domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 5

V. LA EXPERIENCIA FENOMENOLOGICA DE LA CONCIENCIA Y LA EXTERIORIDAD DE LA REALIDAD EMPIRICA.
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La realidad fenomenológica.

La conciencia como realidad –o sea como objeto de conocimiento- es establecida en y por una experiencia cognitiva singular en la cual el sujeto cognitivo se reconoce como sujeto y objeto de su propio conocimiento. Lo que llamamos conciencia autoconsciente se presenta en el experimentarse del sujeto a sí mismo, interior e íntimamente, como cognoscente que se conoce como realidad en el acto mismo del conocer. Dicho de otro modo, la conciencia se establece en su autoconocimiento, o sea en la experiencia cognitiva de un sujeto que es consciente de su propia actividad cognitiva, y que en la misma experiencia cognitiva se identifica con la realidad conocida (la conciencia como objeto del conocimiento). Así, la conciencia se establece y concibe a sí misma con un doble carácter de sujeto (cognoscente) y de objeto (realidad conocida).

Esta experiencia cognitiva de la conciencia autoconsciente parece ser común a todos los sujetos pensantes, y es aquella misma que llevó a Descartes a la formulación del famoso Cogito (en que cada conciencia puede autoidentificarse al afirmar "pienso y sé que pienso"); pero ya vimos que Descartes se extralimitaba al asumirla como una experiencia metafísica capaz de establecer firmemente sobre ella el acceso al conocimiento certero del ser y la existencia, derivando de la experiencia del pensar la afirmación de la existencia del yo ("cogito, ergo sum"). Adoptando la terminología moderna posterior a Descartes, nos referiremos a esta experiencia cognitiva como experiencia fenomenológica, significando con esta expresión no sólo a la conciencia que se capta a sí misma como realidad autoconsciente sino también a todo fenómeno de conciencia, o sea a todo lo que aparece y se presenta en ella de modo consciente. La realidad fenomenológica sería la conciencia como realidad autoconsciente y que es también consciente de numerosos otros fenómenos de conciencia.

La indagación epistemológica de esta experiencia cognitiva busca identificar la realidad que aparece en esta experiencia, o sea la conciencia y sus fenómenos, como objetos de conocimiento fenomenológico; y la primera pregunta que a este nivel se plantea, importante en función de una posible futura ciencia metafísica, es si en esta segunda experiencia cognitiva aquella exterioridad entre la conciencia y la realidad empírica que fuera establecida en la experiencia empírica por exclusión, como inaccesibilidad de la conciencia para la experiencia empírica, aparezca y resulte establecida también por la experiencia fenomenológica, o sea desde la conciencia misma y no ya por su exclusión: como conocimiento fenomenológico (consciente) de la realidad empírica en cuanto externa a la conciencia, y de la conciencia como realidad que no forma parte de la realidad empírica.

Para responder esta pregunta es preciso, al menos en una primera instancia, examinar la experiencia fenomenológica desde ella misma e identificar la realidad que se presenta en ella como conocimiento (como aquello que conoce); pues si intentáramos responderla desde la experiencia empírica el resultado estaría ya dado, y no sería otro que excluir y negar la conciencia como realidad fenomenológica distinta de la realidad empírica, o sea aceptar como realidad de la conciencia solamente lo que pueda ser reconocido empíricamente o reconducido a conocimiento empírico.

El análisis de la experiencia cognitiva de la conciencia, o experiencia fenomenológica, y de las ciencias que en ella se fundan, nos pone no solamente ante la conciencia autoconsciente misma, sino también y simultáneamente ante un vasto conjunto de otros objetos fenomenológicos presentes en la conciencia, entre los cuales se encuentran los datos e informaciones proporcionados por la experiencia empírica, de la cual la conciencia es consciente. Así, en la experiencia fenomenológica la conciencia se capta no solamente como autoconsciente sino también como consciente de diferentes realidades, del mundo, la naturaleza, el tiempo, el espacio, el cuerpo, el yo, los otros, la sociedad, las emociones, las ideas, los valores, los juicios éticos, el pensar lógico, las ciencias, etc. Y aunque estos objetos fenomenológicos (u objetos de conciencia) son captados en la conciencia misma, se le presentan como distintos de ella: la experiencia fenomenológica de la conciencia distingue entre la conciencia autoconsciente de sí y sujeto que conoce otras realidades y mundos, y lo que ella capta al tener conciencia de esas realidades y mundos fenomenológicos, en la cual distinción los considera como externos.

Pero cuando la experiencia fenomenológica de la conciencia distingue entre ella misma y lo que ella capta como "mundos" exteriores, no establece una exterioridad ontológica que ponga estos "mundos" como trascendentes a la conciencia o a ésta trascendiendo aquellos, que implicaría reconocerles entidad y existencia separada de la realidad de la conciencia. Se trata solamente de la exterioridad que aparece en la experiencia interior de la conciencia, entre el sujeto de la experiencia fenomenológica y los objetos fenomenológicamente captados por ella y en ella misma como distintos de ella. Esa misma exterioridad es captada fenomenológicamente, esto es, por una conciencia que es consciente de sí misma como sujeto de la experiencia fenomenológica, y que es consciente de las distintas realidades de conciencia. Conciencia y "mundo" de conciencia se relacionan, pues, en un mismo campo de realidad fenomenológica. La exterioridad entre la conciencia y el "mundo" de que es consciente, es aquella relación fenomenológica que se establece en la propia conciencia, que se capta a sí misma como sujeto de la experiencia fenomenológica y que capta a los demás objetos fenomenológicos en ella. Dicho de otro modo, la conciencia es consciente de sí y de los conocimientos que ella posee en sí misma. Algunos de tales conocimientos se refieren a la conciencia misma y otros versan sobre realidades que se presentan en ella como distintas de ella; pero todos esos conocimientos, en cuanto conocimientos, son realidades fenomenológicas, objetos de conciencia.

Del mismo modo, pues, en que el análisis de la experiencia empírica nos hizo concluir que toda la realidad empírica es solamente realidad empírica y nada más que empírica, este análisis de la experiencia fenomenológica nos lleva a concluir que toda la realidad fenomenológica es solamente realidad fenomenológica, esto es, fenómenos de conciencia presentes en la conciencia. Si a la base o al fondo de la realidad de la conciencia con todo lo que contiene exista o no un ser ontológico, y si dicho supuesto ser consciente sea ontológicamente distinto de las realidades que conoce como externas y distintas de ella, es algo que no puede decir la experiencia ni la ciencia fenomenológicas, sino sólo la metafísica si es que llega a constituirse sobre bases propias y distintas de las bases que sostienen a las ciencias empíricas y fenomenológicas. (En este sentido tiene razón Sartre cuando critica a Heidegger que, al captar la conciencia como ser-en-el-mundo pensó establecer fenomenológicamente un mundo real fuera de la conciencia, cuando no hacía más que captar la conciencia "que contempla sus propias formas", sus propios contenidos cognitivos.)


¿Es la conciencia exterior a la realidad empírica o no más que una parte de ésta?


Así aparecen la conciencia y la realidad fenomenológica ante un análisis que investiga esta experiencia cognitiva a partir de ella misma y de los contenidos cognitivos que establece. Pero la ciencia epistemológica, que no se limita a una sino que investiga todas las experiencias cognitivas y sus posibles conexiones, se interroga cual sea la relación entre las realidades establecidas por las experiencias empírica y fenomenológica, y en vez de suponerlas separadas y recíprocamente exteriores, o de postular que la conciencia y lo que ella conoce se mantienen encerrados en un ámbito puramente fenomenológico, puede plantearse una hipótesis diferente: en vez de postular la conciencia como realidad no empírica, suponer que entre la conciencia experimentada fenomenológicamente y la realidad experimentada empíricamente exista algún nexo o relación que permita reconducir enteramente la realidad fenomenológica a la realidad empírica. En tal caso la conciencia y todo el mundo fenomenológico tendrían que ser reconocidos sólo como un componente y una parte de la realidad empírica.

Esta es una hipótesis que puede plantearse aún cuando hayamos previamente establecido que la experiencia cognitiva empírica no puede acceder directamente al conocimiento de la conciencia y de la realidad fenomenológica, que no pueden ser vistas, palpadas, oídas ni sentidas con los órganos exteriores ni interiores del cuerpo y el cerebro. En efecto, sería la ciencia epistemológica –que no el conocimiento empírico- quien afirmaría que aún existiendo una diferencia entre el tipo de experiencia cognitiva por el que percibimos las cosas y aquél mediante el cual captamos la conciencia, no habría entre los objetos conocidos en ambas experiencias una discontinuidad en términos de realidad, sino nexos y vínculos entre ellos que las ciencias empíricas podrían reconocer. Si fuera así, tendríamos que la conciencia y su mundo fenomenológico no serían realidades de un tipo distinto al de las otras realidades empíricas conocidas por los sentidos, el cerebro y el cuerpo.

De hecho hay filósofos que se niegan a aceptar la realidad de la conciencia como distinta y exterior a la realidad empírica, y la experiencia fenomenológica como capaz de proporcionar conocimientos de realidades distintas a las que accede la experiencia empírica. Ellos conectan el que llamamos conocimiento fenomenológico al conocimiento empírico, de manera que lo que se ha concebido como conciencia autoconsciente no sería sino una particular forma y parte de la realidad empírica, percibida en un tipo de experiencia distinta a la de los sentidos pero igualmente empírica. Es ésta una reafirmación del monismo, pero inverso al del subjetivismo moderno que todo lo reconduce al interior de la conciencia; lo que se reafirma por estos autores es un monismo empírico, conforme al cual se reconoce la conciencia sólo en cuanto componente de la realidad empírica, y a ésta como la única realidad posible de conocerse.

La formulación de esta hipótesis – que podemos llamar reduccionista en el sentido que reduce la conciencia a mero hecho empírico - se enmarca en las corrientes filosóficas empirista y positivista, que rechazan la posibilidad de alguna ciencia que trascienda la experiencia empírica. Pero esta hipótesis tiene un problema, y es que llega a concluir no más que lo ya afirmado como punto de partida, como "partido tomado", en un procedimiento tautológico. En efecto, si se acepta como conocimiento posible solamente el que tenga basamento empírico, todo aquello que no sea empíricamente verificable será inevitablemente excluido y negado. Pero es posible dar cabida y oportunidad a la hipótesis empirista, en cuanto ella podría sostenerse encontrando una explicación de los fenómenos de conciencia y de la conciencia misma que los vincule y haga depender completamente del conocimiento empírico. Dicho de otro modo, si la conciencia autoconsciente y toda realidad fenomenológica fuera explicable en términos puramente empíricos y sin necesidad de aceptar algún tipo de conocimiento no empírico, la hipótesis de la exterioridad entre la experiencia empírica y la fenomenológica podría descartarse.

La explicación que los empiristas proponen de la conciencia y los fenómenos de conciencia, es que ésta se configuraría enteramente en base al hecho cognitivo de la memoria y el recuerdo (entendidos como el registro en el cerebro de las imágenes empíricas que pueden ser "revisitadas", o sea recordadas y hechas nuevamente presentes mediante un acto cognitivo de imaginación). Tales memoria, recuerdo e imaginación, como ya observamos al analizar la experiencia empírica, forman parte de la realidad empírica y pueden ser localizables empírica y materialmente en el cerebro, órgano empírico del conocimiento empírico que en este hecho pondría de manifiesto su complejidad y refinamiento, pero en ningún caso la pretendida afirmación metafísica de la conciencia como sujeto cognitivo supraempírico. Siguiendo a B.Russel, A.J.Ayer expresa este punto de vista en los siguientes términos: “Todo lo que está implicado en la auto-conciencia es la capacidad de un sujeto de recordar algunos de sus estados anteriores. Y decir que un sujeto A es capaz de recordar algunos de sus estados anteriores es, sencillamente, decir que algunas de las experiencias sensoriales que constituyen A contienen imágenes de recuerdos que corresponden a contenidos sensoriales que anteriormente se han producido en la historia sensorial de A. Y así encontramos que la posibilidad de auto-conciencia no implica, en modo alguno, la existencia de un ego sustantivo.“ (A.J.Ayer, en Lenguaje, Verdad y Lógica).

Los fenómenos de conciencia (que llamamos realidad fenomenológica) serían no otra cosa que el conjunto interconectado de las imágenes que la experiencia empírica ha sedimentado en el cerebro, o sea los conocimientos de origen y tipo empírico anteriores que el cerebro registra y conserva en la memoria de modo que pueden ser hechos de nuevo presentes ante determinados estímulos o conexiones del sistema nervioso y sensitivo, sin que sea necesario que estén otra vez presentes ante los ojos, oídos y demás órganos del conocimiento empírico los objetos empíricos que dieron lugar a las percepciones. Entre tales imágenes de origen puramente empírico habría que incluir las ideas y conceptos, que no serían más que palabras, o sea sonidos y signos imaginados y memorizados, que empleamos convencionalmente para clasificar y relacionar los datos e informaciones empíricas, siendo el pensamiento y la racionalidad una realidad puramente linguística. Lo que llamamos yo y/o conciencia sería no más que la capacidad cerebral de relacionar aquello que ha sido previamente conocido empíricamente con los nuevos contenidos del conocimiento empírico, todo integrado en y por un mismo cerebro biológico. Como en la memoria todos las imágenes y recuerdos se conectan y relacionan unos con otros y con las actuales sensaciones y percepciones, en una muy compleja red neuronal (y lingüística) que configura un sistema cognitivo integrado, se crearía la apariencia -pero solo la apariencia- del operar de un sujeto único, de un yo indivisible, de una conciencia no compuesta de partes y que trasciende el momento presente.

Este hecho empírico (de la integración de todos los recuerdos y percepciones en una memoria única) experimentado como sensación interna, sería la única base de aquello que erróneamente -según estos autores- ha llegado a llamarse conciencia y a considerarse un yo subjetivo autoconsciente. La autoconciencia no sería sino un fenómeno cognitivo empírico por el cual se recuerdan e integran las experiencias empíricas experimentadas y registradas en algún lugar del cerebro. La conciencia no sería más que esta capacidad cognitiva de acumular y revisitar las experiencias y conocimientos empíricos, o sea una realidad empírica falsamente asumida como conciencia no empírica, que por desconocimiento de su real status epistemológico ha dado lugar a la ilusión o falsa hipótesis metafísica de que al interior del individuo biológico humano habitaría una sustancia de naturaleza espiritual y no empírica.

Respecto a esta concepción filosófica debemos ante todo reiterar que en nuestra indagación epistemológica no está en debate la existencia sustancial de la conciencia como supuesto ser inmaterial o espiritual. Tal es un asunto metafísico completamente distinto al que aquí nos planteamos, y al respecto sólo podemos decir que no puede ser respondido positiva ni negativamente al nivel del análisis epistemológico que estamos desenvolviendo. Ya vimos, en efecto, cuán ineficaz se demostró la filosofía moderna al pretender acceder al ser desde la conciencia, y cuán vano es pretender que el conocimiento empírico acceda a cualquier realidad no empírica como sería una hipotética sustancia espiritual. La pretensión de los empiristas, positivistas y filósofos “analíticos”, de negar la entidad espiritual de la conciencia en base al análisis epistemológico, es tan carente de consistencia como aquella inversa que pretenda darle sobre similares bases una respuesta positiva. Pero veamos qué puede decir y hasta donde puede llegar el análisis epistemológico de la experiencia fenomenológica.

La interrogante que aquí efectivamente nos planteamos se refiere a las experiencias cognitivas empírica y fenomenológica y a las realidades que establecen como conocimiento. A través de la indagación sobre ambas experiencias la epistemología pretende esclarecer si entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica conocidas exista alguna relación y/o distinción que permita o no sostener la exterioridad de aquella respecto a la conciencia, y de ésta respecto a la realidad empírica. La exterioridad entre ellas significaría que la experiencia fenomenológica no puede acceder por sí misma a la realidad que conocemos empíricamente, del mismo o similar modo en que la experiencia empírica no puede acceder por sí misma a la realidad que conocemos en la autoconciencia fenomenológica.

En el marco de esta interrogante (y no de la cuestión metafísica relativa a la sustancialidad del yo o de la autoconciencia) tiene sentido y es pertinente analizar la hipótesis que reduce la experiencia fenomenológica a una forma especial de experiencia empírica. La cuestión podría ser reformulada en estos términos: ¿encontramos en la conciencia autoconsciente contenidos cognitivos distintos e irreductibles a aquellos sensoriales o empíricos que forman parte de nuestras percepciones, recuerdos e imágenes, incluidas entre éstas las palabras y el lenguaje? Habrá que reconocer exterioridad entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica, si el análisis epistemológico nos conduce a sostener que aquellos contenidos cognitivos que se presentan en la conciencia como ella misma y su “mundo” fenomenológico, no son iguales ni asimilables sino de un orden y tipo distintos e irreductibles a aquellos conocimientos que obtenemos mediante los sentidos, el cuerpo sensitivo y el cerebro, configurantes de la que llamamos realidad empírica. Si fuere así, la conciencia como realidad fenomenológica no sería lo mismo que la memoria y la imaginación empíricas que recuerdan y combinan percepciones, y el “mundo” fenomenológico de la conciencia no constituiría la misma realidad que conocemos a través de los sentidos, el cuerpo y el cerebro perceptivos (presentes y/o recordados e imaginados).

Ante todo veamos en qué hechos y argumentos pudiera fundarse la reducción de la conciencia autoconsciente a la simple memoria e imaginación unificante de los conocimientos empíricamente adquiridos. Para fundamentar esta hipótesis se aduce básicamente el hecho que los contenidos de nuestro conocimiento empírico –lo que vemos, oímos, palpamos, sentimos, etc. y que luego recordamos-, se presentan efectivamente como contenidos cognitivos de la que llamamos conciencia autoconsciente. Dicho de otro modo, la realidad empírica que conocemos y recordamos sensitivamente, aparece formando parte también de la realidad fenomenológica de la que somos conscientes. Este hecho, en efecto, plantea un problema a la hipótesis que sostiene la exterioridad entre ambas experiencias cognitivas. Pues si la experiencia y la realidad empíricas se hacen presentes en la conciencia y resultan incluidas en la realidad fenomenológica, para sostener que la conciencia es exterior y no tiene acceso por sí misma a la realidad empírica habría que encontrar alguna explicación de cómo la realidad empírica llega a ser consciente, o a ser parte de la realidad fenomenológica.

Pues bien, aún quedando pendiente la explicación del modo en que la realidad empírica llega a hacerse presente en la conciencia autoconsciente, este hecho no justifica suficientemente reducir la conciencia a simple memoria y procesamiento imaginativo y lingüístico de los contenidos de la experiencia empírica, por dos razones precisas, a saber:

La primera razón que nos impide reducir la realidad fenomenológica a la realidad empírica es que, si bien ésta se hace presente en la conciencia, no se presenta en ella en cuanto empírica, sino transformada, alterada, convertida en realidad fenomenológica, en fenómeno de conciencia no empírico, situación o estado en el cual permanece inaccesible para la percepción de los sentidos corporales. En efecto, la materia, el “mundo”, el tiempo, el “otro”, del mismo modo que las ideas, los valores éticos, los juicios por los que distinguimos las acciones como moralmente buenas o malas, y todo lo que se hace presente en la experiencia fenomenológica de la conciencia al captarse a sí misma como conciencia de y como ser-en-el-mundo o ser-en-el-tiempo o ser-con-otros, y como ser ético y axiológico, etc., no son una determinada porción de materia compuesta de átomos sino una representación inmaterial de ella, la idea y la definición abstracta y general de la materia, la materia concebida e interpretada subjetiva y conceptualmente; no es el tiempo inmediato en que transcurren fácticamente las cosas y que medimos empíricamente con ayuda del reloj, sino el tiempo vivenciado interiormente, la temporalidad como dimensionamiento subjetivo que otorga dirección y sentido a los procesos conscientes y a los desarrollos históricos que pensamos transcurren desde pasados remotos hacia futuros posibles; no es el comportamiento psíquico de Pedro o de Juan, individuos con que interactúo cotidianamente, ni el reconocimiento social de sus méritos y virtudes, tales como son percibidos por los sentidos, recordados por la memoria, y luego examinados por las ciencias positivas, sino criterios, normas y valores universales que nos hacen emitir juicios éticos, estéticos y filosóficos sobre el bien y la verdad y la belleza de personas y actos que pueden no existir ni ocurrir jamás; no las imágenes materiales de cosas y sensaciones registradas, conservadas y combinadas más o menos artificiosamente en el cerebro, ni las palabras como sonidos audibles y figuras visibles con que integramos convencionalmente conjuntos de percepciones e imágenes recordadas, sino los contenidos intelectuales de esas imágenes, el sentido expresivo y poético de esas palabras y estructuras linguísticas. La conciencia y su “mundo” imterior que concebimos como realidad fenomenológica son eminentemente subjetivos, no están compuestos de átomos, no experimentan la fuerza gravitacional, con ellos no nos encontramos ni encontraremos nunca en el mundo empírico.

La empírica y la fenomenológica manifiestan de este modo ser experiencias cognitivas que establecen, la primera, objetos que podemos ver y palpar o verificar mediante refinados instrumentos empíricos, y la segunda, objetos de los cuales tenemos conciencia pero que no son susceptibles de verse y palparse o percibirse de algún modo empírico. (De allí que no sea lo mismo preguntarse si haya exterioridad entre la conciencia y el "mundo" fenomenológico -que es la exterioridad que puede reconocerse entre el sujeto y los objetos de la experiencia fenomenológica- , y preguntarse si la haya entre la conciencia -sujeto fenomenológico- y la realidad empírica -objetos del conocimiento empírico.)

La segunda razón por la que no podemos reducir la experiencia fenomenológica a la experiencia empírica es que muchos de los contenidos cognitivos que se presentan en la conciencia no pueden estar constituidos sólo en base a recuerdos de experiencias sensoriales, porque no son susceptibles de ser ni haber sido experimentados sensorialmente. Es el caso de ideas abstractas que no hacen referencia a hechos, datos o experiencias empíricas posibles (como las ideas de perfección, Dios, espíritu, autonomía, libertad, metafísica, absoluto y muchas otras), y también los silogismos, razonamientos, cálculos, configurados exclusivamente con conceptos generales, números, símbolos, etc., y el mismo fenómeno de la autoconciencia de la conciencia. Nada de esto puede haber sido visto ni palpado ni experimentado por los sentidos corporales porque –como ya vimos- son inaccesibles a la experiencia empírica, no teniendo colores, olores, sabores, peso, forma, energía ni consistencia corporal, etc. Y para que toda la realidad de la conciencia sea reductible al recuerdo de la experiencia empírica, no debiera haber en aquella sino lo que antes fuera parte de ésta. ¿Cómo aceptar de buena fe que todo lo que pienso y concibo y explico no es sino un conjunto de recuerdos y recombinaciones de experiencias empíricas previas?

Si ponemos entre paréntesis la cuestión metafísica y nos olvidamos del debate sobre la sustancialidad espiritual de la conciencia, ateniéndonos exclusivamente a la cuestión epistemológica de los contenidos de las experiencias cognitivas, no parece poder negarse la distinción y exterioridad entre ellas, sea en cuanto a los objetos que conocen (establecidos respectivamente como realidad empírica y realidad fenomenológica), sea en cuanto al sujeto cognoscente (los sentidos, el cuerpo y el cerebro en la primera, la conciencia autoconsciente en la segunda).

Pero es necesario precisar el significado de esta exterioridad. Partiendo desde la experiencia y el conocimiento empíricos ya habíamos concluido la exterioridad de la conciencia por exclusión, o sea en razón de la inaccesibilidad de la conciencia para la experiencia empírica. Partiendo en cambio desde la experiencia fenomenológica el asunto se plantea de otro modo y resulta menos simple, porque mientras la conciencia y los objetos lógicos y fenomenológicos no son percibidos empíricamente, la experiencia empírica y la realidad que perciben los sentidos y que las ciencias positivas procesan sí son experimentados fenomenológicamente, integrados a la conciencia como conocimientos, captados como fenómenos de la conciencia en la experiencia que ella tiene de sí misma, que es consciente de la percepción empírica y de los objetos de ésta en cuanto percibidos. A diferencia de lo que ocurre en la experiencia empírica que no llega a saber nada de la realidad de la conciencia, en la experiencia fenomenológica se adquiere un conocimiento de la experiencia empírica: la conciencia reconoce la experiencia empírica, del mismo modo que es consciente de la experiencia fenomenológica. Y como en la experiencia empírica aparece y se hace presente la realidad empírica, ésta queda incluida en la conciencia, de modo que no es posible afirmar su exterioridad por la vía de la exclusión o inaccesibilidad cognitiva directa y completa.

Pero la conciencia que reconoce fenomenológicamente la realidad empírica, es consciente de que ésta no es establecida por ella misma sino que se le impone desde fuera. En efecto, la experiencia empírica sorprende constantemente a la conciencia, cada vez que los sentidos corporales perciben realidades empíricas inesperadas, impensadas, inimaginadas. Camino por la calle y veo rostros desconocidos; entro a un museo de historia natural y descubro especies animales que soy consciente de no haber concebido y de no poder hacerlo por mí mismo. Más en general, y como consecuencia de su constante experimentar que no controla la realidad empírica, la capta y concibe como independiente de sí misma. (En esta observación reconocemos que llegan a la conciencia los recuerdos; pero no solamente ellos, sino los mismos conocimientos empíricos en el momento en que ocurren, pues somos en cada momento conscientes de lo que estamos viendo, oyendo, palpando, sintiendo, recordando, imaginando, etc.)

Pero el aparecer de siempre nuevas y distintas realidades empíricas en la conciencia, y el asumir que la conciencia no las controla y que le son independientes, no son aún evidencias suficientes para establecer en el conocimiento fenomenológico mismo que la conciencia y la realidad empírica sean realidades de distinto tipo, irreconducibles la una a la otra y en este sentido mutuamente exteriores, porque la conciencia toma conciencia de la realidad empírica al interior de la conciencia misma, cuando lo percibido empíricamente se instala en ella fenomenológicamente.

Lo que establece epistemológicamente la exterioridad de la realidad empírica respecto a la conciencia, es el hecho que en cuanto captadas en la experiencia fenomenológica, o sea en la conciencia autoconsciente, las realidades empíricas no se constituyen en su empiricidad: no son realidades físicas ni químicas ni biológicas ni psicológicas, sino algo que ocurre y se presenta al interior de la conciencia misma, algo que en cuanto aparece en la experiencia de la conciencia no tiene en ésta corporalidad ni estructura atómica ni composición química ni energía física ni desarrollo celular ni indeterminación cuántica, etc. Tengo conciencia de los árboles que veo, que he visto y que recuerdo haber visto, pero esos árboles empíricos en cuanto empíricos, los concibo (fenomenológicamente) como estando fuera de mi conciencia, insertos en una realidad empírica exterior. Por más que se indague en la experiencia de la conciencia (autoconsciente y consciente de), no se alcanzan fenomenológicamente los conocimientos que proporcionan los sentidos y las ciencias positivas sobre la realidad empírica. La conciencia autoconsciente (que no es percibida por los sentidos), no tiene ojos y nervios que reaccionen a la luz, ni es afectada por las ondas sonoras, ni posee papilas gustativas, etc. Dicho en otras palabras, en la experiencia fenomenológica de la conciencia la realidad empírica no es percibida como realidad empírica sino como realidad fenomenológica.

La conciencia no "percibe", si por percepción entendemos el modo de conocer de los sentidos; ella "capta" la realidad fenomenológica de modo inmediato, en ella misma, como aquello de que es consciente. Y el hecho de que seamos conscientes de lo que recordamos e imaginamos y del hecho mismo de recordar y de imaginar, no justifica que la conciencia se constituya sólo como imaginación, memoria y recuerdo, de igual modo que el hecho de que seamos conscientes de lo que vemos y del hecho mismo de ver no justifica que la conciencia se constituya como visión ocular.

Para la experiencia fenomenológica y la ciencia que funda hay, pues, también, una realidad (un campo del conocimiento) que le resulta inaccesible: todo aquello que aparece en la experiencia empírica y es procesado por las ciencias positivas, es inalcanzable desde la experiencia fenomenológica en sí misma. Los objetos empíricos no entran en la conciencia en cuanto empíricos, sino sólo en cuanto fenómenos de conciencia. El árbol, los átomos y moléculas, las ondas luminosas, el comportamiento de Pedro y de Juan, sus relaciones sociales, que percibimos y recordamos, no están ni pueden ser percibidos ni recordados sensiblemente en la conciencia, sino solamente en cuanto están en ella (lo que vemos y el recuerdo de lo que vemos) como realidades fenomenológicas.

Con esto se establece nuevamente, esta vez desde la fenomenología, una extraneidad o exterioridad entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica. No se trata, esta vez, de la exterioridad de la conciencia respecto a la realidad empírica, sino de la exterioridad de la realidad empírica respecto a la conciencia. Esta exterioridad se ha establecido también por exclusión, pero de un tipo distinto a la exclusión de la conciencia respecto a la realidad empírica. En efecto, no se trata aquí de que se excluya algo porque se desconoce la realidad excluida; en la experiencia fenomenológica se conoce la realidad empírica en cuanto se tiene conciencia de la experiencia cognitiva empírica y de sus objetos. Al tenerse conciencia de la experiencia y realidad empírica, la exterioridad de ésta se establece ahora como conocimiento, y no como simple inaccesibilidad respecto a algo que se desconoce.

Ahora bien, cuando en la conciencia se capta la experiencia empírica como un tipo particular de fenómeno de conciencia, diferente de otros fenómenos de conciencia, y cuando el objeto de aquella experiencia -la realidad empírica- se capta como distinto y externo a la realidad de la conciencia, el hecho mismo de este conocimiento es un fenómeno de conciencia. Con esto estamos solamente diciendo de otro modo, que en la experiencia fenomenológica la realidad empírica es captada como realidad empírica aunque no aparezca en su empiricidad sino fenomenológicamente. En tal sentido, lo que la fenomenología puede establecer en su nivel, es que la realidad empíricamente percibida es experimentada por la conciencia como distinta de sí misma y de los otros fenómenos de conciencia. De este modo la conciencia reconoce y asume fenomenológicamente, en la conciencia, la exterioridad empíricamente establecida entre la conciencia y la realidad empírica.

Además, como la realidad empírica en cuanto empírica, esto es, en su propia empiricidad visual, auditiva, etc. y luego física, química, etc, es inaccesible para la experiencia fenomenológica de la conciencia, ésta no reconoce en la realidad empírica como tal la autoconciencia que reconoce en sí misma, por lo cual la asume como realidad no consciente ni autoconsciente, o sea exactamente como aparece en la experiencia empírica incapaz de percibir conciencia y autoconciencia en la realidad empírica. Se establece en tal sentido, a nivel fenomenológico, una separación y exterioridad entre la conciencia autoconsciente y la realidad empírica no autoconsciente, lo que viene a coincidir con la exterioridad que se había establecido en la experiencia empírica. Con dicha realidad empírica, por consiguiente, no es posible establecer a nivel fenomenológico una comunicación o un diálogo como el que podría ocurrir entre realidades auto-conscientes que se reconocen como tales. La experiencia de la conciencia y la ciencia fenomenológica que funda llevan a distinguir, así, la propia conciencia autoconsciente no empírica, y una realidad empírica no autoconsciente.

Monismos y dualismo.

Ahora bien, puesto que la realidad empírica es captada por la conciencia sólo en cuanto está en la conciencia, o sea como fenómeno de conciencia, podemos decir que análogamente a como en la experiencia empírica se distingue entre los sentidos y el cerebro por un lado, y las realidades externas que los impactan, por el otro, como una exterioridad que se establece al interior de la misma realidad empírica, o sea entre realidades empíricas que se relacionan en el mundo empírico, así la distinción que se establece fenomenológicamente entre la conciencia y las realidades empíricas, es una exterioridad que se da al interior de la misma realidad fenomenológica, esto es, entre fenómenos de conciencia que se relacionan en ésta.

Podemos hablar en este sentido, también de un monismo de la realidad fenomenológica, o de que la conciencia con todo lo que aparece en ella es una sola realidad, aunque podamos distinguir en ella la realidad cognoscente captada como interior (como conciencia autoconsciente), y la realidad captada por la conciencia como distinta de ella misma (incluida la realidad empírica en cuanto fenomenológicamente consciente).

El monismo de la realidad empírica y el monismo de la realidad fenomenológica son distintos y recíprocamente excluyentes. Cada una de esas realidades "monistas" pone a la otra como distinta y exterior. Cualquier intento de reducción de una realidad a la otra implicaría negar la experiencia cognitiva que establece aquella realidad que se reduzca a la otra. Si todo se integra en la realidad empírica se niega la experiencia de la autoconciencia y la conciencia misma; si todo se integra en la conciencia se niega la experiencia empírica y sus objetos. Estamos, pues, ante dos "monismos" irreductibles.

Pero dos monismos distintos y excluyentes fundan un inevitable dualismo. En este sentido y como conclusión de este primer análisis epistemológico de las experiencias empírica y fenomenológica, recuperamos la cartesiana distinción entre la res cogitans y la res extensa. La recuperamos, sin embargo, en términos restrictivos, esto es, solamente en el sentido que la res cogitans no es perceptible empíricamente, del mismo modo que la res extensa no es captable fenomenológicamente en su empiricidad. Pero no puede establecerse desde estas experiencias -monistas cada una-, que entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica exista una separación o exterioridad ontológica. Obviamente, tal exterioridad ontológica no puede tampoco negarse. Sólo la metafísica podría indagar si la exterioridad establecida primariamente por la experiencia empírica, y secundariamente y de modo derivado por la fenomenología de la conciencia, se sostenga o no sobre una distinción o exterioridad ontológica.

La distinción y exterioridad que descubre el análisis epistemológico de ambas experiencias y ciencias, entre la realidad empírica por un lado y las realidades fenomenológicas por el otro, las establece distintas y recíprocamente exteriores en cuanto se accede a su conocimiento a partir de dos distintos tipos de experiencia cognitiva. Esta es una conclusión importante, pues implica reconocer una doble inaccesibilidad cognoscitiva, que a su vez implica reconocer relatividad, insuficiencia e incerteza en ambos tipos y niveles de experiencias cognitivas.

Ello significa también aceptar que las ciencias positivas y las ciencias fenomenológicas no son unificables, al menos en el terreno en que cada una de ellas se mueve. Si existieren conexiones e interacciones entre la realidad de la conciencia y la realidad empírica, tales conexiones sólo podrían ser conocidas por alguna experiencia y ciencia distinta de ambas. No puede pedirse a las ciencias positivas que expliquen cómo interviene (si es que interviene) la conciencia en la realidad empírica, como tampoco puede esperarse de las ciencias fenomenológicas que expliquen cómo interviene (si es que lo hace) la realidad empírica en la conciencia.

Expresando todo lo anterior de modo sintético, diremos que la percepción sensible y la autoconciencia fenomenológica nos hacen experimentar y conocer el mundo empírico y nuestra conciencia como realidades distintas y recíprocamente exteriores. El análisis epistemológico de ambas experiencias y de las ciencias que respectivamente fundan, nos ha permitido comprender por qué y cómo llegamos a establecer dicha distinción y exterioridad: los sentidos no perciben empíricamente a la conciencia que se capta a sí misma, y la conciencia no capta la realidad que captan los sentidos en su empiricidad. Ello nos lleva a reconocer la relatividad, parcialidad y subjetividad del conocimiento que podemos alcanzar respecto a la realidad, tanto mediante la percepción empírica de los sentidos (y por las ciencias positivas que se basan en ella) como por la captación de la conciencia (y por las ciencias fenomenológicas que se basan en ella). Pero no sabemos si la distinción entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica sea ontológicamente verdadera. Al reconocer la realidad empírica y la realidad de la conciencia como distintas y mutuamente exteriores, no sabemos aún qué sean dichas realidades, ni qué implique ontológicamente su recíproca exterioridad.

Pero hay algo en lo que hemos hasta aquí reconocido en ambas experiencias cognitivas que requiere una ulterior comprensión y explicación analítica. Nos referimos al hecho que dejamos anotado, que no obstante la exterioridad y distinción entre la realidad fenomenológica y la realidad empírica se verifica en la conciencia una cierta presencia de la realidad empírica y de su conocimiento sensorial. La conciencia, en efecto, adquiere conciencia de la realidad empírica, teniendo de ésta un conocimiento fenomenológico. ¿Cómo llega la realidad empírica a hacerse fenomenológicamente consciente? O ¿Cómo llega la conciencia a ser consciente de la realidad empírica? Hay que reconocer un nexo, un paso, una vía de acceso de va de la una a la otra y que permite a la conciencia ser consciente, o sea tener conocimiento fenomenológico, de la realidad empírica. Un nexo y paso que se encuentra cerrado en la dirección inversa, pues la experiencia empírica no accede a reconocer la conciencia y la realidad fenomenológica, que permanece excluida y ajena a toda experiencia empírica.

Es esta una cuestión que no puede resolverse desde ninguna de las experiencias cognitivas examinadas. No puede hacerlo el conocimiento empírico, que como ya vimos ni siquiera sabe de la conciencia y la realidad fenomenológica, que permanecen fuera de su alcance cognitivo. Y no puede hacerlo tampoco la experiencia fenomenológica, pues en ésta la realidad empírica no es empírica, siendo su presencia en la conciencia puramente fenomenológica. Al no haber acceso a la realidad empírica misma desde la experiencia fenomenológica, la ciencia basada en los conocimientos fenomenológicos sólo puede referirse a la realidad empírica en cuanto fenómeno de conciencia, a la realidad empírica ya "fenomenalizada".

Surge, pues, al llegar a este punto del análisis de ambas experiencias cognitivas, una cuestión nueva, a saber, si alguna experiencia cognitiva distinta de las dos hasta aquí examinadas, establezca o permita identificar alguna conexión, nexo o espacio de interacción y unión entre la realidad de la conciencia y la realidad empírica. Nexo que podemos suponer que exista, desde el momento que la realidad empírica se hace de algún modo consciente, presentándose (en la conciencia) transformada en realidad fenomenológica.

Para quien haya comprendido el sentido de nuestra indagación epistemológica, que explora el conocimiento y sus distintas manifestaciones y formas en función de encontrar un posible acceso al ser y a la metafísica, no escapará la importancia de la cuestión planteada. Hasta el momento el análisis de las experiencias empírica y fenomenológica nos ha llevado a establecer la exterioridad recíproca de la realidad empírica y de la conciencia, en cuanto fundadas por experiencias cognitivas distintas y separadas. El hecho mismo de esta separación y exterioridad nos inhabilita para reconocerles como atributo común el que compartan el hecho de ser, o que sean parte de una misma entidad metafísica.

Sólo sabemos que las vincula el hecho de que ambas han sido establecidas por experiencias cognitivas, y esto nos habilita para indagar la existencia de las relaciones que puedan darse entre éstas, las que a su vez podrían llevarnos a descubrir nexos entre las realidades que ellas conocen separadamente, entre los cuáles aquél que suponemos al reconocer que la realidad empírica se hace presente, aunque no en cuanto empírica sino fenomenalizada, en la conciencia. Sin embargo, puesto que tales posibles nexos no son establecidos ni clarificados por esas mismas experiencias cognitivas, cada una "encerrada" en su campo de objetos propios, ellos sólo podrían ser establecidos y conocidos desde alguna experiencia cognitiva distinta de ellas pero que se relacione con ambas.

Si dispusiéramos de una ciencia del ser que incluya y abarque toda la realidad, el acceso al conocimiento de los nexos que puedan existir entre las realidades empíricas y de conciencia establecidas por distintas experiencias cognitivas estaría asegurado. Un ejemplo de ello es la solución propuesta por la filosofía aristotélico-tomista, según la cual los objetos empíricos son entes sustanciales que poseen una forma o esencia, que los sentidos no pueden captar directamente pero sí conducir - en la misma imagen empírica que se forman sobre aquellos- al alma espiritual; asumiendo que ésta es el sujeto único tanto del conocimiento empírico como de la conciencia y el conocimiento racional, la facultad intelectual del alma está en condiciones de operar sobre las imágenes empíricas abstrayendo a partir de ellas las formas y esencias inmateriales, que puede así recibir y conocer en su inmaterialidad. Pero en ausencia de la ciencia metafísica que ya no podemos aceptar como previa a la indagación epistemológica, sólo nos cabe explorar la cuestión al nivel del análisis de las experiencias cognitivas mismas. Para abordar el problema a este nivel es preciso, pues, identificar y examinar otras experiencias cognitivas, que tal vez establezcan y/o permitan conocer el nexo que buscamos.

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