las realidades a que se refieren esos conocimientos, en cuanto distintas de éste. Y si no coinciden, si hay diferencia entre lo que está en el sujeto como conocimiento y lo que está en la realidad como objeto distinto, si lo conocido (la realidad) se presenta en el conocimiento distorsionado, alterado, modificado de algún modo, diremos que el conocimiento no es verdadero, o que contiene error o falsedad.

Pareciera, sin embargo, presentarse una contradicción en la definición de la verdad como identidad y coincidencia entre el conocimiento de la realidad y la realidad en cuanto distinta de él. Si la realidad como término de referencia para distinguir entre el conocimiento verdadero y el que no lo es, ha de ser distinta del conocimiento, ¿cómo podemos decir que en la verdad se constituye idéntica a él? La contradicción es sólo aparente. La verdad (la identidad que se expresa en el concepto de verdad) es la verdad del conocimiento, y es el conocimiento el que puede ser verdadero o no. Así, cuando decimos que en la verdad se constituye identidad entre conocimiento y realidad decimos que esa identidad se constituye en el conocimiento y como conocimiento. No se trata, pues, de una identidad ontológica, (como si se tratara de dos seres que fueran idénticos y distintos a la vez, que es lo que resulta contradictorio) sino epistemológica: es el conocimiento el que puede ser verdadero, y lo es cuando se identifica o coincide con la realidad a que se refiere. La identidad constitutiva de la verdad consiste, así, en que la realidad (los objetos del conocimiento) coincide con el conocimiento que de ella tiene el sujeto; o dicho a la inversa, el conocimiento (en el sujeto) coincide y se identifica con la realidad (los objetos en cuanto distintos del sujeto que los conoce).

Esta relación de identidad o coincidencia del conocimiento respecto a una realidad distinta del conocimiento es lo que determina el conocimiento como objetivo, en el sentido que el objeto del conocimiento (establecido como realidad), sea conocido (o establecido como conocimiento) tal como es en cuanto realidad, o dicho más simplemente, que se lo conozca "objetivamente", tal como es en cuanto exterior al sujeto, sin distorsión o alteración producida por éste. Aunque, conforme al concepto de verdad expuesto, decir "verdad objetiva" resulta redundante, porque si decimos verdad "no objetiva", o "subjetiva" en el sentido que en el conocimiento la realidad se presenta modificada, alterada, intervenida por la subjetividad del cognoscente, estamos justamente diciendo que la realidad no está siendo conocida como tal, que el conocimiento se distancia de ella, que el criterio de discernimiento de la verdad no se cumple. En otras palabras, la verdad subjetiva (en el sentido dicho) no es verdadera verdad.

La verdad metafísica y la objetividad en el conocimiento no metafísico.

Pero hay otro problema, y es que habiendo definido de este modo la verdad, el reconocimiento de ella nos plantea exigencias que solamente el conocimiento metafísico podría cumplir. En efecto, si entendemos la verdad como la identidad establecida y lograda en el conocimiento, entre éste y algo que no es él mismo, sólo podría reconocerse como verdadero el conocimiento de la realidad en sí, o sea del ser en cuanto ser. Sólo una realidad absolutamente independiente del conocimiento y que no se altera al ser conocida, puede ser criterio de distinción neta y definitiva entre el conocimiento que se identifica con ella y el que no lo hace. Dicho de otro modo, sólo puede ser verdadero un conocimiento que conozca la realidad en sí, tal como es independientemente de su conocimiento; o sea aquél conocimiento que llamamos metafísico u ontológico.

No habiendo accedido cognitivamente al ser en sí no hemos accedido a la verdad del conocimiento, y aunque disponemos ya de un concepto riguroso de verdad carecemos de conocimientos que correspondan plenamente a lo que define el concepto de verdad. En efecto, en ausencia de una metafísica del ser en cuanto ser podemos establecer cognitivamente (percibir, captar, concebir) la realidad solamente en cuanto establecida por el conocimiento mismo, y en consecuencia dependiente y condicionada por el sujeto, de modo que no podemos hablar respecto a estas experiencias cognitivas de verdad en el pleno y exacto significado de ella.

¿Concluye aquí la cuestión de la verdad? ¿Hay algún sentido en que podemos todavía preguntarnos por la verdad en referencia a conocimientos no metafísicos? ¿Pueden las realidades empírica, fenomenológica y racional, que son distintas pero no completamente independientes del sujeto, permitirnos de algún modo discernir entre conocimientos verdaderos y otros que no lo son? Ante todo hay que precisar en qué sentido se podría aplicar el concepto de verdad a estos tipos de conocimiento.

El análisis de nuestras distintas experiencias cognitivas nos ha llevado a comprender que nuestro conocimiento establece la realidad como sujeto y como objeto, distinguiendo en ella en cuanto conocida los que podemos considerar un lado interno y un lado externo. Para nuestro asunto de la verdad y su discernimiento en los niveles del conocimiento empírico, fenomenológico y racional, resulta decisivo el haber llegado a establecer que los objetos de esos conocimientos son determinables como externos al sujeto que los conoce, y que lo trascienden y son más que los objetos conocidos. En efecto, sólo por tal exterioridad y trascendencia se hace posible que la realidad empírica, fenomenológica y racional cumpla, aunque sea en parte, las condiciones que la constituyen como un "tercer" término entre el conocimiento y la verdad, distinto, relacionado, y conocido.

Pues bien, aplicando el concepto de verdad a estos tipos de conocimientos, la verdad consistiría en que el sujeto y el objeto de ellos, o sea que el lado interno y el lado externo de la realidad experimentados cognitivamente, lleguen a identificarse, de modo que lo percibido, captado y comprendido al interior del sujeto (como conocimiento), coincida con la realidad establecida como objetos empíricos, fenomenológicos y racionales exteriores al sujeto que los establece en el conocimiento. Si hubiera identidad o coincidencia entre los contenidos del conocimiento (la realidad en el sujeto cognoscente) y la realidad como objeto conocido, la diferencia entre el contenido del conocimiento y su objeto desaparecería, pudiéndose reconocer el conocimiento como verdadero; mientras que si la diferencia aparece y puede ser reconocida (no alcanzándose la identidad entre ambos), habremos de asumir que el conocimiento se distancia o se diferencia de la realidad, que no coincide con ella, o sea que no es verdadero.

La pregunta es, pues, la siguiente: ¿es posible que en las experiencias cognitivas de las que resultan los conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, la diferencia entre lo que aparece en el sujeto como conocimiento y los objetos de la experiencia cognitiva establecidos por ella como realidad exterior, llegue a desaparecer, constituyéndose en tal modo conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales verdaderos?

Al plantearnos así la cuestión de la verdad de estos tipos de conocimiento, no debemos olvidar, y es preciso reconocer siempre, que las realidades empírica, fenomenológica y racional son establecidas como distintas y exteriores al conocimiento por y en el conocimiento mismo que las establece como realidades conocidas. Sujeto y objeto son, en estas formas de conocimiento, contenidos del conocimiento mismo, y en cuanto son establecidos en y por el conocimiento los reconocemos a ambos como realidades. Pero esto no significa que el conocimiento y la realidad sean idénticos o que coincidan, en el sentido en que se constituye la verdad, pues entenderlo así significaría que todo conocimiento empírico, fenomenológico y racional es verdadero, que el conocimiento y la verdad son la misma cosa, sin que pueda distinguirse un conocimiento verdadero de otro que no lo sea. Como hemos visto, la verdad supone que la realidad (como "tercer" término) sea distinta y exterior al conocimiento. Los que en los conocimientos empírico, fenomenológico y racional se presentan distintos y exteriores entre sí son el sujeto que conoce y el objeto conocido. Lo que podría, pues, llegar a coincidir y a identificarse en estas formas de conocimiento no metafísicos, es el conocimiento del sujeto con el objeto del conocimiento. Aquí adquiere sentido, pues, hablar de objetividad del conocimiento, que no es ya lo mismo que hablar de verdad absoluta.

Pero, claro, la sola formulación de la pregunta hace imposible una respuesta positiva, porque la exterioridad y trascendencia de las realidades empírica, fenomenológica y racional respecto al sujeto respectivo, que funda la posibilidad de hacerse la pregunta, la hemos establecido de dos modos. El primero, por exclusión o inaccesibilidad, lo que supone referirse a una realidad que está fuera del conocimiento, y no tiene sentido hablar de conocimiento verdadero respecto a realidades no conocidas. El segundo, como exterioridad de objetos establecidos por el sujeto en una experiencia cognitiva que si bien los determina como distintos y exteriores del sujeto, el conocimiento de ellos se verifica al interior de éste, lo que inevitablemente nos hace sospechar que tal conocimiento se encuentre afectado y condicionado por el sujeto cognoscente.

No obstante ello cabe preguntarse si sea posible, en todas o en algunas de estas experiencias cognitivas, reconocer de algún modo y en algún sentido al menos una aproximación entre el conocimiento que tiene el sujeto y el objeto exterior de dicho conocimiento, o sea que la diferencia pueda ser establecida como mayor o menor, y si ella pueda reducirse o minimizarse. Aunque no se alcance la identidad, ¿será posible reconocer al menos una similitud, una cierta correspondencia, una adecuación, entre lo que la experiencia cognitiva establece en el sujeto como realidad interior y lo que establece como objeto en cuanto realidad exterior? ¿Podemos acceder, ya que no a la verdad, al menos a verdades relativas y parcialmente objetivas? ¿Estamos en condiciones de discernir una mayor o menor proximidad, una mayor o menor distorsión, de estos conocimientos respecto a sus objetos? ¿Es posible apreciar y evaluar la magnitud de la diferencia? Ello nos permitiría, al menos, reconocer el grado de relatividad y objetividad posible de alcanzar en estas formas de conocimiento, y descubrir los modos en que sea posible disminuir la diferencia o aproximar el conocimiento a la verdad.

Obsérvese que, al plantearnos la posibilidad de estos grados y niveles de verdad y objetividad del conocimiento, o sea de sólo aproximaciones o correspondencias o semejanzas y no de identidad o coincidencia, ya no incurrimos en un pensamiento circular, pues no estamos ahora definiendo la verdad. Se trata en cambio, de que ya disponiendo de un concepto claro y distinto de la verdad, lo empezamos a aplicar a los conocimientos, o sea a medirlos, evaluarlos, juzgarlos con aquél concepto. Al hablar de verdad en estos sentidos relativos, o de grados de verdad, no hemos modificado el concepto de verdad como identidad o coincidencia ni lo sustituímos por nociones tales como semejanza, correspondencia, aproximación, etc., que harían de la verdad algo vago, confuso e impreciso. Estamos sólo postulando la posibilidad de verdades parciales, de niveles de precisión y/o de distorsión del conocimiento respecto a la realidad establecida como su objeto, de grados de aproximación o distancia relativa respecto a la objetividad. El concepto de verdad sigue siendo aquél, preciso, exacto y riguroso; y precisamente por ser tal es que se constituye como criterio de discernimiento y juicio de la verdad posible (entendida como aproximación, adecuación, etc.) para el conocimiento empírico, fenomenológico y racional, que aún no pudiendo tratarse de una verdad plena, perfecta y absoluta pudiera en cambio ser parcial, imperfecta y relativa.

Para discernir la eventual aproximación, correspondencia, semejanza, etc. de estos conocimientos respecto a la realidad, habremos de hacer referencia a otros conocimientos que las mismas experiencias cognitivas establezcan. Esos otros conocimientos (que serían esos "cuartos" términos de referencia necesarios para discernir en cada caso), no podrían ser entendidos como verdades (porque serían ellos mismos establecidos por un conocimiento relativo, aproximado, etc.), de modo que no podrán ser asumidos como criterios absolutos de verdad, reemplazando la noción de identidad. Pero siendo establecidos por el conocimiento como reales, podrán servirnos para apreciar la magnitud de la diferencia, y tal vez llevarnos a identificar formas y modos de corregir, ampliar y perfeccionar la percepción empírica, la captación fenomenológica y la comprensión racional, alcanzando la experiencia cognitiva del sujeto mayor proximidad, semejanza o correspondencia con el objeto (o sea, reducir la diferencia, disminuir el error). Procedamos, pues, a discernir y juzgar los grados o niveles de aproximación a la verdad en estas experiencias cognitivas, empezando por el conocimiento empírico.

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