domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 4

SEGUNDA PARTE ANÁLISIS EPISTEMOLÓGICO DE LAS EXPERIENCIAS COGNITIVAS DE LAS REALIDADES EMPÍRICA, FENOMENOLÓGICA Y RACIONAL . IV. LA EXPERIENCIA COGNITIVA DE LA REALIDAD EMPIRICA Y LA NO EMPIRICIDAD DE LA CONCIENCIA.
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Distinción e integración de las experiencias cognitivas.

Antes de comenzar este análisis de las experiencias cognitivas conviene precisar que la distinción y/o diferenciación que hacemos entre ellas al proponernos su análisis secuencial o sucesivo, no es una experiencia inmediata o algo que se establezca o pueda darse por conocido con antelación al análisis epistemológico que las distingue. En efecto, las tres experiencias cognitivas (y los objetos que ellas establecen como conocimiento), suelen manififestarse simultáneamente y entrelazarse en experiencias cognitivas complejas, en que la mente humana actúa como un único sujeto cognitivo que integra y procesa los conocimientos de los tres tipos, pudiendo incluso no llegar a distinguirlos adecuadamente, confundiéndolos y por tanto confundiéndose. En efecto, la percepción empírica de un árbol que se expone ante nuestra vista habitualmente está acompañada de la conciencia fenomenológica de que estamos viendo y observando ese árbol, y al mismo tiempo asociarse al concepto o a la idea de árbol que podamos pensar y formular racionalmente. Pero aunque se manifiesten juntos en la mente, podemos siempre y claramente hacer la distinción entre el árbol en cuanto percibido por los sentidos, en cuanto captado subjetivamente por la conciencia, y en cuanto formulado como idea o concepto.

Como la percepción empírica, la conciencia fenomenológica y la comprensión racional puedan conectarse y unirse en la mente es algo que ocupará nuestra atención más adelante, una vez que en base a su preliminar distinción analítica, hayamos examinado separada y sucesivamente las respectivas experiencias cognitivas. Comencemos entonces por la percepción empírica y la realidad que establece como conocimiento de un tipo particular.

La realidad empírica.

Después de la crítica de Kant y la filosofía moderna ya no podemos aceptar ingenuamente el realismo de la metafísica aristotélica, que suponía que cada objeto empíricamente percibido - sea una cosa, una planta, un animal o cualquier otra realidad empírica individualizable -, es un ente sustancial del cual los sentidos y la percepción fenomenológica captarían sus modos accidentales: forma, color, textura, identidad, etc.; ni menos el idealismo platónico que suponía por sobre la realidad experimentada por la percepción la existencia de Ideas puras de las cuales los objetos percibidos serían meras "sombras" o apariencias, y los objetos lógicos (conceptos, símbolos, números) su reflejo racional o mental. Tampoco podemos negar una u otra posibilidad, pues ello sólo podría hacerlo una metafísica que nos diga con verdad y certeza lo que es el ser, ontología que aún no tenemos.

Todo lo que podemos afirmar sobre la realidad empírica tal como aparece en la experiencia de los sentidos, es lo que el análisis epistemológico de esa experiencia cognitiva pueda concluir respecto a los objetos que ella establece, esto es, sobre la realidad en cuanto sensitivamente percibida.

En efecto, la realidad empírica percibida por los sentidos no es otra que la que surge de, o aparece en, la misma experiencia empírica que la determina como objeto empírico. Los sentidos de la vista, el oído, el tacto, el olfato y el sabor no pueden por sí mismos decirnos si tal realidad percibida sea sustancial, óntica u ontológica, no la identifican como ser ni como existente en sí más allá o al fondo de su empiricidad. En la percepción sensible los objetos aparecen solamente como información, como datos, y más concretamente como figuras y colores, sonidos de diversa intensidad, sabores y olores, durezas y texturas, tamaños y formas, etc.

La percepción no se limita, sin embargo, a la multiplicidad de esas informaciones diferentes según el sentido que las reciba, pues éstos conducen la información al cerebro, que los registra en la memoria y los integra en una percepción unificante tal que los datos e informaciones son elaborados como cosas o cuerpos ( manzanas, conejos, piedras, etc.) que presentan una figura, textura, colores, sabores, formas, tamaños, etc., que se mueven y alteran y actúan, que proporcionan constantemente a los sentidos nuevos datos e informaciones, que se conectan y relacionan unos con otros, que se comportan y reaccionan de ciertos modos, que muestran ciertas características y regularidades perceptibles.

Las conexiones y relaciones que el cerebro en cuanto órgano empírico interno establece entre las distintas percepciones y conocimientos proporcionados por los sentidos pueden ser variadas, múltiples, incluso extrañas, tal que imaginativamente pueden formarse y aparecer combinaciones de colores, figuras y sensaciones originadas en momentos y lugares diferentes. De este modo pueden "construirse" o elaborarse imágenes tan curiosas como las de centauros y unicornios azules.

Obsérvese que la distinción que hacemos entre los datos o informaciones proporcionados por los distintos sentidos (figuras, colores, texturas, sabores, tamaños, etc.), y su integración y reelaboración en el cerebro donde aparecen como imágenes de cosas o cuerpos que manifiestan aquellas figuras, colores, texturas, sabores, tamaños, etc., es una distinción que efectuamos enteramente al nivel de la realidad empírica, percibida empíricamente. En esta experiencia cognitiva, una cosa o un cuerpo (la imagen de una cosa o de un cuerpo que se construye en nuestro cerebro) se distingue de sus colores, sabores, etc. (percibidos por los sentidos), sólo en cuanto percibimos o imaginamos como cosa o cuerpo un conjunto integrado de múltiples informaciones proporcionadas por los distintos sentidos, que se unifican en el cerebro mediante un proceso cognitivo igualmente empírico. Dicho de otro modo, la cosa o el cuerpo se distingue de sus colores, figuras, texturas, etc., a la manera en que una totalidad compuesta de muchas partes se distingue de las partes que la componen e integran. No podemos, pues, efectuar a este nivel aquella distinción metafísica que propuso Aristóteles y perfeccionó la escolástica, entre la “sustancia” (la cosa, el cuerpo, concebido como un ente) y sus “accidentes” (los colores, figuras, texturas, olores, captados por los sentidos).

En cuanto experimentados por los sentidos exteriores e integrados por la percepción cerebral interna, todo lo que aparece en esta experiencia cognitiva empírica es realidad empírica, percibida y elaborada por los sentidos. (La distinción entre la cosa u objeto "sustancial" y sus cualidades sensibles o "accidentales" puede ser considerada solamente como el resultado de una operación mental (racional) que se expresa y manifiesta lingüisticamente cuando distinguimos entre aquello sustantivo que no puede ser predicado de algo distinto de sí mismo, y las cualidades adjetivas que se predican de algo sustantivo. Así, numerosas cualidades o informaciones empíricas pueden ser predicadas de un caballo (que puede ser negro, suave, etc.), mientras que un caballo no puede predicarse de ninguna otra cosa u objeto (salvo metafóricamente, pero ya no se trataría efectivamente de un caballo).

Cabe agregar y precisar que cuando hablamos aquí de los sentidos, no nos referimos solamente a los clásicos cinco sentidos de la vista, el oído, el tacto, el olfato y el sabor, localizados en órganos particularmente sensitivos, sino mucho más ampliamente a todo el cuerpo humano en cuanto capaz de percibir y ser afectado por realidades empíricas, externas e internas. No solamente percibimos realidad empírica a través de la piel, los ojos y los demás órganos que están en la periferia del cuerpo, pues también los órganos interiores, el sistema nervioso, el sistema endocrino, los aparatos circulatorio, digestivo, respiratorio, sexual, etc., son sensibles, experimentan la realidad empírica y generan información. El cuerpo humano entero es sensitivo y transmite al cerebro -órgano corporal máximamente perceptivo e integrador de percepciones- lo que percibe y establece como realidad empírica. Así, el placer y el dolor, el apetito y el vértigo, la placidez y la excitación, y muchísimos otros sentimientos y emociones que nos producen las cosas y las acciones que percibimos, constituyen también experiencias cognitivas empíricas; o dicho de otro modo, también conocemos la realidad empírica mediante las experiencias corporales que nos producen placer, dolor, disgusto, satisfacción, rechazo, náusea, emoción, etc.

Cuando decimos, pues, realidad empírica, debemos entender que se refiere a lo que aparece en la percepción como informaciones y objetos percibidos empíricamente, y que es el conjunto de los efectos que se producen en los sentidos, en el cerebro y en todo el cuerpo humano, al ser impactados por ciertas realidades que empíricamente se presentan como exteriores a los sentidos mismos y al cerebro, o sea que éstos perciben como llegándoles desde fuera.

Esta empiricidad es más que la serie o multitud de las informaciones unificadas como percepciones e imágenes de cosas y objetos físicos, químicos y biológicos separados, pues todo ello se integra en conjuntos interrelacionados que configuran un medio, un ambiente, un habitat, unas circunstancias complejas interrelacionadas. En tal sentido, son también parte de la realidad empírica las acciones y comportamientos que observamos en los individuos, sus rasgos y fenómenos psicológicos (como las emociones y sentimientos, los actos volitivos, los temperamentos, los complejos, las regresiones, etc.), sus agrupamientos y procesos sociales (como las familias, las organizaciones e instituciones, las migraciones, los fenómenos monetarios, las guerras, las revoluciones y conflictos sociales) en cuanto captables empíricamente.

Naturalmente que, cuando expresamos en estos términos y nos referimos conceptualmente a esta realidad empírica, estamos en cierto modo trascendiendo el simple conocimiento empírico de ellas, elaborando y desplegando una experiencia cognitiva distinta de la propiamente empírica, a la que nos referiremos más adelante. Aun más, el hecho mismo de que tengamos conciencia del conocimiento empírico es una experiencia fenomenológica, que no podemos considerar empírica. Pero en cuanto realidad a la que se refieren los conceptos con que expresamos intelectualmente la información que nos proporcionan los sentidos, el cuerpo y el cerebro perceptivos, y de la cual tomamos conciencia fenomenológicamente, se trata siempre de aquella que identificamos como realidad empírica (o sea, conocida empíricamente).

En tal sentido, todos los objetos empíricos constitutivos de la realidad empírica, son los que procesan las ciencias positivas, que aplicándoles sus métodos lógicos y matemáticos -después examinaremos cómo lo hacen y lo que ello implica - reelaboran los datos e informaciones de la percepción, presentándolos como conjuntos de átomos que tienen una estructura interna y unas relaciones recíprocas, como ondas que manifiestan ciertas frecuencias, como unidades de materia y de masa que tiene un peso y que se desplazan a ciertas velocidades, como energías que ejercen ciertas fuerzas, como quantos indeterminados, como células vivientes que se desarrollan, reproducen y evolucionan, como elementos que cumplen funciones determinadas en un sistema, como vivencias psíquicas, como actitudes y comportamientos más o menos adaptados al contexto personal y social, etc.

Al efectuar esta reelaboración de lo percibido, que expresamos lingüisticamente y mediante variados sistemas de signos y símbolos, lo que conciben las ciencias positivas no es ya pura percepción empírica, pues ellas han procedido a relacionar lógica y matemáticamente las informaciones proporcionadas por los sentidos; es así que muchos de los conocimientos propuestos científicamente ya no son perceptibles por los sentidos, pero todos ellos mantienen alguna relación con lo percibido, se refieren a esta misma realidad empírica, y pueden en parte ser verificados experimentalmente a través de algunos efectos perceptibles, o sea mediante datos e informaciones que los corroboran. No "vemos" la ley de gravedad, pero observamos a los objetos caer y moverse conforme a lo que dicha ley establece.

Podemos decir, pues, que hay dos elaboraciones de los datos e informaciones empíricas, una inmediata y otra mediata, pero ambas nos ponen en presencia de realidades empíricas, de distinto modo. Más allá de la síntesis o integración de informaciones sensibles que se verifica en el cerebro que las unifica proporcionándonos una percepción de ellas como cosas u objetos identificables, la razón y las ciencias positivas procesan lingüistica y analíticamente (lógica, matemática, geométrica y simbólicamente) lo que la percepción capta como datos y objetos, procediendo a reconstruir lo percibido de modo más complejo y refinado y a nivel abstracto (separado); pero para las ciencias positivas, la realidad que estudian y a la que hacen referencia sus abstracciones (conceptos, hipótesis, leyes y teorías), es siempre y solamente la que se constituye en y por la percepción.

En este nivel de la abstracción, o sea de la elaboración conceptual, lingüistica y científica de la realidad empírica, podemos distinguir dos niveles o grados. El primero está dado por aquella elaboración que nos permite formular conceptos y nombrar los objetos con palabras y símbolos que los indican y representan (por ejemplo, cuando decimos "éste es un pájaro", "aquello es un vaso"), y que podemos considerar una abstracción “de primer grado” en cuanto el conocimiento que en esta primera elaboración mental se alcanza permanece ligado a la realidad empírica a que se refiere, y no puede independizarse de los datos de la experiencia empírica a que se hace referencia. El segundo es aquél que construyen las ciencias que relacionan conceptos, formulan teorías, resuelven ecuaciones y efectúan complejas operaciones lógicas, que en tal modo pueden desconectarse de la realidad empírica y trabajar con objetos racionales puros, no empíricos; al proceder a este nivel (que en cuanto separado de la realidad empírica podemos considerar abstracción “de segundo grado”), el cognoscente científico está consciente de que se ha distanciado de la realidad empírica, y no confundirá nunca la realidad empírica con las abstracciones que sobre ella construye, aunque puede esperar y después intentar alguna reconexión de estas elaboraciones abstractas con hechos y datos empíricos. Es en este sentido que afirmamos que las ciencias positivas se refieren a la realidad empírica en los conocimientos que les son propios, aunque éstos sean abstractos y teóricos.

Ahora bien, este conocimiento teórico y racional de la realidad empírica, aún no siendo él mismo una experiencia cognitiva empírica, nos proporciona conocimientos sobre la realidad empírica, que la experiencia empírica no alcanza por sí misma. Entre otras cosas, las ciencias nos llevan a descubrir que no toda realidad empírica es percibida empíricamente; pero ello no en razón de la no empiricidad de aquella sino de las limitaciones perceptivas de nuestros sentidos y de nuestro cuerpo, limitaciones que podrían ser superadas mediante el perfeccionamiento de los instrumentos de la percepción. Componentes infinitesimalmente pequeños de la materia, o extraordinariamente distantes en el tiempo y en el espacio, que no podemos percibir, la ciencia los supone formando parte de la realidad empírica porque descubre sus interacciones y sus efectos sobre otras realidades empíricas conocidas, que puede explicar en base a las fuerzas de la realidad empírica que conoce.

Ahora bien, los mismos sentidos y sus percepciones, el cuerpo sensitivo y el cerebro como órgano integrador de percepciones, son para las ciencias positivas realidades empíricas, del mismo nivel que las realidades exteriores que los impactan y que ellos perciben, relacionan y procesan. La percepción del color rojo es una alteración físico-química (empírica) que ocurre en el ojo (empírico) cuando es impactado por ondas luminosas de cierta frecuencia, y que se trasmite al cerebro (igualmente empírico) mediante otras alteraciones físico-químicas, todas las cuales pueden ser percibidas empíricamente. Todos los datos que perciben los sentidos y el cerebro, en el hecho y en cuanto son percibidos, tienen ellos mismos una materialidad empírica, son fenómenos que ocurren en los ojos, en los oídos, en el sistema nervioso, en el cerebro, en el cuerpo sensitivo, todos objetos empíricos, que experimentan alteraciones empíricas similares a las que se producen en los radares, en los sensómetros, en los espectroscopios y demás instrumentos científicos de captación de datos cada vez más refinados que se construyen en los laboratorios. (Algunos de estos instrumentos -como el microscopio y el telescopio, los audífonos y amplificadores de sonido- se limitan a amplificar o modificar ciertos objetos empíricos que no percibimos naturalmente, de modo de presentarlos ante los sentidos dentro del rango en que éstos reaccionan al estímulo. Otros instrumentos -como el espectroscopio, los radares, los instrumentos de captación de rayos x y otros- reaccionan ante impulsos u ondas para los cuáles carecemos del correspondiente sentido perceptivo, y para hacernos acceder a su conocimiento transforman la información que obtienen en ondas luminosas o en datos de algún tipo que sí podemos captar sensitivamente. Otros -como el electroencéfalograma y el "detector de mentiras"- captan las alteraciones cerebrales, nerviosas y emocionales que registradas en aparatos electrónicos proporcionan información perceptible).

Es un hecho perceptible y científicamente acertado, además, que toda percepción deja una huella en el cerebro, que podría incluso ser localizada empíricamente; de algún modo las percepciones quedan "grabadas en la memoria", y podemos volver a hacerlas presente mediante actos psíquicos de varios tipos, haciendo con ellas nuevas combinaciones que llamamos imaginarias, o que aparecen modificadas en los sueños, o a través de la hipnosis, etc. Las ciencias están lejos de haber agotado el conocimiento de todo aquello que ocurre en el cuerpo, los sentidos y el cerebro perceptivos, al igual que permanecen inexplorados amplios campos de la realidad física, química, biológica y social. Pero desde el punto de vista epistemológico, cualquiera sea el caso, todo lo percibido y perceptible por algún sentido u órgano corporal, directa o indirectamente, de modo inmediato o con la mediación de instrumentos, sea interior o exterior al cuerpo humano, a los sentidos y al cerebro, debe ser considerado realidad empírica y puede ser objeto de análisis por las ciencias positivas, que la examinarán como datos e informaciones más o menos complejos, que tienen alguna materialidad, estructura atómica, composición química, potencia energética, longitud de onda, recurrencia estadística, fuerza reactiva, intensidad nerviosa, emocional, etc., pudiendo ser descritas, medidas, analizadas, descompuestas, reconstituidas, sintetizadas, reproducidas, vivenciadas, en fin, experimentadas empíricamente.

Siendo así, cuando la percepción empírica reconoce algo como realidad exterior, no hace referencia a una exterioridad ontológica que ponga a los objetos como entes sustanciales esencialmente distintos y trascendentes respecto a la realidad empírica (percibida) como tal. Se trata, en cambio, sólo de la exterioridad que aparece en la misma percepción, una exterioridad que se percibe empíricamente, esto es, la que se observa entre objetos de un mismo carácter empírico -las cosas percibidas y los sentidos que las perciben- que se relacionan unas con las otras en un mismo nivel empírico. Para decirlo en forma más gráfica: cuando recibo el golpe de un palo en la cabeza, las conexiones nerviosas afectadas por el golpe generan en el cerebro la sensación de dolor, al mismo tiempo que los sentidos captan que el origen de dicho dolor está en el impacto de un palo que ha sido movido por alguna fuerza mecánica distinta de las fuerzas biológicas que operan en el sistema nervioso y cerebral que experimenta la sensación del dolor. En términos más generales: la exterioridad de las realidades empíricas es aquella que se percibe al percibir sus relaciones empíricas. Podemos hablar, en este sentido, de un monismo de la realidad empírica, o de que el mundo empírico es uno solo, aunque podamos distinguir en él realidades perceptoras y realidades percibidas, sujetos empíricos de la experiencia empírica (ojos, oídos, cuerpo sensitivo, cerebro) y objetos empíricos percibidos empíricamente.

Es interesante y conceptualmente decisivo, esto es, de la más alta relevancia teórica, considerar a este punto del análisis un hecho que las ciencias empíricas han descubierto en la realidad que estudian. Nos referimos al hecho de la evolución natural, ampliamente reconocido por las ciencias y actualmente aceptado por todos, según el cual la realidad empírica ha experimentado procesos de cambio y organización progresivos, conforme a los cuales el surgimiento de organismos vivientes y cognoscentes, o sea dotados de ojos, oídos, cuerpos perceptivos y cerebros, ha sido el producto de una larga historia natural verificada empíricamente en nuestro planeta (y tal vez también en otros). La relevancia teórica de este hecho para la comprensión del conocimiento y de la realidad empírica no puede minimizarse, pues implica nada menos que la propia realidad empírica ha generado dinámicamente los sujetos cognoscentes empíricos que la constituyen como objeto de su conocimiento. Dicho de otro modo, los sujetos del conocimiento empírico han sido generados por la propia realidad empírica en su evolución natural, como si ella hubiera tenido la necesidad de ser conocida, o pudiera decirse mejor, como si hubiera buscado conocerse a sí misma.

Sujeto y objeto del conocimiento empírico son parte de una misma realidad empírica. Todo lo que sea empíricamente percibido y perceptible es realidad empírica y solamente empírica, y todo lo que ella es puede ser analizado con mayor o menor rigurosidad y exactitud por las ciencias positivas. Si haya o no, más allá de lo empíricamente perceptible, una realidad metafísica, trascendental o absoluta, un ente sustancial, una esencia o naturaleza universal, etc. al interior de la realidad empírica, o subyaciéndole o trascendiéndola, no lo pueden decir éstas ciencias y permanece como pregunta que deberá ser abordada por una metafísica futura, si ésta llega a constituirse sobre bases propias.


La conciencia y la ciencia de la realidad empírica.

Sin embargo hemos observado que las ciencias positivas se refieren a la realidad empírica -lo que permite denominarlas “ciencias empíricas”-, pero en cuanto ciencias que versan sobre la realidad empírica la trascienden de algún modo, constituyendo un tipo de conocimientos que involucran elementos cognitivos no empíricos sino lógicos (ideas, conceptos, juicios, razonamientos, etc.), matemáticos (números, ecuaciones, cálculos, etc.) y, en general, racionales, que no forman parte de la realidad empíricamente perceptible. Tener en cuenta esta diferencia entre el conocimiento propiamente empírico y el conocimiento científico (abstracto en "segundo grado") sobre la realidad empírica, es fundamental para comprender qué exactamente entendemos por conocimiento empírico y por realidad empírica. En efecto, el conocimiento empírico es el que realizan los órganos perceptivos del cuerpo, y más ampliamente el cuerpo como órgano sensitivo y perceptivo complejo, que experimentan la realidad empírica al ser impactados por elementos de ella, cuáles las ondas sonoras y luminosas, las moléculas, la masa, los campos de energía física, la cidez y la salinidad, etc. Si bien reconocemos que hay realidad empírica que de hecho no es percibida empíricamente, pudiendo serlo mediante el empleo de instrumentos y otros medios que potencien los sentidos, es clara la distinción que hacemos entre la realidad empírica (que incluye todo aquello) y los conocimientos (conceptos y formulaciones abstractas) que sobre la realidad empírica elaboramos sin que sean susceptibles de percepción empírica, no siendo por consiguiente empíricos ellos mismos. Para que no quede lugar a dudas sobre el contenido del conocimiento empírico, digamos que éste tipo de conocimiento lo compartimos con los animales que ven, oyen, saborean, palpan, sienten placer y dolor, etc.

Tenemos, pues, que ésa realidad empírica así conocida (y aunque en parte permanezca desconocida empíricamente) puede ser objeto de otros tipos de conocimientos. Es lo que observamos en el propio conocimiento científico, el cual combina e integra los datos y percepciones proporcionados por el conocimiento empírico con otros tipos de conocimiento. En efecto, hemos visto como en el conocimiento científico participan conocimientos no empíricos, cuales son el conocimiento lógico, matemático, geométrico, simbólico, etc. Pero debemos agregar algo más, a saber, que en el conocimiento empírico y en el conocimiento científico se hace presente una tercera experiencia cognitiva, distinta de ambas: la que hace del conocimiento empírico (y científico) un conocimiento consciente. En efecto, habitualmente (aunque no siempre) somos conscientes de nuestros conocimientos, que precisamente en cuanto somos conscientes de ellos los consideramos “nuestros” conocimientos: percibo una realidad empírica con los ojos, la identifico con un nombre y un concepto, y además, sé conscientemente que tengo esos conocimientos, y no confundo aquéllas experiencias cognitivas sobre la realidad empírica, con esta otra experiencia del "tener conciencia" de esos conocimientos. Una experiencia cognitiva ésta última, que puedo atribuir a un sujeto cognitivo distinto de los sentidos sensibles y del cuerpo perceptivo, que nos hemos habituado a llamar conciencia.

Examinaremos más adelante estos otros tipos de experiencias cognitivas, el sujeto que las tiene y los conocimientos y realidades a que se refieren. Por el momento nos limitamos a constatar que en la mente humana los conocimientos empíricos se entremezclan con estos otros tipos de experiencias cognitivas, que por ahora distinguimos sólo en cuanto experiencias cognitivas no asimilables al conocimiento empírico. Cuando más adelante examinemos la experiencia cognitiva de “tomar conciencia” del conocimiento empírico, tendremos ocasión de observar que pone de manifiesto su distinción respecto a éste, en el hecho que procede con marcada independencia respecto a la realidad empírica a que se refiere. Independencia que en alguna medida es también propia del conocimiento científico, que se permite establecer relaciones entre distintos datos (y percepciones) empíricos que en el conocimiento empírico no aparecen relacionados, articulándolos conforme a otros contenidos cognitivos más abstractos (conceptos, números, categorías, etc.), y formulando hipótesis y modelos que pretende explicativos de los datos empíricos. Por el momento, lo que nos importa es tener claro que si bien la realidad conocida empíricamente se deja “procesar” cognitivamente por la ciencia y de ella tenemos conciencia, lo que la ciencia y la conciencia construyen sobre la realidad empírica no se confunde nunca con ésta, aunque la empleen como “materia” o contenido de sus elaboraciones racionales y conscientes.

Inaccesibilidad de la conciencia para la experiencia empírica.

Asumimos, pues, al nivel de esta primera indagación epistemológica, que la experiencia empírica no es la única experiencia cognitiva. Además de ella tenemos la experiencia de la conciencia autoconsciente y la experiencia racional (lógica, matemática y geométrica) que empleamos en las ciencias sobre la realidad empírica. Más ampliamente, digamos que junto a la realidad empíricamente percibida se nos hace presente la realidad de la conciencia autoconsciente que se experimenta a sí misma y que capta fenomenológicamente el mundo, y junto a ambas aparece la realidad de las ideas, los números, las figuras geométricas, los símbolos y todos los objetos racionales que se conciben y procesan lógica, matemática, geométrica y simbólicamente.

El entrelazamiento y la simultaneidad de las experiencias empírica, fenomenológica y racional son tan fuertes que una persona no cultivada o ingenua puede no distinguirlas, y pensar que los colores, sabores y cosas percibidas, junto a las ideas, números y símbolos que a esas realidades empíricas referimos, así como la conciencia que tenemos de esas distintas experiencias cognitivas, constituyen una misma y homogénea realidad; pero la reflexión epistemológica no permite tal confusión. Dicho más concretamente: la percepción del color azul, la idea de color azul, y la conciencia del color azul percibido y pensado, corresponden a distintas experiencias cognitivas, aunque puedan verificarse simultáneamente.

Ante todo, la distinción entre las realidades empíricas por un lado, y la conciencia y los objetos racionales por el otro, resulta claramente del hecho que la conciencia y los objetos lógicos no son percibidos empíricamente ni pueden ser objeto de experiencia empírica. No podemos tener percepción empírica del número uno, de la idea de infinito, del concepto de árbol, de la solución matemática de una ecuación, de la coherencia de un silogismo ni de la exactitud del cálculo infinitesimal; en el concepto de hombre o en el segundo principio de la termonidámica no podemos percibir colores ni identificar alguna estructura atómica o una composición química, ni los veremos afectados por la fuerza de gravitación, ni podremos cuantificar su masa ni medir una longitud de onda o algún desarrollo celular, ni apreciar un dolor, sentimiento o conducta emocional. Tampoco podemos percibir empíricamente una conciencia autoconsciente y cognoscente, el contenido teorético de sus conceptos y afirmaciones, su diálogo interior y la autonomía de su voluntad. Empíricamente podemos percibir los sonidos y los caracteres escritos que configuran las palabras, pero el significado conceptual que expresan permanece inaccesible a la experiencia puramente empírica. Las ciencias biológicas, químicas y físicas podrán captar las alteraciones que se verifican en el sistema nervioso, en el cerebro y en el sistema endocrino cuando se hacen ecuaciones, cuando se medita o cuando la conciencia es consciente de su libertad interior; las ciencias del comportamiento psíquico y social podrán percibir las emociones que se producen en el hombre cuando calcula y piensa, observar la conducta de la mujer y el hombre empíricos que buscan la verdad con mayor o menor interés e intensidad, los efectos sociales de sus ideas y actitudes, etc. Pero la corrección o incorrección de las ecuaciones, el contenido abstracto de las meditaciones, y las formas de la conciencia misma, no son accesibles al conocimiento empírico.

Con esto no queremos afirmar que las realidades lógicas, matemáticas y de conciencia sean seres de un tipo distinto al de las realidades empíricas, sino que se trata de objetos de conocimiento a los que no acceden los sentidos y el cuerpo sensitivos, presentándose en experiencias cognitivas diferentes al conocimiento empírico.

Esta inaccesibilidad de la conciencia y de los objetos racionales para la percepción empírica, es de un tipo completamente distinto a aquella a que hicimos referencia al mencionar que las ciencias positivas llevan a aceptar como parte de la realidad empírica ciertos objetos materiales que no percibimos empíricamente debido a limitaciones de nuestros sentidos, que no alcanzan lo infinitamente pequeño ni lo infinitamente lejano, pero que podrían ser percibidos si perfeccionáramos los instrumentos de la percepción. Mientras aquellos objetos empíricos se descubren a través de efectos empíricos que ponen en evidencia relaciones (empíricamente perceptibles) con otros objetos empíricos, la conciencia y los objetos lógicos y matemáticos aparecen en experiencias cognitivas distintas a la experiencia empírica, y en cuanto objetos establecidos por estas experiencias no son accesibles a la percepción empírica por más que se perfeccionen los órganos de la percepción.

Tenemos, pues, no solamente que la experiencia y el conocimiento empírico no acceden al ser ontológico, sino que tampoco se ponen en contacto con la conciencia fenomenológica ni con los objetos racionales. Los sentidos y el cuerpo perceptivo se conectan solamente con los objetos empíricos, de lo cual concluimos que los objetos lógicos y la conciencia que los concibe son distintos de los objetos empíricos en cuanto empíricos. Pero al decir "son distintos" no nos referimos a una distinción óntica o metafísica, que no cabe hacer a este nivel, sino solamente a que hay una exterioridad y discontinuidad epistemológica entre unos y otros: se conocen mediante experiencias cognitivas diferentes, tal que unos objetos no se conectan con los otros en un mismo proceso cognitivo. La distinción es, pues, sólo la que aparece al nivel en que es establecida. Se trata, en esta instancia, de una distinción que es establecida en la experiencia de la realidad empírica por el hecho de no ser la percepción empírica apta para captar los objetos racionales y fenomenológicos de los que tenemos conciencia.

Así entendida la distinción, se nos hace necesario reconocer entre los objetos empíricos y los objetos racionales y fenomenológicos un tipo de exterioridad distinta de aquella que separa y relaciona, al interior de la experiencia empírica, la realidad de los sentidos y del cerebro respecto a la realidad de las cosas que ellos perciben como exteriores. El hecho de ser la conciencia y los objetos lógicos, matemáticos y geométricos imperceptibles empíricamente, o sea de que no exista entre ellos y los objetos empíricos un nexo empírico inmediato y directo como el que relaciona un átomo con otro, una energía física con otra energía física, una célula con otra célula, una onda luminosa con un ojo, es lo que hace que pensemos a todos los objetos empíricos como externos a la conciencia. Por lo mismo y a la inversa, los propios sentidos de la vista, el oído, etc. y sus percepciones, el cuerpo con todos sus órganos, así como los actos que ocurren en el cerebro cuales el placer y el dolor, la excitación nerviosa y la emoción que provoca la velocidad o la altura, en cuanto fenómenos biológicos y psíquicos perceptibles empíricamente, los consideramos o asumimos como exteriores a la conciencia. Pero esta exterioridad significa solamente que aquello que a nivel fenomenológico experimentamos como conciencia, al igual que los objetos lógicos y matemáticos que captamos racionalmente, no siendo accesibles empíricamente, no se constituyen como realidades empíricas.

La exterioridad de la realidad empírica respecto a la conciencia es la exterioridad de la conciencia, de las ideas y los números para la experiencia empírica. La exterioridad se constituye en la experiencia empírica de la inaccesibilidad, o sea como exclusión respecto a un determinado campo de observación y percepción. No se trata, pues, de que la experiencia empírica establezca la realidad de la conciencia como exterior a ella. Lo que establece el análisis epistemológico de la experiencia empírica es que la propia realidad empírica es distinta de cualquier cosa que llamemos conciencia, que no puede ser empíricamente vista, palpada, sentida, etc. En realidad la percepción empírica y las ciencias positivas no saben que exista la conciencia porque no hay experiencia empírica de ella. Las ciencias que se basen exclusivamente en la experiencia empírica no pueden afirmar ni negar la existencia de la conciencia, del sujeto autoconsciente como tal sujeto autoconsciente. Es como si estas ciencias dijeran: si existiera la conciencia sería otra cosa, algo no verificable empíricamente.

Por eso las ciencias positivas quedan perplejas cuando perciben indicios de que la realidad empírica podría verse afectada por los fenómenos de conciencia o por cualquiera otra supuesta realidad extraempírica. Ellas, en efecto, que conocen las relaciones entre las fuerzas empíricas y que en su nivel explican lo que ocurre en su campo de observación cuando identifican el actuar de esas fuerzas, no pueden concebir que se verifique un cambio en una estructura física, química, biológica, psicológica o social que no sea provocado por alguna fuerza física, química, biológica, psicológica o social. De ahí que, desde el punto de vista de la experiencia empírica y de las ciencias positivas, los hechos o fenómenos que no puedan explicarse en base a relaciones inherentes a la realidad empírica, resultan irreales, o bien, extraños, misteriosos, milagrosos, paranormales, esotéricos.

Pero esto no significa necesariamente que no existan conexiones reales (conocidas y cognoscibles) entre la conciencia autoconsciente y las realidades empíricas. Simplemente, tales conexiones no pueden ser percibidas a nivel empírico porque la conciencia (uno de los supuestos elementos de la supuesta conexión) no entra en el campo de lo empíricamente perceptible, y a nivel empírico sólo podrían percibirse, si los hubiese, los efectos empíricos de la acción de la conciencia no empírica. Pero la experiencia empírica no puede establecer ella misma, por sí, que tales efectos lo sean de la conciencia, o a ésta como su causa, porque la conciencia permanece fuera de su horizonte perceptivo. Los posibles nexos entre la conciencia y la realidad empírica sólo podrían ser objeto de conocimientos de algún tipo en que la experiencia empírica se conecte con otras experiencias cognitivas.

De todos modos, cabe advertir contra cierta ingenuidad que demasiado rápidamente supone que ciertos hechos empíricos son producidos por realidades no empíricas, atribuyéndoles un carácter milagroso o extrasensorial que no tienen. En efecto, hay hechos empíricos producidos por otros hechos empíricos cuyos nexos no han sido aún conocidos, pero que podrían serlo en un futuro en que se logre la integración entre ciencias positivas distintas. De hecho, las ciencias positivas están descubriendo ciertos nexos empíricamente verificables entre fenómenos físicos, químicos, biológicos, psicológicos y sociológicos, que antes se consideraban inexplicables. El hecho que las varias ciencias positivas hayan evolucionado separadamente y no se hayan aún integrado, dificulta la identificación de muchos de los nexos que transitan entre los diferentes tipos de realidades empíricas que estudian; pero que no hayan sido aún identificados no excluye que sean empíricamente reales.
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