domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 3

III. HACIA UN NUEVO COMIENZO, ASUMIENDO LA CRITICA MODERNA.
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Volver a empezar.

Cuando una época termina es necesario comenzar una nueva. Porque el espíritu humano quiere seguir viviendo y pensando, y la filosofía como su expresión más eminente se resiste a aceptar la derrota y el fracaso definitivos. La pregunta por el ser reaparece inevitable, inquietando la conciencia, porque no le tenemos respuesta cierta. Desde el momento que la filosofía se encuentra sin base consistente no queda más que buscar una nueva base fundamental y fundacional, en la que pueda reiniciar su búsqueda de verdad y certeza sobre el ser.

Para hacerlo será necesario, ante todo, superar el desaliento que deja la experiencia cumplida. En efecto, el interrogante que surge espontáneamente es cómo pueda pretenderse alcanzar el éxito cuando no parecen haberlo logrado las más grandes y lúcidas mentes filosóficas que se han abocado a ello durante siglos e incluso milenios. Digo "no parecen" haberlo logrado y no que no lo hayan conseguido jamás, porque nuestra indagación se ha limitado hasta aquí al recorrido efectuado por los filósofos modernos desde Bacon y Descartes. Podría ser que alguna respuesta a la pregunta por el ser haya sido encontrada en el pasado y que se hubiera perdido cuando fue introducida en el pensar filosófico la duda metódica y el sujeto como fundamento del pensamiento y del ser. El problema es que la pérdida es real y es actual, de modo que aún si la verdad sobre el ser hubiese estado en alguna conciencia humana anterior, no podemos esperar recuperarla simplemente explorando y revisitando los textos filosóficos antiguos en que hubiese podido ser expuesta.

De hecho esos textos son objeto de la más prolija y rigurosa indagación filosófica académica; pero la verdadera tarea filosófica no consiste en examinar los textos sino en formularse las preguntas necesarias y buscar las respuestas que satisfagan al intelecto. Si la verdad sobre el ser hubiese sino alcanzada en el pasado, como la conciencia se encuentra marcada hoy por la duda, la desconfianza y la carencia de un punto de partida y de una base cognitiva consistente, aquella verdad antigua nos resultará inevitablemente ingenua e insuficientemente fundada por no haber sido en su tiempo sometida a la rigurosa crítica epistemológica moderna. A la inversa, exponer hoy la antigua verdad a dicha crítica inevitablemente la altera -deja de ser la verdad que era-, pues el resultado no puede ser otro que subjetivarla y consiguientemente relativizarla. No queda sino la posibilidad de iniciar una nueva indagación filosófica sobre el ser y la verdad, que si bien podrá servirse de los textos y aprovechar la experiencia de las filosofías anteriores, deberá constituirse necesariamente como una búsqueda original e inédita.

Pero el hecho es que desalentados se encuentran decenas de miles de doctores en filosofía que en las universidades han convertido la tarea filosófica -la búsqueda de la verdad sobre el ser- en otra mucho más modesta y accesible a todos ellos, cual es el estudio de la historia de la filosofía y la investigación filológica cada vez más acuciosa de los textos de los grandes autores antiguos, modernos y contemporáneos. Pero como dijo Husserl, "ciertamente nos es necesaria la historia, pero no como guía del historiador que nos lleve a perdernos en los nexos del desarrollo en que surgieron las grandes filosofías, sino para hacernos inspirar por las filosofías mismas y por su propio contenido espiritual. En efecto, desde estas filosofías del pasado, si penetramos con la mirada en su interior y sabemos ensimismarnos en el espíritu de sus palabras y teorías, nos llega una vitalidad filosófica, rica y potenciada por sus motivos reales. Pero no llegamos a ser filósofos a través de las filosofías. Permanecer atados a la historia, ocuparnos en una actividad histórico-crítica, y querer alcanzar la ciencia filosófica mediante una elaboración ecléctica y "renascimental", todo ello no lleva más que a intentos sin esperanza. El impulso a la investigación no debe provenir de las filosofías sino de las "cosas", de los problemas. La filosofía por su esencia es ciencia de los verdaderos principios, de los primeros orígenes".

No obstante el desaliento y el pobre desempeño de los doctores, hay motivos para pensar que hoy finalmente existen las condiciones para una nueva indagación metafísica que pueda esta vez ser coronada por el éxito. Ante todo, es preciso considerar que la historia de la filosofía con sus fallidos intentos metafísicos es insuficiente para concluir que sea definitivamente imposible acceder al conocimiento verdadero del ser. Pues en más de dos milenios de filosofía, sólo dos caminos de búsqueda han sido realmente explorados, lo que es demasiado poco para concluir la imposibilidad de acceder al conocimiento verdadero del ser, especialmente si podemos comprender la debilidad de los fundamentos sobre que se levantaron aquellas filosofías.

En efecto, en la historia de la filosofía podemos distinguir sólo dos grandes épocas. La primera, correspondiente a las llamadas filosofías antigua y medieval, que estuvo dominada por la gran figura de Aristóteles y su delimitación del campo de la metafísica con los conceptos de ente, sustancia, género y esencia; y la segunda, correspondiente a las filosofías moderna y contemporánea, que dominada por la gran figura de Kant instala al centro la crítica de la razón y se orienta a descubrir el ser en la conciencia y el sujeto. En ambas grandes épocas filosóficas el predominio ejercido por figuras filosóficas tan poderosas, que establecieron campos de indagación y búsqueda delimitados por sus respectivos puntos de partida y sus conceptos básicos, pueden haber determinado que la investigación metafísica siguiera caminos sin destino y sin salida, imposibilitando descubrir la vía real conducente.

Las experiencias cognitivas que están a la base y fundamentan la metafísica de los entes, sustancias, géneros y esencias eran las tres siguientes: el sentido común (que concebía el mundo compuesto de cosas y objetos, plantas y animales, hombres y artefactos); las antiguas disciplinas clasificatorias (en particular la mineralogía, la botánica y la zoología); y las religiones y creencias que hablaban de dioses, ángeles, demonios y espíritus individuales. ¿Podía la filosofía trascender los límites de tales experiencias cognitivas y los horizontes de aquél contexto cultural? El hecho es que la grandeza de Aristóteles y el poder de convicción de aquellas bases cognitivas impidieron el despliegue de búsquedas metafísicas abiertas a otras formulaciones posibles, en que la realidad no fuese determinable como entes sustanciales dotados de esencias o naturalezas inteligibles mediante conceptos universales y genéricos. Pero la actual superación del sentido común, de las antiguas disciplinas clasificatorias y de las restricciones dogmáticas a la búsqueda independiente de la verdad, junto a la consiguiente crítica moderna que demostró la ingenuidad epistemológica de la metafísica de los entes, sustancias, géneros y esencias, dejan espacio a nuevas formulaciones del problema del ser y abren el campo a búsquedas que consideren los notables avances y las sorprendentes formulaciones que proponen las ciencias contemporáneas sobre la realidad.

En cuanto a las filosofías críticas y subjetivas, ya expusimos ampliamente sus comienzos, recorridos y alcances, y cómo nos sacaron del ingenuo optimismo para conducirnos al desaliento y la suspicacia. Pues bien, para superar este estado de ánimo y evitar otros "comienzos falsos" que puedan hacernos reandar caminos que ya sabemos no conducen al objetivo perseguido, antes de buscar aquella nueva base fundamental y de iniciar una nueva experiencia filosófica, es conveniente y necesario extraer las lecciones de la aventura concluida, hacer el aprendizaje final reflexionando sobre lo que ha sido el tiempo que termina. Podemos esperar que el camino andado por la filosofía moderna y contemporánea no haya sido totalmente en vano. En todo caso, cualquier nuevo comienzo deberá hacer las cuentas con esta filosofía moderna y contemporánea que es ya pasado y que, inevitablemente, permanecerá en la conciencia humana para siempre.

Ante todo, no hay ya ingenuidad posible: la inocencia se pierde una sola vez y jamás se recupera. Esto significa que ninguna conciencia humana puede pretender que posee alguna verdad absoluta a la que haya accedido partiendo de sí misma, ni esperar que por el mismo camino pueda lograrse un conocimiento plenamente objetivo y verdadero de la realidad empírica (natural, humana y social) y de la realidad fenomenológica (la conciencia consciente del mundo y autoconsciente de sí misma). Esta conclusión es ya una verdad que nos ha sido proporcionada por la filosofía moderna.

Al reconocer una verdad como ésta no estamos planteando el argumento simple e ingenuo con que suele rebatirse el escepticismo y el agnosticismo, que al negar la posibilidad de todo conocimiento verdadero estarían proponiendo una afirmación que consideran y deben aceptar como verdadera, por donde el escepticismo y el agnosticismo se negarían a sí mismos. Si bien este retrueque argumentativo es lógicamente correcto, la superación del escepticismo y del agnosticismo a que conduce es sólo aparente, pues el escéptico o el agnóstico pueden aceptar, sin abandonar su radical negación del acceso al conocimiento de la realidad como es, que la única verdad es que no hay verdad posible, que es exactamente lo que sostienen; y aún pueden agregar que, quien quiera concluir de allí que la posición escéptica o agnóstica es contradictoria, no hace sino confirmar que la razón humana se contradice a sí misma, con lo cual su negación de la verdad y la certeza encuentra un nuevo argumento. En todo caso, argumentar que la verdad no puede ser negada porque tal negación sería ya una verdad, jamás podrá ponernos en camino al conocimiento del ser.

Lo que en cambio estamos aceptando como una verdad que podemos afirmar con seguridad, es que cualquier conocimiento susceptible de ser adquirido por un sujeto humano dentro de sí y a partir de sí mismo, sea que lo haya elaborado por inducción basada en la experiencia sensible o por indagación fenomenológica de la propia conciencia, es relativo y subjetivo. Esta afirmación la asumimos como resultado de una profunda indagación filosófica que se extendió durante cuatro siglos, y no de una simple réplica dialéctica. Se trata, por cierto, de una verdad epistemológica y no metafísica, por lo que no es suficiente para iniciar sobre ella la reconstrucción de esta ciencia.

Ahora bien, en esta verdad epistemológica está contenida otra aún más importante, a saber, que es el sujeto del conocimiento (la conciencia humana en su propio acto del conocer empírico, fenomenológico y racional) quien lo determina como subjetivo y relativo, de modo que podemos afirmar que ese mismo sujeto es relativo y no absoluto en cuanto cognoscente, y por tanto también en cuanto a su particular realidad como sujeto. El esfuerzo racional efectuado vanamente por alcanzar el ser a partir del sujeto deja claro que la razón, la conciencia, el existente individual, el Dasein, o como quiera llamarse al sujeto del conocimiento relativo, no es un existente absoluto. Con esta afirmación no se niega que el ser absoluto exista; pero sabemos ya, y debemos aceptar como verdad racional, que exista o no exista un ser absoluto, éste no es nuestra conciencia, que ha mostrado ser sujeto relativo. Tampoco se descarta totalmente que la verdad metafísica sea accesible al hombre; pero sabemos también que la verdad sobre el ser no puede lograrse sobre las bases y por las vías en que se lo ha intentado, o sea desde el sujeto.

Si reflexionamos sobre estas primeras conclusiones nos damos cuenta de que ellas significan aceptar el cogito cartesiano en un sentido restringido, tal como queda después de ser sometido a la crítica kantiana y posterior. Lo que aceptamos es que si bien el pensar es una experiencia indudable de la conciencia, el contenido de dicho pensar es subjetivo, precisamente porque es puesto y resulta condicionado por el mismo sujeto de la experiencia cognitiva, que llamamos conciencia. Y lo que sea el sujeto o la conciencia que tiene esa experiencia cognitiva de sí misma, tampoco lo sabemos de manera absoluta o metafísica, pues tal conocimiento se nos presenta como uno de los contenidos de su propio pensar subjetivo. Por eso, en vez de identificar en el sujeto pensante, o en aquello que llamamos conciencia autoconsciente, la base sólida y el cimiento seguro de una nueva y completa filosofía verdadera que nos permita recuperar el ser (vano intento de Descartes y luego de Kant, Husserl, Heidegger, Sartre y los otros), nos limitamos a reconocerlo mucho más modestamente como capaz de proporcionarnos la verdad de que el conocimiento que se puede construir sobre él es relativo y subjetivo. Conclusión ésta de gran importancia, pues nos lleva a superar de plano la perspectiva filosófica moderna.

Descartes pretendió fundar en el cogito, en el sujeto pensante, una metafísica, una filosofía del ser. Lo que en realidad hizo fue solamente iniciar una época filosófica que, en el largo camino y el consistente esfuerzo de explicitar las implicaciones contenidas en dicho punto de partida, concluyó finalmente que aquello no era posible. Lo más importante que aprendemos de toda esta historia es que el punto de partida que fue puesto por Descartes y asumido por la filosofía posterior como "la verdad primera", o sea la afirmación del sujeto pensante y dudante que somos, la autoconciencia de nuestro pensar y dudar, la experiencia "existencial" del yo individual, no son fundamento suficiente para sostener una filosofía que proporcione verdad y certeza metafísica.

Pero llegando a esta conclusión estamos aceptando una verdad tremenda, que deberemos tener siempre presente y que habrá de ser compatibilizada y coherentemente articulada con cualesquiera sean las otras verdades y certezas que alcancemos o a que nos conduzcan otros comienzos filosóficos. Aún más, cualquier otro fundamento de la filosofía deberá aceptar esta verdad consolidada. Por ello, tampoco podemos recuperar sin más las metafísicas precartesianas, sea que hayan pretendido acceder al ser en cuanto ser a partir de la realidad empírica y de las cosas percibidas por el sujeto, o que lo hayan hecho a partir de las ideas que podamos concebir y relacionar en la conciencia. Al no comprender que todas nuestras percepciones y todos los contenidos fenomenológicos de nuestra conciencia están inevitablemente mediatizados por nuestra subjetividad, tales metafísicas se nos presentan actualmente como ingenuas e insuficientemente críticas del propio conocimiento.

Aceptar la verdad fundamental de la filosofía moderna significa, pues, desplazar el sujeto consciente y autoconsciente del centro y de la base de la filosofía; y al mismo tiempo, si no rechazar en su conjunto las filosofías anteriores a Descartes (que también ellas pueden llevarnos a algunas verdades importantes), reconocer la debilidad de todas aquellas que pretendieron fundar la metafísica sobre las realidades naturales o mentales aprehendidas por los sentidos y la conciencia autoconsciente. Es claro, pues, que necesitamos encontrar una nueva base si queremos levantar una nueva filosofía.

Algunas otras enseñanzas de la filosofía moderna.

Antes de ponernos a buscar una nueva base, un nuevo principio, un nuevo acceso a la verdad del ser, conviene todavía ver si la filosofía moderna nos haya proporcionado algunos otros conocimientos seguros. Vimos, en efecto, que uno de sus caminos de investigación versó sobre la cuestión de la lógica y del método del conocimiento, y es oportuno precisar las conclusiones de tal búsqueda.

A este respecto, la crítica que Bacon, Descartes, Kant, Hegel, Leibniz y otros filósofos modernos hacen a la lógica formal deja en claro, no su falsedad, invalidez o inutilidad, sino en primer término que no es capaz de fundar por sí sola el conocimiento del ser, porque no es apta para establecer los primeros principios de la metafísica; y en segundo lugar, que los conceptos con que trabaja no han de ser "confusos ni responder a una abstracción precipitada de los hechos", sino precisos, claros y distintos. Si la razón los formula y define con precisión y con contenido unívoco, la lógica puede proceder, proporcionando coherencia al pensamiento. Coherencia pero no verdades a las que llegue por sí misma, pues que se acceda lógicamente a ellas no depende sólo de la corrección formal del razonamiento sino de la verdad de las premisas y principios de que parta. El grado de veracidad y convicción a que nos conduzca el razonamiento lógico y el cálculo matemático, está supeditado al grado de veracidad y convicción que tengan las premisas de que parten, sean ellas afirmadas a priori, inducidas de la experiencia, aceptadas por fe, obtenidas por intuición o por cualquier otro medio. Hasta aquí, la crítica moderna sólo reafirma lo que ya sabía la filosofía antigua.

Por otro lado, las cartesianas "reglas para la dirección del espíritu" constituyen una contribución importante (necesaria pero no suficiente) para darle certeza al conocimiento, y lo mismo podemos afirmar sobre las elaboraciones de Leibniz, Husserl y de muchos otros lógicos y matemáticos que han contribuido a precisar los distintos modos en que la razón conecta las ideas, los conceptos y los números de modo que sus conclusiones deban ser aceptadas. Los enlaces disyuntivo, conjuntivo o hipotético de las proposiciones, la teoría pura de los números, la teoría matemática de los conjuntos, igual que la antigua lógica silogística y las modernas lógica de predicados, simbólica, matemática, etc. nos proporcionan una ciencia formal de la razón. Similarmente podemos concluir que la inducción y sus métodos, que han sido perfeccionados por los filósofos y los científicos, constituyen procedimientos confiables al nivel de las ciencias positivas. Podemos confiar en la razón y en el proceso de nuestro pensar cuando proceden con coherencia lógica y rigor metodológico, una vez que dispongan de conceptos rigurosos y de verdades seguras de las cuales partir. Por lo demás, más allá de las declaraciones, en los hechos la lógica y los métodos inductivos, deductivos y matemáticos fueron ampliamente utilizados incluso en la indagación crítica que llevó a sostener la imposibilidad del conocimiento objetivo del mundo y de sí mismo.

Pero todas estas metodologías -deductivas, matemáticas e inductivas- no son propiamente filosofía, mucho menos ciencia del ser, y ni siquiera nos enseñan nada sobre lo que sea la razón misma: sólo nos clarifican cómo procede la razón cuando se satisface a sí misma en su exigencia interna de corrección formal. Dicho de otro modo, la filosofía y las ciencias disponen hoy de una gama más amplia de instrumentos racionales a los que pueden recurrir y a los que deben atenerse para darle coherencia a su investigación, aunque todavía no sepamos qué consistencia metafísica tengan los objetos que relacionan, sean ellos empíricos, racionales o fenomenológicos.

Así, la línea de búsqueda relativa al organum, al método o a la lógica del pensamiento, no solamente ha logrado precisar los requisitos y exigencias que la razón se pone a sí misma para reconocerse coherente, sino que ha conquistado también una importante verdad que debemos poner junto a las que anteriormente destacamos. En efecto, no deja de tener importancia el haberse clarificado definitivamente que la razón y la lógica no son por sí mismas capaces de fundar el conocimiento verdadero del ser. En otras palabras, que el fundamento y principio de una futura metafísica posible no puede ser puesto por la razón teorética o pura, como pretendiera Kant. Esto, en realidad, ya lo había comprendido Aristóteles y lo sabía la metafísica premoderna; pero es conveniente destacarlo porque inicialmente pareció que la moderna crítica a aquellas desmoronaba la lógica junto con la metafísica anterior.

Reconociendo, pues, la validez relativa de la lógica, debemos sin embargo agregar que la misma conclusión que niega que hayamos accedido ya a un conocimiento completo y absoluto se aplica a la propia lógica y a los métodos del conocimiento, por lo que es preciso aceptar la posibilidad de que sean desarrollados en el futuro, tal vez en conexión con otra filosofía o con otras ciencias que llegaren a formularse, nuevos métodos y lógicas, nuevos organum y nuevos principios o criterios de coherencia aún no descubiertos o precisados.

¿Es sólo esto lo que podemos rescatar de la filosofía moderna? Ciertamente ella nos ha dado muchísimo más, en una profusión de conocimientos fenomenológicos sobre los contenidos de la conciencia individual, que incluyen no sólo el análisis de las experiencias existenciales de la desesperación y la angustia, del tedio y la náusea, del ser-ahí, del ser-en-el-mundo y del ser-con-otros, sino también de la esperanza y de la memoria, del tiempo y del espacio vividos, de la acción y de la moral, de la voluntad y la libertad, del poder y del lenguaje, y tantos otros contenidos y modos de la conciencia que esas filosofías han examinado y analizado con rigor fenomenológico. En cuanto fundados en la experiencia del sujeto o de la conciencia individual, este saber tiene validez fenomenológica y existencial para el sujeto que lo desarrolla, y puede ser comunicado y aceptado por otros sujetos que se reconozcan en él por tener similares experiencias existenciales; pero no alcanza el nivel de verdad y certeza ontológica a que aspira la filosofía del ser.

Respecto a las ciencias positivas que proceden por inducción y que utilizan la lógica y las matemáticas en su proceso de construcción de conocimientos físicos, químicos, biológicos, psicológicos y sociológicos, también hemos obtenido importantes conclusiones. La filosofía crítica nos las ha descubierto, en efecto, capaces de proporcionar conocimientos empíricos y en base a éstos hipótesis y generalizaciones teóricas; pero nunca verdades metafísicas. En cuanto empíricos, o sea en cuanto se accede a ellos en base a la percepción y a los sentidos, su validez y el nivel de verdad en que se constituyen se nos muestran dependientes del grado de validez y de verdad que tenga la experiencia perceptiva. En este sentido, las ciencias modernas han perfeccionado metódicamente la percepción, tornándonos capaces de distinguir rigurosamente las condiciones bajo las cuales podamos reconocer la información empírica como confiable. Sobre dicha experiencia las ciencias proceden inductiva, lógica y matemáticamente en la construcción de hipótesis y modelos teóricos; pero es claro que por más rigurosa y coherentemente que se construyan estos modelos e hipótesis, ellos no adquieren el carácter de exactitud y certeza que, en su nivel formal, le atribuimos a la lógica y a las matemáticas mismas, porque toda la elaboración científica se sustenta, en último término, sobre la información empírica que las ciencias procesan inductiva, lógica y matemáticamente.

También esta conclusión es de gran importancia filosófica, más por lo que niega que por lo que afirma. En efecto, ella implica reconocer que las ciencias positivas, por más que avancen en su investigación y que descubran y abran nuevos campos de conocimiento sobre la materia, la vida, la psiquis humana y la sociedad, no podrán jamás responder a las preguntas que interrogan sobre el ser del universo, de la conciencia, de Dios, de la verdad (aunque ellas puedan servirnos eficazmente en la reformulación de dichos problemas y preguntas).

Además, la crítica epistemológica nos ha mostrado que la percepción y la información empírica, aunque puedan ser perfeccionadas y afinadas extremadamente, implican siempre e inevitablemente una elaboración subjetiva, de modo que todas las ciencias deben aceptar el carácter relativo de sus conocimientos. Y como la experiencia empírica no se detiene y la información que proporciona aumenta constantemente, guiada por las propias hipótesis y modelos teóricos que se construyen sobre ella, las ciencias positivas no permanecen estáticas, lo cual explica que el desarrollo científico procede descartando o corrigiendo los conocimientos anteriores, en un proceso que no tiene término.

La realidad como experiencia cognitiva.

Para la exacta recuperación de las enseñanzas que deja la filosofía moderna a quién se proponga refundar la metafísica sobre nuevas bases, parece necesario efectuar todavía una importante precisión respecto a lo que ella definitivamente descarta y lo que efectivamente establece respecto a la realidad y a su conocimiento. La cuestión se plantea porque una deficiente comprensión del problema levantado por Descartes y Kant y de las conclusiones a que llega la filosofía moderna, podría conducir a la idea -de hecho difundida por ciertos profesores de filosofía más interesados en sorprender a sus alumnos que en llevarlos a una cabal comprensión del problema filosófico- que con la crítica del conocimiento desaparece cualquier posible objeto del conocimiento. Pero la filosofía está lejos de ser un pensamiento alucinante que pone en duda toda realidad y con ello se niega insensatamente a sí misma. Afirmar que todo conocimiento es subjetivo, relativo o incluso falso ¿niega al sujeto del conocimiento? ¿No es acaso que lo supone, pues de sus capacidades cognitivas se habla? Afirmar que carecemos de acceso a la verdad del ser en cuanto ser, o al ser en sí de la realidad que conocemos ¿implica negar la realidad a cuyo ser y verdad no accedemos?

La duda que se extiende sobre el contenido de verdad que tenga cualquier conocimiento, y la afirmación de que no sea posible acceder al ser mediante el conocimiento empírico, fenomenológico y racional, y específicamente la negación de la posibilidad de una ciencia metafísica por estas vías, no implican negar las experiencias cognitivas mismas ni afirmar que éstas carezcan de todo objeto. El propio Sartre, cuando reduce el ser a la nada porque no encuentra el ser en la conciencia ni en las ideas ni en la realidad exterior, que serían sólo apariencias, no puede dejar de reconocer que esas mismas afirmaciones epistemológicas hacen referencia a la conciencia, a las ideas y a la realidad que aparecen en la mente. Lo que desaparece en Sartre es la entidad metafísica de la realidad, a la que no accede; pero no tiene sentido alguno negar la realidad si por ella entendemos aquello sobre lo cual versa el conocimiento, aunque éste no sea objetivo y verdadero.

Tenemos experiencia cognitiva de la realidad empírica, de la propia conciencia y de los objetos racionales; lo que no sabemos es qué sea el ser de aquello que conocemos, y por eso nos planteamos la pregunta. Por la experiencia existencial de mi mismo sé que percibo, que pienso y que existo, aunque no sé qué es lo que percibo, ni la verdad de lo que pienso, ni qué sea el existir que me atribuyo. La experiencia cognitiva, en cuanto cognitiva de algo, lo reconoce como algo, o sea como realidad de la que se tiene experiencias cognitivas; el problema se presenta porque esas experiencias no nos dicen en qué consista el ser de la realidad experimentada, ni qué sea el sujeto de dicha experiencia, ni si el conocimiento que proporciona dicha experiencia sea verdadero.

Para mantener clara y explícitamente, sin riesgo de confusión, esta diferencia entre la realidad en cuanto conocida y la realidad en cuanto ser, distinguiremos de ahora en adelante los dos términos que antes unimos (realidad y ser), reservando "realidad" para denotar aquello sobre lo que versa el conocimiento (o sea la realidad en cuanto objeto de conocimiento, sea o no éste verdadero), y dejando el vocablo "ser" para referirnos al ser en cuanto ser (o sea a la realidad en sí misma, si es que existiere independientemente de que tengamos o no conocimiento de ella).

Negar la realidad en cuanto aquello a que se refiere el conocimiento (y que se quisiera conocer en lo que es), sería simplemente insensatez, no filosofía, y quienes esto sostienen no hacen más que contribuir al desprestigio de ella. Pero reconocer la realidad es sólo asumir los contenidos de experiencias cognitivas cuya veracidad puede ser puesta en duda y resulta cuestionada; es así que el verdadero problema de la filosofía moderna no consiste en que no pueda establecerse la realidad como objeto del conocimiento, sino en que no tendríamos modo de conocer qué sea la realidad en cuanto ser, en sí misma, independientemente de nuestro conocimiento de ella. Así la filosofía, aún después de la crítica al conocimiento, puede continuar indagando en las experiencias cognitivas -empírica, fenomenológica, racional y de cualquier otro tipo- y examinar los contenidos de las realidades que se establecen en dichas experiencias.

Entendiendo por "realidad" aquello que aparece en las distintas experiencias cognitivas, en función de la pregunta que interroga por el ser de dicha realidad interesa y es posible precisar epistemológicamente, o sea mediante el análisis de esas experiencias cognitivas mismas, qué es lo que en ellas aparece como contenido del conocimiento. Dicho de otro modo, desde el punto de vista de la pregunta por el ser interesa explorar y discernir aquellas realidades que establecen la experiencia empírica sobre la que se construyen las ciencias positivas, la experiencia racional sobre la que se construyen las ciencias lógica y matemática, y la experiencia fenomenológica o "existencial" de la conciencia sobre la que se construye la ciencia fenomenológica. Si la comprensión del ser de dichas realidades quedará como tarea pendiente para una metafísica que llegue a fundarse sobre bases propias, ella podrá tal vez servirse de esta segunda reflexión epistemológica sobre lo que las propias ciencias positivas, lógicas y fenomenológicas dicen respecto a las realidades que estudian. Por lo demás, tal reflexión epistemológica es lo único que por ahora podemos proponernos hacer sobre dichas ciencias, y conviene explorar sus posibilidades.

Pero no se trata solamente de que podamos hacerlo, pues ello se presenta como una necesidad ineludible. En efecto, entendiendo que la intención de la metafísica es acceder al ser en sí de aquella realidad que aparece en nuestro conocimiento (empírico, fenomenológico, racional, etc.), cualquier metafísica futura deberá estar precedida por la indagación epistemológica, o sea por el estudio del conocimiento y de sus contenidos, que ha de efectuarse preliminarmente aún sabiendo que no será en esta "realidad conocida en cuanto conocida" que tendremos acceso a la verdad de la realidad en cuanto ser. Tal vez esta indagación nos aproxime, o quizás nos indique el camino que conduzca al fundamento de la metafísica. Porque el error de los filósofos quizás haya consistido hasta ahora en la pretensión de partir de un primer principio que se imponga por sí mismo (de allí que se lo haya concebido como una verdad primera autoevidente, un axioma que no necesita demostración, una experiencia indubitable desde el cual derivar todo otro conocimiento), en vez de buscarlo (lo que supone un largo camino de reflexión e investigación que avance desde la duda y la inseguridad hacia la certeza, desde la ausencia de verdad hacia la verdad) y establecerlo al final, como resultado.

Procedamos, pues, a esta “segunda” indagación epistemológica de la realidad conocida, esto es, de los objetos del conocimiento. Empezaremos por la experiencia empírica, abordaremos luego la experiencia fenomenológica, y finalmente la experiencia racional.
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SEGUNDA PARTE ANÁLISIS EPISTEMOLÓGICO DE LAS EXPERIENCIAS COGNITIVAS DE LAS REALIDADES EMPÍRICA, FENOMENOLÓGICA Y RACIONAL . IV. LA EXPERIENCIA COGNITIVA DE LA REALIDAD EMPIRICA Y LA NO EMPIRICIDAD DE LA CONCIENCIA. › ...

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